miércoles, 21 de octubre de 2009

Benedicto XVI en la República Checa

La idea de que la búsqueda de la verdad hace posible un consenso sobre los valores comunes ha estado en el centro de las palabras de Benedicto XVI durante su visita a la República Checa. En un país con pocos creyentes, el Papa ha expuesto un mensaje de ideales anclados en la verdad y presentados de un modo positivo. Aceprensa (30 Septiembre 2009).

Brno. Cuándo llegó la noticia de que el Papa Benedicto XVI visitaría la República Checa, las reacciones más comunes, dependiendo de la importancia que la gente daba a la figura del Papa y, por supuesto, de la extensión de su fe, eran curiosidad y esperanza. Y fue la segunda reacción la que constituyó uno de los principales mensajes de su visita.

El Papa tuvo poco tiempo y muchas cosas a hacer. Pero encontró tiempo para todos. Desde el aeropuerto de Ruzyne fue a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. Aquí se reunió con las familias y los niños, junto a la milagrosa imagen del Niño Jesús de Praga, al que regaló una corona de oro. En ese trayecto a la barroca iglesia praguense fue escoltado por miles de personas. Entre los extranjeros destacaban sobre todo los omnipresentes polacos y eslovacos. Las pequeñas calles de la vieja ciudad estaban llenas de banderas, pañuelos, carteles e imágenes del Papa, la Virgen y el Niño Jesús de Praga. Enfrente del templo los alcaldes de todos los distritos de la capital saludaron al Papa y le entregaron las llaves de la ciudad.

Más interés del que se esperaba
Después del discurso dentro de la iglesia y un tiempo de oración, el Papa se encontró de nuevo con una gran muchedumbre, que le aguardaba impaciente fuera. Le demostraban de tal manera su cariño que Benedicto XVI, en vez de subir al ”papamóvil”, comenzó a saludar a la gente. Tras emprender la marcha, los simpatizantes y turistas le escoltaron durante todo el recorrido hasta el puente de la Legión. Cuando llegó a la Nunciatura, pocos minutos después, por fin pudo descansar un poco.

Así fueron todos los encuentros y todo su programa. Daba igual si tenía una cita con autoridades eclesiásticas, elite política, representantes intelectuales o jóvenes. En cada momento fue recibido con exquisito respeto y afecto. En el encuentro con los académicos en la Sala Vladislao del Castillo de Praga, el aplauso después de su discurso duró varios minutos. Los asistentes mostraban así su sintonía con las palabras del Papa, quién habló de la importancia de la verdad, la educación, y las tareas y obligaciones del mundo académico.

La verdad vence
Después de su visita al Niño de Praga, Benedicto XVI tuvo un breve encuentro privado con el presidente Klaus y su familia, y luego otro oficial con las autoridades políticas del país. Aquí habló sobre todo de la verdad, de su importancia y necesidad, que nunca será conseguida sólo con intereses particulares. Y es que la verdad posibilita el consenso y un diálogo lógico y claro, y facilita la unión a la cual no se puede llegar con medios oscuros.

El Papa comentó que la historia muestra que una verdad manipulada puede ser la base de ideologías peligrosas e injusticias. Tomó las palabras “Veritas vincit” de la bandera presidencial, con las que instó a luchar contra el relativismo y a tener fe en el espíritu del hombre y en su capacidad de buscar la verdad.

Invitación a la esperanza
El Papa celebró dos misas multitudinarias durante su visita. Una en el aeropuerto de Tuřany, cerca de Brno, y la otra en Stará Boleslav, una pequeña ciudad al norte de Praga, que tiene una importancia histórica porque allí fue asesinado San Wenceslao, el patrono de la República checa.

La multitud que acudió a la misa en Tuřany superó las expectativas. Muchos llegaron la noche anterior y durmieron en el sitio. Los primeros peregrinos empezaron a llegar a las cuatro de la mañana. Al comienzo de a misa, estaban presentes unas ciento cincuenta mil personas. Cuando llegó el avión del Papa, y Benedicto XVI apareció en las puertas, los aplausos, cantos y gritos no pararon. Pero todo esto acabó cuando el Papa subió al podio, después de dar una vuelta en “papamóvil” en medio del gentío, y el moderador anunció que el Papa pide que todos se concentren durante la misa y no griten, aplaudan ni ondeen sus banderitas. Todos se tranquilizaron. La misa duró dos horas y acabó con el Ángelus.

La segunda misa, la de Stará Boleslav, también superó las expectativas. Vinieron cincuenta mil personas y dado que el encuentro estaba destinado a los jóvenes, la edad media era bastante baja. Al igual que el día anterior, muchos estaban ya presentes desde la noche. Por la mañana hubo un programa consistente en canciones, teatro, discursos y proyecciones, sobre todo del Papa y su vida. Cuando apareció en el “papamóvil”, las reacciones fueron las mismas que en Tuřany, pero aún más intensas.

Las homilías en Tuřany y Stará Boleslav tuvieron el mismo lema, que fue la esperanza. El Papa habló de la necesidad que sienten las personas de contar con una sólida base en cual fundar su futuro. En la situación actual del mundo parece que la fe en Dios ha sido sustituida por la fe y la esperanza en la ciencia y progreso económico. Sin embargo, los medios técnicos son buenos pero ambiguos, y la única esperanza segura es Cristo.

La homilía en Stará Boleslav tenía la misma base, pero fue completada con una llamada a los jóvenes para no dejarse atrapar por una sociedad consumista, y para entregarse a Dios. El Papa instó a los jóvenes a no tener miedo a aceptar la voluntad de Dios, sobre todo si sienten la vocación sacerdotal o religiosa. El Papa invitó a la juventud a seguir a Cristo y no tener miedo de ir a contracorriente. Las palabras tuvieron un gran impacto. Hasta el punto de que los jóvenes, con todos los asistentes de la misa, empezaron a aplaudir.

Abiertos a la belleza
En su despedida el Papa expresó su agradecimiento, de un modo especial al presidente Klaus, quien le ha seguido en todos sus desplazamientos, y que recibió la felicitación papal el día de su santo. También agradeció el esfuerzo de los organizadores por hacer su visita agradable; mencionó expresamente al cardenal Miloslav Vlk, al arzobispo Jan Graubner y al obispo Vaclav Malý.
En el epílogo del viaje también aludió a una frase de Franz Kafka: “Quien conserva la capacidad de ver la belleza, nunca envejecerá”. Esto le sirvió para decir que, si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, podemos esperar permanecer jóvenes y tratar de construir un mundo que refleje algo de la belleza divina y así inspirar a las generaciones futuras.

El Papa ha contagiado entusiasmo a los cristianos, y ha obtenido comentarios muy positivos en muchos medios de comunicación. Benedicto XVI se ganó el afecto no sólo con sus palabras, sino también con detalles que han impactado mucho. Casi siempre ha empezado y concluido sus discursos con palabras en checo. Ha demostrado un profundo conocimiento de la historia checa, la de la iglesia y la secular también. Pero sobre todo se ha hecho patente, como comentó el jefe de Estado, que el Papa entiende a la gente de la República checa. Que su visita no era una mera visita de cortesía o formal. Se ha presentado como un verdadero padre y pastor y eso resultó llamativo.
Un buen resumen ha sido el ofrecido por el presidente del país en su mensaje al despedirse de Benedicto XVI: “Su fe fuerte, su audacia para expresar opiniones que no son políticamente correctas y que no se aplauden, su firme compromiso con las ideas y principios básicos que sustentan nuestra civilización y el cristianismo en sí, es nuestro ejemplo y estímulo”.

martes, 20 de octubre de 2009

Autenticidad

Ramiro Pellitero nos habla de uno de esos valores que pocos se atreven a cuestionar:

Lo auténtico tiene que ver con lo verdadero, lo genuino, lo certificable. Se opone a lo auténtico lo que no es sino una copia, algo parecido pero no igual; quizá a efectos prácticos un sucedáneo, pero en el fondo algo falso, si no fraudulento. Aplicado a las personas, auténtico es quien se comporta según lo que es y debe ser.

Dejemos aparte el falso sentido de lo "auténtico" como meramente espontáneo. Según el diccionario, es auténtico el honrado, fiel a sus orígenes y convicciones; fiel, se entiende, en la vida de cada día; de modo que su vida tenga sentido –primero ante sí mismo–, dé frutos, sea útil. Alguien lo formuló así: "El precio de las palabras son los hechos". La autenticidad tiene que ver con la verdad y con el bien, que viene a ser la verdad en la acción. Y en cristiano, tiene que ver con el amor. ¿Cuáles pueden ser las causas de la falta de autenticidad en el amor? Si tomamos como "mapa" una visión del hombre compatible con la fe cristiana, diríamos que la autenticidad, sobre todo en el amor, requiere de la reflexión, de la experiencia y de la comunión con los demás.

"Inauténtico" se puede ser por una insuficiente reflexión, por un déficit de racionalidad. Para ser auténtico es necesario que uno sea libre interiormente, y a continuación consecuente consigo mismo. Si se participa de la idea cristiana del amor, entonces la autenticidad consiste en vivir el amor sin confundirlo con sucedáneos o falsificaciones (la codicia, la posesión o el poder). No es cristiano pensar que cada uno debe creer en lo que le parezca, y dejarlo estar en su "autenticidad". Si realmente pensamos que tenemos lo mejor (la fe en Cristo, la familia de Dios en la Iglesia), lo lógico será darlo a los demás a manos llenas, para que disfruten de nuestra alegría. El amor cristiano supone entrega a Dios y a los otros, en lo concreto de cada día, olvidándose de uno mismo; en lo que gusta y en lo que gusta menos, y por tanto implica sacrificio. "Un hombre que sea privado de toda fatiga y trasportado a la tierra prometida de sus sueños –decía Joseph Ratzinger en 1971– pierde su autenticidad y su mismidad".

Hay que resaltar que el amor tiene que "salir del pensamiento": de la idea ilusoria de que uno es bueno porque no mata, ni roba ni violenta a nadie; o del espejismo de que se es suficientemente bueno porque se realiza un cierto número de tareas a favor de los parientes, amigos y conocidos (que nos pueden pagar con la misma moneda). La autenticidad del amor pide llegar a todos –comenzando lógicamente por los que están más cerca–; no excluir a nadie, ni siquiera a los enemigos. Se dice que el mayor desamor es la indiferencia. "No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona, un pariente, un amigo, un colega..., ése que no conoces es tu hermano" (Surco, 251). La autenticidad cristiana es realmente exigente. No basta "estar seguro" o "convencido" de que el amor es importante, sino que hay que servir realmente a los demás, y preferentemente a los más pobres y desfavorecidos. Lo demás no es coherencia, no es autenticidad. Al menos no es la autenticidad del Evangelio, porque esa, y no otra, es la "lógica" cristiana: dar gratis y dar primero, dar sin esperar recompensa ni agradecimientos. "Dar hasta que duela", según Teresa de Calculta.

"Inauténtico" se puede ser también por falta de experiencia, tanto en el sentido de tener experiencia como el de "hacer experiencia" de algo. A quien no ha encontrado amor (en sus padres, educadores, etc.) o quien no ha amado nunca de verdad, no se le puede pedir autenticidad en el amor, hasta que encuentre la oportunidad que a nadie falta en la vida. Si no se ha experimentado el amor como entrega, no cabe autenticidad: cabría decir en la línea de Lope, "quién lo probó, lo sabe". El amor, y menos el amor cristiano, no se reduce a racionalidad. "El amor –dice una antigua canción italiana– no se explica: cuando se ama, se explica por sí mismo".

"Inauténtico" se puede ser, en fin, si se rehúye a los demás. Si uno no se interesa por lo que les pasa, por sus costumbres y tradiciones, por lo que les alegra o les apena, por lo que necesitan. Porque, en esa medida, uno va dejando de ser humano.
Dicho brevemente, se es auténtico si se vive aquello que se proclama. Y para ello, lo primero es pensar adecuadamente (lo que requiere un tiempo de reflexión y aprendizaje). Y lo segundo, procurar vivir en coherencia con lo que se piensa, sin darlo por supuesto. Bien se dice que cuando uno no vive como piensa –con autenticidad–, acaba pensando como vive; es decir, adecuando su pensamiento (de modo inconsciente) a su vida real pero irreflexiva. Y entonces se engaña miserablemente a sí mismo y hace sufrir inútilmente a los demás.

En concreto, si un cristiano no se preocupara por formar su criterio en los temas importantes (lo que implica el estudio de los "contenidos" de la fe, que no es un puro asentimiento), le pasaría lo mismo que a un padre o madre de familia, o un profesional que no procurase estar al día: mantener su identidad con una "fidelidad dinámica" a sus planteamientos y tareas. En cuanto a la experiencia de la vida cristiana, no cabe autenticidad cristiana sin una experiencia frecuente de oración –diálogo con Dios– y unión con Él por medio de los sacramentos. Y por lo que respecta a los demás, alguien que no se preocupa con hechos por los otros, por su situación material y espiritual –sobre todo por los más pobres y necesitados–, no puede considerarse auténtico como persona, menos como cristiano. Resumiendo, la autenticidad cristiana pasa por los Mandamientos, que se encierran en dos y casi en uno: amor a Dios y al prójimo. En octubre de 2006, en su visita pastoral a Verona, dijo Benedicto XVI ante la asamblea de la Iglesia en Italia: "La autenticidad de nuestra adhesión a Cristo se certifica especialmente con el amor y la solicitud concreta por los más débiles y pobres, por los que se encuentran en mayor peligro y en dificultades más graves".

miércoles, 7 de octubre de 2009

El valor de la fidelidad

Entrevista al Dr. D. Alfonso López Quintás publicada originariamente en ElPeriódicoDeMexico.com donde clarifica la idea de fidelidad matrimonial, la deslealtad y las crisis que sufren actualmente las instituciones a las que se debería tener fidelidad.

D. Alfonso López Quintás, catedrático emérito de filosofía en la Universidad Complutense (Madrid) y miembro de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, ha resaltado en varias de sus obras el carácter creativo de la fidelidad. Queremos rogarle que clarifique un poco la idea de fidelidad, que juega un papel decisivo en nuestra vida de interrelación.

¿Es la fidelidad actualmente un valor en crisis? ¿A qué se debe el declive actual de la actitud fiel?
A juzgar por el número de separaciones matrimoniales que se producen, la fidelidad conyugal es un valor que se halla actualmente cuestionado. Entre las múltiples causas de tal fenómeno, deben subrayarse diversos malentendidos y confusiones:

Se confunde, a menudo, la fidelidad y el aguante. Aguantar significa resistir el peso de una carga, y es condición propia de muros y columnas. La fidelidad supone algo mucho más elevado: crear en cada momento de la vida lo que uno, un día, prometió crear. Para cumplir la promesa de crear un hogar con una persona, se requiere soberanía de espíritu, capacidad de ser fiel a lo prometido aunque cambien las circunstancias y los sentimientos que uno pueda tener en una situación determinada. Para una persona fiel, lo importante no es cambiar, sino realizar en la vida el ideal de la unidad en virtud del cual decidió casarse con una persona. Pero hoy se glorifica el cambio, término que adquirió últimamente condición de talismán: parece albergar tal riqueza que nadie osa ponerlo en tela de juicio. Frente a esta glorificación del cambio, debemos grabar a fuego en la mente que la fidelidad es una actitud creativa y presenta, por ello, una alta excelencia.

Si uno adopta una actitud hedonista y vive para acumular sensaciones placenteras, debe cambiar incesantemente para mantener cierto nivel de excitación, ya que la sensibilidad se embota gradualmente. Esta actitud lleva a confundir el amor personal –que pide de por sí estabilidad y firmeza– con la mera pasión, que presenta una condición efímera.

De ahí el temor a comprometerse de por vida, pues tal compromiso impide el cambio. Se olvida que, al hablar de un matrimonio indisoluble, se alude ante todo a la calidad de la unión. El matrimonio que es auténtico perdura por su interna calidad y valor. La fidelidad es nutrida por el amor a lo valioso, a la riqueza interna de la unidad conyugal. Obligarse a dicho valor significa renunciar en parte a la libertad de maniobra –libertad de decisión arbitraria– a fin de promover la auténtica libertad humana, que es la libertad para ser creativo. La psicóloga norteamericana Maggie Gallagher indica, en su libro Enemies of Eros, que millones de jóvenes compatriotas rehuyen casarse por pensar que no hay garantía alguna de que el amor perdure. Dentro de los reducidos límites de seguridad que admite la vida humana, podemos decir que el amor tiene altas probabilidades de perdurar si presenta la debida calidad. El buen paño perdura. El amor que no se reduce a mera pasión o mera apetencia, antes implica la fundación constante de un auténtico estado de encuentro, supera, en buena medida, los riesgos de ruptura provocados por los vaivenes del sentimiento.

Si la fidelidad se halla por encima del afán hedonista de acumular gratificaciones, ¿qué secreto impulso nos lleva a ser fieles?
La fidelidad, bien entendida, brota del amor a lo valioso, lo que se hace valer por su interna riqueza y se nos aparece como fiable, como algo en lo que tenemos fe y a lo que nos podemos confiar. Recordemos que las palabras fiable, fe, confiar en alguien, confiarse a alguien... están emparentadas entre sí, por derivarse de una misma raíz latina: fid. El que descubre el elevado valor del amor conyugal, visto en toda su riqueza, cobra confianza en él, adivina que puede apostar fuerte por él, poner la vida a esa carta y prometer a otra persona crear una vida de hogar. Prometer llevar a cabo este tipo de actividad es una acción tan excelsa que parece en principio insensata. Prometo hoy para cumplir en días y años sucesivos, incluso cuando mis sentimientos sean distintos de los que hoy me inspiran tal promesa. Prometer crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas, implica elevación de espíritu, capacidad de asumir las riendas de la propia vida y estar dispuestos a regirla no por sentimientos cambiantes sino por el valor de la unidad, que consideramos supremo en nuestra vida y ejerce para nosotros la función de ideal.

Según lo dicho, no parece tener sentido confundir la fidelidad con la intransigencia...
Ciertamente. El que es fiel a una promesa no debe ser considerado como terco, sino como tenaz, es decir, perseverante en la vinculación a lo valioso, lo que nos ofrece posibilidades para vivir plenamente, creando relaciones relevantes. Ser fiel no significa sólo mantener una relación a lo largo del tiempo, pues no es únicamente cuestión de tiempo sino de calidad. Lo decisivo en la fidelidad no es conseguir que un amor se alargue indefinidamente, sino que sea auténtico merced a su valor interno.

Por eso la actitud de fidelidad se nutre de la admiración ante lo valioso. El que malentiende el amor conyugal, que es generoso y oblativo, y lo confunde con una atracción interesada no recibe la fuerza que nos otorga lo valioso y no es capaz de mantenerse por encima de las oscilaciones y avatares del sentimiento. Será esclavo de los apetitos que lo acucian en cada momento. No tendrá la libertad interior necesaria para ser auténticamente fiel, es decir, creativo, capaz de cumplir la promesa de crear en todo instante una relación estable de encuentro.

Así entendida, la fidelidad nos otorga identidad personal, energía interior, autoestima, dignidad, honorabilidad, armonía y, por tanto, belleza. Recordemos la indefinible belleza de la historia bíblica de Ruth, la moabita, que dice estas bellísimas palabras a Noemí, la madre de su marido difunto: “No insistas en que te deje y me vuelva. A dónde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y, si no, que el Señor me castigue”.

En Iberoamérica y en España parece concederse todavía bastante importancia a la fidelidad conyugal. ¿Cómo se conjuga esto con la crisis del valor de la fidelidad?

En estos países todavía se conserva en alguna medida la concepción del matrimonio como un tipo de unidad valiosa que debe crearse incesantemente entre los cónyuges. De ahí el sentimiento de frustración que produce la deslealtad de uno de ellos. Esto no impide que muchas personas se dejen arrastrar por el prestigio del término cambio, utilizado profusamente de forma manipuladora en el momento actual.

¿Puede decirse que lo que está en crisis actualmente son las instituciones a las que se debiera tener fidelidad?
Exige menos esfuerzo entender el matrimonio como una forma de unión que podemos disolver en un momento determinado que como un modo de unidad que merece un respeto incondicional por parte de los mismos que han contribuido a crearla. Este tipo de realidades pertenecen a un nivel de realidad muy superior al de los objetos. Hoy día vivimos en una sociedad utilitarista, afanosa de dominar y poseer, y tendemos a pensar que podemos disponer arbitrariamente de todos los seres que tratamos, como si fueran meros objetos. Esta actitud nos impide dar a los distintos aspectos de nuestra vida el valor que les corresponde. Nos hallamos ante un proceso de empobrecimiento alarmante de nuestra existencia.

Por eso urge realizar una labor de análisis serio de los modos de realidad que, debido a su alto rango, no deben ser objeto de posesión y dominio sino de participación, que es una actividad creadora. Participar en el reparto de una tarta podemos hacerlo con una actitud pasiva. Estamos en el nivel 1 de conducta. Participar en la interpretación de una obra musical compromete nuestra capacidad creativa. Este compromiso activo se da en el nivel 2. Para ser fieles a una persona o a una institución, debemos participar activamente en su vida, crear con ella una relación fecunda de encuentro –nivel 2–. Esta participación nos permite descubrir su riqueza interior y comprender, así, que nuestra vida se enriquece cuando nos encontramos con tales realidades y se empobrece cuando queremos dominarlas y servirnos de ellas, rebajándolas a condición de medios para un fin.

Al analizar la cuestión de la fidelidad, volvemos a advertir que la corrupción de la sociedad suele comenzar por la corrupción de la mente...

Sin duda. Es muy conveniente leer la Historia entre líneas y descubrir que el deseo de dominar a los pueblos suele llevar a no pocos dirigentes sociales a adueñarse de las mentes a través de los recursos tácticos de la manipulación. Si queremos ser libres y vivir con la debida dignidad, debemos clarificar a fondo los conceptos, aprender a pensar con rigor, conocer de cerca los valores y descubrir cuál de ellos ocupa el lugar supremo y constituye el ideal auténtico de nuestra vida.