domingo, 27 de julio de 2008

Trabajadoras

La conciliación del trabajo fuera de casa con la atención al hogar es, sin duda, uno de los grandes retos e nuestro tiempo. Por eso nos ha parecido interesante reproducir este artículo de Felipe Pou Ampuero tomado de su blog Cauce:

Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad (Juan Pablo II, Laborem exercens, Vaticano, 14 de septiembre de1981, n. 19).


El acceso de la mujer al mundo del trabajo y a los puestos de dirección de la sociedad se ha considerado como una de las grandes conquistas del feminismo del siglo pasado —del siglo XX, se entiende— y de la igualdad de los sexos. Realmente, si lo pensamos con un poco de detenimiento, bajo estas afirmaciones subyace la idea de que la mujer tiene mucho más que ofrecer a la sociedad como trabajadora que como madre, como ama de casa.
Catherine Hakim distingue en un estudio que las mujeres centradas en su trabajo profesional vienen a representar el 20% del total, otro 20% estaría representado por las mujeres que trabajan por necesidad, pero preferirían quedarse en su casa y atender a sus hijos; y el numeroso grupo del 60% estaría representado por las mujeres que trata de buscar lo mejor del mundo familiar y del mundo laboral.
La primera observación que se puede hacer al observar estas cifras es que no es cierto el dogma inexorable de la incorporación de la mujer al mundo laboral. Sencillamente porque ella misma en un porcentaje del 20% no lo desea en ciertas etapas de su vida.
En otra encuesta encargada por el gobierno holandés en el año 2005 el 50% de los hombres y mujeres encuestados considera que la vida familiar sufre si la mujer trabaja —fuera de casa— a tiempo completo, mientras que en el año 1991 sólo un 25% de los encuestados pensaba así. Se puede afirmar que los intentos del gobierno holandés de que el hombre y la mujer compartan por igual la responsabilidad del hogar y que aumente la participación de la mujer en el mundo laboral no consiguen los resultados pretendidos.
Ante esto se puede investigar qué es lo que se está haciendo mal o en qué se equivoca el gobierno holandés. También nos podemos preguntar: ¿no será que los ciudadanos de un país libre hacen lo que quieren en lugar de obedecer a las metas impuestas por los funcionarios? Porque estamos de acuerdo en que el hombre y la mujer son iguales. Tan iguales que la mujer no necesita que el hombre o la cultura de los hombres le diga cómo debe promocionarse. La mujer es mayor de edad, es persona adulta y sabe bien lo que quiere en cada momento de su vida.
Claro que si es necesario trabajaremos todos por sacar adelante una familia y tantas cosas importantes. Pero no trabajaremos por motivos de emancipación femenina. Porque la verdadera emancipación femenina es que la propia mujer elija su destino y se realice según sus propias convicciones sin que la etiqueten de «ama de casa».
En muchos casos lo que ocurre es que la mujer no puede elegir con total libertad entre un empleo remunerado y dedicarse plenamente al trabajo en casa. Tantas mujeres quisieran dejar su trabajo fuera del hogar y no pueden hacerlo porque necesitan ese segundo o primer sueldo.
En otra encuesta, esta vez con alemanes, no echan en falta plazas de guardería para sus hijos pequeños, sino dinero para atender a su familia como piensan que se merece. Cada día son más los padres que piensan que no es indiferente confiar la educación de sus hijos a extraños en guarderías infantiles, por muy técnicas e higiénicas que sean.

Ama de casa

Todavía se nos escapa en la conversación la inercia de considerar como no trabajadora la mujer que trabaja en su hogar dedicada todo el día y toda la noche a atender a su familia. La Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa (CEACCU) describe del siguiente modo la labor de un ama de casa: contable, gerente de compras, relaciones públicas y secretaria, cocinera, nutricionista, encargada de limpieza y mantenimiento, médica, puericultora, psicóloga y educadora. Seguro que todavía nos dejaremos algo en el tintero...
El ama de casa aprende a hacer bien su trabajo sobre la marcha, no existen escuelas de postgrado para amas de casa. Sin embargo, la actividad que desempeña una mujer en su hogar y como elemento aglutinador de la familia la convierte en uno de los pilares básicos no ya de su propia familia, sin la cual sería un verdadero caos, sino, sobre todo, de nuestra sociedad.
Cuando se pregunta a las amas de casa sobre su grado de satisfacción con su profesión, el 60,20% se declara bastante o muy satisfecha, frente al 9,80% que se declaran bastante o muy insatisfechas con su trabajo de amas de casa. Y es que la mujer tiene derecho a trabajar en el mundo laboral, pero también tiene derecho a ser madre, a educar a sus hijos, conducir una familia y al mismo tiempo sentirse compensada emocional y económicamente.
Las mujeres modernas, sin prejuicios laborales machistas, consideran que dejar a sus hijos en manos de otros les hace más vulnerables a los malos hábitos y les pone en peligro de sufrir abusos físicos y morales. Se dan cuenta que su trabajo en casa no es tan reemplazable como ellas pensaban.
Porque es cierto y la experiencia demuestra que en los primeros años de un niño, por medio de la educación, la madre es transmisora de los conocimientos básicos para integrar el sentido de la vida. Y esto no es sumar ni restar, pero es seguro que es la clave de la felicidad de ese niño en el futuro. Trabajar como ama de casa es un trabajo, al menos, como el que más. Sin embargo, muchos comienzan a percibir que no es solamente un trabajo, sino que es la más excelsa ocupación de una mujer.

La excelencia laboral

Porque debemos preguntarnos hacia dónde vamos, qué es lo que queremos: una economía más competitiva o una sociedad mejor. Y es necesario elegir de una vez. Todo a la vez no se puede, es necesario jerarquizar y dar prioridad a la persona. Nuestra sociedad no puede permitirse por más tiempo el organizarse solamente como un sistema de prestación de servicios económicos; todo lo contrario, la economía debe ordenarse dentro del marco general de la sociedad.
Todos los gobiernos reconocen que la familia es un factor básico en el desarrollo económico, pero con frecuencia la sociedad lo ignora. Los gobiernos deberían ayudar activamente a las familias creando condiciones para que se desarrollen y cumplan su papel de formar a la siguiente generación. Para esto se precisa una nueva cultura y una nueva educación. Es preciso modificar el modelo de éxito que se nos ha presentado en el que no está incluido para la mujer el ser ama de casa.
Donde se ha perdido el sentido del hogar nos encontramos con más familias rotas, más desequilibrios psíquicos, más delincuencia juvenil, más adicción al alcohol o a la droga. El verdadero problema de los niños de padres con trabajo a tiempo completo es que están experimentando un empobrecimiento que se cura con algo tan sencillo como que su madre les ponga en la lista de quehaceres diarios.
Que una mujer trabaje como ama de casa no significa que siempre tenga que estar dentro de su casa y que renuncie a cualquier contacto con la cultura y la sociedad como si se tratara de una reclusión. Para empezar, no hay que darlo todo por supuesto: hay que aprender a hacer hogar y a hacerlo bien.
Hacer hogar y hacerlo excelente implica un esfuerzo común —hombre y mujer— de los esposos y luego de los hijos por crear un lugar con un clima de cariño y de ayuda mutua, con tradiciones propias y con personalidad familiar que son fruto también de unos trabajos y energías que trascienden lo cotidiano y la materialidad de las cosas y los muebles del hogar.
Es necesario aprender a hacer hogar. Esta es una asignatura que no aprendimos en los cursos preparatorios del matrimonio y, sin embargo, es la base sobre la que se puede construir una familia completa, real, auténtica, que se distingue de una simple reunión de personas que conviven bajo el mismo techo y se sientan (a veces) a comer juntos.

sábado, 19 de julio de 2008

Pesonas y cosas

Magnífico artículo de Rafael Domingo en “La Gaceta de los Negocios

Y puede escribirse en la lengua que se quiera: die Sache, la chose, res y un largo etcétera. Siempre es lo mismo. La persona es el alguien; el algo, la cosa. Entre alguien y algo hay una línea teórica infranqueable, por desgracia cada vez más difuminada en la práctica. Personas y cosas fue la más importante distinción que hicieron los juristas romanos. Se es persona y se tienen cosas. Es persona quien no puede estar en propiedad, quien no tiene dueño; y cosa todo lo susceptible de apropiación.

         En realidad, lo que no es persona es cosa. O mejor dicho, todas eran cosas hasta que aparecieron las personas, como realidades jurídicas distintas y separadas. Afirmar lo contrario sería empezar la casa por el tejado. Pero llegaron las rebajas. Los esclavos, por ejemplo, quedaron a mitad de camino entre las personas y las cosas, como si de híbridos se tratara. Eran percosas. Personas a la hora de jurar, de contratar, de ser sepultados, pero, al mismo tiempo, cosas que podían ser vendidas, alquiladas, abandonadas o destruidas. Signo inequívoco de madurez social fue el desarrollo paulatino del concepto de persona. A más civilización, mayor respeto al ser humano. Y cuanto mayor es el respeto al ser humano, más se acaban valorando las cosas. Sin embargo, al parecer, nos encontramos en un punto de inflexión.

         El capitalismo voraz otorga tal importancia a las cosas que ha logrado opacar el lugar privilegiado de la persona. Así, vivimos en un tiempo de barbarie, en un retorno a la jungla, a un estado simiesco en el que todo, absolutamente todo, está manchado por el veneno del mercantilismo, esa tinta china que mezcla personas y cosas en una masa tan amorfa como perversa. Ha llegado el momento de defender de manera eficaz la dignidad de todas las personas, sin exclusión, especialmente de aquellas que durante siglos han sido cosificadas por su edad (embriones), sexo (mujeres), raza (negros), posición (inmigrantes), etc. Es preciso emplear una terminología adecuada que clarifique los conceptos. Me explicaré.

         De la misma manera que no se secuestran cosas ni se hurtan seres humanos, sino que el hurto queda reservado a los bienes y el secuestro a las personas, conviene distinguir, por ejemplo, la cesión de la donación. No cabe hablar de donación de órganos humanos, pues el cuerpo no es una cosa, sino una pars personae, una parte constitutiva del propio yo. Así, los órganos humanos no se donan, no se alquilan, no se venden, no son negociables: sólo pueden cederse, gratuitamente, en aras del fin supremo de la solidaridad. Cosificar el cuerpo, alquilándolo con un contrato de prostitución, es instrumentalizarlo, convertirlo en objeto. Lo mismo puede decirse de los embriones —vivientes humanos—, a los que ha de aplicarse el estatuto de persona.

        Se trata de un status que quizás puede ralentizar la investigación científica, pero que sin duda mejorará la sociedad en su conjunto, así como las señales de tráfico frenan el afán suicida de algunos conductores e incrementan la seguridad vial. Es sumamente cómodo cosificar a las personas, utilizándolas y haciendo de ellas un simple “homo economicus”, capital humano, un objeto deleznable al servicio de intereses particulares y superfluos.

         Se cosifica al hombre cuando el único criterio de la empresa es cumplir unos resultados monetarios, cuando se da la misma importancia a un despido que a una adquisición de bienes, cuando se trata al trabajador como a un robot sin corazón. Cuando se habla de recursos humanos y no de dirección de personas. Pero, sobre todo, se cosifica al ser humano cuando se construye una sociedad “etsi Deus non daretur”, como si Dios no existiera. En efecto, si se edifica un orbe ateo, el hombre deja de tener conciencia de su condición de criatura y, por tanto, de administrador de su entorno, considerándose el único señor de su circunstancia.

         Y si es dueño de sí mismo —lo cual no es cierto, pues el dominio exige alteridad, es decir, la relación entre alguien y algo—, su cuerpo deviene en objeto, en cosa de la que se puede disponer con total libertad, cambiándose de sexo, traficando órganos, quitándose la vida. O, sencillamente, vendiéndose como esclavo, algo ya practicado en Roma.  Así, el embrión pasa a ser un fruto natural, un producto sobre el que la mujer tiene plena disponibilidad, y el cuerpo, un instrumento multiuso y desechable, objeto de intercambio por un puñado de monedas. Quitar de en medio a Dios y ocupar su trono más que endiosarnos nos cosifica. Es retornar una vez más a la vieja historia del edén perdido.

         Seréis como dioses, dijo la serpiente, sabiendo, en el fondo, que la autosuficiencia es un callejón sin salida. Cosificados, somos susceptibles de dominio y apropiación por seres humanos más poderosos que nosotros, sin más limitación que unos derechos manipulados políticamente.

         He aquí, sin trampa ni cartón, el drama de nuestro tiempo. Y también el reto: construir una sociedad de personas, con unos derechos irrenunciables, que no puedan ser objeto de explotación o cosificación. El lema modernista del etsi Deus non daretur nos ha conducido a una brutal deshumanización. Tal vez, si viviéramos como si Dios existiera, un nuevo y más limpio horizonte nos llevaría a valorar la dignidad de las personas por encima de esos vanos afanes materiales que pretenden borrar de la faz de la tierra todo atisbo de trascendencia.

jueves, 17 de julio de 2008

Ideas para un video-forum sobre "La misión"

La película de “La misión”, tanto por la calidad cinematográfica, como por el tratamiento que da a los contenidos, parece especialmente interesante para un "forum" en clase de Religión. En general suele ser una película que gusta bastante a alumnos de Secundaria, por ejemplo en Bachillerato suelen calificarla como “muy buena” entre un 60 y un 70 % . Sugerimos dos posibles maneras de trabajarla en clase en función del tiempo que se disponga y del tema que más interese tratar. Las ambas posibilidades pueden realizarse en un único módulo horario.

ficha técnica:
“La misión” (The mission)
Gran Bretaña, 1986
Director: Roland Joffé
Guión: Robert Bolt
Música: Ennio Morricone
Intérpretes: Robert de Niro (Rodrigo) y Jeremy Irons (Padre Gabriel)
Duración: 120 minutos



CONTEXTO HISTÓRICO:

La película traba de un modo brillante la gesta heroica de la evangelización de América en el siglo XVIII. Concretamente l realizada por los jesuitas en territorios pertenecientes a colonias españolas y portuguesas.
A partir del “Tratado de Límites” de Madrid en 1750, los imperios coloniales de España y Portugal ajustaron sus fronteras en sus respectivos territorios de ultramar. Parte de los territorios españoles de la región de Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil fueron transferidos a Portugal. Esta decisión supuso que los guaraníes que vivían en siete reducciones (misiones) tenían que pasar a dominación portuguesa o abandonar sus tierras o sus posesiones para asentarse en otros lugares. Los guaraníes no querían nada con los portugueses, ya que algunos mercenarios de esta nacionalidad se dedicaban al tráfico de esclavos, y por otra parte, tampoco querían abandonar las misiones, que gozaban de una “envidiable prosperidad”.
Los jesuitas comprendieron enseguida el conflicto que se derivaría del Tratado de Madrid y enviaron a Altamirano, un jesuíta andaluz —no un cardenal, como aparece en la película— para que convenciera a los jesuitas que allí estaban.
Altamirano, que hizo gala de un carácter despótico y poco político, no se lució en su gestión. A pesar de sus esfuerzos y amenazas no pudo evitar la tragedia de la guerra. El suceso contribuyó, interesadamente tergiversado, a la expulsión de los jesuitas en Portugal y España y, poco después (1773) a la disolución de la Compañía de Jesús (Cfr. Angel Pérez, Cine para leer, 1986).


1ª posibilidad: Ver los 13 primeros minutos aproximadamente.
Hasta que el Padre Gabriel comienza a evangelizar a los indios.
Tema: la Misión de la Iglesia


La película plantea en estos primeros momentos, con bellas secuencias, la grandeza de la misión universal de la Iglesia, concretada en la llamada a evangelizar todos los pueblos y la audacia de los evangelizadores que, arriesgando sus vidas, dejan todo tipo de comodidades para enseñar la verdad salvadora del Evangelio a los indios, al mismo tiempo que les dan una cultura y los defienden de los traficantes de esclavos. Todo ello aparece reflejado en el lenguaje de la imagen con las secuencias del martirio del primer jesuíta, panorámicas de las cataratas y la selva, escalada de las cataratas, etc.


Posible cuestionario:

¿Cual es el motivo que impulsa a los jesuitas a ir más allá de las cataratas arriesgando su vida? ¿Cómo valoras el modo de ejercer su libertad?

Comentar la siguiente frase de la Veritatis Splendor: “el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral”.

En su carta el Cardenal habla del primer jesuíta como el “eslabón de una cadena”. ¿Como deben interpretarse estas palabras?

Relaciona lo que has visto con el texto de Mt 28,19. ¿Piensas que las palabras de Jesús se dirigen sólo a sacerdotes y religiosos o más bien a todos los cristianos?

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de lo que has visto?


2ª Posibilidad: Ver del minuto 17 al 40 (23´ aprox.).
Hasta que Rodrigo Mendoza alcanza el perdón.
Tema: Proceso de conversión-liberación


Se centra este fragmento en el proceso de conversión de Rodrigo Mendoza, en el que se pone de manifiesto especialmente la importancia de la penitencia entendida como liberación y la inmensa alegría de experimentar el perdón. Suele impresionar a los alumnos la seriedad con que se trata el tema de la penitencia: me llamó la atención la penitencia que tuvo que sufrir por haber matado a su hermano y cómo la cumplió sin rechistar —dice una alumna de 2º de BUP—, Mª José, del mismo curso, afirma: lo que más me ha llamado la atención es cuando Rodrigo vuelve atrás y se ata de nuevo la carga, porque no se rinde, aunque le cueste mucho, y no quiere dejar la penitencia incompleta. Para Sara, en cambio, lo mas impresionante es cuando Rodrigo llora de alegría porque sabe que ya está perdonado.


Especial atención requieren algunas secuencias, como el diálogo entre el padre Gabriel y Rodrigo Mendoza, la posterior penitencia, o la memorable secuencia en la que Rodrigo Mendoza llora de alegría al saberse perdonado. Quizá convenga advertir de ellas antes de la proyección. Para facilitar el análisis posterior reproducimos el texto del citado diálogo:

Padre Gabriel: -Veamos: matasteis a vuestro hermano. Fue un duelo, la ley no puede tocaros. ¿Es remordimiento?
Rodrigo Mendoza: -Váyase... padre.
Padre Gabriel: -Quizá preferiríais que fuese vuestro verdugo, así sería más fácil...
Rodrigo Mendoza: Déjeme sólo. Ya sabe lo que soy...
Padre Gabriel: -Sí, sois un mercenario, un traficante de esclavos, y matasteis a vuestro hermano... lo sé, y lo queríais, aunque habéis elegido un modo extraño de demostrarlo...
Rodrigo Mendoza (en pie): - ¿Se está riendo de mí?...¿se ríe de mí?
Padre Gabriel: -Me río de vos, porque lo que veo mueve a risa. Veo a un hombre que huye, a un hombre que se esconde, a un cobarde... ¿es así como piensa seguir?
Rodrigo Mendoza: -¡No hay nada más!
Padre Gabriel: -Hay vida...
Rodrigo Mendoza: No hay vida.
Padre Gabriel: hay una salida, Mendoza...
Rodrigo Mendoza: -Para mí no hay redención posible.
Padre Gabriel: -Dios nos ha impuesto la carga de la libertad; elegisteis vuestro delito ¿tenéis valor para elegir la penitencia? ¿osaréis hacerlo?
Rodrigo Mendoza: -No hay penitencia lo bastante dura para mí
Padre Gabriel: -Pero ¿osaréis intentarlo?


Posible cuestionario:

Comenta alguna secuencia de la película que te haya llamado especialmente la atención y explica brevemente por qué.

En el encuentro primero y el consiguiente diálogo entre el padre Gabriel y Rodrigo Mendoza ¿podrían identificarse los elementos esenciales del sacramento de la penitencia por lo que respecta la materia o actos del penitente (arrepentimiento, confesión y penitencia)? ¿cómo facilita el padre Gabriel dicha confesión?

¿Porqué dice el padre Gabriel a Rodrigo: Veo a un hombre que huye, a un hombre que se esconde, a un cobarde...?

¿Qué simboliza el fardo que arrastra Rodrigo mientras acompaña a lo jesuitas hasta el poblado guaraní?

Comenta brevemente si ves alguna relación del siguiente texto del magisterio de la Iglesia con la película: la liberación es ante todo y principalmente liberación de la esclavitud radical del pecado (“Libertatis nuntius”, Introducción).

lunes, 14 de julio de 2008

Los jóvenes y la política

Ramiro Pellitero, profesor de Teología en la Universidad de Navarra, aborda en este artículo, publicado en “Berenice”, una importante cuestión: la actitud de los cristianos ante la política.

¿Por qué con frecuencia los cristianos, y sobre todo los jóvenes, se desinteresan de la política? ¿No equivale eso a desertar de una tarea clave para la sociedad? Es lo que se planteaba Monseñor Jean Louis Bruguès, secretario de la Congregación para la Educación Católica, durante un seminario internacional organizado hace unos días por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, sobre el tema “La política, forma exigente de la caridad”.

Hace seis años, siendo obispo de Angers en ejercicio, dirigió una memorable catequesis a los jóvenes sobre la actividad política. Se lamentaba entonces de la falta de interés, e incluso de la “retirada” de tantos, entre ellos muchos cristianos, ante esta tarea clave para la sociedad. Señalaba tres causas por las que, sobre todo las generaciones más jóvenes, desconfían de la política: la política divide (en ella se manifiestan las oposiciones y las divergencias de valores y convicciones); la política mancha (es un pantano de corrupciones, donde sólo sobreviven los que abusan del poder); la política no es el mejor lugar para servir (es mucho mejor comprometerse en las “causas humanitarias”). Y les decía que eso equivale a desertar. Ya Pío XI entre las dos guerras mundiales, cuando comenzaba a pujar la mentalidad nazi, señaló que, después de la religión, la política es lo más importante. Y en efecto, es un cauce privilegiado para el ejercicio de la caridad y para la santificación en el servicio al bien de los otros (como lo prueban los nombres de E. Michelet, R Schuman, M.L. King, G. La Pira, etc).

La cuestión esencial, dice ahora, es “si el ejercicio del poder es compatible con la santidad”. Ante todo Mons. Bruguès quiere dejar claro que no existe una política específicamente cristiana, deducida del Evangelio y del Credo; en cambio sí existe un modo cristiano de comprometerse en la política y de apasionarse por ella, en el doble sentido de apego y sufrimiento. Esta actitud cristiana ante la política reposa –a su juicio– en un conjunto de convicciones y deberes.

En primer lugar, la convicción de que el poder político sólo se comprende y ejercita como servicio. El afán de servir legitima incluso la “ambición” de poder político: “Entrar en la política supone pues un desprendimiento de sí mismo, una muerte a sí mismo… un don de sí mismo, a imagen de Cristo”. Como ya mostraron Aristóteles y Tomás de Aquino, la acción política pone en juego la magnanimidad y la prudencia, al servicio de la construcción de la “ciudad” (léase el ayuntamiento o la ciudad propiamente, la región o la nación, o las instituciones internacionales). La corrupción no es inevitable.
En segundo lugar, la convicción de que en política lo que une debe ser más fuerte que lo que divide. Ciertamente la política supone arbitrar los intereses, las opiniones y las convicciones, y eso conlleva esfuerzo, lo que no significa normalmente el uso de la violencia. Las tensiones pueden resolverse apelando al bien común, cuyos elementos esenciales son: el respeto a la persona humana (especialmente a los más débiles y necesitados); la defensa y la protección del grupo político por medios legítimos y proporcionados; la participación de todos en la cultura de ese grupo. Y todo ello normalmente de modo pacífico, aunque algunas veces –cuando lo legal se hace ilegítimo– cabe la resistencia y la rebeldía.
Observa Bruguès que en el Catecismo de la Iglesia Católica la actividad política se vincula a la familia (números 2234 y siguientes) hablando de “deberes”, esa palabra que no gusta mucho en la cultura occidental actual. Pues bien, en toda familia existen deberes y obligaciones que perfilan la trama del “compromiso” social: el interés por lo que afecta a los otros y el empeño en ayudarles; la educación, signo de civilización y respeto, también en lo pequeño (pagar el billete del metro); el agradecimiento y la oración por los que se dedican a la actividad política y al gobierno; la participación en las opciones y decisiones de las que dependen la marcha de la sociedad.
En definitiva, señala el conferenciante, las virtudes políticas se resumen en una: la fraternidad. Pero se plantea si es posible la fraternidad sin reconocimiento de un padre. Una sociedad que rechaza su fundamento metafísico o religioso, rechaza a Dios, y con Él, rechaza a su Padre. Al revelarnos que el Dios vivo es Padre y hacernos hijos adoptivos de un mismo Padre, Cristo ha venido a poner los únicos fundamentos reales de una fraternidad verdaderamente universal. Y termina citando un pasaje de la primera encíclica de Benedicto XVI (Deus caritas est, n. 28), donde se dice que para comprender y vivir la justicia hay que sobrepasar la preponderancia del interés y del poder, que pueden deslumbrar a la razón. Para esto, la fe es una “fuerza purificadora”, que libra de la ceguera y ayuda a “ver”. Las vidrieras de las catedrales son fuente de luz para el que las contempla desde dentro. Así el cristiano, con la fuerza clarificadora de la fe –cabría añadir, de la fe vivida plenamente también en la actividad política–, se convierte en una fuente de luz que proporciona a la acción política su dimensión más natural y verdadera.
El análisis de Mons. Bruguès pone de relieve que ser cristiano no significa en modo alguno refugiarse en una “esfera privada”, ajena a todo compromiso público-político, o en una añoranza de confesionalidad. Al contrario, los cristianos, especialmente los fieles laicos y muy particularmente los jóvenes, están llamados a contribuir para que se instaure en todos los niveles un ordenamiento más justo y coherente con la dignidad de la persona humana. Este deber se hace más grave en la sociedad contemporánea, a causa del relativismo y la indiferencia ante las tareas comunes.
La política pide un esfuerzo que implica tanto la formación de la conciencia como la continua conversión. A este respecto señalaba Juan Pablo II: “Una persona superficial, tibia o indiferente, o que se preocupe excesivamente por el éxito y la popularidad, jamás será capaz de ejercer adecuadamente su responsabilidad política”. La conversión remite, ante todo, a la relación con Dios; pero, en no pocos casos, supone también una conversión social y cultural: salir del propio yo para trabajar, de modo comprometido y competente, en favor de los intereses y las necesidades de quienes nos rodean, aunque suponga riesgos y sacrificios. Pero vale la pena.

miércoles, 2 de julio de 2008

Mi cuerpo y yo

Eduardo Terrasa explica con acierto la relación existente entre el yo y el cuerpo, cuestión antigua en la que siempre cuesta superar los prejuicios dualistas.

Es conocida la afirmación de que el ser humano no tiene simplemente un cuerpo, sino que es su propio cuerpo (Gabriel Marcel). Es decir, entre yo y mi cuerpo no se puede establecer una relación extrínseca, como la que se establece entre la persona y aquellos instrumentos que utiliza; las cosas que uno usa son cosas que posee y sobre las que establece un dominio. Si el cuerpo fuera sólo un objeto de posesión (por muy valiosa que fuera esa posesión), el cuerpo no participaría de la dignidad de la persona, porque se encontraría -como los demás objetos- por debajo y desgajado de esa dignidad que lo posee. Y -lo que es más importante- cada uno experimentaría su cuerpo como algo que en definitiva le resulta ajeno: como aquella realidad en la que habita o como aquel instrumento que le es imprescindible para realizar su vida. Uno puede sentir su casa como algo muy suyo, y experimentar sus instrumentos de trabajo o de aficiones como parte integrante de su personalidad, pero nunca se sentirá totalmente identificado con ellos.

Esta cierta extrañeza con respecto al propio cuerpo -que es la realidad que nos sitúa en el mundo en que vivimos- se extiende necesariamente a todo ese mundo, y también a la propia intimidad. Porque nuestra psicología es la propia de un espíritu encarnado, nuestra existencia es radicalmente corporal. Y por eso nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos -entender lo que pasa en nuestro interior- al margen del propio cuerpo.

Cuando una realidad nos afecta y despierta en nosotros un sentimiento, descubrimos la presencia de esa afección o sentimiento a través de las sensaciones que notamos en nuestro cuerpo. Descubrimos -por ejemplo- que la personalidad de otro ejerce una influencia intimidatoria sobre nosotros porque notamos signos de nerviosismo y de temor -un sudor frío, un temblor en la voz, una inseguridad en los miembros- ante su presencia. Son esas sensaciones las que nos indican en primera instancia qué es lo que nos está pasando con esa persona. Después, la reflexión podrá discernir las causas de ese temor, y si esas causas resultan razonables. Pero la primera información la recibimos de nuestras reacciones corporales. Esas sensaciones fisiológicas son la vertiente corporal de nuestros sentimientos, poseen un significado y, por eso, una inteligibilidad: son el lugar donde percibimos y entendemos lo que nos está pasando. Esto no quiere decir que los sentimientos se reduzcan a simples sensaciones fisiológicas; pero lo cierto es que caemos en la cuenta de lo que sentimos a través de esas sensaciones que encontramos en nuestro cuerpo.

Por eso, resulta esencial aprender a interpretar nuestras sensaciones corporales. Para esto, es necesario llevarse bien con el propio cuerpo, valorarlo correctamente, tratarlo como lo que realmente es: un interlocutor válido. Es más, podríamos afirmar que para ser capaces de entendemos a nosotros mismos tenemos que llegar a identificarnos con nuestro propio cuerpo. Mi cuerpo soy yo mismo.

Lo mismo podríamos afirmar respecto al conocimiento y la comprensión del mundo que nos rodea. Lo que nos sitúa en ese mundo, en un lugar que centra nuestra perspectiva y que hace que ese mundo sea mi mundo, es el cuerpo. Es la situación de mi cuerpo lo que permite que tenga una experiencia y una comprensión en primera persona de la realidad que me rodea. Para nosotros, una conciencia incorpórea resulta algo inimaginable (aunque sí sea teóricamente inteligible). Y, por otra parte, el cuerpo es el punto de encuentro con los demás: conocemos a los demás en su cuerpo (y en sus manifestaciones corporales) y los demás nos conocen en nuestro cuerpo. Al margen del cuerpo o de sus manifestaciones corporales no cabría relación humana alguna.

Por eso, a la hora de realizarse personalmente, el sujeto no puede entenderse correctamente a sí mismo ni aceptarse a sí mismo si no se siente identificado con su propio cuerpo. El cuerpo posee las marcas de identidad (constituye su lugar en el mundo, su presencia ante los demás y ante sí mismo, el ámbito en el que se desarrollan todas sus vivencias y donde tiene la experiencia de ser él mismo) necesarias para que el individuo se reconozca y se autoposea. El cuerpo es la referencia sobre la que el ser humano siempre puede volver para reencontrarse consigo mismo, el lugar que da continuidad y cobijo a todas sus experiencias de la vida, aquello que le permite toda reflexión. La conciencia de sí que posee el ser humano es una conciencia que hace referencia necesaria al cuerpo en la que se encarna. Nadie puede decir yo al margen de su cuerpo.

INTERFERENCIAS ENTRE YO Y MI CUERPO

Luego el hombre debe llevarse bien con su cuerpo: debe entender sus registros expresivos, sus significados, sus emociones. Debe saber valorarlo. Las diversas interferencias que pueden surgir entre mi intimidad y mi cuerpo tienen el efecto común de bloquear la correcta manera de entenderme y de valorarme a mí mismo. Ahora bien, esta sintonía no es algo que se dé de una manera automática: somos nuestro cuerpo, pero a la vez vamos aprendiendo a sintonizar con él y a entenderlo: lo vamos personalizando. Porque al igual que el espíritu humano es un espíritu encarnado, corporal, el cuerpo humano es un cuerpo espiritual: se encuentra abierto a la indeterminación (correlato apropiado de la libertad) y a la perfectibilidad humana (que va mucho más allá del simple desarrollo biológico). Sintonizar con el propio cuerpo se plantea -sobre todo- como una tarea.

En este sentido, la adolescencia es una etapa del desarrollo humano en la que estas interferencias resultan más frecuentes, debido al dispar desarrollo corporal y psicológico. Esto produce una serie de desenfoques y de desencuentros, que a veces pueden llegar a ser traumáticos. Un ejemplo claro lo constituye el descubrimiento de la propia sexualidad. El adolescente encuentra en su cuerpo una serie de emociones, de reacciones y de impulsos que no termina de entender; comprueba su dinámica, pero no alcanza a comprender todo su sentido. Esto trae consigo una serie de contradicciones (por ejemplo, que coincidan un sentimiento amoroso puro e idealista con un deseo carnal crudo) que desconciertan al adolescente. En ocasiones, este puede llegar a ver su propio cuerpo como algo incomprensible, lleno de sorpresas, y que incluso resulta peligroso.

Poco a poco, si su desarrollo psicosomático es normal, el adolescente va aprendiendo a sintonizar sus sentimientos y sus sensaciones. Va aprendiendo a interpretar lo que le sucede y a expresar con acierto lo que siente. Pero si fracasa en este tarea, se producen en su interior una serie de extrañezas, y surgen diversos problemas a la hora de entenderse a sí mismo, de entender y encauzar sus impulsos, y a la hora de relacionarse e integrarse con los demás. Y de ahí pueden surgir una serie de problemas en torno a la propia identidad sexual (elemento esencial de la identidad corporal), cuestión de gran importancia que está provocando muchas preocupaciones entre padres y educadores.

martes, 1 de julio de 2008

El festín de Babette

Pilar Izquierdo, una de las más antigus lectoras de este blog, nos envía una colaboración dobre esta pequeña joya cinematográfica que es “El festín de Babette”. Podríamos hablar mucho sobre esta obra y su trasfondo teológico, que contrapone la visión puritana a la católica. Pero mejor ver la película y disfrutar de ese maravilloso final. Al terminar esa íntima cena todos se han transformado un poco. Comienza el momento del encuentro, de la disolución de lo reprimido. Y es bajo la luz de la luna y el aire frío de la noche estrellada del cielo de Dinamarca, cuando todos danzan y cantan con una alegría modesta y conmovedora. El dios castigador está dormido y deja que sus hijos se encuentren desde la más absoluta humanidad.


Este film ganador de un Oscar a la mejor película extranjera en su edición de 1988 está basada en un cuento de Isak Dinesen, autora de la historia que sirvió de guión a la famosa película “Memorias de Africa”. Cuenta la historia de Philipa y Martine, dos hermanas hijas del pastor protestante de un pueblecito de Noruega. Ambas son mujeres de una gran bondad, renuncian a sendos amores pues desean continuar con la sociedad de beneficencia creada por su padre. Dicha sociedad se dedica a las buenas acciones entre la gente necesitada del pueblo. Efectivamente un importante militar se enamora de Martine y un cantante de ópera francés lo hace de Philipa, descubriendo las posibilidades de ésta como cantante. Cuando su padre fallece son ellas las que animan a los ciudadanos del pueblo, intentando conservar la obra del pastor.

Cierto día reciben una visita inesperada. Una mujer con aspecto pobre y desesperado llama a su puerta llevando consigo una misiva escrita en francés. Es una carta de Papin, el cantante de ópera. En ella les cuenta la situación de la portadora, Babette, una cocinera que huye de la revolución francesa, donde peligra su vida, a la vez que les pide un favor: que acojan a Babette como cocinera en su casa, no cobraría salario alguno y no serviría a nadie más. Las hermanas le admitieron, dándose cuenta de lo dramático de su situación.

Babette había llegado ojerosa y cansada pero encontró un ambiente agradable y no tardó en adquirir todo el aspecto de una criada respetable y digna de confianza. Desde un principio se dieron cuenta de que aquella mujer había sufrido mucho y que no era conveniente intentar convertirla: el buen ejemplo era el mejor argumento para querer conocer la religión luterana que ellas practicaban con tanto convencimiento. Enseguida aprendió a cocinar lo que cualquier mujer de Berlevaag solía cocinar: bacalao y sopas de pan con cerveza. Desde su llegada la economía de la casa mejoró, pues las hermanas le advirtieron que eran pobres y por lo tanto no podían tener ningún lujo. Babette nunca hablaba de su vida pasada. Tenía una especial dignidad que le impedía hablar de sí misma. Eso sí, les informó que desde hacía muchos años compraba un billete de lotería francesa, y que un fiel amigo lo seguía haciendo cada año.

El fallecimiento del pastor había provocado el surgimiento entre la comunidad de rencillas, enfados, etc…, pues ya no se sentían tan urgidos en sus deseos de ser buenas personas. Las hermanas lo sabían y dándose cuenta de la cercanía del aniversario del nacimiento de su padre: 100 años, deseaban prepararle un homenaje sencillo. Después de doce años sin recibir ninguna carta Babette cierta mañana el correo hizo llegar un carta para ella. La abrió en presencia de las hermanas y les comunicó que le habían tocado 10000 francos. Martine y Philippa felicitaron a Babette y empezaron a pensar que ésta pronto volvería a su país. Nada más lejos, pues su fiel sirvienta deseaba prepararles una cena para conmemorar el aniversario del deán. Pero esa cena no sería una cena cualquiera: sería una cena francesa. Sin embargo no les costaría nada y además se lo pedía como un favor. Nunca les había pedido nada. A esa cena invitarían a todos los miembros de la sociedad benéfica. Antes debía volver a París, para realizar los preparativos necesarios, por lo que solicitó un permiso con el fin de recaudar los ingredientes.

Ideas de la película

El descubrimiento de la artista: Babette tiene alma de artista. Hace de su trabajo un arte en el que se pueden alcanzar altas cumbre y a la vez es una artista sencilla, aunque con grandes cualidades. Capaz de permitir que pasen desapercibidas, porque hay cosas más importantes en la vida que ocupar un buen lugar, un buen puesto.

La gratitud: los comensales agradecen a Babette la cena y ella utiliza la cena como manera maravillosa de agradecer a las hermanas lo que han hecho por ella haciendo lo mejor posible aquello que sabe hacer, dando lo mejor de su persona, algo valioso: su trabajo, su esfuerzo. A la vez descubre a los invitados lo buena cocinera que es. El agradecimiento tal y como aparece reflejado en la película se manifiesta en el servicio que presta a sus convidados. Está compuesto de detalles menudos que no pueden dejarse a la improvisación (necesitan una preparación, un esfuerzo de tiempo, de cabeza: pensar en las personas, lo que les puede gustar, lo que necesitan, lo mucho que se merecen…)

Pero hay algo más Babette da todo lo que tiene, no le importa sacrificar su dinero, su ilusión y su esperanza, pues allí tiene a las personas a las que puede hacer felices y que le quieren y aceptan como es. Ella, cocinera del café “Anglais” de París sabe perfectamente que la cena costaba 10000 francos y les ha prestado el mismo servicio que a cualquier cliente del famoso café francés.

Babette posee una cualidad maravillosa: es capaz de hacer felices a las personas. Acepta su destino pero no de manera resignada. Conserva su valía. No considera que por trabajar para unas personas pobres que ignoran su espléndido currículum ha bajado de nivel o debe esforzarse menos o claudicar a un cumplimiento poco esmerado de su profesión. Efectivamente ella es una artista, donde quiera que se encuentre y no solo por sus incomparables dotes técnicas sino también por su calidad humana. Sin protestas, sin quejas, sabe convertirse en lo que necesitan de ella sin olvidar todo aquello que aprendió, sin rebajar su categoría humana y profesional.

Aquella tortuga inmensa que llegó al pueblo sirvió para hacer una sopa, apenas percibida por los comensales. No habían visto nada de ella en absoluto, así es el esmero y el cariño, se compone de detalles que pasan desapercibidos ante los demás pero no para quien los hace, que pone en ellos un “algo más”, es el toque mágico del artista, del conquistador. No basta con hacer cosas, esas cosas deben estar extraordinariamente bien hechas.

Hay un momento sublime en la película: cuando Babette descubre a las hermanas que no va a regresar a París pues allí no queda nadie. Todos desaparecieron, realmente a Babette le quedan esas dos hermanas a las que ha servido durante 12 años y a las que al fin ha podido demostrarles su agradecimiento a través de su genio como artista. Con ellas se ha sentido querida y valorada.

Todos podemos manifestar nuestra gratitud, cariño, afecto, de la mejor manera que sabemos: a través del servicio, a través de nuestra profesión, dándonos a nosotras mismas, nuestro tiempo y esfuerzo. Solo se tiene tiempo para lo que realmente interesa, pues el tiempo es un bien muy preciado. Sólo quien considera a los demás un bien valioso es capaz de regalarles su tiempo yendo más allá de un cumplimiento formal. No importa que no sepan valorarlo en su justa medida tal y como le ocurre a Babette (sólo el general Loexienhielm es capaz de reconocer en ella la artista que realmente es) puesto que vale la pena darse a los demás.

En todos los oficios, aunque en algunos se observa de manera más patente existe un destinatario, un tú. Siempre hay otra persona que va a recibir nuestro trabajo, que va a tener entre las manos, en su cabeza o en toda su persona o en una parte muy concreta de ella nuestra pequeña obra maestra. En el trabajo siempre hay un “para alguien”.
Nuestro trabajo también influye en nosotros, nos va transformando, en cierto modo quedamos prendidos de aquello en lo “que se nos va la vida” (nos dejamos el alma, apuramos nuestros esfuerzos pues pensamos que merece la pena hacerlo bien, no escatimamos esfuerzos, no nos medimos).

Otra idea importante es la motivación: ¿qué es lo que nos motiva a trabajar? ¿Cuáles son las razones por las que nos ponemos manos a la obra? Está muy claro que para la protagonista de la película sus motivos no son un buen sueldo o el sostener a una familia. Tampoco el trabajo es para ella una carga ineludible. Es más bien una posibilidad: es hacer posible su contribución a esa pequeña sociedad, es prestar un servicio, pequeño, pero no por ello menos importante o insignificante. Encontrar grandes motivos es una suerte pues cambia totalmente la actitud de quien, no hay que olvidarlo es el verdadero protagonista del trabajo: la persona humana.

“El festín de Babette es un canto a la profesionalidad, a la calidad humana (a ese conjunto de virtudes que hacen de alguien un ejemplo a seguir), a la generosidad por encima de cualquier otra cosa, por encima incluso de la esperanza de otra vida siempre anhelada. Pues como dice Babette:

“Ya les he dicho que soy una gran artista. Una gran artista, Mesdames, jamás es pobre. Tenemos algo, Mesdames, sobre lo que los demás no saben nada”.