jueves, 3 de diciembre de 2015

La política en tiempos de indignación

La política en tiempos de indignación
Daniel Innerarity
La política en tiempos de indignación no es una mera reflexión sobre el fenómeno social de la indignación, articulado después electoralmente en torno a propuestas populistas. El nuevo ensayo de Innerarity, más allá de lo que promete su título, ofrece una acabada comprensión de lo que realmente es la política, una actividad siempre amenazada por esa suplantación que estriba en apelar a certezas supuestamente incuestionables, que nos ahorrarían el engorroso trabajo político.
Es el caso de la mentalidad tecnócrata, proclive a pensar que, bien los dictámenes económicos o científicos, bien los datos demoscópicos, nos eximen de la fatigosa tarea de debatir, reflexionar, argumentar, negociar y confrontar las opciones contrapuestas e incluso contradictorias que se dan en la sociedad. Pero es el caso también, y de forma todavía más insidiosa, del populismo que desac-tiva la política mediante el procedimiento de apropiarse de la voluntad popular: ciudadanos y líderes populistas consideran que ellos son el pueblo y saben lo que de verdad quiere la gente; de esta manera el diálogo y el juego político, en el fondo, resultan superfluos.
Ante la desafección ciudadana y la indignación en que ahora se ha transmutado aquella, Innerarity nos invita a comprender que la ineptitud de la que parecen hacer gala los políticos no es la verdadera causa del desencanto reinante. Los políticos nos decepcionan, sobre todo, debido a la especial complejidad que reviste la política y a su insuperable carácter polémico y controvertido. Si ella decepciona es, antes que nada, porque a los ciudadanos nos cuesta aceptar que los problemas carecen de una solución plenamente satisfactoria y que la confrontación es consustancial a la condición política del ser humano. La política, más que de consensos, trata de articular civilizadamente el inevitable antagonismo presente en las sociedades.
Innerarity expone de una manera brillante e innovadora la concepción clásica de la democracia liberal. Parte importante del interés que tiene esta obra consiste en argumentar el parlamentarismo clásico con un lenguaje nuevo y con observaciones muy pegadas a la nueva realidad social: una sociedad compleja, globalizada, de límites difusos, en que las identidades han cobrado un gran valor y que se encuentra máximamente interconectada. La mejora de la democracia no vendrá tanto de la mano de una mayor participación ciudadana en referendos o asambleas, o por la movilización a través de Internet y las redes sociales, cuanto por el fortalecimiento –frente a sus enemigos– de la democracia representativa.
La intermediación propia de la democracia representativa, con su trabajo de reflexión, atención al conjunto, previsión del futuro, etc., “protege a la democracia frente a la ciudadanía, contra su inmadurez, debilidad, incertidumbre e impaciencia”.
Como viene diciendo el autor en obras anteriores –la presente viene a ser una síntesis de ellas–, lo que precisa la democracia no es tanto una regeneración y mucho menos un rearme moral, sino ponerla al día en términos cognitivos. Al igual que ha sucedido en otros ámbitos de la realidad social, la política ha de convertirse en un sistema inteligente, en el que aprendamos entre todos cómo construir una sociedad mejor.
Francisco Santamaría

jueves, 12 de noviembre de 2015

En la muerte de René Girard

Un autor imprescindible, con una teoría iluminadora
Aceprensa
         ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
         10.NOV.2015

Hace unos años me encargó un periódico que, durante un verano, recomendase un libro esencial en un artículo breve que se publicaría cada jueves. Como saldría durante las nueve semanas de julio y agosto, sudé tinta china para limitarme a nueve libros solamente. Pero junto a la Divina comedia y otras cumbres majestuosas de la literatura universal, situé, haciendo una excepción, un ensayo de René Girard de impactante título: Veo a Satán caer como el relámpago. Ha pasado el tiempo y no me equivoqué. Es un libro esencial de un autor imprescindible.

René Girard, nacido el día de Navidad de 1923 en Aviñón, ha muerto este 4 de noviembre. Ha sido un sabio de esos tan extraños por los que suspiraba su compatriota Michel de Montaigne, capaces de transformar sus enseñanzas en vida y en luz para sus lectores. O sea, de los maestros que se atreven a saber, que no se enredan con academicismos ni se ponen delante de las corrientes de pensamiento de moda para parecer influyentes líderes de opinión. Una excepción, en definitiva, a la regla férrea (y plomiza) de la intelligentsia.
Su pensamiento tiene una naturaleza dramática, pero no porque él se regodee en ningún melodrama, todo lo contrario: porque ha ido creciendo sometido a la tensión continua y arriscada de sus descubrimientos encadenados. Hay quien acusa a René Girard de ser un pensador de una sola idea, olvidando que esa idea ha tenido una maduración y una modulación de años, con unas variaciones muy sutiles, aunque siempre coherentes. Y se obvia, sobre todo, que esa sola idea es una llave que abre casi todas las puertas: la antropológica, la literaria, la filosófica, la teológica, la política… Pero repasemos sus pasos.
Desear por imitación
El descubrimiento inicial es que el ser humano aprende a desear por imitación de los deseos del prójimo, envidiándolo. Lo diagnostica René Girard en la literatura, mientras hacía una crítica estructuralista de las grandes obras. Y expone su hallazgo en su sorprendente libro inaugural: Mentira romántica y verdad novelesca, de 1961. La geometría del deseo es triangular porque el ser humano no se relaciona directamente con lo que quiere, sino queriéndolo siempre y solo a través de un modelo deseante. Cervantes, Proust, Shakespeare, Dostoievski fueron conscientes de ello y lo reflejaron en sus obras. Mucho más tarde, en Geometrías del deseo volvió a la crítica literaria, cerrando el círculo y demostrando que sus herramientas de interpretación eran las mismas, pero más afiladas aún.
Ese deseo mimético, al recaer sobre un objeto cualquiera, pero siempre el mismo que desea el otro, desata un irremediable conflicto, muy susceptible de expandirse geométricamente por su propia naturaleza triangular y contagiosa. Tal dinámica genera una espiral de envidias, rivalidades y violencia que sería devastadora si no se encuentra (de un modo instintivo, tal vez casual) un chivo expiatorio al que cargar (de un modo secretamente arbitrario) las culpas de todos. Con su asesinato o sacrificio, la paz vuelve: una paz sugestionada y momentánea. Cuando el conflicto resurja, se tratará de repetir aquello que lo aplacó. El hecho originario se convierte en mito fundante, la víctima se diviniza y se busca un sustituto (un animal, generalmente) que ocupe el lugar del asesinado originario mediante una estricta ritualización.
Este mecanismo está por debajo de muchísimas costumbres no solo primitivas, sino clásicas. Y explica las grandes obras literarias, en especial, el teatro clásico griego, pues Edipo, Sófocles y Eurípides están siempre a punto de desenmascarar este mecanismo, sin atreverse a hacerlo al final del todo, porque, no lo olvidemos, es un método (injusto, desde luego) de salvación social, un inmunizarse contra el contagio mimético y la violencia letal que acarrea. Y no conocían ni concebían otro. Este segundo estadio lo expone René Girard en La violencia y lo sagrado (1972) y en El chivo expiatorio (1982)
El sacrifico de Cristo
Empujado por sus propios hallazgos, dio un paso más y se adentró en la teología. El ateo o agnóstico que había sido terminó viendo que la Pasión de Cristo es la denuncia perfecta y la destrucción absoluta de ese mecanismo victimario. La única víctima absolutamente inocente y a la que no se puede cargar con ninguna culpa, Jesús, se entrega por los pecados de los demás.

Partiendo de ese último hallazgo, Girard no sólo volvió al catolicismo de su niñez, sino que fue capaz de explicarnos, desde su propia ciencia y con sus herramientas profesionales, el cristianismo con una claridad tumbativa. Dejando a salvo el núcleo irreductible de la fe y del misterio, y recurriendo a los textos de la Biblia (véase el libro La ruta antigua de los hombres perversos, 1985), especialmente a Job y a los salmos; y apoyándose en los Padres de la Iglesia, sostiene que Jesús de Nazaret revierte el mecanismo del chivo expiatorio como el cordero inocente que quita el pecado del mundo. También desde la estricta antropología, el acontecimiento central de la historia es la Pasión de Cristo.
En un principio, por inercia de la denuncia de los sacrificios antiguos, René Girard insistió en el carácter antisacrificial del cristianismo. Con el tiempo ha rechazado esa conclusión. En su libro axial, Veo a Satán caer como el relámpago, declara que el de Cristo fue un verdadero sacrificio: el único verdadero, porque los anteriores eran asesinatos o inconscientes o camuflados o simbolizados. El sacrificio de Cristo revierte el mecanismo de raíz, porque nos invita a confesarnos culpables y a no cargar nuestras faltas en los hombros de nadie. El contagio mimético de la envidia ha de sanarse en cada uno, por cada uno, mediante la única imitación legítima, a instancias del sacrificio auténtico: el propio. Es la imitación de Cristo, donde el amor al prójimo sustituye a la envidia.
Enfermedades de nuestro tiempo
Esta luz irradia sobre la modernidad. La última veta del pensamiento de Girard ha consistido en estudiar cómo el hecho de que Jesucristo haya acabado con el mecanismo victimario y de que el mundo, en cambio, se resista a abandonarlo, produce la dialéctica exasperada de nuestra actualidad más rabiosa. El deseo mimético está tras algunas enfermedades de nuestro tiempo (La anorexia, Editorial Margot, 2009); la espiral de la violencia explica la dinámica militar y política (Clausewitz en los extremos: política, guerra y apocalipsis, Katz, 2010); y solo Jesucristo puede dar una respuesta definitiva, como expone en El sacrificio, un breve libro que es un gran resumen de su pensamiento.

Imposible escribir esta necrológica con la tristeza que exige el género. Girard tuvo una vida apasionante; y su obra, si no conoció los unánimes aplausos mediáticos, goza de lectores fervorosos y de discípulos fieles. Nada menos que Alejandro Llano (Deseo, violencia y sacrificio: el secreto del mito en René Girard, EUNSA, 2004) y Ángel Barahona (René Girard: de la ciencia a la fe, Encuentro, 2014) le han dedicado esclarecedores ensayos expositivos. Y Cesáreo Bandera es un discípulo creativo que ha sabido desarrollar su propio pensamiento a la luz de Girard, como demuestra en su último y deslumbrante estudio El refugio de la mentira (Canto y Cuento, 2015). Sus discípulos más magistrales son una garantía de la continuidad y la fecundidad de su obra. No es muy corriente acabar un obituario con una exaltación agradecida como la mía, pero es que René Girard ha sido un sabio excepcional.

domingo, 27 de septiembre de 2015

El papa Francisco, en Naciones Unidas

Jesus Ballesteros. Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política (Univ. de Valencia)

Publicado en “Las Provincias” (27.9.2015)

El discurso del Papa Francisco de anteayer en Naciones Unidas viene a reiterar las ideas centrales expuestas en su Encíclica Laudato si respecto al vínculo existente entre la destrucción del ambiente y el aumento de la exclusión social. “El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles”.

Este vínculo  viene dado porque los que destruyen la naturaleza son los mismos que excluyen a los pobres. En Laudato si, ap. 189, había escrito que “el dominio absoluto de las finanzas sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación”. Ahora insiste, desde el comienzo de su intervención, en la grave  responsabilidad de instituciones como el Banco Mundial y el FMI “de velar por el desarrollo sostenible de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia, ya que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales”.  Un ataque en toda regla a las Políticas de Ajuste Estructural que están empobreciendo a los países deudores en todo el mundo.

El Papa destaca las tristes consecuencias de la exclusión social, tales como “la trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado”.  
Para hacer frente a la exclusión social, “los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad de espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos”.
Por todo esto, “la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad de espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, el que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana”.
Pero el pensamiento del Papa no puede ser leído nunca en clave ideológica, si no quiere ser desvirtuado. En el mismo discurso advierte cómo la protección la naturaleza y la supresión de la exclusión solo será posible si se da prioridad a las personas frente a las ideologías y a los intereses. Y en el muy importante discurso de 9 de julio pasado en Santa Cruz de la Sierra a los líderes de los movimientos populares había afirmado como “Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir”. Por ello en la Enciclica Laudato si afirmaba que el único modo de acabar con la dictadura de las finanzas es sustituir el afán consumista de   posesión de bienes materiales por la búsqueda de la paz del corazón.
En esta imposibilidad de manipular el discurso del  Papa en sentido ideológico puede destacarse  en el discurso en Naciones Unidas, cuando advierte que “la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones” (cf. ibíd., 123; 136).






jueves, 24 de septiembre de 2015

El misterio del matrimonio



La realidad humana del matrimonio
El matrimonio es una realidad natural, que responde al modo de ser persona, varón y mujer. En ese sentido enseña la Iglesia que “el mismo Dios es el autor del matrimonio (GS 48, 1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador"[1].
En lo fundamental, no se trata de una creación cultural, pues sólo el matrimonio refleja plenamente la dignidad de la unión entre varón y mujer. Sus características no han sido establecidas por ninguna religión, sociedad, legislación o autoridad humana; ni han sido seleccionadas para configurar distintos modelos matrimoniales y familiares según las preferencias del momento. En los designios de Dios, el matrimonio sigue a la naturaleza humana, sus propiedades son reflejo de ella.
La relación específicamente matrimonial
El matrimonio tampoco nace de un cierto tipo de acuerdo entre dos personas que quieren estar juntas más o menos establemente. Nace de un pacto conyugal: del acto libre por el que una mujer y un varón se dan y reciben mutuamente para ser matrimonio, fundamento y origen de una familia.
La totalidad de esa donación mutua es la clave de aquello en lo que consiste el matrimonio, porque de ella derivan sus cualidades esenciales y sus fines propios. Por eso, es entrega irrevocable. Los cónyuges dejan de ser dueños exclusivos de sí en los aspectos conyugales, y pasan a pertenecer cada uno al otro tanto como a sí mismos. Uno se debe al otro: no sólo están casados, sino que son esposos. Su identidad personal ha quedado modificada por la relación con el otro, que los vincula “hasta que la muerte los separe". Esta unidad de los dos, es la más íntima que existe en la tierra. Ya no está en su poder dejar de ser esposo o esposa, porque se han hecho “una sola carne"[2].
Una vez nacido, el vínculo entre los esposos ya no depende de su voluntad, sino de la naturaleza –en definitiva de Dios Creador–, que los ha unido. Su libertad ya no se refiere a la posibilidad de ser o no ser esposos, sino a la de procurar o no vivir conforme a la verdad de lo que son.
La "totalidad" natural de la entrega propiamente matrimonial
En realidad, sólo una entrega que sea don total de sí y una aceptación también total responden a las exigencias de la dignidad de la persona. Esta totalidad no puede ser más que exclusiva: es imposible si se da un cambio simultáneo o alternativo en la pareja, mientras vivan los dos cónyuges.
Implica también la entrega y aceptación de cada uno con su futuro: la persona crece en el tiempo, no se agota en un episodio. Sólo es posible entregarse totalmente para siempre. Esta entrega total es una afirmación de libertad de ambos cónyuges. Totalidad significa, además, que cada esposo entrega su persona y recibe la del otro, no de modo selectivo, sino en todas sus dimensiones con significado conyugal.
Concretamente, el matrimonio es la unión de varón y mujer basada en la diferencia y complementariedad sexual, que –no casualmente– es el camino natural de la transmisión de la vida (aspecto necesario para que se dé la totalidad). El matrimonio es potencialmente fecundo por naturaleza: ese es el fundamento natural de la familia. Entrega mutua, exclusiva, perpetua y fecunda son las características propias del amor entre varón y mujer en su plenitud humana de significado.
La reflexión cristiana los ha llamado desde antiguo propiedades esenciales (unidad e indisolubilidad) y fines (el bien de los esposos y el de los hijos) no para imponer arbitrariamente un modelo de matrimonio, sino para tratar de expresar a fondo la verdad “del principio"[3].
La sacralidad del matrimonio
La íntima comunidad de vida y amor que se funda sobre la alianza matrimonial de un varón y una mujer refleja la dignidad de la persona humana y su vocación radical al amor, y como consecuencia, a la felicidad. El matrimonio, ya en su dimensión natural, posee un cierto carácter sagrado. Por esta razón la Iglesia habla del misterio del matrimonio[4].
Dios mismo, en la Sagrada Escritura, se sirve de la imagen del matrimonio para darse a conocer y expresar su amor por los hombres[5].La unidad de los dos, creados a imagen de Dios, contiene en cierto modo la semejanza divina, y nos ayuda a vislumbrar el misterio del amor de Dios, que escapa a nuestro conocimiento inmediato[6]Pero, la criatura humana quedó hondamente afectada por las heridas del pecado. Y también el matrimonio se vio oscurecido y perturbado[7]. Esto explica los errores, teóricos y prácticos, que se dan respecto a su verdad.
Pese a ello, la verdad de la creación subsiste arraigada en la naturaleza humana[8], de modo que las personas de buena voluntad se sienten inclinadas a no conformarse con una versión rebajada de la unión entre varón y mujer. Ese verdadero sentido del amor –aun con las dificultades que experimenta– permite a Dios, entre otros modos, el darse a conocer y realizar gradualmente su plan de salvación, que culmina en Cristo.
El matrimonio, redimido por Jesucristo
Jesús enseña en su predicación, de un modo nuevo y definitivo, la verdad originaria del matrimonio[9]. La “dureza de corazón", consecuencia de la caída, incapacitaba para comprender íntegramente las exigencias de la entrega conyugal, y para considerarlas realizables. Pero llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios “revela la verdad originaria del matrimonio, la verdad del 'principio', y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente"[10], porque “siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán 'comprender' el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo"[11].
El matrimonio, sacramento de la Nueva Ley
Al constituir el matrimonio entre bautizados en sacramento[12], Jesús lleva a una plenitud nueva, sobrenatural, su significado en la creación y bajo la Ley Antigua, plenitud a la que ya estaba ordenado interiormente[13].
El matrimonio sacramental se convierte en cauce por el que los cónyuges reciben la acción santificadora de Cristo, no solo individualmente como bautizados, sino por la participación de la unidad de los dos en la Nueva Alianza con que Cristo se ha unido a la Iglesia[14]. Así, el Concilio Vaticano II lo llama “imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia"[15].
Esto significa, entre otras cosas, que esa unión de los esposos con Cristo no es extrínseca (es decir, como si el matrimonio fuera una circunstancia más de la vida), sino intrínseca: se da a través de la eficacia sacramental, santificadora, de la misma realidad matrimonial[16]. Dios sale al encuentro de los esposos, y permanece con ellos como garante de su amor conyugal y de la eficacia de su unión para hacer presente entre los hombres Su Amor.
Pues, el sacramento no es principalmente la boda, sino el matrimonio, es decir, la “unidad de los dos", que es “signo permanente" (por su unidad indisoluble) de la unión de Cristo con su Iglesia. De ahí que la gracia del sacramento acompañe a los cónyuges a lo largo de su existencia[17].
De ese modo, “el contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos integrantes de la persona (...). En una palabra, tiene las características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no solo las purifica y consolida, sino que las eleva, hasta el punto de hacer de ellas expresión de valores propiamente cristianos"[18].
Desde muy pronto, la consideración de este significado pleno del matrimonio, a la luz de la fe y con las gracias que el Señor le concedía para comprender el valor de la vida ordinaria en los planes de Dios, llevó a san Josemaría a entenderlo como verdadera y propia vocación cristiana: “Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar"[19].
[1]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1603.
[2]Mt 19,6.
[3]Cfr. Mt 19,4.8.
[4]Cfr. Ef 5,22-23.
[5]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1602.
[6] Cfr. Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 11.
[7]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1608.
[8]Cfr. ibid.
[9]Cfr. Mt 19,3-4.
[10]San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 13.
[11]Catecismo de la Iglesia Católica, 1615.
[12]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1617.
[13]Cfr. San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 13.
[14]Cfr. Ef 5,25-27.
[15]Gaudium et Spes, n. 48.
[16]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1638 ss.
[17]Cfr. San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 56.
[18]San Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 13.

[19]San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 23.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Si al amor conyugal

Si al amor conyugal

Prologo de “el amor inteligente”
De Enrique Rojas

El amor debe ser el primer argumento de la vida. Casi todo lo bueno y lo malo de la existencia humana, se vertebra en torno a los aciertos y a los errores en el amor comprometido. Equivocarse en las expectativas de la relación conyugal es grave y produce unos efectos que se alargan en el tiempo. Las expectativas son ideas previas, esperanzas, ilusiones, sobre lo que se entiende a nivel general que debe ser este tema.
Aquí cuenta desde la información que hemos ido recibiendo desde jóvenes, la educación sentimental, los referentes familiares, las circunstancias personales, nuestro estilo de vida, las ideas y creencias que se han ido hospedando en nosotros. Todo ello forma el subsuelo en donde nos apoyamos.
Lo que es evidente es que amor y trabajo, afectividad y profesión constituyen los dos ejes decisivos sobre los que se consolida el ser humano.
Leemos estos días en la prensa el aumento del número de rupturas de pareja y divorcios. Quiero llamar la atención sobre 5 errores frecuentes que se producen en los que se embarcan en la vida en pareja. Quiero poner sobre el tapete cinco avisos para navegantes: Pues bien, ¿cuáles serían esos errores mas frecuentes hoy en el manejo indiscriminado de la palabra amor?
Hacer del amor algo divino Esto conduce a hacer del amor tal elogio, alzaprimarlo tanto que nos deslumbre y pensemos que las cosas han de ser siempre así. En el amor inteligente hay una visión inmediata y otra mediata, una próxima y otra lejana; en el primero la mirada se concentra en el aquí y ahora , y en el segundo en el allíalláallende.
En la divinización del amor entramos en un mundo mágico y excepcional que es la poesía. Que nos ofrece solo una parcela de la realidad sentimental, la mejor. Aquella menos difícil y más desproblematizada.
Lope de Vega en su célebre soneto Varios efectos del amor lo termina resumiendo así: "beber veneno por licor/olvidar el provecho, amar el daño/creer que un cielo en un infierno cabe/dar la vida y el alma a un desengaño:/esto es amor. Quien lo probó lo sabe". Y un siglo antes, en el XV, Juan de la Encina en uno de sus villancicos nos dice:"No te tardes, que me muero, carcelero. /Sácame de esta cadena/ que recibo muy gran pena/pues tu tardar me condena/carcelero". El gran poeta romántico Bécquer nos pone delante del enamoramiento y nos deslumbra con sus certeros dardos expresivos, al ofrecernos lo mejor de si mismo.
Con la esfinge de la palabra amor se acuñan muchas monedas falsas. Uno se emborracha de ella y puede perder incluso la cabeza Amar a alguien. Amar a alguien es decirle tu estarás siempre conmigo e intentaré darte lo mejor que tengo. Luchare por ello. Me esforzare. Pero sabiendo que mantener ese fuego encendido depende de que se vaya alimentando a base de cosas pequeñas, diarias, menudas, que le dan esas llamas permanentes El amor es divino y es humano, el amor es espiritual y terrenal. Tener una concepción correcta evita muchas andaduras negativas...
2 Hacer de la otra persona un absoluto Sería como una prolongación del concepto de cristalización que describió Stendhal, pero con algo más de fundamento.
Decía este autor francés que enamorarse es idealizar al otro, con todo lo que ello significa.
El príncipe azul no existe, existe desde fuera, desde los aledaños de la convivencia .
Pero no existe desde dentro: nadie es un gran señor para su mayordomo Aquí se mantiene al otro en una posición excesivamente elevada, lo que lleva a ponerlo en un pedestal psicológico. En la convivencia diaria, la visión que se va a ir que se va a ir teniendo de él es milimétrica, codo a codo, hay mil y una ocasiones de que esta imagen superlativa caiga y se desplome. No de un día para otro, sino de forma gradual. El otro, de cerca, pasa de ser absoluto a ser relativo, de magnificar sus capacidades positivas a verlas con un cierto espíritu critico. Por eso para mantenerse enamorado hay dos cosas esenciales, seguir admirando al otro y mantener un buen nivel de comunicación Pero es una seria equivocación no ver los defectos de esa otra persona y saberlos aceptar como condición sine quanom de lo que es el ser humano. Eso es tener los pies en la tierra.
Hoy tenemos mucha información respecto a las rupturas de pareja en medio mundo, lo que esta llevando a un miedo enorme al compromiso conyugal, al ver los datos de la realidad sobre la mesa. La inteligencia es capacidad de síntesis. También es tener esquemas mentales, que nos ponen en la realidad.
El verdadero amor consiste en luchar por sacar lo mejor de la otra persona (por supuesto lo mejor de uno mismo). Tener el arte, la gracia y el oficio de que lo más positivo que el otro tiene salga en la vida ordinaria.
En nuestra cultura el hombre se enamora por la vista y la mujer por el oído. Al principio, en el enamoramiento casi todo se mueve en el juego de las apariencias.
Después de los primeros lances va apareciendo la verdad de cada uno. Conocer al otro en sus cosas positivas y negativas es tener un buen equilibrio psicológico
Es un fallo bastante generalizado pensar que solo con estar enamorado es suficiente para que el amor funcione. Es ese el principio, el empujón que pone en marcha toda la maquinaria psicológica de los sentimientos y que los comienzos tienen una enorme fuerza. Pero eso tiene validez solo al principio. El amor es como un fuego que hay que alimentarlo día a día. Si no se apaga. Hay que nutrirlo de cosas pequeñas, en apariencia poco relevantes pero que están en la falda de lo diario. Cuando se descuidan, antes o después, esa relación se va enfriando y acaba por llevarse las mejores intenciones.
Dicen los economistas, que en los negocios hay que estar muy pendiente de los más mínimos detalles, para que no se den sorpresas. Cuidar los detalles pequeños es amor inteligente. La afectividad se parece también a un negocio, en el que la cuenta de resultados es subjetiva y se mide por unos termómetros privados que nos dicen si el tema va bien o uno se desvía de la ruta.
En el hombre light, todo esta centrado en lo material: dinero, éxito, poder, triunfo. Dicho de forma más académica: hedonismo, consumismo, permisividad y relativismo.
Placer por encima de todo, acumular, darlo todo por válido si a uno le apetece y tener una visión de la realidad tan amplia que se borran los límites geográficos entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto.... Con esos presupuestos es muy difícil mantener una relación sentimental estable, salvo que la otra persona sea capaz de doblegarse, desaparecer psicológicamente y someterse a fondo. Pero eso no es matrimonio, ni relación conyugal, ni vida de pareja. Eso es otra cosa.
La inteligencia afectiva nos lleva a saber plantear lo que son los sentimientos compartidos y a buscar soluciones. Anticiparse y resolver. Prever y solventar. Facultad para dominarse a si mismo e ir entendiendo la geografía sentimental en su diversidad. Mapa del viaje exploratorio hacia la arqueología afectiva, espacio donde radica lo más humano del hombre. Desde esos parajes, uno debe esmerarse en concretar planos y aristas y territorios a modificar, enmendar y rehacer lo que no va como es debido.
La vida conyugal necesita ser aprendida Es de una gran inmadurez pensar que una vez que dos personas deciden compartir su vida, todo irá circulando más o menos bien, por el solo hecho de la decisión recíproca de estar el uno de acuerdo con el otro. Se necesita un consenso sobre lo básico bien hilvanado.  La convivencia es un trabajo costoso de comprensión y generosidad constantes, en donde no se puede bajar la guardia. Para mi no hay nada tan complejo como esto. Tiene muchos ángulos y vertientes. Sus lenguajes son físicos, sexuales, afectivos, intelectuales, económicos, sociales, culturales, espirituales. La integración de todos esos engranajes, su acoplamiento y el que las piezas rueden con cierta fluidez, es una operación en donde hay que poner los mejore esfuerzos. Tarda uno mucho tiempo en entenderse con otra persona. La madurez conyugal es serenidad y benevolencia. Pero esa madurez necesita tanto de la pasión como de la paciencia.
En la psicología del aprendizaje hay todo un conjunto de reglas que se van a ir cumpliendo para que esa información se archive en la mente y de lugar a respuestas eficaces y certeras, que solucionen conflictos y apacigüen problemas. La inteligencia y la voluntad deben estar aquí especialmente presentes. La primera como ilustración, perspicacia, percepción integradora, lucidez reflexiva, vivacidad que mueve a la experiencia y la trae a primer plano para aportar soluciones operativas. La segunda, la voluntad, no es otra cosa que la herramienta para luchar deportivamente por vencernos en pequeñas escaramuzas, en batallas afanosas donde se pone el acento en puntos de mira concretos, específicos, en donde el empeño insiste para superar el capricho y el antojo del momento. La inteligencia y la voluntad potencia la libertad y aseguran la diana de los propósitos Una muestra pequeña de ello: compartir cosas positivas juntos, evitar la incontinencia verbal negativa (decirle cosas fuertes y negativas al otro, siendo demasiado directo) , controlar el no sacar la lista de agravios del pasado (la colección de atranques y roces de atrás) Capacidad para perdonar (no hay autentico perdón sin esfuerzo para olvidar); evitar discusiones innecesarias (rara vez de la discusión sale la verdad, porque hay mas desahogo y querer ganarle al otro en la contienda); Evitar malos entendidos, que a veces están a la vuelta de la esquina.
Algunas personas tienen muy pocas habilidades en la comunicación conyugal y necesitan adquirir recursos psicológicos en esa área. Las expectativas demasiado idealistas, ignoran la importancia de estos aspectos. Luego vendrá la vida con sus exámenes y esas asignaturas no preparadas no pueden ser superadas. Ahí se va a establecer una reciprocidad positiva, una especie de círculo de satisfacciones bilaterales.
Intercambio de conexiones y vínculos que hacen mas fácil y agradable la vida del otro. Nadie puede dudar que esto se aprenda. No es posible que uno se embarque en una relación y todo funcione por una especie de automatismo innato. Verlo así implicaría un error de base que se pagaría muy caro a la larga. Porque no hay que perder de vista que en la gran mayoría de los casos, los motivos desencadenantes de un conflicto o de una tensión suelen ser fútiles, irrelevantes, nimios, detalles de poca importancia que se acumulan a otros cansancios o frustraciones y producen reacciones de irritabilidad y/o descontrol. .
Otra equivocación muy reiterada consiste en desconocer que a lo largo de cualquier relación conyugal, por estable y positiva que sea, han de darse algunas crisis psicológicas, por estable y positiva que esta sea. Unas serán fisiológicas o normales, es decir, que son tránsitos necesarios, inevitables, por donde hay que pasar sin más remedio forman parte de lo que es la condición humana, en lo que atañe a la comunicación y convivencia. Otras, relativamente fisiológicas, suceden con etapas propias del paso de los años, el crecimiento de los hijos, el paso de las generaciones, las alternativas psicológicas, familiares y económicas.... unas y otras deben ser superadas sin dificultad, salvo que la pareja no encuentra mínimos apoyos en su cercanía o se produzca la intervención desafortunada de algunos miembros de la familia, que con escasa fortuna psicológica hacen daño y su labor tiene un efecto contraproducente.

No hay felicidad sin amor y no hay amor sin renuncias. El amor entre dos personas es alquimia y complicidad y estar pendiente del otro. Para estar bien con alguien hace falta primero estar bien con uno mismo. La cultura sentimental es necesaria para alzarnos sobre la mediocridad del entorno. Por ahí nos acercamos a la vida lograda. Suma y compendio de la vida autentica. Si no puedo cambiar el pasado si puedo dirigir el futuro.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Noviazgo y vida cristiana

De la misma manera que el matrimonio es una llamada a la entrega incondicional, el noviazgo ha de considerarse como un tiempo de discernimiento para que los novios se conozcan y decidan dar el siguiente paso, entregarse el uno al otro para siempre.
Es doctrina de la Iglesia la llamada universal a la santidad, en ella se engloba toda la vida del hombre[1]. Esta llamada no se limita al simple cumplimiento de unos preceptos, se trata de seguir a Cristo y parecerse cada vez más a Él. Esto, que humanamente es imposible, puede llevarse a cabo dejándose conducir por la gracia de Dios.
Llamada universal a la santidad, también en el noviazgo
En esta tarea, no hay “tiempos muertos”; también el noviazgo es un momento propicio para el crecimiento de la vida cristiana. Vivir cristianamente el noviazgo supone dejar que Dios tome posición entre los novios, y no a modo de incordio sino precisamente para dar sentido al noviazgo y a la vida de cada uno. “Haced, por tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y del caminar en la Iglesia”[2].
¿Cuál es la señal cierta que indica que se está viviendo un noviazgo cristiano? Cuando ese amor ayuda a cada uno a estar más cerca de Dios, a amarle más. “No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se llena de las bajezas más despreciables”[3].
Cuanto más y mejor se quieran los novios, más y mejor querrán a Dios, y al revés. De esa manera cumplen los dos primeros preceptos del decálogo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”[4].
Aprender a amar
Conviene que los novios alimenten su amor con buena doctrina, que lean algún libro sobre aspectos cruciales de su relación: el amor humano, el papel de los sentimientos, el matrimonio, etc. La Sagrada Escritura, los documentos del Magisterio de la Iglesia y otros libros de divulgación son buenos compañeros de camino. Es muy recomendable pedir consejo a personas de confianza que puedan orientar esas lecturas, que vayan formando su conciencia y generen temas de conversación que les ayuden a conocerse.
Además de la formación intelectual, es importante que los novios se apasionen de la belleza y desarrollen la sensibilidad. Sin un adecuado enriquecimiento de ésta, resulta muy difícil ser personas delicadas en el trato. Es una buena idea compartir el gusto por la buena literatura, la música, la pintura, por el arte que eleva al hombre, y no caer en el consumismo.
Virtudes humanas y noviazgo
Amar supone darse al otro, y se aprende a amar con pequeñas luchas. El noviazgo “como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza”[5].
Desarrollar las virtudes humanas nos hace mejores personas, son el fundamento de las virtudes sobrenaturales que nos ayudan a ser buenos hijos de Dios y nos acercan a la santidad, a la plenitud del hombre. En un tiempo en el que tanto se habla de “motivación” conviene considerar que no hay mejor motivación para crecer como persona que el Amor a Dios y al novio o novia.
La generosidad se demuestra en la renuncia, en pequeños actos, a aquello que nosotros preferimos, por dar gusto al otro. Es una gran muestra de amor, aunque él o ella no se dé cuenta. Los novios deben estar abiertos a los demás, desarrollar las amistades. “Quisiera ante todo deciros que evitéis encerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad”[6].
La dedicación a los amigos, a los necesitados, la participación en la vida pública, en definitiva, luchar por unos ideales, permiten abrir esa relación y hacerla madurar. Los novios están llamados a hacer apostolado y dar testimonio de su amor.
La modestia y la delicadeza en el trato van unidas a un Amor (con mayúscula) que trasciende lo humano y se fundamenta en lo sobrenatural, teniendo como modelo el amor de Cristo por su Esposa, que es la Iglesia[7]. Para alcanzar ese amor se deben cuidar los sentidos y las manifestaciones afectivas impropias del noviazgo, evitando situaciones que molesten al otro o puedan ser ocasión de tentaciones o pecado. Si realmente se ama a alguien, se hace lo todo lo posible por respetarla, evitando hacerle pasar un mal rato o haciendo algo que vaya en contra de su dignidad. El noviazgo supone un compromiso que incluye la ayuda al otro para ser mejor y una exclusividad en la relación que hay que cuidar y respetar.
No hay que olvidar el buen humor y la confianza en la otra persona y en su capacidad de mejora. Es bueno crecer juntos en el noviazgo, pero igual de importante es que cada uno crezca como persona; eso ayudará y ennoblecerá la relación.
La sobriedad permite disfrutar de las cosas pequeñas, de los detalles. Demuestra más amor un regalo fruto de conocer pequeños deseos del otro que un gran gasto en algo que es obvio. Une más un paseo que ir juntos al cine por costumbre, buscar una exposición gratuita que ir de compras.
Y dentro de la sobriedad se podría encuadrar el buen uso del tiempo libre. El ocio y el exceso de tiempo libre es mala base para crecer en virtudes, conduce al aburrimiento y a dejarse llevar. Por eso, conviene planificar el tiempo que se pasa juntos, dónde, con quién, qué se va a hacer.
Los hábitos (virtudes) y costumbres que se vivan y desarrollen durante el noviazgo son la base sobre la que se sustentará y crecerá el futuro matrimonio.
Las armas de los novios
En esa lucha por alcanzar la santidad, los novios disponen de estupendas ayudas.
En primer lugar, hay que situar los Sacramentos, medios a través de los cuales Dios concede su gracia. Son, por tanto, imprescindibles para vivir cristianamente el noviazgo. Asistir juntos a la Santa Misa o hacer una breve visita al Santísimo Sacramento supone compartir el momento cumbre de la vida del cristiano. La experiencia de numerosas parejas de novios confirma que es algo que une profundamente. Si uno de los dos tiene menos práctica religiosa, el noviazgo es una oportunidad de descubrir juntos la belleza de la fe, y esto será sin duda un punto de unión. Esta tarea exigirá, por lo general, paciencia y buen ejemplo, acudiendo desde el primer momento a la ayuda de la gracia de Dios.
A través de la confesión se recibe el perdón de los pecados, la gracia para continuar la lucha por alcanzar la santidad. Siempre que sea posible, es conveniente acudir al mismo confesor, alguien que nos conozca y nos ayude en nuestras circunstancias concretas.
Si afirmamos que Dios es Padre y que la meta del cristiano es parecerse a Jesús, es natural tener un trato personal con quien sabemos que nos ama. Por medio de la oración los novios alimentan su alma, hacen crecer sus deseos de avanzar en su vida cristiana, dan gracias, piden el uno por el otro y por los demás. Es bonito que juntos pronuncien el nombre de Dios, de Jesús o de María, por ejemplo rezando el Rosario o haciendo una Romería a la Virgen.
“Hace falta una purificación y maduración, que incluye también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni ‘envenenarlo’, sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza”[8]. No podemos olvidar que la mortificación supone renunciar a algo por un motivo generoso, y que forma parte principal en la lucha ascética por ser santos. A veces será ceder en la opinión, o cambiar un plan que apetece menos al otro; o no acudir a lugares o ver series o películas juntos que pueden hacer tropezar en ese camino por ser santos. En el amor se encuentra el sentido de la renuncia.
Vivir el noviazgo con sobriedad y preparar de la misma manera la boda es una base formidable para vivir un matrimonio cristiano. “Al mismo tiempo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y destaque lo que es realmente importante. Algunos están muy preocupados por los signos externos: el banquete, los trajes... Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si indican el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición de Dios sobre vuestro amor”[9].
El noviazgo no es un paréntesis en la vida cristiana de los novios, sino un tiempo para crecer y compartir los propios deseos de santidad con aquella persona que, en el matrimonio, pondrá su nombre a nuestro camino hacia el cielo.
Aníbal Cuevas

[1] Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen gentium (LG), 11,c. Desde 1928, San Josemaría predicó la llamada universal a la santidad en la Iglesia para todos los fieles; vid., p. ej., Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, 21.
[2] Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[3] San Josemaría, Surco, n. 800.
[4] Mt 22,37-39.
[5] San Josemaría, Conversaciones, n. 105.
[6] Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[7] Cfr. Ef 5, 21-33.
[8] Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 5.

[9] Papa Francisco, Audiencia, La alegría del sí para siempre, 14-2-2014.