miércoles, 15 de diciembre de 2021

Biden y Francisco

 


Biden y Francisco, o al César lo que es del César


Publicado en CNN Español, Atlanta, 30 de octubre de 2021


Rafael Domingo Osle es profesor del Centro de Derecho y Religión de la Universidad de Emory y catedrático Álvaro d’Ors de la Universidad de Navarra



El encuentro entre Biden y el Papa en el Vaticano ha dejado fotografías memorables y momentos importantes para la historia. Yo me quedo con el hecho mismo, desnudo y sin parafernalia diplomática, de que sencillamente la visita tuvo lugar. Y punto. Que la encarnación del poder terrenal, también llamado presidente de los Estados Unidos, converse, en privado y durante 75 minutos, con la encarnación de la autoridad espiritual en Occidente, también llamada papa, tiene un sentido político y espiritual muy profundo. 

El encuentro significa, en primer lugar, que el poder terrenal, por mucho ejército de que disponga y toda la fuerza e influencia que despliegue, no es absoluto. En pleno siglo XXI, la potestas política sigue necesitando de la auctoritas espiritual, como la tierra de la lluvia, ya que la dimensión espiritual del ser humano juega un papel determinante en la vida de las personas y los pueblos. 

En segundo lugar, la visita nos ha mostrado que, en la llamada era de la secularización, la actividad política, por secular o laicista que sea, y por secularísima o laicísima que llegue a ser, nunca acabará de erradicar la relevancia del mensaje religioso, ni de arrinconar a los líderes espirituales del mundo. El encuentro, sin duda, ha supuesto un duro golpe al secularismo más intransigente, que pretende asfixiar cualquier apertura de la sociedad a la trascendencia. 

Esta visita también nos ha recordado el consejo de Jesucristo de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:21). Esta regla tiene un valor inestimable para la buena marcha de la política y el desarrollo de los pueblos. Lástima que tantas veces nos apartemos de ella o no la comprendamos en toda su profundidad. 

Parece que tanto Biden como Francisco, quizás sin pretenderlo, han actualizado este consejo a la perfección con su encuentro. Las fotografías de los dos líderes en serena y constructiva conversación nos enseñan que las relaciones entre la autoridad espiritual y el poder político se entienden mejor desde la mutua colaboración que desde la exclusión, ya que ambas instancias deben servir al florecimiento del ser humano y de los pueblos. Así como no se puede dividir un ser humano (lo corporal de lo emocional, por ejemplo), así tampoco se puede dividir la comunidad política creando un muro de separación impenetrable entre lo político y lo religioso. 

Dios está en todas partes: tanto en las iglesias como en los parlamentos. Poco sabe de límites materiales. La necesidad de diferenciar la dimensión política de la espiritual no significa que se pueda separar la espiritualidad de la política. El César es también hijo de Dios. Y viceversa: el líder espiritual vive en el mundo del César. De hecho, Biden se profesa católico practicante, y ciertamente lo es, por más que no participe de la moral cristiana en temas tan centrales como el aborto. 

Por otra parte, el papa, con esta visita de Biden, ha reconocido la existencia de un poder civil, de un César, que merece todo respeto y apoyo, incluso cuando algunas de las políticas de su administración atenten contra la moral cristiana y la dignidad humana, es decir, no respeten aquello que hay que dar a Dios. El papa ha defendido el valor de la vida humana desde la concepción en múltiples ocasiones. Seguramente, se trató de esta controvertida cuestión en la audiencia privada, pero se ha evitado con acierto escenificar mediáticamente cualquier cosa parecida a un sometimiento político del poder político a la autoridad espiritual. Esto hubiera supuesto la muerte de la vida política de los católicos estadounidenses, a quienes fácilmente se les podría echar en cara ser gobernados desde Roma y no desde Washington. Los políticos católicos que defienden la vida lo hacen libérrimamente, no porque se lo diga el Vaticano.

El papa ha puesto de manifiesto una vez más que es un verdadero pontífice, un hacedor de puentes, que suma, coopera, ayuda cuanto puede a todos los gobernantes del mundo en todos sus esfuerzos por alcanzar el bien común de los pueblos. El papa parece haberse ganado la plena confianza de Biden, quien, como como presidente de los Estados Unidos, ve en el pontífice un líder espiritual que defiende a los pobres y perseguidos, que lucha contra la pandemia exigiendo que se donen vacunas a los países más necesitados, que protege el planeta frente a la crisis medioambiental y que está atento al desarrollo equitativo de los pueblos tras la crisis económica. 

Esta visita, para mí, es un claro ejemplo de la armonía necesaria que debe existir entre la autoridad espiritual y el poder político, no como un matrimonio de conveniencia artificial, fruto de intereses políticos contrapuestos, sino de una unión espiritual mucho más profunda que, precisamente por eso, sabe separar funciones y delimitar espacios.