lunes, 10 de mayo de 2010

Matrimonio no hay más que uno

ROMA, domingo, 2 de mayo de 2010 (ZENIT.org).-Existe un sólo matrimonio: no hay un matrimonio civil y otro religioso. Lo aclara en esta entrevista concedida a ZENIT un escritor y sacerdote, autor de "El libro del matrimonio" (Planeta, 2010), donde repasa esta institución y ofrece claves para comprender lo que él llama "esa misteriosa unión".


Profesor de Antropología en el Centro Universitario Villanueva (Universidad Complutense de Madrid) y capellán, José Pedro Manglano (www.manglano.org) es doctor en Filosofía y combina su trabajo sacerdotal con cursos, conferencias y con la dirección del sello Planeta Testimonio.

Manglano es miembro del Consejo Asesor del Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencias (www.libertadreligiosa.es).

--Oiga... ¿cuántos matrimonios hay?

--Manglano: Matrimonios no hay más que uno.

No podemos olvidar que solo se casan quienes se casan. ¡Nadie les casa! Cuando hacen el acto libre de entrega total en su ser masculino y femenino, generan una relación particular que llamamos ‘matrimonio'. Consiste en una unión orgánica, de modo que dos forman ‘una sola carne'. Esto -insisto- sólo pueden hacerlo los que se casan. Sólo ellos fundan o crean un nuevo matrimonio.

Por lo tanto, no hay un matrimonio civil y otro religioso. No. Eso son instancias que reconocen o no el matrimonio, el único matrimonio. El Estado dice: ‘Si queréis que yo os reconozca como matrimonio, si queréis que mi legislación sobre el matrimonio se os aplique, yo-Estado os exijo que el consentimiento os lo deis delante de un funcionario, con tantos testigos, que rellenéis estos impresos... y lo que sea'. La pareja que quiere ser reconocida por el Estado hace su matrimonio -¡el único!- del modo establecido por la autoridad civil. Hablamos, entonces
de que esa pareja ha realizado un matrimonio civil.

También la Iglesia, para reconocer a los cristianos su matrimonio, puede exigir unas formalidades en el modo de contraerlo. Entonces hablamos de matrimonio religioso, pero es el único matrimonio.

--La alianza, el arroz, las arras... cuénteme de dónde surge todo esto...

--Manglano: ¡Todo esto! Imposible. Cada una de estas tradiciones se forma en un lugar y momento casi siempre indeterminado, se configura poco a poco, arraiga también en otros lugares...

Se trata de expresiones en lenguaje simbólico. Esto es, las realidades abstractas o espirituales -como puede ser el deseo de prosperidad, el deseo de descendencia, la pertenencia de uno al otro...- se pueden expresar y manifestar de manera física, corporal, material. Los hombres necesitamos hacerlo. Estos símbolos y rituales son profundamente humanos. Conviene conocer su sentido y realizarlos con autenticidad. De lo contrario, se convierten en formalismos o en elementos ornamentales, que terminan por ahogar con liturgias llenas de vacío.

El arroz, por ejemplo, es una tradición muy joven, importada de Asia. En Oriente el arroz es símbolo de fertilidad y riqueza. Quienes provocan una lluvia de arroz a los nuevos esposos les desean una gran familia y abundancia en todos los sentidos. En las bodas griegas ortodoxas, sin embargo, se arrojaban almendras cubiertas de azúcar o pintadas de rojo. Su significado es el mismo, y proviene de que el almendro es el primer árbol que florece en la primavera.

--El matrimonio es un sacramento de dos, mientras los otros sacramentos son "individuales". ¿Por qué es así?

--Manglano: Efectivamente, son dos quienes ‘sufren' la acción del Espíritu de Dios, acción que hace de ambos una sola carne. Podríamos hablar que la acción transformadora que opera este sacramento es la de realizar una unidualidad, una comunión total de vida y amor.

A partir de su acto libre por el que deciden unirse, el Espíritu constituye una comunión que la libertad de ambos deberá realizar progresivamente en sus vidas.

Es un sacramento de dos en el sentido de que antes son dos y es un sacramento de uno en el sentido de que después son uno.

--El matrimonio... ¿se descubre o se fabrica?

--Manglano: Me parece que esa es la cuestión moderna más interesante. En un siglo XX marcado por la filosofía de la sospecha --sospecha ante todo lo que parece impuesto al hombre-, decidimos reinventar el matrimonio. Llevamos cincuenta años experimentando, afirmando: ‘el matrimonio es cuestión de que mi pareja nos queremos, y nadie tiene que decirnos cómo vivir, ni darnos reglas que rompan la espontaneidad libre de nuestra relación'.

El Time publicaba recientemente que el último informe del Pew Research Center concluía que los jóvenes del milenio -quienes tienen 18 años- resultan algo convencionales: el 52% de ellos se marcan como primer objetivo ser un padre ejemplar y lograr un matrimonio estable y fiel. Se ve que los inventos han generado más dolor que felicidad. Podríamos decir que el matrimonio institucional -por contraponerlo al matrimonio a la carta fabricado por la pareja- sigue siendo el ideal.

Me ha resultado interesante estudiar esta cuestión en diálogo con las letras de las canciones de Joaquín Sabina. Él afirma que creía que se trataba de estrellas y resultaron ser tubos de neon; esto es, que no se trata de un misterio sino de algo de fabricación cultural. Sin embargo, estoy convencido de que el matrimonio, lejos de inventarlo, nos inventa. El matrimonio tiene su ADN particular, no estipulado por nadie sino por la misma verdad del amor esponsal.

--Históricamente había bodas entre recién nacidos... Hemos mejorado, ¿no?

-P. Manglano: Hemos mejorado mucho, y también hemos empeorado mucho. El matrimonio, en sí mismo, es un modo de vida que hace bueno y feliz al hombre. El matrimonio resulta intensamente atractivo tal y como es, pero está siempre amenazado por la mezquindad de la que es capaz el hombre. El hombre suele atacar -sin mala intención, pero ataca- la verdad del matrimonio para manipularlo según su interés.

En el siglo VIII el resultado de esta manipulación fue éste: cuando los misioneros cristianos llevan el Evangelio a los pueblos bárbaros, en Bulgaria y en otros pueblos germánicos encuentran la tradición de casar a los niños apenas recién nacidos. Era una forma de lograr las alianzas familiares y sus beneficios económicos o políticos, adelantando los tiempos. El protagonismo del casamiento, entonces, no lo tenía el amor. Esto solo llegó en torno al siglo XI, precisamente cuando la teología cristiana estudia la Trinidad y redescubre que Dios es un moviendo eterno de Amor; por lo tanto, el amor es importante, y en los matrimonios deberá respetarse su papel, su insustituible protagonismo.

Sí, en esta percepción hemos mejorado. Pero al mismo tiempo hemos perdido otras percepciones, como el valor liberador de la institución, o la necesidad de la paciencia y el ‘dominio de sí' para realizar con fidelidad y en plenitud el proyecto creado, o el poder destructor de la anticoncepción...

--Sin vínculos no hay libertad, afirma usted. ¿Es una provocación?

--Manglano: ¡Me gusta! Mientras no se provoca a la razón, el racionalismo nos limita de tal forma el conocimiento que nos alejamos de la belleza de la vida real. Sí, no podemos reducir los misterios de la existencia del hombre a fórmulas matemáticas y silogismos del todo planos. La verdad de los misterios humanos, como lo es el hecho de su libertad, resultan siempre paradójicos para la razón.

Por este motivo he afrontado el tema, de acuerdo con el método de el caso, en diálogo con Antoine de Saint-Exupery y su mujer Consuelo. Son dos personas ‘libertinas' que esperan en la felicidad que les proporcionará la independencia y autonomía. Saint-Exupery, como el Principito creado por él, viaja por distintos planetas deseoso de una vida nada encorsetada; conoce otras tantas rosas iguales a la suya... Consuelo, también de planteamientos libertinos, sufre por las ausencias de su marido y las relaciones que mantiene con sus amantes.

Al final Saint-Exupery descubre una gran verdad: su rosa es única, ninguna tiene valor sino aquella a la que se ha entregado; solo quien está domesticado encuentra sentido a su existencia; es entonces cuando el zorro le enseña que domesticar es establecer lazos, crear vínculos. Muchos no saben que el Principito es una carta de amor de Antoine a su mujer, movida por un profundo arrepentimiento.

Así es: si queremos independencia, el matrimonio es mal camino. Si pretendemos ser felices, este vínculo que nos hace a nosotros mismos nos permite ser libres realizando el proyecto concreto que somos. Siendo más intensamente esposo soy más libre, siendo más entera y elegantemente esposa soy más libre. La vida dice que es así, y la razón solo logra vislumbrarlo... y comprobarlo. Así son los misterios humanos.

Por Miriam Díez i Bosch

martes, 4 de mayo de 2010

Actor despedido por pensar

Hace unos días saltaba a los medios una noticia curiosa. La cadena americana ABC había echado a un actor por negarse a rodar escenas de sexo. El actor es Neal McDonough, 44 años, bastante conocido por sus apariciones en películas como Minority Report o Banderas de nuestros padres, y por series de TV como Hermanos de sangre o Mujeres desesperadas. Lo cuenta Ana Sánchez de la Nieta en Aceprensa:

Acababa de empezar el rodaje de Scoundrels, una nueva serie de la ABC, y se negó a interpretar una escena de sexo explícito con Virginia Madsen. La cadena decidió sustituirle por otro actor. La noticia ha dado pie a un sinfín de comentarios y explicaciones. Los medios han publicado que la razón de la negativa es que McDonough es católico, con firmes creencias religiosas y tienen mujer y tres niños pequeños. Por eso se niega a interpretar este tipo de escenas.

En los medios digitales –los más dados a este tipo de debates– miles de internautas han apoyado masivamente la decisión del actor. A juzgar por los comentarios a esta noticia, abrumadoramente positivos, se deduce que la coherencia sigue siendo un valor en alza. Son mayoría las personas que alaban la decisión de McDonough y elogian que una persona sea capaz de perder un millón de dólares (que es lo que ha dejado de cobrar) por actuar en conciencia y por respeto a su mujer y a su familia. Los que critican la decisión del actor –además de la cadena, claro– lo hacen señalando que no ha tenido los mismos inconveniente al interpretar papeles violentos.

Sexo y violencia, muy diferentes

Además del lógico sentido común –presente en muchos de los comentarios de estas webs, como el de la mujer que señalaba que, si su marido fuera actor, prefería mil veces verle disparando que en la cama con otra mujer–, en este punto, viene bien releer al crítico francés André Bazin, mentor de Truffaut y Rohmer, inspirador de la Nouvelle Vague e impulsor de la revista Cahiers du cinema. Bazin explica en su célebre libro Qué es el cine como la representación del sexo y la violencia son absolutamente diferentes.

Bazin afirma que la gran diferencia es que las escenas de violencia se representan mientras que las sexuales, en cierto modo, se viven. “Si se muestra en la pantalla un hombre y una mujer con un vestido y postura tales que sea inverosímil que al menos un comienzo de consumación sexual no haya acompañado a la acción, yo tendría derecho a exigir en un film policiaco que se mate verdaderamente a la víctima o al menos que se la hiera más o menos gravemente. Y esta hipótesis no tiene nada de absurdo, porque no hace mucho que el asesinato ha dejado de ser espectáculo, para los romanos, los mortales juegos de circo eran el equivalente a una orgía”.

Bazin señala como –a diferencia de otras artes representativas, como la pintura– “en el cine a la mujer incluso desnuda se la puede desear expresamente y acariciarla realmente y, sin embargo, si queremos permanecer en el nivel del arte debemos mantenernos en lo imaginario. Debemos poder considerar lo que pasa en la pantalla como un relato que no llega jamás al plano de la realidad, o en caso contrario, me hago cómplice diferido de un acto, o al menos una emoción, cuya realización exige intimidad. Lo que significa que el cine puede decir todo pero no puede mostrarlo todo. Se puede hablar de todo tipo de conductas sexuales pero con la condición de recurrir a las posibilidades de abstracción del lenguaje cinematográfico, de manera que la imagen no adquiera jamás un valor documental”.

Desde esta perspectiva, se entiende que haya directores que se nieguen a incluir escenas de sexo en sus películas y prefieran recurrir a la elipsis. El realizador finlandés Ali Kaurismäki, lo explica con elocuencia. En sus cintas, muy oscuras en ocasiones, retrata la vida de prostitutas o amantes pero nunca muestra sexo en la pantallas. “Cuando veo una película y llega la escena de sexo me siento siempre muy violento, y también el público, creo. Son situaciones privadas y me siento un voyeur. Todas esas secuencias parecen siempre la misma; pienso que en Hollywood tienen un stock al que acuden”.

Y el español Patxi Amezcua, preguntado recientemente sobre por qué en su película 25 kilates había poco sexo y palabrotas, comentaba que “no hace falta decir “hijo de puta” para que se note que el personaje está enfadado… Y el sexo despista la mayor parte de las veces”.

Cuando fallan otros recursos

De hecho, las personas que ven mucho cine, por ejemplo, los críticos coinciden en señalar que, con excepciones, el exceso de sexo en una película puede obedecer a dos motivos: o es un reclamo publicitario para hablar de ella por escandalosa o es un modo de intentar salvar un mal guión.

La tesis de Bazin explica también como, al margen de otras cuestiones morales, muchos actores confiesan sentirse incómodos cuando ruedan estas escenas. Otros las ven necesarias para entrar en el mundo del cine –un peaje que hay que pagar– pero renuncian a ellas en cuanto tienen un cierto caché. Es el caso, por ejemplo, de Brad Pitt que, hace años manifestó que no volvería a salir desnudo. “No quiero sentirme avergonzado cuando mis hijos sean más grandes y vean mis películas”, señaló.

Y el espectador, ¿quiere el espectador medio ver sexo en la pantalla grande? A juzgar por los datos de taquilla parece más bien lo contrario. Entre las 10 películas más vistas en el 2009 solo una –Resacón en las Vegas– tiene contenidos sexuales.

En definitiva, toda esta historia revela en el fondo que una de esas frases acuñadas en el mercado del cine –que el sexo vende– no es cierta y que el sexo en la pantalla tiene más inconvenientes que ventajas. Hace perder dinero a los productores y distribuidores, encasilla a los actores, incomoda al espectador, no ayuda a la creatividad de los realizadores y no convence a los críticos. Neal Mc Dougahn, además de buen actor ha demostrado ser un tipo coherente y listo.