domingo, 31 de agosto de 2008

"Infiel" de Liv Ullmann

Hace aproximadamente un mes falleció Pedro Antonio Urbina,escritor, poeta, novelista, y también crítico de cine. Como pequeño homenaje queremos reproducir aquí su crítica a la película "Infiel", dirigida por Liv Ullmann (1999) con guión de Ingmar Bergman, publicada en Aceprensa en noviembre del año 2000.


Un drama psicológico durísimo
Han casi coincidido en el tiempo tres grandes películas que tratan el adulterio. Grandes porque son de Ingmar Bergman, guionista, y Liv Ullmann, directora-discípula, y de Manoel de Oliveira; y grandes también porque el tema es grande, más, importante. Las reflexiones de estos cineastas no son en sentido propio reflexiones, o al menos no lo son principalmente, pues se trata de cine, es decir, de una expresión artística: se trata más bien de visiones del adulterio y sus consecuencias. Como expresión artística, considero Encuentros privados (Private Confessions), de Ullmann-Bergman, la más acertada. La carta (La lettre), como casi toda la obra de Oliveira, es o me resulta un tanto aburrida, a pesar de su indudable calidad. Más interesante y sobre el mismo tema fue El Valle Abraham, en la que Oliveira se inspiró libremente en Madame Bovary.


Infiel (Trolösa), como Encuentros privados, no fue bien acogida en el Festival de Cannes; al menos en la Seminci de Valladolid dieron a Pernilla August, protagonista de Encuentros privados, el premio a la mejor actriz. Pero sí entiendo, hasta cierto punto, el silencio de Cannes sobre Infiel: tal vez exagerada (artísticamente exagerada) en la acumulación de adversidades como consecuencia de un adulterio. La propia Liv Ullmann lo considera un "drama psicológico durísimo y muy oscuro".

Respecto a Infiel, Ullmann dice sin ambages que "su historia es mi historia, y también la de Bergman". Este pormenor, que sea una experiencia subjetiva, será olvidado cuando permanezca esta película en la historia del cine como un monumento. Porque, ciertamente, Ullmann tiene razón: también "es la historia de todos nosotros, de todos ustedes, porque creo que la película habla de asuntos universales". Y no sólo es universal por hablar de asuntos universales -la realidad del adulterio y sus tremendas consecuencias-, sino que habla como película de manera universal, es decir, de manera plenamente artística.

Juego de adultos
"Creo en el perdón, porque toda mi vida he pensado que si no somos capaces de perdonar al otro, por ejemplo a la pareja infiel, la vida no avanza, todo se estanca, será imposible ser feliz de nuevo", dice Ullmann. Quizá por eso, por ser el guión de Bergman, en Infiel no hay perdón; pero tampoco hay petición de perdón. Una de las decisiones humanas más terribles es no querer pedir perdón, y la otra terrible decisión humana es no querer perdonar. En Infiel se viven estas dos decisiones como algo determinístico, inamovible, casi como si no dependiera de la voluntad, de la libertad personal.
Pero más terrible tal vez es lo que se ve en tanta película española y norteamericana de consumo fácil para determinados paladares: que los infieles ni siquiera sienten la necesidad de perdonar y de ser perdonados (por supuesto, en esas películas ni quieren ni dejan de querer como personas). Es decir, no está despierta su conciencia moral, ni dormida, sino muerta. No está Dios y la vida eterna en su horizonte. No ocurre así en estas películas de Ullmann-Bergman y de Oliveira.
Infiel comienza de una manera casi mágica: un escritor (Erlend Josephson) entrado en años, en su solitaria casa junto al mar, está escribiendo una obra de teatro y evoca a una mujer. La mujer (Lena Endre), una actriz, aparece y responde a sus preguntas. Sus respuestas se van convirtiendo en el relato de su vida infiel.
La película, de poco más de dos horas y media, no tiene ni un minuto inútil o innecesario; toda la tradición del buen cine nórdico se reúne en ella: el muy buen guión de Bergman y unas interpretaciones extremadas, en especial la de Lena Endre y Erlend Josephson. Como siempre también, los objetos tan bien fotografiados, y en su luz y color adecuados, parecen adquirir protagonismo, vida. La música tiene especial relevancia y fuerza, pues el marido es director de orquesta sinfónica. El otro intérprete es el amante, director de teatro, y divorciado, amigo de la familia. Y la figura doliente y pasiva es la niña del matrimonio.
Una especial densidad teatral interpretativa centra de modo exclusivo la acción en estos cuatro personajes; las demás figuras son sólo apoyatura fugaz. El quinto personaje -el escritor- está fuera de la acción, es un elemento de distanciamiento que permite reflexionar, encauzar el argumento, eludir sucesos... Un matrimonio unido, una niña feliz, un amigo leal..., y la irreflexión o irresponsabilidad ante la injusticia, el egoísmo de la sensualidad, que ciega y lleva a la crueldad, destroza todo.

Todo se desmorona
Liv Ullmann hace este comentario: "La infidelidad que Bergman retrata en su último guión no es una deslealtad consciente; no estamos ante un acto de voluntad. En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas. Los principios morales simplemente desaparecen. Hombres y mujeres deciden jugar a un juego de adultos: amémonos al límite, seamos felices juntos, olvidémonos de juzgar qué es bueno y qué es malo. Pero súbitamente todo se desmorona. Tragedia. Todos son infieles entre sí". Me parece ver en este párrafo -no sería justo pedir una precisión filosófica a un párrafo de una entrevista, quizá no bien transmitido...- la descripción que podría hacer Eva, la primera mujer, de su caída y desde sus consecuencias: éramos tan dichosos y, de pronto... ¡Y qué tragedia ahora!
Un moralista clásico replicaría a Eva-Liv: Sí que estamos ante un acto de voluntad; es un acto voluntario in causa: vosotros dijisteis ¡Olvidémonos del bien y del mal!: la causa. En ese momento queríais jugar a que no había principios morales. Y, súbitamente, toda vuestra simulación y fingimiento se desmoronó. La causa: quisisteis hacer como que erais dioses que se dan a sí mismos su propio fin, la naturaleza y sus leyes. Os mentisteis a vosotros mismos y al único que es Dios.
"Sin embargo, como yo lo veo -sigue diciendo Liv Ullmann-, la víctima resulta ser la niña, la personita que ha sido utilizada en el juego de los adultos, sentada en medio de un carrusel emocional, sin entender cuál es su verdadero papel en la historia". Esas personas mayores sí entienden su papel, lo conocen, porque son culpables. Y siguen siendo culpables mientras esa "personita" es "víctima".
Sin embargo, en algunas de esas películas a las que aludí antes, ésas de consumo a bajo precio, nadie se siente culpable. Hasta las niñas y niños son felicísimos pase lo que pase (porque lo decide el guión de bajo precio). Cabría poner en boca de una de esas insensatas de película esta frase que oí fuera de toda película: "¡Pues los niños tendrán que ir acostumbrándose a las separaciones de sus padres, y a cambiar de padre y todo eso...!".

Un estilo de vida
En el guión de Bergman, en esa tragedia -y la película no puede evitarlo-, hay una detallada y minuciosa presentación, un nudo inteligente, bien tramado, pero un desenlace, un desmoronamiento, ante el que los personajes parecen en cierto modo juguetes del destino... Si así es, cabría hablar de la insuficiente filosofía moral de Bergman, en la que falta una decidida afirmación de la libertad. O un retrato de la insuficiencia práctica generalizada, como dice Liv: "En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas". Como en los telefilms: una frase hecha -por ejemplo: "Es superior a mis fuerzas"- se presenta como justificación a que los instintos, los bajos instintos, arrollen la razón, el buen sentido, la justicia, la fidelidad... "Tengo ganas" o "no me apetece" se adopta como "un modo de vida". Es decir, el hombre rey... ni siquiera de sí mismo, sino del reino de sus tripas.

En el desenlace -"todos son infieles"- se acumulan demasiados males: el marido traicionado, en su desesperación (no hay en él soporte moral y, menos, religioso), engaña a su infiel mujer y se encuentra con ella, y la golpea y la insulta y la viola; propone a su hija -la ley le ha dado su custodia- que se suicide con él, y al fin se suicida solo; se descubre después de su muerte que también había sido, antes que su mujer, infiel a ella, y de manera estable. En el hogar de los amantes no parece arraigar la paz ni la felicidad, todo son discusiones y gritos: un arrepentimiento desesperado en ella, y una insensibilidad grosera en él. Decía, y lo repito, que artísticamente resulta o puede juzgarse excesivo. En todo caso, no hay razón suficiente para imponer a Infiel la ley del silencio. Si se recuerda la casi adoración que se vivió ante la obra de Bergman, es muy significativo este rechazo ahora, que pone el dedo en la llaga...: "Nada más doloroso y devastador que el divorcio". Esto es lo que dice, bien o menos bien, eso es lo que dice; y esta es la frase que abre su película.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Ética en las campañas de salud sexual

Existe un consenso internacional sobre prevención del sida que propone una estrategia con tres elementos: abstinencia para los jóvenes sin pareja, fidelidad en las parejas y, cuando lo anterior no sea posible, preservativo para reducir el riesgo. En cambio, las campañas de “sexo seguro” realizadas en España en los últimos quince años solo difunden el tercer mensaje. En el último número de Cuadernos de Bioética (enero-abril 2008), José Jara Rascón y Esmeralda Alonso Sandoica, analizan los presupuestos y resultados de esas campañas. Ofrecemos un resumen del trabajo.

El ejercicio de la sexualidad en la población adolescente se ha convertido en un campo de confrontación ideológica. Simplificando las posturas, se podría afirmar que el debate se reduce a dos líneas argumentales. Por un lado se afirma que la única actitud posible, en un Estado donde existe un amplio pluralismo de opiniones, es la promoción del “sexo seguro” mediante la utilización de preservativos u otros métodos de barrera en las relaciones sexuales para evitar tanto embarazos no deseados como posibles enfermedades de transmisión sexual.

Frente a esto, se situaría la opinión por la cual, precisamente debido a esta variedad de estilos de vida, el Estado debe promocionar las conductas que ofrezcan mejores posibilidades de conseguir una estabilidad afectiva y emocional a largo plazo en la vida sexual de sus ciudadanos. Se estaría hablando en esta última opción de “sexo responsable” y esto requeriría una actuación más integral en el campo de la educación abordando diversas facetas.

Los embarazos precoces no bajan

Desde 1995, periódicamente se repiten las campañas de salud sexual por parte del Ministerio de Sanidad. Los matices y lemas escogidos entre dichas campañas suelen oscilar poco, teniendo habitualmente como población diana a los adolescentes y a la población joven. La justificación aducida para su puesta en marcha suele ser la constatación del aumento del número de abortos, la propagación de la epidemia de la infección por el VIH (sida) o el aumento de enfermedades de transmisión sexual (ETS), y la propuesta que se ofrece a la población es siempre la misma: el uso de métodos de barrera mediante la utilización del preservativo. Dado que cada una de estas campañas tienen un alto coste económico (la iniciada en 2004 bajo el lema “Por ti, por todos, úsalo” requirió la inversión de 1,4 millones de euros), parece ineludible plantearse qué resultados se están obteniendo.

Concretamente, ¿se ha logrado, al menos, la estabilización de las cifras de abortos, la punta del iceberg de los embarazos no deseados, en los últimos años? Según datos del Instituto de Economía y Geografía del CSIC, en el año 2000 cuatro de cada diez adolescentes españolas entre 15 y 19 años que estaban embarazadas optaron por interrumpir la gestación durante ese año. Esa proporción resulta ser el doble de la encontrada en 1990.

Esta línea ascendente en el número de abortos entre los adolescentes se ha mantenido sin apenas mesetas en los informes oficiales emitidos en años sucesivos sin que las sucesivas campañas realizadas hayan sido capaces de frenarla. De hecho, el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE) en su informe “Juventud en España 2004” señalaba que, a pesar de que los jóvenes tienen hoy más información que nunca sobre temas sexuales y métodos anticonceptivos, todo indica que no es suficiente: una de cada diez jóvenes españolas se queda embarazada sin desearlo, la mayoría (un 75%) entre los 15 y los 21 años.

Estas importantes cifras de gestaciones interrumpidas y embarazos no deseados en la adolescencia parecen relacionarse con bastante probabilidad con el descenso en la edad de inicio en las relaciones sexuales. De hecho, una encuesta sobre “Sexualidad y anticoncepción en la juventud española”, realizada recientemente con más de 2.000 entrevistas personales a jóvenes entre 15 y 24 años, reveló que en sólo tres años la media de edad de la primera relación sexual había bajado de estar por encima de los 17 años a situarse en los 16 años.

Más infecciones

Por otra parte, llama la atención los escasos (más bien casi nulos) resultados alcanzados con la “píldora del día siguiente” (PDS), de la que se dispensaron en farmacias y hospitales durante 2005 medio millón de unidades.

Sin embargo, como se ha mencionado previamente, la cifra de abortos ha mantenido su evolución progresiva al alza sin inflexiones desde la introducción de este nuevo recurso de anticoncepción de emergencia. La explicación de este fenómeno es fácil de comprender si se tiene en cuenta que las posibilidades de embarazo tras una única relación sexual se sitúan en sólo un 8% y la eficacia de la píldora disminuye en relación al tiempo transcurrido desde el coito hasta su ingesta, por lo que no siempre es eficaz. Por tanto, un enorme número de píldoras dispensadas no habrán servido para interrumpir ningún embarazo, sencillamente porque dicho embarazo no se había producido. En cambio, la publicidad mediática desarrollada en torno a esta PDS, haciendo pensar que si se produce un embarazo no deseado la ingesta de la PDS resolverá el problema, parece aumentar el número de relaciones sexuales de riesgo, por lo que el efecto final conseguido es el inverso al previsto.

Respecto a las infecciones de transmisión sexual, la evolución de los últimos años, después de varias campañas consecutivas, tampoco permite demasiados optimismos respecto a los logros obtenidos. Frente a las 700 infecciones de sífilis y a las 805 de gonorrea declaradas en 2001, en 2005 se registraron 1.255 y 1.174, respectivamente, según datos del Sistema de Enfermedades de Declaración Obligatoria.

Visión simplista de la sexualidad

El ejercicio de la sexualidad conlleva una gran carga ética al implicar un acto de interrelación humana mediante el cual dos personas ponen en contacto no sólo sus cuerpos sino también su intimidad más profunda, entrando ahí en juego sentimientos, confianza, compromisos, afectividad e incluso disponibilidad para asumir todo lo que supone engendrar una nueva vida. Por el contrario, cuando lo que predomina es una vivencia contraria a la ética, el acto sexual puede ser también expresión de egoísmos, utilización de otra persona en beneficio propio, engaños, deslealtades e incluso ejercicio de vejaciones humillantes para la pareja.

Por tanto, plantear la educación sexual únicamente como aprendizaje de medidas de protección para no contagiarse de posibles infecciones o evitar embarazos parece una visión demasiado simplista de la sexualidad. Cuando este enfoque se vuelca sobre los jóvenes el resultado esperable es lo que se ha denominado una educación tipo “parche”, incapaz de atajar problemas, insuficiente, tardía y demasiado biológica.

De hecho, hay que asumir que el sexo no es, en contra de lo que a simple vista pueda parecer, una práctica estrictamente privada. Su repercusión social es enorme, con claras implicaciones sobre la demografía de los países y la necesidad de un amplio consumo de recursos si se realiza un mal ejercicio. Los embarazos de menores de 19 años, por ejemplo, suponen en una gran cantidad de casos rupturas de la trayectoria biográfica de esas personas, con déficits posteriores en su escolarización y consecuentes dificultades en su entorno social, laboral y familiar que requerirán posteriormente, en muchos casos, la ayuda de diferentes agentes sociales.

Imposible neutralidad

Sin embargo, posiblemente, las autoridades sanitarias, no sólo en España sino en el amplio entorno europeo occidental, se planteen que su función a la hora de diseñar estrategias de prevención en salud sexual para adolescentes debe mantener una postura neutral, lejos de ser calificada como “moralista”, teniendo en cuenta siempre las diferentes sensibilidades sociales ante la sexualidad. Pero, ¿es posible ser neutral en esta materia?

Se puede afirmar que existen dos posturas antagónicas respecto al modo de entender la sexualidad. En un extremo estaría el sentimiento de que la sexualidad se debe ejercer de modo libre, sin ataduras ni compromisos. En la contrapartida a esto, se situaría la idea de que los actos sexuales se deberían realizar en un contexto de amor, lo que implicaría lógicamente un compromiso, ya que no se entiende fácilmente un “amor” que sea de usar y tirar. Por todo ello, es difícil asumir que realmente se pueda mantener una postura estrictamente neutra al promover estilos de conducta sexual. O se acepta promover la estabilidad en las relaciones sexuales de nuestros jóvenes o se estará cayendo insensiblemente, aún sin proponérselo, en promover conductas de sexo entendido como un acto lúdico más, sin compromiso y sin amor.

La prevención realista

Debido a esto, el amplio grupo de expertos que, como expresión de un importante consenso, firmaron un artículo publicado en The Lancet bajo el título “Ha llegado el momento para una actuación conjunta en la prevención de la transmisión sexual del HIV”, optaban por desideologizar el debate sobre estrategias de prevención, en principio aplicables al sida, pero también extrapolables a actitudes y comportamientos de riesgo en cualquier actividad sexual. Mencionaban que una política sanitaria realista de prevención de infecciones por vía sexual debería incluir la promoción de la abstinencia entre los jóvenes sin pareja estable y de la fidelidad entre parejas estables ya constituidas, además de la promoción del preservativo para aquellos que ya hubieran optado decididamente por la promiscuidad.

Al igual que ante cualquier riesgo de epidemia, se intentaría así frenar su expansión disminuyendo el tiempo de exposición a los posibles agentes causantes de la infección y, simultáneamente, disminuyendo el número de posibles contactos capaces de propagar el agente infeccioso. Esta línea de actuación propuesta, básica ante cualquier riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas, no ha sido aceptada en nuestro entorno cultural. Sin embargo, no se han dado razones sanitarias, epidemiológicas, para rechazarla.

En el mismo sentido se ha manifestado la Academia Americana de Pediatría, la cual, a través de su Comité sobre la Adolescencia, elaboró recientemente un informe incluyendo entre sus recomendaciones “promover la abstinencia sexual entre los pacientes adolescentes en el momento apropiado” para conseguir disminuir situaciones de riesgo. Posteriormente, este mismo Comité ha aportado nuevas reflexiones sobre la influencia de los medios de comunicación en la sexualidad de la adolescencia concluyendo de modo bastante realista que parece imprescindible buscar la colaboración de los medios en la promoción de actitudes saludables como la abstinencia y la fidelidad en los adolescentes. Estos postulados, no se ofrecen desde ninguna postura ideológica o religiosa preconcebida, sino que se argumentan exclusivamente en base a motivaciones de prevención en salud pública.

Un clima social favorable

Sin embargo, no se debería caer en posturas demasiado simplistas o excesivamente optimistas, asumiendo que bastaría con promover la abstinencia sexual entre los jóvenes, mediante slogans atractivos en carteles publicitarios, para que el comportamiento de éstos cambiase en un importante porcentaje, lográndose así disminuir las tasas de abortos, embarazos no deseados o ETS.

Para maximizar las posibilidades de éxito en la prevención de actitudes de riesgo promoviendo un ejercicio responsable de la sexualidad, se deberían intentar actuaciones en un doble plano: la formación a nivel educativo (involucrando tanto a profesores como a los propios padres de los adolescentes) y la creación de un clima social favorable (cooperación de medios de comunicación, agentes sociales, apoyo político institucional).

Respecto al clima desarrollable cara a cara con los adolescentes, tanto en la escuela como en las familias, parece básico señalar que sólo una educación integral en valores puede aportar el marco apropiado para que se comprendan conceptos como la lealtad en las relaciones de pareja, el respeto hacia la otra persona, el autodominio en el control de la afectividad, la aceptación del compromiso como un valor positivo, la apertura hacia la entrega que supone aceptar una gestación, etc.
En este sentido, se deberían propiciar encuentros con los padres para encarar posibles dudas sobre la educación de los hijos adelantándose a problemas futuros. Se intentará así fomentar la madurez afectiva del adolescente, intentando prevenir que las primeras relaciones sexuales obedezcan a presiones del grupo que le rodea, por seguir una moda más o menos impuesta pero no deseada o como consecuencia de situaciones de alcoholismo o consumo de drogas de fin de semana. Este último tipo de relaciones compulsivas, precipitadas, realmente no reflexionadas, son las que pueden con más facilidad dejar secuelas psicológicas o dar lugar a embarazos no deseados, de los cuales un importante porcentaje acabará engrosando el número de abortos ya existente.

Esta visión integradora de la sexualidad debe ser respaldada por la sociedad para no crear un clima de esquizofrenia intelectual entre las enseñanzas recibidas en el entorno próximo del adolescente y lo que se percibe a través de otras fuentes de información. De esto se deriva una gran responsabilidad para los poderes públicos, que pueden propiciar un clima favorable a un ejercicio responsable de la sexualidad o favorecer que se considere como una simple actividad lúdica más. El diseño de campañas de salud sexual donde se recuerde a los adolescentes que “las relaciones no son un juego” puede favorecer la aceptación de normas de autocontrol por parte de los jóvenes, al crearse un clima favorable para ello, del mismo modo que se ha propuesto en relación con el abandono del tabaquismo o del consumo de drogas.

martes, 19 de agosto de 2008

Virtudes humanas

Hemos considerado que la persona humana tiene la capacidad de determinar por medio de la libertad su propia conducta. La acción libre, fruto de una decisión voluntaria, tiene una propiedad denominada «moralidad»; esto es, una cualidad que consiste en la contribución positiva o negativa a la perfección o realización de la persona en cuanto tal. La acción moralmente buena es aquella que obedece al bien de la persona, al desarrollo positivo de su ser personal considerado en sí mismo y en el contexto social y religioso de la persona.

La filosofía griega puso de manifiesto que mediante la acción libre la persona adquiere un desarrollo ontológico. El ser de la persona se engrandece o se degrada, progresa o degenera, mejora o empeora sustancialmente. Este engrandecimiento o empobrecimiento moral se expresa a nivel ontológico mediante el concepto de hábito.

Los hábitos derivados de las acciones moralmente buenas se denominan virtudes. Los que proceden de acciones defectuosas o perniciosas desde el punto de vista moral se denominan vicios. En el contexto personalista en el que se escriben estas páginas, las virtudes manifiestan la orientación de la conducta que contribuye a la realización de la persona en cuanto tal. El estudio de las virtudes nos permite explicar en qué consiste «ser una buena persona». Nos permite explorar las principales pautas que permiten alcanzar una mejor realización personal. Pasemos a enumerar y explicar muy brevemente algunas virtudes agrupadas en diversas familias.

La riqueza interior de la persona

El espíritu humano requiere motivaciones fuertes para adquirir compromisos de entidad que llenen la vida de contenido y sentido. Esas motivaciones son fruto de convicciones firmes, ideales y valores profundos por los que vale la pena luchar. Es preciso propiciar desde la infancia el descubrimiento de ideales capaces de entusiasmar en la construcción de un mundo más humano. Es preciso despertar el afán de liderazgo; la hora actual reclama nuevos líderes que sean artífices de una sociedad capaz de renovarse a sí misma.

El bien de la persona requiere el cultivo de las capacidades intelectuales: la cultura, el saber intelectual, el desarrollo de la capacidades de pensar, reflexionar, indagar sobre las grandes cuestiones humanas, el amor a la sabiduría... Entre los hábitos que forman parte de este campo cabría destacar los siguientes:

El interés por la cultura: el deseo de conocer los fenómenos más destacados del patrimonio cultural, social e histórico en el que se vive. La persona necesita profundizar en las raíces de la propia nación o pueblo y de los avatares históricos que dar razón de la configuración social y cultural actuales. Sólo así se puede encontrar el sentido de las principales instituciones y principios que configuran la vida social y política en la que nos encontramos.

El autoconocimiento
de las propias capacidades y limitaciones, de las posibilidades de hacer el bien y del deber de reparar los posibles daños cometidos hacia terceros.

El interés por conocer el propio entorno: las personas y los acontecimientos sociales más relevantes de nuestro medio más cercano.

La sinceridad: capacidad de comunicar a los demás la información sobre los sucesos que tienen derecho a saber sobre uno mismo y los demás. La humildad intelectual, que consiste en la aceptación de la propia ignorancia y los errores que cometemos en el discurso comunicativo con los demás. Todos tenemos experiencia de lo fácil que resulta —en esas conversaciones que muchas veces surgen espontáneamente— caer en una dinámica de crítica, difamación o calumnia —de personas y actuaciones— sin disponer de información o elementos de juicio y motivos para llevarla a cabo. Esta virtud fomenta la cautela y prudencia a la hora de establecer juicios de valor sobre personas y sucesos.

El orden interno de la persona

La condición corporal, sensible y afectiva del hombre condiciona de alguna manera toda su existencia. Hemos de cuidar bien el cuerpo, alimentarlo, vestirlo, ejercitar sus capacidades físicas para que se desarrolle sanamente: hacer deporte, evitar riesgos excesivos de perjudicar la salud, curar convenientemente las enfermedades.
Además se requiere educar convenientemente la percepción, los sentidos, los sentimientos, los afectos, las pasiones, el gusto... La psicología humana requiere aprendizaje, desarrollo, cultivo de capacidades. Es preciso aprender a ver, a fijarse, sentir la realidad, los valores, la belleza, la estética.

El buen gusto o educación en el vestir, en el comer, en el hablar; la elegancia y corrección en el trato con los demás, el cultivo del gusto por la belleza, por el arte en sus más variadas manifestaciones: la literatura, la música, la pintura... constituye un verdadero tesoro humano, que a todos nos compete cultivar y enriquecer progresivamente.

Es preciso cultivar el conocimiento de sí mismo: los estados anímicos que atravesamos con objeto de no darles más importancia de la que tienen y superar estados de decaimiento o euforia evitando actuaciones imprudentes. Además se deben cultivar sentimientos positivos que nos permitan captar mejor las situaciones dolorosas y gratificantes en la convivencia con los demás: aprender a simpatizar con los demás; esto es, participar de alguna manera en los sentimientos ajenos.

Para saber estar, para amar, para darse a los demás es preciso poseerse correctamente: es preciso aprender el autodominio. Este dominio respectos a los propios sentimientos, afectos, pasiones permite desarrollar un conjunto de virtudes, entre las que cabe destacar:

La templanza. Es el orden adecuado que establece el espíritu sobre las instancias anímicas afectivas, sentimentales y emotivas de la persona. La sociedad occidental ha caído en una espiral de consumismo exagerado, en un vivir para producir y gastar motivados por un descontrolado afán de disponer, usar, tener... que con frecuencia lleva al hastío, a la supervaloración de los medios materiales convertidos en fines, al deterioro de la ecología... Es preciso reeducar el uso y compartición de los bienes a fin de no hacernos esclavos del disfrute de las cosas sino que éstas sirvan al verdadero bien de las personas, la convivencia y la solidaridad humana.

La economía entendida como la virtud reguladora de la dimensión económica de la persona: el uso y disfrute de los recursos humanos con sentido de solidaridad, la consecución y uso del dinero, la moderación del gasto, al arte de comprar lo que conviene, cuando conviene y donde conviene.

La castidad. Es la educación de las facultades sexuales de la persona. La castidad permite mitigar, desarrollar y encauzar la emotividad, la afectividad y las pasiones venéreas hacia la entrega amorosa requerida para la realización de la vocación esponsal de cada persona.

martes, 12 de agosto de 2008

La pobreza no es una fatalidad

Ricardo Benjumea publicaba hace meses en "Alfa y Omega" un interesante artículo que nos puede hacer pensar. Ya el título tenía algo de provocación y mucho de verdad: "Los ricos, cada vez más ricos..., a expensas de los pobres"



Necesitamos un nuevo concepto de "calidad de vida", porque la senda del consumismo es insostenible; siempre querremos más y más, seremos infelices y nunca nos daremos por satisfechos. Lo reconocía el Worldwatch Institute, en su informe El estado del mundo. 2004. La advertencia no es gratuita: el 20% de la Humanidad acapara el 80% de los recursos del planeta, y esta voracidad es el motor que mantiene un sistema de injusticia que sume en la pobreza a millones de personas. Hay dos noticias, una buena y otra mala. La mala es que los ciudadanos de los países ricos cargamos sobre nuestras espaldas con parte de la responsabilidad del hambre, la guerra o las muertes por enfermedades fácilmente curables en el tercer mundo. La buena es que cada uno de nosotros, aunque sólo sea con pequeños gestos, puede contribuir a hacer mejor este mundo.
Se ha extendido entre los economistas el término que Robert K. Merton, padre de la moderna sociología de la ciencia, bautizó como efecto Mateo:
«A quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene»
Los ricos –en otras palabras– cada vez son más ricos; y los pobres, cada vez más pobres.

Dice el último Informe sobre Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): «Más de 1.200 millones de personas –una de cada cinco en todo el mundo– sobrevive con menos de 1 dólar al día. Durante los años 90, la proporción de personas que sufría la pobreza de ingresos extrema descendió de un 30% a un 23%. Sin embargo, teniendo en cuenta el crecimiento de la población mundial, la cifra sólo descendió en 123 millones. Si se excluye a China (que consiguió sacar de la pobreza a 150 millones de personas), la cifra de personas que viven en la pobreza extrema en realidad aumentó en 28 millones».

Nadie se libra. El aumento en las desigualdades sociales ha sido una constante durante los últimos 10 años, según doña María José Hernando, del Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas. Cáritas España ha analizado en sucesivos estudios este fenómeno de la pobreza creciente. Más de dos millones de familias españolas, estimadas con “criterio conservador”, viven, según esta organización, bajo el umbral de la pobreza; es decir, por debajo de la mitad de la media de la renta disponible neta. Son un 19,4% de los hogares y un 22,1% del conjunto de la población.

Desde mediados de los años 80, han sido frecuentes, en el mundo rico, los recortes en el Estado del Bienestar. El proceso ha incluido reformas fiscales que han penalizado a las rentas del trabajo frente a las del capital, y que, proporcionalmente, han bajado los impuestos para los más ricos. La precariedad laboral ha introducido un nuevo factor de riesgo: aquellas familias que viven en la pobreza moderada corren el peligro, ante una mala racha, de caer en picado hasta los niveles de pobreza más extremos.

Preocupa mucho, entre los expertos, la aparición de nuevos y serios problemas de aprendizaje y disciplina en el sistema educativo. Muchos chavales pasan por la escuela sin sacar el mínimo provecho necesario para poder valerse por sí mismos, en una sociedad cada vez más competitiva y despiadada con quienes fracasan. Los problemas de conducta, el consumo cada vez más temprano de drogas, la aparición de pandillas marcadamente antisociales… auguran la triste realidad de futuras bolsas de exclusión social. María José Hernando señala, además, el peligro de «no subirse al carro de las nuevas tecnologías, que es lo que le permitirá a uno no descolgarse de los requisitos personales que introducen los avances tecnológicos. Si se pasa esa barrera, es muy difícil volverse a incorporar. Ese muro es cada vez más infranqueable».

El saqueo del Sur

Quizá no sea España la tierra del Paraíso terrenal, pero, por graves que sean las contradicciones internas, pertenece al selecto club de países en los que comer tres veces al día, percibir un seguro por jubilación o desempleo, y disponer en casa de teléfono, luz y agua potable no es ningún extraño lujo.

Europa es la primera potencia comercial del mundo; compra y vende todo tipo de bienes y servicios. Y sus niveles de consumo son, con Estados Unidos y Japón, los más altos del mundo. Pero ¿qué produce de todo ello? «Poquísimo –responde Hernando, de Manos Unidas–. No tenemos bosques, nuestras minas están agotadas; no tenemos petróleo… Es decir, los bienes que necesitamos para mantener los niveles de consumo actuales, para que funcionen los sistemas de locomoción, las telecomunicaciones..., todo eso lo extraemos del tercer mundo. Y en condiciones muy injustas, a menudo a cambio de armas o financiación para grupos armados rebeldes. Es muy fácil llegar a estos países, donde hay mucha inestabilidad social y política, con unos Gobiernos corruptos, y proponer cualquier tipo de canje que a ellos les facilite el mantenimiento del poder». Triste ejemplo de esta realidad es la implicación de multinacionales occidentales en la guerra de la República Democrática del Congo, denunciada por las Naciones Unidas. En el caso de la Ayuda Oficial al Desarrollo, el politólogo don Carlos Gómez Gil (España y la ayuda oficial al desarrollo: los créditos FAD, CIP. 1994) destapó que, durante los años 80, España ayudó a muchos países pobres con créditos para la compra de armamento.

Otra cuestión es la de «las empresas que se instalan en el tercer mundo para explotar mano de obra en condiciones en las que jamás podrían hacerlo aquí», y que, con el daño que producen al medio ambiente, ponen en peligro el sustento de varias generaciones. Pues bien, «gracias a eso, hay productos que llegan a los países ricos a precios que nos parecen, en muchos casos, ridículos», dice María José Hernando. «Debemos informarnos. Es importante comprender que todos esos datos de la pobreza en el mundo se producen por algo. Y que hay solución». Podemos, por ejemplo, «colaborar con organizaciones, trabajar como voluntarios, participar en denuncias, comprar productos de comercio justo... Son muchas cosas, muy sencillas, las que cualquiera podemos hacer a nivel personal. De entrada, intentar ser un poco austeros, y destinar una pequeña cantidad a personas u organizaciones que verdaderamente lo necesitan. ¿Arreglar el mundo? Con esos pequeños gestos, es una pequeña parte del mundo la que se transforma, y eso ya es importante. Nosotros creemos que es posible; por eso trabajamos. Además, no queda otro remedio. Este mundo no va a ir a ninguna parte así; no podemos seguir viviendo a expensas de los demás. En cualquier momento, los pobres se van a hartar de ser pobres, y nos van a querer devorar».

miércoles, 6 de agosto de 2008

La ideología de género

Resumen sobre la "ideología de género" escrito por Benigno Blanco. Presidente del Foro Español de la Familia

La humanidad no ha conocido las ideologías hasta final del siglo XIX. A lo largo de toda la historia han existido ideas, planteamientos filosóficos, construcciones intelectuales, pero no ideologías.
Una ideología, como fenómeno moderno, es un sistema omnicomprensivo y cerrado, que da una visión completa del hombre, de la sociedad, de la historia y de todos los sucesos de la vida ordinaria, sobre la base de unos principios muy sencillos. Además, una vez aceptados esos principios, es coherente en sí misma.
Si uno admite los presupuestos de esa ideología, toda su construcción es lógica y coherente. Hay que colocarse fuera para ver sus inconsistencias. Si uno comparte los prejuicios de Hitler sobre la moral, la historia y el papel de los arios y judíos, es coherente matar a millones de judíos, personas inocentes. Si uno comparte la visión de la lucha de clases de Marx, se entienden los 50 millones de muertos del régimen soviético.

En este comienzo del siglo XXI, nos encontramos, sin darnos cuenta de toda su trascendencia, ante uno de los fenómenos más influyentes en toda nuestra cultura, con clara repercusión negativa en la familia y en toda nuestra sociedad. Se trata de la “ideología de género”.

Confrontación ideológica

Hoy día, sigue habiendo a escala interplanetaria una confrontación ideológica tan global y omnipresente, como la que existió entre marxismo y libertad en el siglo XX. La actual, es la confrontación entre una concepción de la persona y la sociedad inspirados, aunque sea vagamente, en el humanismo occidental por una parte, y la ideología de género, por otra. Se trata de dos sistemas cerrados y omnicomprensivos, alternativos y no comunicables.

Normalmente, no percibimos esta lucha ideológica como tal, porque muchos de los que viven en la tradición de la cultura occidental no son conscientes de ello; y porque por el otro bando, muchos de los defensores de la ideología de género ocultan que sus planteamientos sean ideológicos, y nos los presentan como iniciativas aisladas defensoras de derechos: el derecho de la mujer a abortar, el derecho de los homosexuales a casarse, el derecho de los transexuales a ser felices e inscribirse en el Registro Civil... Nos presentan como cosas aisladas, lo que –de hecho– es la agenda política de una ideología fuertemente estructurada.

Movimiento feminista de “los 60”
La ideología de género surgió en el seno del movimiento feminista norteamericano a finales de los años 60 del siglo pasado, cuando un grupo de mujeres partidarias empezaron a criticar al feminismo anterior, afirmando que se había equivocado de objetivo, al tener como meta la igualación entre el hombre y la mujer.

Para estas nuevas feministas, que se autodenominaron como de género, el objetivo de la liberación de la mujer no se consigue igualando en derechos a la mujer con el hombre, sino haciendo desaparecer la distinción entre hombre y mujer.

Afirman estas ideólogas que no hay nada natural en la distinción entre hombre y mujer. En su opinión los roles psicológicos, sociales y sexuales asociados a la condición masculina y femenina, son una pura construcción cultural, hecha por el hombre, para “esclavizar” a la mujer como hembra al servicio de la “función reproductiva”, en beneficio del varón, a través de esa “institución opresora” que es el matrimonio.

Por tanto, si no hay ninguna distinción que sea natural y no cultural entre hombre y mujer, lo que hay que hacer para liberar a la mujer es erradicar, “deconstruir” –suelen utilizar este término, cogido de la filosofía estructuralista - todas las categorías culturales, religiosas, jurídicas y lingüísticas que durante siglos se han puesto en marcha para reforzar –según esta ideología-la distinción antinatural entre hombre y mujer.

Prefieren el término “género” al de “sexo”, porque sexos sólo hay dos.
“Género” es un término cogido de la lingüística, y nos lleva al terreno de lo cultural. Para ellas, el “genero” es una construcción personal que cada uno hace libremente; a esa construcción es a lo que llaman “orientación afectivo-sexual”.

Para esta ideología, cada uno se construye su orientación afectivo-sexual de forma autónoma, sin ningún condiciona miento natural –dado que no hay nada natural, para ellos, en materia de sexo y por tanto, construya como construya cada uno su identidad, su orientación afectivo–sexual, todo es igualmente valioso: ser heterosexual, transexual, bisexual, homosexual, es fruto de la autonomía personal de cada uno y, por tanto, igual de valioso. No se puede decir que una de estas orientaciones sea mejor que otra.

Maternidad y matrimonio
¿Qué es, para los ideólogos de la filosofía de género, lo único malo que hay en materia de sexualidad? Aquello, dicen, que fija a la mujer como mujer; es decir, la maternidad, que es lo que hace que la mujer quede consagrada físicamente como mujer, y aquella institución inventada por el varón para esclavizar a la mujer a la maternidad: el matrimonio. Por eso, todos los planteamientos de la ideología de género están imbuidos de verdadera fobia a la maternidad y al matrimonio.

¿Por qué se regula en la nueva ley de identidad de género el derecho de los transexuales a inscribirse en el Registro Civil con el sexo que deseen, al margen de cuál sea su configuración cromosómica y morfológica? Porque la identidad sexual yo la creo a voluntad, no depende de que me opere o no, me corte o me ponga cosas; si yo decido, sea cual sea mi cuerpo, que soy mujer, me inscribo como mujer; y, si yo decido que soy hombre, tengo el derecho a inscribirme como hombre. Es la última idea de la ideología de género: uno elige libremente su sexo, su género y, además, tiene el derecho a que los demás se lo reconozcan así, por la inscripción en el Registro Civil.

Judith Buttler, una de las ideólogas de género que más se lee en la sociedad norteamericana, suele afirmar que la verdadera liberación no está sólo en la construcción autónoma de la propia orientación afectivo-sexual, sino en que los demás te la reconozcan. Yo sólo soy libre cuando decido si soy hombre, mujer, transexual, al margen de mi cuerpo, y, además, para ser libre necesito que los demás me reconozcáis esta elección que he hecho; que seáis obligados a tratarme como yo me veo.

De ahí este intento de acabar con cualquier juicio que distinga moral, jurídica o sociológicamente entre mujeres y hombres; porque hace falta para que la propia liberación se consume, que los demás te tengan que reconocer cómo tú has decidido que eres.

Quizá la definición más precisa que he encontrado, de lo que supone la ideología de género, es una frase que leí enuna obra de Ratzinger, cuado era Cardenal todavía: “la ideología de género es la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura”. Y se explicaba: el hombre moderno, con el ateísmo, ha pretendido negar la existencia de una instancia exterior que le diga algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo que es bueno y lo que es malo para él; el hombre moderno, con el materialismo, ha intentado negar las exigencias para sí mismo y su libertad, derivadas de admitir su condición de ser también espiritual; y ahora, con la ideología de género, el hombre moderno pretende liberarse ya hasta de las exigencias de su propio cuerpo. El hombre moderno, con la ideología de género, es un ser autónomo que se construye así mismo, es pura voluntad que se autocrea, ya es dios para sí mismo.

Omnipresencia
Pues bien, la ideología de género, en estos momentos, es una ideología omnipresente en todas las agencias de Naciones Unidas, a partir de comienzos de los años 90. Las Agencias de Población de ONU, en concreto, el Fondo para Población, UNICEF, UNESCO, la OMS, han ido cada vez más, en todos sus documentos, elaborando y promulgando para todo el mundo las categorías propias de la ideología de género.

La primera vez que oí hablar de esta ideología, en unos términos que me parecieron tan raros en aquel momento, fue con motivo de la Cumbre de El Cairo, en 1994, sobre Población, y la siguiente, en el año 95, en Pekín, sobre la Mujer, organizadas por Naciones Unidas.

Las conclusiones de ambas cumbres motivaron una reacción a escala planetaria del Papa Juan Pablo II, precisamente para intentar evitar que las declaraciones oficiales de esas Cumbres convirtiesen en doctrina de ONU la filosofía y terminología propias de la ideología de género. Lo consiguió sólo en parte, y desde entonces se ha seguido avanzando imponiendo esos criterios. Es ya una realidad que desde Naciones Unidas la ideología de género ha pasado a la Unión Europea, y de ahí a las legislaciones de los países que la componen, como es el caso del nuestro en estos momentos.

Hoy día, la ideología de género y la lucha contra la vida van absolutamente unidas. Esta ideología es manejada por las agencias de población de Naciones Unidas como un instrumento de control de natalidad. Como dijo una responsable de políticas de población de NNUU: hoy no queremos controlar la población dentro de los roles de género tradicionales, sino cambiar esos roles de género para controlar la población.

Ahogar el mal en abundancia de bien
Sabiendo las consecuencias negativas para la familia y para toda la sociedad que tiene esta ideología, es urgente iniciar una batalla cultural que contrarreste su expansión. En primer lugar, con nuestra palabra, hablando de tantas cosas valiosas que llenan nuestras vidas y nuestros hogares, sin miedo a exhibirlas ante nuestros conciudadanos, en esta época nuestra que no necesita tanto maestros como testigos, gente que enseñe con su vida cómo merece la pena vivir. Por otra parte, para convencer con argumentos sociales sólidos hay que formarse, leyendo y escuchando a quienes pueden ayudarnos a tener los criterios claros.

Esto es muy importante en temas que tienen una incidencia tan directa en la felicidad personal, como el matrimonio, la familia y los hijos. Si la gente nos ve a nosotros felices, si la gente nos ve exhibir con normalidad nuestra condición de casados, de padres, de hijos; si la gente nos ve enamorados de la vida, si ve que somos capaces de procrear y no temer a la vida, iremos incidiendo en clave positiva en los demás.

Otra forma de influir positivamente es asociarnos. Uno solo, en una sociedad pluralista como la nuestra, puede un poquito; todos juntos podemos hacer más, y muchos juntos y asociados pueden hacer muchísimo más.

Tenemos todos, sin hacer cosas extrañas, un gran poder. Si toda la gente que vive enamorada de las cosas buenas asumiese esta faceta de responsabilidad social, de defender las cosas buenas, creo que, de verdad, tendríamos la capacidad de cambiar el mundo de manera radical.

sábado, 2 de agosto de 2008

Peligros de la cohabitación

Vivir juntos antes del matrimonio es una práctica muy común para las parejas de muchos países. Muchos lo defienden basándose en que permite a los futuros marido y mujer conocerse mejor mutuamente. John Flynn, publica en Zenit reflexiones sobre un estudio relizado en Estados Unidos.


Sin embargo, existen evidencias abundantes de que la cohabitación es más un obstáculo que una ventaja a la hora de prepararse al matrimonio. Michael y Harriet McManus publicaban hace poco "Living Together: Myths, Risks and Answers" (Vivir Juntos: Mitos, Riesgos y Respuestas) (Howard Books), que documenta su investigación sobre este tema.
Los autores, fundadores de la organización Marriage Savers, advierten que las parejas que cohabitan antes del matrimonio tienen más probabilidades de divorciarse después. Hay una gran diferencia, afirman, entre un lazo permanente como el matrimonio y el vivir juntos en una relación condicional.
Lo típico de la cohabitación es que los dos individuos estén más preocupados en obtener satisfacción de la otra persona, escriben. En el matrimonio, en contraste, los esposos tienden a centrarse más en dar satisfacción a la otra persona.
Uno de los mayores problemas con la cohabitación, explica el libro, es que las dos partes suelen comenzar a vivir juntos por motivos muy diversos. Mientras que muchas mujeres lo consideran como un paso hacia el matrimonio, los hombres lo hacen por conveniencia, y no como un compromiso en firme.

Injusticias

Además, los autores citan estudios que muestran que la cohabitación típica no es una división al 50-50 de los gastos y cartas. Las mujeres tienden a aportar más, tanto en términos monetarios como de trabajo doméstico. Numerosos estudios recientes demuestran también que las agresiones físicas contra mujeres son mucho más comunes entre parejas en cohabitación que entre parejas casadas. La violencia grave y el asesinato están mucho más presentes entre parejas que no están casadas.
Otra preocupación es el bienestar de los hijos. Michael y Harriet McManus apuntan que el 41% de las parejas que vivían en cohabitación en Estados Unidos en el 2003 tenían hijos menores de 18 años viviendo con ellas. Los niños de las parejas que conviven sin estar casadas tienen grandes desventajas. Comparados con los hijos de parejas casadas, tienen un mayor índice de delincuencia, les va peor en los estudios, y sufren psicológicamente del ambiente de un hogar inestable.
Un informe publicado en junio por el “National Marriage Project” de la Universidad Rutgers aportaba más información detallada sobre los peligros de la cohabitación. Su autor es el experto en familia y matrimonio David Popenoe. El estudio titulado "Cohabitation, Marriage and Chile Wellbeing: A Cross-National Perspective" (Cohabitación, Matrimonio y Bienestar de los Hijos: una Perspectiva Nacional" comienza por indicar: "Ningún cambio en los tiempos modernos ha influido más, y más dramáticamente y con tanta rapidez, como la cohabitación heterosexual fuera del matrimonio". Popenoe citaba datos de las cifras de Estados Unidos del 2002 que muestran que más del 50% de las mujeres entre 19 y 44 años han cohabitado durante alguna época de sus vidas. Mientras que el índice de cohabitación se ha disparado, el índice de matrimonio se ha reducido mucho, añadía.

Preocupación social

"La cohabitación en lugar del matrimonio debería considerarse una preocupación social importante", advertía Popenoe. Explicaba que abundante investigación demuestra las claras ventajas de las parejas casadas, que son normalmente más felices, más sanas y les va mejor económicamente. La investigación apunta también a una significativa reducción de estas ventajas si una pareja convive sin estar casada.
Popenoe coincidía con el libro de los McManus en cuanto a las desventajas para los hijos. Dado que las parejas que cohabitan tienen un índice de ruptura mayor en comparación con las parejas casadas, esto trae consigo más estrés y tensión para los hijos. Mayores índices de abuso infantil y más violencia familiar también tienen generan problemas para los niños.
Estas desventajas para los hijos, comentaba Popenoe, también tienen mucho que ver con la tendencia mayor en la vida familiar de los últimos años de pasar de que los padres casados críen a los hijos a que sean criados por un solo progenitor, normalmente la madre. En gran número de países hay un 50% de probabilidades de que un niño pase algún tiempo viviendo sólo con un progenitor antes de alcanzar la edad adulta.
Esto surge tanto de nacimientos fuera del matrimonio como de rupturas después del nacimiento. La cohabitación es un factor muy alto debido a los nacimientos en parejas no casadas. También tiene su responsabilidad el mayor índice de rupturas de las parejas en cohabitación que tienen hijos - que más del doble que en las parejas casadas con hijos.
Popenoe atribuye el alto índice de rupturas a la falta de compromisos de las parejas que en cohabitación, un punto mencionado también en el libro de los McManus. Quienes cohabitan, afirmaba, "tienden a tener un sentido de la identidad de la pareja más débil, menos voluntad de sacrificarse por el otro, y menor deseo de ver que la relación se proyecte a largo plazo". Citaba un estudio llevado a cabo en Estados Unidos que calculaba que las parejas en cohabitación tienen un índice de rupturas cinco veces mayor que las parejas casadas.

El caso europeo

Popenoe también consideraba la situación en Europa, donde la cohabitación se ha extendido incluso más que en Estados Unidos. En Europa del Norte y Central, además de en el Reino Unido, el 90% de las parejas viven juntos antes de casarse. En general, comentaba Popenoe, casi todos estos países, además de otros como Australia y Nueva Zelanda, se dirigen a índices de cohabitación tan altos como los encontrados en Escandinavia.
En respuesta a estos cambios muchos gobiernos han introducido diversas legislaciones para reconocer a las parejas de hecho que otorgan una serie de ventajas legales a las parejas que registran su relación. Todavía no está claro, observaba, si la legislación sigue a los cambios sociales, o si ella misma ha impulsado también el aumento de la cohabitación. Es probable, sin embargo, opinaba Popenoe, que el dar reconocimiento legal a la cohabitación debilite el estatus del matrimonio.
"No puede haber dudas de que el aumento de la cohabitación no marital en las naciones modernas ha debilitado gravemente la institución del matrimonio, y ha contribuido mucho al aumento sustancial y continuado de los nacimientos fuera del matrimonio y de las familias monoparentales", concluía Popenoe al final de su análisis.
Desde el punto de vista del bienestar de la sociedad y de los hijos la cohabitación tiene pocas ventajas, sostenía. Incluso en algunos países europeos con sistemas de bienestar muy buenos que respaldan a los hijos aun así hay una diferencia sustancial en sus bienestar entre los niños que crecen en familias intactas y los que no.

Compromiso de por vida

El matrimonio y la familia han sido uno de los temas examinados por Benedicto XVI en su reciente visita a Estados Unidos. Durante la celebración de las vísperas con los obispos el 16 de abril, el Papa mostraba su "profunda preocupación" por la situación de la familia. El pontífice comentaba que la vida familia no es sólo donde podemos vivir la experiencia de la justicia y el amor, sino también el lugar primario de la evangelización y la transmisión de la fe. Observaba que además del aumento de divorcios, muchos hombres y mujeres jóvenes eligen posponer el matrimonio o renunciar a él.
"Algunos jóvenes católicos consideran el vínculo sacramental del matrimonio poco distinto de una unión civil, o lo entienden incluso como un simple acuerdo para vivir con otra persona de modo informal y sin estabilidad", observaba el Santo Padre.
"Está simplemente ausente la recíproca autodonación de los novios a la manera de Cristo, mediante el sello de una promesa pública de vivir las exigencias de un compromiso indisoluble para toda la existencia", añadía.
"En esas circunstancias se les niega a los hijos el ambiente seguro que necesitan para crecer como seres humanos, e incluso se niegan a la sociedad aquellos pilares estables que son necesarios si se quiere mantener la cohesión y el centro moral de la comunidad", concluía Benedicto XVI. Problemas contra los que muchos países del mundo están tratando de luchar.