lunes, 26 de abril de 2010

Educación de la sexualidad

Por Enrique E. Fabbri, Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma. Está especializado en antropología de la sexualidad, pareja humana y familia. Es director del Centro de Población y Familia del CIAS.

Ante una visión distorsionada y reduccionista de la sexualidad, especialmente desde los medios de comunicación, se promueven una mentalidad y comportamientos humanos cuestionables, hasta desde el punto de vista de la psicología y la salud mental.

Se reduce el amor a la sexualidad y ésta a lo meramente genital; se mira al sexo exclusivamente como instrumento de placer. Están totalmente ausentes temas de gran importancia como las relaciones interpersonales de respeto y entrega al bien del otro; sentido del amor en la pareja; inquietud por madurar integral y armónicamente en esas relaciones; elaboración de un proyecto de vida; todo como requisitos básicos y previos para que la sexualidad, no solo de la joven, sino del joven, sea humana, responsable y plenamente satisfactoria.

Los padres de familia y educadores han de ser rectamente informados y ayudados para poder educar a sus hijos en la sexualidad de una manera responsable e integral, para que sea un serio y maduro lenguaje del genuino amor, y para adquirir un sentido de la vida humana que de unidad a la persona en todas sus actividades y comportamientos.

Se trata de ver si existe en el ser humano una pauta que señale los valores universales del comportamiento sexual, por debajo de todas las interpretaciones y variaciones que la sexualidad ha recibido en las diversas culturas de la humanidad.

Orientaciones

La tendencia a presentar los hechos en total prescindencia de si son o no verdaderos valores humanos, trae consigo el peligro de establecer como criterio de valores verdaderos lo que hace la mayoría. Se cae así en el riesgo de presentar determinados hábitos y comportamientos sexuales como en sí inofensivos, cuando en la realidad están muy lejos de serlo. Un ejemplo de muestra: aceptar las relaciones sexuales entre adolescentes por el simple hecho de que la mayoría lo hace y sólo recomendar el uso de anticonceptivos para que no se produzcan embarazos inesperados, ¿es en verdad la mejor manera de encarar este problema?.

Muchos de los planteamientos actuales no sirven para educar la sexualidad de nuestros jóvenes y hacer de ella un serio y maduro lenguaje del genuino amor. Sus consecuencias son muy dolorosas: dejan un enorme residuo de personalidades frustradas, resentidas, amargadas y destructivas. Por este camino la persona se va deshumanizando en forma progresiva y puede llegar a deshacerse por el exceso en el alcohol, la drogadicción, el juego desenfrenado, la violencia, la promiscuidad sexual... Mientras no se sepa o se quiera tomar con seriedad el sano proceso de la educación para el amor, se hará muy difícil llegar a una sociedad mejor.

Para una formación integral de la sexualidad se ha de tener en cuenta los siguientes presupuestos:

1. Sólo se logra un maduro ejercicio de la sexualidad dentro de un proceso integral de maduración de la personalidad, que trasciende el mero ejercicio de la genitalidad.

2. Si la sexualidad se aborda en forma parcial y reduccionista, no se logra la meta propuesta.

3. Es un error creer que el placer genital es un valor absoluto. Este vale cuando la persona aprende a vivir en el amor, el cual guarda una relación intrínseca con el sentido que se da a la vida humana y los valores éticos de comportamiento a los que uno se compromete consigo mismo y con los otros.

4. Información y formación han de ir juntas para facilitar en los adolescentes la capacidad de tomar decisiones libres desde su propia interioridad.

5. Ha de quedar bien en claro el respeto a los derechos fundamentales de los padres y de los hijos en el ejercicio de este proyecto educacional. A las instituciones (oficiales o privadas) les corresponde una ayuda subsidiaria que complete y supla lo que cierto tipo de padres, por su carencia de formación, no pueden o no saben dar a sus hijos.

Ser persona.

Por su cuerpo la persona se hace presente en el mundo, lo asume en su espacio y su tiempo. Por su sexo la misma persona manifiesta su modo o manera diferenciada de alterativa de ser en ese espacio y tiempo cósmico e histórico. El sexo da los modos de ser, implica toda la persona, colorea todas sus actitudes reaccionales. Entre persona y sexo no existe prioridad, sino correlatividad: la persona es sexual y el sexo es personal. Por eso la sexualidad es en sí una fuerza ambivalente. Y es fundamental que el hombre descubra su verdad. Esa la encontrará en el centro de su ser humano, en su profundidad nunca totalmente penetrable.

Ser humano es reconocer ante todo en el otro mi semejante -la línea de la igualdad, y al mismo tiempo, en mi semejante, un otro diferente -la línea de la diferencia. Ser y conocer se relacionan profundamente: conocer al otro sexo es negar a ser uno mismo; ser plenamente uno mismo es conocerse para el otro. El varón y la mujer sólo llegan a ser lo que son en la reciprocidad de un enfrentamiento concreto e histórico que los compromete a ambos, haciéndolos mutuamente responsables. Sólo en esta reciprocidad experimentan lo que son.

Sólo se es uno-mismo por el otro; esto es lo que fundamentalmente expresa la sexualidad. Es aprender a relacionarse con el otro sexo de tal manera que contribuya a la plenificación integral de ambos como personas y al logro de sociedades solidarias. Llegar a ser persona, responsable, libre, creadora, es también ayudar al otro a hacerse mujer o varón. Esto supone la renuncia a sus prerrogativas arbitrarias o ya caducas (v. gr. machismo, feminismo...) y el reconocimiento de la originalidad del otro sexo. Pues entre los hombres no hay algo más igual y al mismo tiempo más diferente que dos seres humanos de sexo distinto.

Es la presencia de dos personas, una frente a la otra (en un cara-a-cara) de comunión y participación, en actitud de mutuo respeto, apertura y donación. De allí surge la originalidad del otro y de uno mismo. Esto da lugar al encuentro desinteresado con el otro, que brinda a cada uno la nueva dimensión de su ser, lo imprevisto, lo creativo, lo irreducible a toda codificación. Este es el modo originario del mismo ser humano: ser el uno para el otro una continua inspiración e invitación a ser plenamente persona, descubriendo y asumiendo el sentido y la dinámica profunda de su ser.

En otros términos, el ser humano exige la presencia del otro para llegar a ser él mismo. Y el otro por excelencia para el varón es la mujer, como para la mujer es el varón. Uno para el otro, en el otro y por el otro es más plenamente si mismo porque siendo igual, no es del mismo sexo, y por eso da mayor originalidad.

Por eso el hombre que se mantiene aislado no logra su plena dimensión de persona humana, y en particular, de persona sexuada. Esta promoción del varón y de la mujer se mantiene en una especie de ambigüedad mientras no se afronte ese proceso en el sentido de un desarrollo integral del ser femenino y masculino en su originalidad sexuada.

Mujer y varón que se comprometen a respetar y promover la libertad del otro en su propio proyecto de vida y amor, dan lugar a un proceso de humanización. Se va logrando en la medida que entablan relaciones maduras, impregnadas de respeto, de mutuo afecto, de comprensión y de cooperación creadora. Sólo así se obtiene un enriquecimiento integral de la personalidad de ambos cuyo aspecto principal es la ternura.

lunes, 19 de abril de 2010

Los ataques al Papa

Aprovechando que hoy se cumple el 5º Aniversario de la elección de Benedicto XVI reproducimos el artículo del Dr. Joaquín Navarro-Valls, ex-director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, en el diario italiano La Repubblica (01-04-10, pag. 35), que ha suscitado gran interés en Italia y lo mismo su traducción en inglés (National Catholic Register: Navarro-Valls on the Abuse Crisis), en Estados Unidos:


En las dos últimas semanas los medios han llenado el espacio público con la dolorosa y destructiva realidad de los casos criminales de pedofilia.
La acusación se ha ido levantando progresivamente como consecuencia de una serie de revelaciones provenientes de diversos países europeos, tocantes a casos de abusos sexuales perpetrados a menores por parte de sacerdotes. Leyendo las informaciones parece incluso que se trate de un “scoop” gigantesco, y que ahora –gracias a estas geniales revelaciones- esté emergiendo un sotobosque podrido en el seno de la Iglesia católica.
Ciertamente, en Austria, en Alemania y en Irlanda, como en casi todos los países en los que hay una presencia consistente de escuelas y organizaciones educativas eclesiásticas, ha habido fenómenos criminales graves de violaciones de la dignidad de la infancia. El hecho es conocido. Y no es casualidad que en el Vía Crucis de 2005, el entonces cardenal Joseph Ratzinger no usara medias palabras cuando revelaba con disgusto: «!Cuánta suciedad hay en la Iglesia! Incluso entre quienes, en el sacerdocio, deberían pertenecer completamente a Jesús. ¡Cuánta soberbia! ¡Cuánta autosuficiencia!». Quizá lo hemos olvidado. Por tanto, se puede sin temor a un desmentido revelar que el problema existe en la Iglesia, es conocido por la Iglesia, y ha sido y será más adelante afrontado con decisión por parte de la misma Iglesia en el futuro.

Con todo, vamos a intentar reflexionar por un momento sobre la manifestación de la pedofilia en sí misma. Desde mi experiencia como médico puedo evidenciar algunos datos importantes, útiles para entender la gravedad y la difusión del problema.
Las estadísticas más acreditadas son elocuentes. Certifican que 1 chica de cada 3 ha sufrido abusos sexuales, y que 1 chico de cada 5 ha sido objeto de actos de violencia. El hecho verdaderamente inquietante, divulgado no sólo en las publicaciones científicas sino incluso en la CNN, nos dice que el porcentaje de quienes –según una muestra representativa de la población- han molestado sexualmente a un niño se mueve entre el 1 y el 5%. Es decir, una cifra impresionante.
Los actos de pedofilia han sido llevados a cabo por parte de los padres o de parientes cercanos. Hermanos, hermanas, madres, “canguros” o tíos, son los abusadores más comunes de los niños. Según el departamento de Justicia estadounidense casi todos los pedófilos acusados por la Policía eran varones en un 90% de los casos. Según Diana Russell, el 90% de los abusos sexuales se lleva a cabo por personas que tienen conocimiento directo de las pequeñas víctimas, y permanecen dentro de la complicidad familiar.
Un aspecto destacado, por desgracia, es que en el 60% de los casos de violencia, quienes la sufren tienen menos de 12 años, y en la inmensa mayoría de los casos los abusadores son personas de sexo masculino y con parentesco de sangre con las víctimas.

Estas estadísticas muestran, por tanto, un cuadro claro y más bien amplio de la práctica de la violencia sobre la infancia. Teniendo en cuenta que estos datos se refieren únicamente a los hechos denunciados, patentes o de todos modos conocidos, podemos fácilmente imaginar la magnitud del dramatismo que se esconde tras esta realidad, aún más difundida en países que por razones culturales no consideran nítidamente que esta violencia sea una obscenidad aberrante.
Con esto, dirigir la atención exclusivamente sobre quienes de modo evidente pueden inscribirse en la categoría general de abusadores sexuales, siendo sin embargo sacerdotes, puede ser verdaderamente una desviación del asunto. En este caso, en efecto, el porcentaje desciende hasta convertirse en un fenómeno estadísticamente mínimo.
Cierto que nada podrá apartar los sentimientos y la vergüenza que se siente ante estas revelaciones recientes referidas a la Iglesia, incluso aunque se refieran a hechos sucedidos hace decenios y probablemente cubiertos con gravísimas formas de complicidad. Podemos estar seguros, partiendo de la carta pastoral a Irlanda, de la semana pasada, de que Benedicto XVI tomará todas las medidas que serán necesarias para expeler a los culpables y juzgarlos sobre los crímenes reales cometidos por las personas implicadas.

De todos modos, evitemos caer en la trampa de la hipocresía, sobre todo al estilo de la puesta recientemente en escena por el New York Times al referir el caso del reverendo Murphy. Porque ahí, la autora del artículo no valora, ni saca consecuencias, ni señala con relieve adecuado, el hecho de que la Policía –que había recibido denuncias al respecto- lo había dejado libre como inocente.
¿Hay algún Estado que ha hecho una investigación en profundidad sobre este tremendo fenómeno, tomando medidas claras y explícitas –incluso preventivas- contra los abusos de pedofilia que hay entre los propios ciudadanos, en las familias, o en las instituciones educativas públicas? ¿Qué otra confesión religiosa se ha movido para desemboscar, denunciar y asumir públicamente el problema, sacándolo a la luz y persiguiéndolo explícitamente?
Evitemos, sobre todo, la insinceridad: la de concentrarnos sobre el limitado número de casos de pedofilia verificados en la Iglesia católica, sin abrir en cambio los ojos ante el drama de la infancia violada y abusada demasiado a menudo y por todas partes, pero sin escándalos.
Si deseamos combatir los delitos sexuales sobre los menores, al menos en nuestras sociedades democráticas, entonces debemos evitar ensuciarnos la conciencia, mirando exclusivamente hacia donde el fenómeno se produce con gravedad moral quizá incluso mayor, pero en medida ciertamente menor.
Antes de poder juzgar a quien hace algo, se debería tener los redaños y la honestidad de reconocer que no se está haciendo lo suficiente. Y procurar hacer algo semejante a lo que está haciendo el Papa. Si no es así, sería mejor dejar de hablar de pedofilia y comenzar a discutir acerca de la fobia furibunda desencadenada contra la Iglesia católica. Esta última acción, en efecto, parece hecha con gran habilidad y con escrúpulo meticuloso en la investigación, y –sin embargo- con evidente mala fe.
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sábado, 17 de abril de 2010

Sexo y religión

Encontramos de la web SCRIPTOR.ORG este artículo de Alejandro Llano y que ilustra bien el trasfondo de las campañas contra la Iglesia sobre abusos sexuales:

Cambian los motivos o disculpas, pero se mantienen constantes los ataques a la Iglesia católica. A nadie le sorprende ya que el permanente hostigamiento tenga siempre los mismos orígenes y acabe por apuntar a Benedicto XVI. Es el enemigo a batir, porque representa un desmentido viviente a la presunta falta de inteligencia y humanidad que achacan a los católicos. En esta última campaña –cuidadosamente preparada– han recurrido a una acusación que tiene ciertas bases reales y se presenta cargada de morbo.

Aunque la temática dista mucho de ser nueva. La secreta actividad sexual de sacerdotes y religiosos es un tópico frecuentado por la novela anticlerical decimonónica, con resultados ocasionalmente tan brillantes como La Regenta de Clarín. El aditamento actual hace que la agresión apunte a algo todavía más morboso: la homosexualidad ejercida contra menores. Con ello empiezan las paradojas. Porque la liberación sexual y la ideología de género es el tema central de los supuestos progresistas españoles, que han renunciado a las reivindicaciones sociales y a la vanguardia cultural.

Lo suyo es, ahora, la promoción de la homosexualidad, el desprecio a la familia y el adoctrinamiento de adolescentes y niños en la práctica temprana del sexo, con especial énfasis en sus variantes menos naturales. Lo que –según pretenden– les desmarca de una inquietante cercanía con lo que ahora denuncian, es la supuesta libertad de aquellos a quienes incitan a ejercitarse en modalidades sexuales consideradas por muchos como escasamente éticas.

Pero surge inmediatamente la pregunta: ¿acaso son realmente libres los niños y niñas, desde los 11 años, a quienes se somete a “talleres de masturbación”, “exploración del clítoris” y otras experiencias que da hasta vergüenza nombrar? Y esto no es algo episódico o accidental. En algunas comunidades autónomas el erotismo sistemático se considera un capítulo obligado de la Educación para la Ciudadanía, al menos en los centros oficiales.

Y la nueva Ley del Aborto incluye en su propio título la formación afectiva y sexual llevada forzosamente a cabo por instructores preseleccionados en todos los colegios y desde temprana edad. ¿Así entienden los socialistas la libertad en materia tan íntima y personal? Estamos ante un abuso sexual universal y sistemático.

Todo lo cual, evidentemente, no disculpa en absoluto a los clérigos que se aprovecharon de su posición religiosa y docente para actividades injustificables y odiosas. Resulta sospechoso, con todo, que se saquen a la luz con estudiada secuencia tales escándalos –que acontecieron en ocasiones hace varias décadas– y que se denuncie a autoridades eclesiásticas que, en algunos casos, nada tuvieron que ver directamente con los atropellos ni con su ocultación.

Más delicado para la sensibilidad de los propios católicos resulta el permisivismo con el que se ha enfocado este problema en seminarios y centros educativos. No han sido precisamente los religiosos considerados conservadores quienes han abierto la mano ni, quizá, los que han disimulado irregularidades tan penosas.

Han sido, más bien, quienes se consideraban en línea de una ética más abierta y progresiva. Y, desde luego, al cardenal Ratzinger no se le puede acusar, ni en Múnich ni en Roma, de ninguna inconsistencia teórica o pastoral. Se sabe muy bien que fue el primero en denunciar y poner coto a los desórdenes que comenzaban a apuntar en la Iglesia La revolución cultural y sexual que arranca en 1968 se inspiraba –junto con ideas más interesantes– en una ideología en la cuales se entremezclaban versiones tardías del freudo-marxismo, convencionalmente personalizadas en Herbert Marcuse.

La revolución del 68 no fracasó, según pretenden algunos de manera frívola y voluntarista. Penetró en todos los ámbitos sociales, también en los ambientes religiosos, y contribuyó al cambio de costumbres que se ha venido agudizando desde entonces. Realmente es la única revolución que, con estructura marxista, ha triunfado en el siglo XX. Y es aquí, y no en el celibato sacerdotal, donde se encuentran las raíces de estas conductas erráticas que ahora afligen a los católicos y son instrumentalizadas por los enemigos del cristianismo.

Poner en el celibato la causa de tales abusos equivale a no tener en cuenta datos elementales de la psicología y la ética. A la Iglesia católica se le reprocha con frecuencia una presunta rigidez en cuestiones morales. Si la ética de inspiración cristiana defiende posturas no siempre populares, no es por la aplicación de un código implacable, sino por la defensa de la dignidad intocable de la persona humana.

Éste es el motivo por el que siempre ha promovido y practicado las virtudes de la castidad y del pudor. Cosa que ahora los manipuladores aprovechan para hablar de hipocresía. Nos ofenden con ello injustamente a muchos. Y los manipuladores deberían tener muy presente que la acusación de hipocresía se vuelve fácilmente contra los que la lanzan.

jueves, 15 de abril de 2010

Seis campañas contra el Papa

Son acusaciones sin base y refutadas una y otra vez, pero reaparecen en la prensa con excusa o sin ella. La Razón nos informa de esta campaña:


Joseph Ratzinger tiene dos problemas: carece del carisma arrollador de Juan Pablo II y es alemán. Ninguna de estas cosas es pecado ni necesaria para ser Papa, pero ayudan a que circulen los bulos contra él. Los orígenes son casi siempre los mismos: «The New York Times» y Associated Press en Estados Unidos, y «The Guardian» y la BBC en Inglaterra. Es decir, el mundo anglosajón, que aún explota, a nivel consciente o subconsciente que, «los alemanes eran nazis».


Campaña, sí; complot, no
El pasado lunes, el director de «L’Osservatore Romano», Gian Maria Vian, participó en un encuentro de periodistas en el Club de Prensa Extranjera de Roma. Allí expresó a sus colegas de todo el mundo su convicción de que no hay ningún «complot» contra el Papa, pero sí una «campaña mediática». ¿Las causas? Por un lado, dijo, la Prensa generalista tiene problemas económicos y «el sexo vende». Por otro, ve hostilidad contra la Iglesia por sus posturas bióeticas y porque crece la presencia internacional de la Santa Sede. Por último, afirmó, como muchos otros analistas, que la calidad periodística de la gran Prensa en temas religiosos, simplemente, se ha desplomado.

El bulo intermitente de ser «alemán hostil a los judíos»
Todos los jóvenes alemanes de 16 años, también Joseph Ratzinger, fueron reclutados para la «flak», la defensa antiaérea en la Segunda Guerra Mundial. La acusación de «nazi» y «antijudío» no tiene más base que su origen alemán. En su biografía «Mi vida» (de 1997), Ratzinger deja claro el disgusto que le producía la ideología nazi y su antisemitismo ya de niño. La Prensa hostil ha intentado presentar como antisemitismo el proceso para beatificar a Pío XII, la oración litúrgica para que «los judíos reconozcan a Jesucristo como salvador de los hombres», el alzamiento de la excomunión al obispo lefebvrista Williamson y, hace pocos días, una frase descontextualizada del predicador Rainiero Cantalamessa. El Papa, con sus viajes a Auschwitz y Tierra Santa, sus visitas a sinagogas y sus debates intelectuales con rabinos, ha desmantelado este bulo.

Fracasan todos los intentos de involucrarle en abusos
Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger firmó cientos de documentos disciplinarios relativos a sacerdotes, a menudo meras consultas recibidas de obispados. La Prensa hostil lleva años intentando encontrar una «pistola humeante» que le relacione con casos de abusos. No lo consigue, y recicla viejas historias manipulando el Derecho Canónico. En octubre de 2006, por ejemplo, la BBC emitía el reportaje «Crímenes sexuales y el Vaticano» tergiversando el documento de 1962 «Crimen sollicitationis», sobre usos fraudulentos de la confesión, y uno de 2001 que remitía todos los casos de abusos a Doctrina de la Fe. Aunque la Iglesia explicó los documentos por activa y por pasiva y denunció la manipulación, se republican las viejas acusaciones, sin datos nuevos.

Un ataque improvisado: Ratisbona y el islam
Algunas acusaciones contra Benedicto XVI venían heredadas de su época cardenalicia, pero el bulo de que el Papa se oponía a la amistad con el islam nació de la noche a la mañana en septiembre de 2006 por obra y gracia de la BBC. El discurso de Ratisbona en que el Papa decía que la razón puede alcanzar a entender mucho de Dios no interesó gran cosa a la Prensa, hasta que la BBC lo difundió en árabe, turco, parsi y malayo con el título «El discurso del Papa excita la ira musulmana». Una visita a Turquía y una red de apoyo al Papa de ulemas moderados neutralizaron la acusación y tendieron puentes con el islam.

Un ecumenismo basado en la verdad, no en el relativismo
Benedicto XVI ha sido acusado de dificultar el ecumenismo, es decir, el diálogo para lograr la unidad entre los cristianos. Sin embargo, el Papa está logrando pasos impresionantes con medidas audaces. Mientras los protestantes liberales, como los episcopalianos o los unitaristas, pierden fieles a marchas forzadas, el Papa ha abierto una puerta a las personas de origen anglicano para que se integren en «ordinariatos anglocatólicos» manteniendo su liturgia, si aceptan el Catecismo de la Iglesia. Sus relaciones con el nuevo Patriarca ruso, Kiril I, son mejores de las que jamás pudo tener Juan Pablo II. Al levantar la excomunión a los lefebvrianos, abre un espacio que podría acabar con este cisma. Y por su defensa de la vida y la familia es admirado por muchos protestantes conservadores y pentecostales. Su insistencia en la verdad, frente al relativismo, resulta atractiva para muchos cristianos hartos de sus iglesias liberales.

Acusado de ser demasiado racional... y de lo contrario
Mientras el llamado «nuevo ateísmo» de autores como Richard Dawkins o Christopher Hitchens acusa al Papa de ser un oscurantista enemigo de la ciencia, otros muchos, instalados en el relativismo o el nihilismo, le acusan de «dogmático» por su insistencia en que es posible conocer el bien y la verdad mediante la razón. La gran paradoja quedó escenificada cuando en enero de 2008 una manifestación grosera de profesores de la Universidad de Roma La Sapienza le obligó a cancelar un acto. El Papa, veterano profesor, leyó su discurso sobre la razón en septiembre en París, en el Collège des Bernardins.

El pasado, el futuro y lo eterno
Joseph Ratzinger llegó a la Sede de Pedro con una fama considerable como «guardián de la ortodoxia». Le acusaban (y se le sigue acusando) de mirar siempre al pasado. En realidad, Benedicto XVI mira al pasado, planta semillas para el futuro y espera cosechar en la eternidad. Participó en el Concilio Vaticano II y pide interpretarlo en «continuidad» con toda la historia y Magisterio de la Iglesia. Conserva lo que sabe que es bueno, y se muestra abierto a nuevas realidades y movimientos de una Iglesia cada vez más global.

sábado, 10 de abril de 2010

¿Me amas?

Juan Manuel de Prada en XLSemanal (25.10.09):

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos."
Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas."
Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: "¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas
(Jn 21, 15-17).

Nuestro alejamiento de las lenguas clásicas –un barco a la deriva que se va hundiendo irreparablemente– nos impide disfrutar de delicadezas como la que Benedicto XVI resalta en un pasaje de su libro, Los apóstoles y los primitivos discípulos de Cristo (Espasa), dedicado a Pedro. En griego existen dos verbos que designan la acción de amar: filéo, que expresa el amor de la amistad, tierno y entregado, pero no totalizador; y agapáo, que significa amar sin reservas, con una donación completa e incondicional a la persona amada. El evangelista Juan, cuando refiere el episodio de la aparición de Jesús resucitado a Pedro a orillas del lago Tiberíades, emplea ambos de un modo muy significativo y dilucidador. Podemos imaginarnos ese episodio como el encuentro de dos viejos amigos conscientes de la herida que se ha abierto en su relación, pero dispuestos a restañarla sinceramente, dispuestos a recibir y dar perdón, para que esa herida no ensombrezca el futuro de su amistad. Pedro sabe que, apenas unos días antes, cuando su amigo más lo necesitaba, lo ha traicionado por cobardía o por mero instinto de supervivencia, negándolo hasta tres veces después de prometerle lealtad absoluta. Y Jesús, por su parte, sabe que esa traición ha sido consecuencia de la debilidad de su amigo, consecuencia pues de la propia naturaleza humana; y sabe también que su amigo está avergonzado y mohíno por su falta de coraje. Entonces Jesús, dispuesto a olvidar ese desliz, le pregunta a bocajarro: «¿Me amas?».

El evangelista escribe agapâs-me; esto es: «¿Me amas con un amor completo e incondicional?». Es como si Jesús demandara a Pedro un amor superior al que hasta entonces le ha profesado, un amor que excluya las debilidades y que proclame una adhesión entusiasta, acérrima, tal vez sobrehumana. Nada hubiese resultado más sencillo para Pedro que responder agapô-se («te amo incondicionalmente»), satisfaciendo esa demanda de amor absoluto que Jesús le lanza; pero, consciente de sus limitaciones, consciente de que lo ha traicionado y de que en el futuro tal vez vuelva a hacerlo (aunque, desde luego, nada más alejado de su propósito), Pedro le responde con pudorosa y escueta humildad: Kyrie, filô-se; esto es: «Señor, te quiero al modo humano, con mis limitaciones». Podemos imaginar que la respuesta de Pedro por un segundo defraudaría a Jesús: ha ofrecido a su amigo su perdón sincero y algo más que su perdón, a cambio de que nunca más le vuelva a fallar; pero su amigo no desea defraudarlo con esperanzas vanas, no desea que Jesús le atribuya virtudes sobrehumanas. Entonces Jesús insiste y vuelve a usar el verbo agapáo: «¿Me amas más que éstos?», refiriéndose a los discípulos que se hallan junto a Pedro a orillas del lago. Esta segunda pregunta de Jesús debió de incorporar un matiz perentorio, incluso exasperado, algo así como: «Oye, te estoy preguntando que si me amas a muerte, no me vengas con medias tintas». Pedro sin duda captó ese tono requirente, tal vez incluso enojado de Jesús; y algo debió de temblar dentro de él, tal vez el miedo a decepcionar a su amigo; y no parece improbable que su respuesta tuviese un tono compungido, desfalleciente, lastimado, temeroso de recibir una reprimenda. Pero así y todo volvió a emplear el verbo filéo: «Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas».

Entonces Jesús vuelve a interpelarlo por tercera vez, como tres habían sido las veces que su amigo lo había negado, en la noche amarga; pero, para sorpresa de Pedro, que ya estaría esperando un chaparrón de maldiciones e invectivas, Jesús emplea ahora el mismo verbo al que Pedro se había aferrado antes: Fileis-me? Es un momento de gran fuerza conmovedora, porque Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta como es, que lo abraza también en el tropiezo y en la caída, afirma con alivio, con decisión, con alborozo: «Sabes que te quiero» (filô-se).

Y fueron amigos para siempre. Tal vez porque el amor más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias.