jueves, 12 de noviembre de 2015

En la muerte de René Girard

Un autor imprescindible, con una teoría iluminadora
Aceprensa
         ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
         10.NOV.2015

Hace unos años me encargó un periódico que, durante un verano, recomendase un libro esencial en un artículo breve que se publicaría cada jueves. Como saldría durante las nueve semanas de julio y agosto, sudé tinta china para limitarme a nueve libros solamente. Pero junto a la Divina comedia y otras cumbres majestuosas de la literatura universal, situé, haciendo una excepción, un ensayo de René Girard de impactante título: Veo a Satán caer como el relámpago. Ha pasado el tiempo y no me equivoqué. Es un libro esencial de un autor imprescindible.

René Girard, nacido el día de Navidad de 1923 en Aviñón, ha muerto este 4 de noviembre. Ha sido un sabio de esos tan extraños por los que suspiraba su compatriota Michel de Montaigne, capaces de transformar sus enseñanzas en vida y en luz para sus lectores. O sea, de los maestros que se atreven a saber, que no se enredan con academicismos ni se ponen delante de las corrientes de pensamiento de moda para parecer influyentes líderes de opinión. Una excepción, en definitiva, a la regla férrea (y plomiza) de la intelligentsia.
Su pensamiento tiene una naturaleza dramática, pero no porque él se regodee en ningún melodrama, todo lo contrario: porque ha ido creciendo sometido a la tensión continua y arriscada de sus descubrimientos encadenados. Hay quien acusa a René Girard de ser un pensador de una sola idea, olvidando que esa idea ha tenido una maduración y una modulación de años, con unas variaciones muy sutiles, aunque siempre coherentes. Y se obvia, sobre todo, que esa sola idea es una llave que abre casi todas las puertas: la antropológica, la literaria, la filosófica, la teológica, la política… Pero repasemos sus pasos.
Desear por imitación
El descubrimiento inicial es que el ser humano aprende a desear por imitación de los deseos del prójimo, envidiándolo. Lo diagnostica René Girard en la literatura, mientras hacía una crítica estructuralista de las grandes obras. Y expone su hallazgo en su sorprendente libro inaugural: Mentira romántica y verdad novelesca, de 1961. La geometría del deseo es triangular porque el ser humano no se relaciona directamente con lo que quiere, sino queriéndolo siempre y solo a través de un modelo deseante. Cervantes, Proust, Shakespeare, Dostoievski fueron conscientes de ello y lo reflejaron en sus obras. Mucho más tarde, en Geometrías del deseo volvió a la crítica literaria, cerrando el círculo y demostrando que sus herramientas de interpretación eran las mismas, pero más afiladas aún.
Ese deseo mimético, al recaer sobre un objeto cualquiera, pero siempre el mismo que desea el otro, desata un irremediable conflicto, muy susceptible de expandirse geométricamente por su propia naturaleza triangular y contagiosa. Tal dinámica genera una espiral de envidias, rivalidades y violencia que sería devastadora si no se encuentra (de un modo instintivo, tal vez casual) un chivo expiatorio al que cargar (de un modo secretamente arbitrario) las culpas de todos. Con su asesinato o sacrificio, la paz vuelve: una paz sugestionada y momentánea. Cuando el conflicto resurja, se tratará de repetir aquello que lo aplacó. El hecho originario se convierte en mito fundante, la víctima se diviniza y se busca un sustituto (un animal, generalmente) que ocupe el lugar del asesinado originario mediante una estricta ritualización.
Este mecanismo está por debajo de muchísimas costumbres no solo primitivas, sino clásicas. Y explica las grandes obras literarias, en especial, el teatro clásico griego, pues Edipo, Sófocles y Eurípides están siempre a punto de desenmascarar este mecanismo, sin atreverse a hacerlo al final del todo, porque, no lo olvidemos, es un método (injusto, desde luego) de salvación social, un inmunizarse contra el contagio mimético y la violencia letal que acarrea. Y no conocían ni concebían otro. Este segundo estadio lo expone René Girard en La violencia y lo sagrado (1972) y en El chivo expiatorio (1982)
El sacrifico de Cristo
Empujado por sus propios hallazgos, dio un paso más y se adentró en la teología. El ateo o agnóstico que había sido terminó viendo que la Pasión de Cristo es la denuncia perfecta y la destrucción absoluta de ese mecanismo victimario. La única víctima absolutamente inocente y a la que no se puede cargar con ninguna culpa, Jesús, se entrega por los pecados de los demás.

Partiendo de ese último hallazgo, Girard no sólo volvió al catolicismo de su niñez, sino que fue capaz de explicarnos, desde su propia ciencia y con sus herramientas profesionales, el cristianismo con una claridad tumbativa. Dejando a salvo el núcleo irreductible de la fe y del misterio, y recurriendo a los textos de la Biblia (véase el libro La ruta antigua de los hombres perversos, 1985), especialmente a Job y a los salmos; y apoyándose en los Padres de la Iglesia, sostiene que Jesús de Nazaret revierte el mecanismo del chivo expiatorio como el cordero inocente que quita el pecado del mundo. También desde la estricta antropología, el acontecimiento central de la historia es la Pasión de Cristo.
En un principio, por inercia de la denuncia de los sacrificios antiguos, René Girard insistió en el carácter antisacrificial del cristianismo. Con el tiempo ha rechazado esa conclusión. En su libro axial, Veo a Satán caer como el relámpago, declara que el de Cristo fue un verdadero sacrificio: el único verdadero, porque los anteriores eran asesinatos o inconscientes o camuflados o simbolizados. El sacrificio de Cristo revierte el mecanismo de raíz, porque nos invita a confesarnos culpables y a no cargar nuestras faltas en los hombros de nadie. El contagio mimético de la envidia ha de sanarse en cada uno, por cada uno, mediante la única imitación legítima, a instancias del sacrificio auténtico: el propio. Es la imitación de Cristo, donde el amor al prójimo sustituye a la envidia.
Enfermedades de nuestro tiempo
Esta luz irradia sobre la modernidad. La última veta del pensamiento de Girard ha consistido en estudiar cómo el hecho de que Jesucristo haya acabado con el mecanismo victimario y de que el mundo, en cambio, se resista a abandonarlo, produce la dialéctica exasperada de nuestra actualidad más rabiosa. El deseo mimético está tras algunas enfermedades de nuestro tiempo (La anorexia, Editorial Margot, 2009); la espiral de la violencia explica la dinámica militar y política (Clausewitz en los extremos: política, guerra y apocalipsis, Katz, 2010); y solo Jesucristo puede dar una respuesta definitiva, como expone en El sacrificio, un breve libro que es un gran resumen de su pensamiento.

Imposible escribir esta necrológica con la tristeza que exige el género. Girard tuvo una vida apasionante; y su obra, si no conoció los unánimes aplausos mediáticos, goza de lectores fervorosos y de discípulos fieles. Nada menos que Alejandro Llano (Deseo, violencia y sacrificio: el secreto del mito en René Girard, EUNSA, 2004) y Ángel Barahona (René Girard: de la ciencia a la fe, Encuentro, 2014) le han dedicado esclarecedores ensayos expositivos. Y Cesáreo Bandera es un discípulo creativo que ha sabido desarrollar su propio pensamiento a la luz de Girard, como demuestra en su último y deslumbrante estudio El refugio de la mentira (Canto y Cuento, 2015). Sus discípulos más magistrales son una garantía de la continuidad y la fecundidad de su obra. No es muy corriente acabar un obituario con una exaltación agradecida como la mía, pero es que René Girard ha sido un sabio excepcional.