jueves, 20 de enero de 2011

Al infierno los fumadores!

Rafael Gómez Pérez nos ofrece una reflexión sobre la ley antitabaco:

La ley antitabaco, que ha entrado en vigor en España el 2 de enero de este año, se ha convertido, en pocos días, en un fenómeno de opinión y de “creencias”, que permite una reflexión más amplia sobre las características de la sociedad en la que vivimos.

Hay datos evidentes y otros sobre los que no compensa debatir, porque tienen la fuerza de los hechos comprobados. Ejemplo del primero es que en España fuma el 30% de la población; ejemplo de lo segundo es que “fumar mata” como se avisa con caracteres alarmantes en todas las cajetillas.

Sobre lo primero, los no fumadores son mayoría y quizá en su nombre se articula una ley tan prohibitiva. Pero, ¿qué hay de aquello del respeto a las minorías? ¿Por qué, por ejemplo, tantos detalles con el colectivo de gays y lesbianas y tan pocos para los fumadores? Toda la furia que se descargue contra el tabaco dará una falsa conciencia de estar entre “los buenos”

Sobre lo segundo, la idea de avisar que “fumar mata” (o, mejor, “puede matar” porque no es apodíctico al cien por cien), no es mala idea; pero se podría extender a otros casos más graves; por ejemplo, poner a la entrada de algunas clínicas: “el aborto mata”; en este caso no sería correcto “el aborto puede matar”, porque es algo inexorable: la muerte entra dentro del mismo concepto de aborto.

Hay fumadores que, en el colmo de su desesperación, razonan con el extremo: si el tabaco es tan malo, que lo prohíba el Estado. En realidad, no lo hace no solo porque dejaría de obtener más de 10.000 millones de euros en impuestos, sino porque la prohibición total solo serviría, como ocurre con la droga, para engendrar todo un mercado negro, con lo que lleva adjunto de una nueva fuente de delincuencia.

Con fervor pseudorreligioso

Pero al lado de todo esto se desarrolla un fervor quasirreligioso de muchos antifumadores que querrían arrojar a los fumadores a las tinieblas exteriores. No es de extrañar, porque es muy fácil conectar este tema con el ecologismo, también como pseudorreligión. En Occidente, al darse en amplios estratos de la población una disminución de la sensibilidad religiosa –no solo de la fe– hay un deslizamiento hacia la vivencia, a modo de religión, de ideologías o creencias, no necesariamente políticas, sino sociales o simplemente de moda o tendencia. Como una aplicación de aquella célebre observación de Chesterton: “cuando se deja de creer en Dios se puede creer en cualquier cosa”.

Como aquellos fanáticos que veían “pecado” en el menor de los gestos que a ellos les parecía sospechoso, ahora basta una hilacha de humo para que haya gente que de buena gana lapidaría a quien se ha atrevido a tanto, al grito de “¡No me hagas fumador pasivo”!

En vano los fumadores razonables (porque también los hay irrazonables) aducen que solo quieren un espacio para ellos solos, aunque se ahoguen en su propio humo; que para nada quieren meter su humor en el pulmón ajeno; que les parece exigible que no se coarte la libertad de nadie, ni de los que fuman ni de los que no fuman. Esta sociedad, que acepta fácilmente males muchos mayores (casi todos relacionados con el sexo: el aborto, también de menores de edad; la libre distribución de la “píldora del día después”; los anuncios de formas aberrantes de sexualidad en las páginas de los diarios), es de una intolerancia rayana en el fanatismo cuando se trata del tabaco.

Chivo expiatorio

El fenómeno se ha dado otras veces: por la mala conciencia de aceptar males mayores, el tabaco se convierte en el chivo expiatorio. Toda la furia, el rencor, el odio que se descargue contra el tabaco –e indirectamente contra los fumadores y las fumadoras– dará una cierta (falsa) conciencia de estar en lo justo, en la corrección, entre “los buenos”.

Como en todas las formas pseudorreligiosas, ante el ardor de los fanáticos ha surgido una minoría de disidentes, de “herejes”, que adoptan el nombre de insumisos. Como casi siempre, tienen poco que hacer, porque en contra está no solo el peso del Estado sino de una gran parte de la sociedad. La sociedad mayoritaria ha experimentado en muchas ocasiones un cierto gusto en ir contra las minorías, contra quienes “no son como nosotros”. El caso del tabaco es uno más.

martes, 11 de enero de 2011

El matrimonio ¿artículo de lujo?

La desafección hacia el matrimonio se observa en muchos países de Occidente, pero no entre todos los sectores sociales. En América, casarse sigue siendo la manera más normal de fundar una familia entre personas con estudios universitarios y buenos ingresos, mientras que en los niveles socioeconómicos inferiores es más habitual eludir el compromiso matrimonial. Así nos lo cuenta ACEPRENSA:

Un informe que se acaba de publicar muestra que el declive del matrimonio que se da en Estados Unidos está afectando a la base del orden social: la clase media. El informe, titulado When Marriage Disappears: The Retreat from Marriage in Middle America (“Cuando desaparece el matrimonio: el alejamiento del matrimonio por parte de la clase media norteamericana) es un trabajo conjunto del National Marriage Project de la Universidad de Virginia y del Institute for American Values.

La investigación, desarrollada por W. Bradford Wilcox y Elizabeth Marquardt, observa que en la clase acomodada el matrimonio es más estable y parece estar fortaleciéndose. Entre los desfavorecidos, el matrimonio sigue mostrándose frágil. Pero la tendencia más reciente y de mayor importancia es que la institución matrimonial está debilitándose en la clase media. Entre los estadounidenses de clase media, definidos a los efectos del informe como quienes poseen un diploma de enseñanza secundaria pero carecen de una titulación universitaria, las tasas de maternidad fuera del matrimonio y las de divorcios están creciendo.
Este conjunto “moderadamente educado” de la clase media constituye un 58% de la población adulta. Aquellos con formación universitaria suman el 30%. El restante 12% son los que no terminaron la secundaria.
Línea divisoria
El informe descubre que el matrimonio se está convirtiendo en los Estados Unidos en una línea divisoria entre los de nivel educativo intermedio y quienes poseen título universitario.
Aunque el matrimonio sigue siendo apreciado, se ha reducido la probabilidad de que los norteamericanos con educación secundaria formen matrimonios sólidos, mientras que entre sus compatriotas que han cursado estudios superiores se produce el fenómeno contrario.
Los que se declaran felices en su matrimonio son el 69% de los adultos casados que han cursado educación superior, pero sólo el 57% de los del nivel educativo inmediatamente inferior y el 52% de quienes tienen educación elemental.

Matrimonios más frágiles
También las tasas de divorcio han subido entre los estadounidenses con educación de grado medio, mientras que han descendido entre los de estudios superiores.
Entre los años setenta y los noventa, la probabilidad de divorcio o separación en los diez primeros años de matrimonio decreció entre los más instruidos (bajando del 15 al 11%); subió un poco entre los que habían completado la enseñanza media (del 36% al 37%), y también disminuyó entre los menos instruidos académicamente (del 46% al 36%).
En consecuencia, el porcentaje de adultos con una educación media que permanecían casados en su primer matrimonio cayó del 73% de los años 70 hasta el 45% de la última década. En el mismo periodo, la caída fue de 17 puntos entre los adultos con estudios universitarios y de 28 puntos entre los adultos con pocos estudios.
Es cada vez más probable que los norteamericanos con estudios medios convivan en una unión de hecho en vez de casarse. Desde 1988 hasta ahora, el porcentaje de mujeres de 25-44 años que habían vivido en estas uniones subió 29 puntos en las de estudios medios, 24 puntos entre las de pocos estudios, y 15 puntos entre las que tenían estudios universitarios.

Hijos nacidos fuera del matrimonio
Tener hijos sin estar casados es mucho más probable entre los de niveles medios de educación que entre quienes poseen titulación superior.
A principios de los 80, solo el 2% de los niños de madres con educación superior venían al mundo fuera del matrimonio, frente al 13% de los nacidos de madres con educación media, y el 33% de los hijos cuyas madres tenían el nivel educativo más bajo. A finales de la primera década del siglo XXI, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio para las madres con estudios universitarios era del 6%. Los otros dos grupos experimentaron un acusado aumento, hasta el 44% para las madres con una educación media, y hasta el 54% para aquellas con pocos estudios.
Igualmente es más probable que antes que los hijos de padres con educación superior vivan con sus dos progenitores, mientras que en familias cuyos padres tienen estudios medios la probabilidad es mucho menor.
El aumento de divorcios y la crianza de los hijos fuera del matrimonio, en las comunidades de clase media y baja, ha dado como resultado que cada vez más niños de dichas comunidades vivan en hogares en los que no están sus padres biológicos o acaben viviendo en hogares de adopción.
Como dato concreto, el porcentaje de muchachas de 14 años de madres con titulación universitaria y que viven con sus dos padres se mantiene en un 81% en la primera década de este siglo, pero la proporción de jóvenes de esa misma edad que son hijas de madres con educación media y que viven en idénticas condiciones se ha visto reducida al 58%. Y el porcentaje de las muchachas de idéntica edad que vivían con ambos progenitores del nivel de instrucción más bajo, descendió del 65% al 52%.

Se aleja el “sueño americano”
El informe detecta tres cambios culturales que han jugado un papel decisivo en el debilitamiento del matrimonio entre los norteamericanos de clase media.
El primero es una actitud más permisiva en la concepción del matrimonio. El segundo, consecuencia del anterior, es una mayor probabilidad de que estos norteamericanos adopten comportamientos –un número mayor de parejas sexuales y más infidelidad matrimonial– que pongan en peligro sus perspectivas matrimoniales. El tercer cambio cultural es que los norteamericanos con una educación media cada vez son más reticentes a abrazar valores tradicionales como posponer la gratificación o centrarse en la educación. El informe anota después la influencia de algunos otros cambios, como el descenso de la práctica religiosa y la mayor aspiración a encontrar un “alma gemela”, lo que hace que el nivel exigido para casarse sea más elevado que antes.
En general, concluye el informe, “la vida familiar de los estadounidenses con educación de grado medio se asemeja cada vez más a la de los que no completaron dicho ciclo, y que con excesiva frecuencia se ven agobiados por problemas económicos, conflictos de pareja, maternidad en solitario e hijos problemáticos.”
El arrinconamiento actual del matrimonio entre las personas de educación media está poniendo el “sueño americano” fuera del alcance de muchos, advierte el informe. “Hace más difícil la vida de las madres y aleja cada vez más a los padres de las familias. Incrementa las probabilidades de que sus hijos sufran fracaso escolar en la educación secundaria, acaben teniendo problemas de delincuencia, haya más embarazos de adolescentes entre ellos o acaben tomando la senda equivocada de algún otro modo. A medida que el matrimonio –un estado al que antiguamente todos podían aspirar– se convierte cada vez más en terreno acotado de la clase acomodada, crece la brecha social y cultural.”