Jesus Ballesteros. Catedrático Emérito de Filosofía del
Derecho y Filosofía Política (Univ. de Valencia)
Publicado
en “Las Provincias” (27.9.2015)
El discurso del Papa Francisco de anteayer en Naciones Unidas
viene a reiterar las ideas centrales expuestas en su Encíclica Laudato si respecto al vínculo existente
entre la destrucción del ambiente y el aumento de la exclusión social. “El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo
tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un
afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar
de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles”.
Este vínculo viene dado porque los que destruyen la naturaleza son los
mismos que excluyen a los pobres. En Laudato
si, ap. 189, había escrito que “el dominio absoluto de las finanzas sólo
podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación”.
Ahora insiste, desde el comienzo de su intervención, en la grave responsabilidad de instituciones como el
Banco Mundial y el FMI “de velar por el
desarrollo sostenible de los países y la no sumisión asfixiante de éstos
a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las
poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia, ya que
ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a
pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares
o de sus agrupaciones sociales”. Un ataque en toda regla a las Políticas
de Ajuste Estructural que están empobreciendo a los países deudores en todo el mundo.
El Papa destaca las tristes consecuencias de la exclusión social, tales
como “la trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos,
explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la
prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional
organizado”.
Para hacer frente a la exclusión social, “los gobernantes han de hacer todo
lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual
para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula
primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en lo
material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual:
libertad de espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros
derechos cívicos”.
Por todo esto, “la medida y el indicador más simple y adecuado del
cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo,
práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales
indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado,
alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general
libertad de espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo
humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más
en general, el que podríamos llamar el derecho a la existencia de la
misma naturaleza humana”.
Pero el pensamiento del Papa no puede ser leído nunca en clave ideológica, si no quiere ser desvirtuado. En el mismo
discurso advierte cómo la protección la naturaleza y la supresión de la
exclusión solo será posible si se da prioridad a las personas frente a las
ideologías y a los intereses. Y en el muy importante discurso de 9 de julio
pasado en Santa Cruz de la Sierra a los líderes de los movimientos populares
había afirmado como “Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no
viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón
termina a la larga o la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir”. Por
ello en la Enciclica Laudato si
afirmaba que el único modo de acabar con la dictadura de las finanzas es
sustituir el afán consumista de posesión de bienes materiales por la
búsqueda de la paz del corazón.
En esta imposibilidad de manipular el discurso del Papa en sentido ideológico puede
destacarse en el discurso en
Naciones Unidas, cuando advierte que “la defensa del ambiente y la lucha contra
la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción
natural entre hombre y mujer (cf. Laudato
si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y
dimensiones” (cf. ibíd., 123; 136).
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