martes, 1 de enero de 2008

San Anselmo de Canterbury

Grandes pensadores:

San Anselmo de Canterbury (1033-1109) era originario de Aosta, en el Piamonte, en Italia, donde nació en el año 1033. A pesar de ello es más comúnmente conocido como san Anselmo de Canterbury, al haber sido arzobispo de dicha ciudad durante algunos años, donde murió en 1109. Su educación corrió a cargo de los benedictinos, luego de una experiencia poco afortunada con el primero de los profesores a los que fue encomendado, al no haberle sabido transmitir el aprecio por los estudios.

A los quince años intentó ingresar en un monasterio, impidiéndoselo su padre, que le tenía reservados otros menesteres más mundanos; pero luego de haberse sometido a su voluntad, y haber olvidado durante algún tiempo sus inclinaciones religiosas, ingresó a los 27 años en el monasterio de Bec, en Normandía, donde se convirtió en amigo y discípulo del Abad Lanfranco. Posteriormente fue nombrado él mismo Abad de dicho monasterio, donde compuso dos de sus obras más conocidas: El Monologion, meditación teológico-filosófica sobre las razones de la fe, en donde nos presenta algunas pruebas de la existencia de Dios, propias de la tradición agustiniana, y el Proslogion, donde encontramos el llamado "argumento ontológico", que constituye la aportación más original de san Anselmo a la filosofía medieval.

En 1092 se dirigió a Inglaterra, a Canterbury, donde luego de varias negativas a aceptar el cargo, fue nombrado arzobispo de la sede, ejerciendo como tal hasta su muerte, a pesar de verse obligado a abandonar la ciudad en varias ocasiones, por diversos conflictos mantenidos con Guillermo el Rojo y, posteriormente, con Enrique I.

San Anselmo de Canterbury fue uno de los filósofos más relevantes de la tradición agustiniana. Asomarse a su pensamiento es descubrir una audaz empresa intelectual, quizá sin precedentes en la historia del pensamiento teológico. El mismo lo resume en una frase afortunada, admirable por su exactitud y densidad: “fides quaerens intellectum”, en la que Juan Pablo II quiso ver el núcleo mismo del quehacer teológico (Discurso a los profesores de teología en Salamanca en 1982). Como los teólogos posteriores concibe la filosofía como una ayuda para comprender la fe: hay una sola verdad, la revelada por Dios, que es objeto de fe; pero la razón puede añadir comprensión a la fe y, así, reforzarla: “creo,-dirá-pero deseo entender”. En todo caso, la razón queda subordinada a la fe, pero se trata de una razón que –pariendo del dato revelado- será capaz de originar todo un sistema armónico de pensamiento.

En su obra "Monologion" San Anselmo había presentado ya algunos argumentos sobre la demostración de la existencia de Dios, acompañando a otras reflexiones de carácter marcadamente teológico. La demostración que nos ofrece en el "Proslogion" fue motivada, según sus propias palabras, por la petición de sus compañeros benedictinos de reunir en un solo argumento la fuerza probatoria que los argumentos presentados en el "Monologion" ofrecían en conjunto. Con esta prueba, conocida como "argumento ontológico", San Anselmo pretende no sólo satisfacer dicha petición sino también dotar al creyente de una razón sólida que el confirme indudablemente en su fe. El argumento en cuestión lo formula San Anselmo como sigue, en el capítulo II del Proslogion:

“creemos que tú eres algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza, porque dijo el necio en su corazón: no hay Dios? (Salmos XIII, 1). Pero por cierto ese mismo necio, cuando oye lo que estoy diciendo, es decir algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, entiende lo que oye y lo que entiende está en su entendimiento, aún cuando no entienda que ese algo existe. En efecto una cosa es la presencia de algo en el entendimiento, otra cosa es entender que ese algo existe. Así, cuando el pintor piensa con anticipación el objeto que está por hacer, ya lo tiene en su entendimiento, pero no entiende todavía como existente algo que no ha sido hecho aún. En cambio, cuando ya lo ha pintado, primero lo tiene en su entendimiento y, además, entiende como existente la cosa que hizo. Luego el mismo necio ha de convencerse de que existe en el entendimiento algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, porque oyéndolo lo entiende, y todo lo entendido está en el entendimiento. Y por cierto, aquello mayor que lo cual es imposible pensar nada no puede estar en el entendimiento sólo. En efecto, si estuviera en el entendimiento sólo, podría pensarse que existe además en realidad, lo que seria algo, mayor. Luego si aquello mayor, que lo cual no puede pensarse cosa alguna está en el entendimiento sólo, aquello mismo mayor que lo cual nada puede ser pensado viene a ser algo mayor que lo cual es posible pensar algo: y esto, evidentemente, no puede ser. Luego, a todas luces, existe algo mayor que lo cual no se puede pensar cosa alguna, tanto en el entendimiento como en la realidad”.


El argumento ontológico fue llamado así por primera vez por Kant (s. XVIII), y ha sido uno de los argumentos más polémicos de la historia de la filosofía. Filósofos de la talla de Descartes y Hegel lo consideran válido y lo introducen en sus respectivos sistemas. Otros, como Sto. Tomás, Hume y Kant, rechazarán la validez del argumento, negando su fuerza probatoria. San Anselmo introduce el argumento en el contexto de una plegaria a Dios y su estructura lógica puede resumirse como sigue:

a) Concebimos a Dios como aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, y esa idea de Dios es comprendida por cualquiera.
b) Pero aquello mayor que lo cual nada puede pensarse debe existir no sólo mentalmente, en la idea, sino también extramentalmente, en la realidad, pues siendo la existencia real una perfección, será más perfecto ("mayor que...") el ser existente en la realidad que otro que posea los mismos atributos pero que sólo exista mentalmente; de otro modo caeríamos en una flagrante contradicción, lo que no puede ser aceptado por la razón.
c) En consecuencia, Dios existe no sólo en la mente (como idea) sino también extramentalmente, en la realidad.

La premisa mayor presenta simplemente, según San Anselmo, la idea de Dios, la idea que tiene de Dios un hombre, aunque niegue su existencia. La premisa menor está clara, puesto que si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existiese sólo en la mente no sería aquello mayor que lo cual nada puede pensarse. Algo más grande podría pensarse, a saber, un ser que existiese en la realidad extramental y no únicamente en la idea.

El argumento se desarrolla, pues, a partir de una definición de Dios que, a juicio de San Anselmo, puede ser comprendida y aceptada por cualquiera. En un segundo momento se centra en el análisis de esa misma idea y en sus implicaciones, recalcando el absurdo que resultaría de concebir mentalmente un ser perfecto y negarle la mayor perfección: la existencia. Concluye afirmado la existencia necesaria de Dios como una exigencia de la razón para evitar tal absurdo. Todo el desarrollo del argumento transcurre en el ámbito del pensamiento, progresando de la simple idea a la necesidad de admitir la existencia de Dios, sin apelar a otra instancia que a la razón y a uno de sus principios fundamentales: el de no admitir la contradicción.

Ya Gaunilon, monje contemporáneo de San Anselmo, critica en el "Liber pro insipiente" la validez del argumento alegando que el paso de lo ideal (lo pensado) a lo real (lo existente) no está justificado, dado que dichos elementos no son homogéneos. Para explicar la ilegitimidad del mismo se sirve de una metáfora: supongamos que alguien tiene la idea de unas Islas Afortunadas perfectas y paradisíacas, y concluye que, a partir de tal idea, deben existir necesariamente debido a su perfección, pues la existencia es una perfección. Nadie daría crédito a la persona que argumentara de tal modo y pretendiera demostrar así la existencia de dichas islas, resultando clara la ilegitimidad del argumento, tal como ocurre con la prueba anselmiana de la existencia de Dios.

Parece entonces que la idea de Dios que pide al principio de su prueba San Anselmo no es la que puede tener cualquiera en su mente, sino que supone compartir varios presupuestos doctrinales o filosóficos, entre los que se han destacado los siguientes:
a) Partir de la idea de Dios suministrada por la Revelación.
b) Identificar el orden lógico con el real.
c) Concebir la existencia divina como un simple atributo de su esencia.

Por esta razón Santo Tomás rechazará la validez del argumento, eligiendo una dirección totalmente opuesta a la de San Anselmo en sus cinco pruebas en las que tomará la experiencia, la realidad sensible, como el punto de partida de su argumentación, siguiendo su formación aristotélica, que no acepta otro punto de partida del conocimiento sino la experiencia.

Padre de la Escolástica

Pero el pensamiento anselmiano no se reduce, ni mucho menos a su “demostración de la existencia de Dios”. Aunque su obra es relativamente breve (apenas una docena de tratados no muy extensos), por ella van desfilando los temas que, en el siglo siguiente aparecerán en las distintas “sumas teológicas”. Como teólogo, San Anselmo bien merece el calificativo de “padre de la escolástica”. Tras un primer periodo basado en las dos obras citadas con una misma idea de fondo (la esencia divina) vendrá una segunda etapa (1078-1093) en la que se centrará en temas más bien morales: verdad, justicia, libertad, pecado.

El interés de san Anselmo en estos temas está orientado hacia una de las grandes cuestiones teológicas de todos los tiempos: la relación entre libertad y gracia. Tratará de formular una definición de libertad que sea válida tanto par la situación de “viadores” como para la de los bienaventurados. Así dará con un especial concepto de libertad, clave de una antropología innovadora: “poder de guardar la rectitud”, dirá, en contraste con los pensadores escolásticos posteriores, que hablarán de “poder elegir”. Para San Anselmo la elección no puede ser la clave de la libertad ya que ésta es una perfección que existe también en los bienaventurados, y éstos no eligen. Esta idea de libertad es aplicable también a Dios.

Un tercer y último periodo (1093-1109) coincide con el tiempo que ocupa la sede arzobispal de Canterbury. En él se ocupa de los temas de la redención y la salvación del hombre. Destaca aquí su obra “Cur Deus homo” (“Por qué Dios se hizo hombre”), considerada como el primer tratado teológico sobre la redención. Quizá sea ésta la obra más importante del Arzobispo de Canterbury, su mayor aportación al campo de la teología. Algunos han considerado sus tesis como algo “juridicistas”, como si el motivo de la Encarnación del Verbo no fuera realmente el amor de Dios. Este tema dará lugar a un importante debate teológico. Baste decir aquí que la figura de Anselmo ha sido en gran parte rehabilitada por la teología contemporánea.

A nadie que esté familiarizado con la teología medieval se le escapará que estos tres periodos coinciden temáticamente con la estructura de la “Suma teológica” de Tomás de Aquino. No parece que se trate de una casualidad. Más bien estaríamos ante la concreción del viejo esquema neoplatónico de “exitus-reditus” (salida –retorno): todas las cosas procenden de un primer principio y se ordenan a un fin último, que es Dios. Esta idea está ya presente en San Agustín y subyace en las grandes síntesis del pensamiento medieval. En la mente de San Anselmo tuvo que estar presente este magnífico recurso de inteligibilidad que nos permite estudiar a Dios partiendo de la creación (Dios como causa eficiente) para volver a El como Redentor y santificador (causa final).

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