martes, 31 de marzo de 2009

Cansancio filosófico

El profesor Juan Fernando Sellés resumía el panorama filosófico actual en un artículo titulado "Pensamiento en crisis, retórica en alza" publicado en la revista "Nuestro Tiempo" (n. 648) que reproducimos parcialmente:

"debemos recordar que, en general, el objetivo de nuestros periódicos es más el de crear una opinión, impresionar a sus lectores, que defender la causa de la verdad"
Edgar Allan Poe


Si, como decía Julián Marías, el atributo principal de la filosofía es la radicalidad, las épocas de crisis filosófica se deben caracterizar porque los pensadores se dedican a temas periféricos en vez de atender a los centrales. Como entre los más importantes está el propio sentido personal humano, en épocas críticas los "filósofos" centrarán más su atención en las manifestaciones humanas que en la intimidad y, consecuentemente, medirán su sentido personal por el de sus actividades. Como dichas expresiones dan lugar a medios culturales, en esos periodos el hombre se olvida de sus propios fines, o los posterga a los medios que emplea.

De entre los bienes mediales con los que el hombre cuenta, el superior es el lenguaje, porque esta forma cultural posibilita y rige todas los demás. Ahora bien, si este no se subordina como medio al fin último del ser humano, aparece la sofística. Este tipo de filosofía parece caracterizar a todos los periodos de crisis filosófica. Como se recordará, es propio de este modo de pensar convertir el argumento más débil en el más fuerte buscando intereses pragmáticos, consumistas, lucrativos (por ejemplo, un anuncio televisivo). Como se desconoce la solución de fondo al problema, se siguen probando reiteradamente diversos medios atrayentes. En tiempos de crisis de pensamiento ocurre aquello que indicaba Ortega: "Todo el mundo percibe la urgencia de un nuevo principio de vida. Mas -como siempre acontece en crisis parejas- algunos ensayan salvar el momento por una intensificación extremada y artificial, precisamente del principio caduco".

De ser certero el anterior veredicto, se puede advertir si el actual es un periodo de decadencia filosófica. Según lo indicado, es comprensible que en la actualidad los discursos filosóficos estén tan retórica y estéticamente bien trabados como faltos de profundidad; también que aquello que los medievales llamaban razón superior (ese modo de conocer que versa sobre los asuntos necesarios más altos y realmente importantes) pliegue velas, soltando libremente al viento las de la razón inferior, sobre todo, los temas referentes a la que en el Medievo se llamó razón práctica (ese pensar humano que se vierte sobre lo que el hombre tiene en sus manos y puede transformar), y amarrando, además, la dirección de la nave a los intereses de su voluntad.

El paradigma actual parece, pues, netamente kantiano. No por casualidad Kant es, hoy por hoy, el autor más leído (y seguramente, en sus implicaciones de fondo, menos entendido). Ahora bien, valorar a la razón práctica sobre la teórica y olvidar lo propio de la razón superior es solidario de una época de crisis filosófica, porque se desconoce la raíz y fin del conocer humano, porque no se nota que el conocimiento es anterior a su comunicación a la acción humana, y porque necesariamente la razón práctica está subordinada a la voluntad, ya que su hábito superior -la prudencia-, por versar sobre medios, es inferior a alguna de las virtudes de la voluntad -como la amistad-, ya que estas versan sobre personas, que en modo alguno son medios. Como se puede apreciar, se trata de un voluntarismo de guante blanco, es decir, presuntamente justificable, porque se lo arropa con abundante racionalidad práctica. Por eso, en las diversas asambleas filosóficas y humanísticas se tiende, ante todo, al acuerdo voluntario, relegándose la búsqueda y defensa de las verdades capitales.

LA PÉRDIDA DEL PROPIO SENTIDO
Al parecer, todos los periodos de crisis filosófica desatienden la recomendación del oráculo de Delfos, "conócete a ti mismo", mientras que los periodos de esplendor indagan en lo radical del hombre. En efecto, la filosofía surge cuando se comienza a pensar de modo teórico el fundamento u origen, y se encumbra al atender al fin del hombre, al destino humano. No es esta la actual situación. Asimismo, se debe preguntar si este contexto es más crítico que los precedentes. Se puede responder diciendo que, mientras en las crisis filosóficas anteriores la indagación sobre lo radical del ser humano pasó a un segundo plano, en nuestro momento se da un paso más, a saber, se niega el propio sujeto. No se trata sólo de lo que -según la fábula de Esopo- decía la zorra respecto de las uvas, pues ahora ya no se suponen verdes por inalcanzables, sino incluso inexistentes. En efecto, la tesis central del pensamiento posmoderno radica en que el sujeto no existe. A esta se podría sumar aquel añadido de la sofística antigua: "Si existiera, no se podría conocer; si se pudiera conocer, no se podría decir", sencillamente porque la razón y el lenguaje son fragmentarios, mientras que el sujeto no puede serlo. Además, de poder pensarlo y decirlo, no interesa hacerlo, es decir, no se desea voluntariamente tratar ese tema, porque compromete de lleno.

El cansancio filosófico es muestra del desfallecimiento por ser hombre, en rigor, por alcanzar el sentido personal que se está llamado a ser. En la actualidad, el filosófico es un agotamiento humano, aunque no el único. Piénsese, por ejemplo, en el cansancio genético, es decir, en la carencia de hijos, en el matrimonial y familiar, en el moral, educativo, etcétera. La de la filosofía se puede comparar a las crisis de esas otras realidades humanas, porque en ellas es el mismo existente el que se halla enteramente comprometido. Como se ve, no sólo se cansa el intelecto humano de buscar la verdad, ni sólo la voluntad de serle fiel según virtud, sino que es el mismo ser humano quien se retrotrae de buscar su verdad. Cuando alguien no se adhiere a la verdad se otorga protagonismo a la opinión; como adquirir la virtud es tarea ardua, se abre paso el sentimiento sensible; si no se busca la propia verdad personal, el hombre sestea dotando de cierto sentido a sus manifestaciones humanas menores, pero esa actitud no inspira a nadie.

La filosofía hoy parece falta de inspiración. Mira con timidez al futuro. Pero es claro que en el hombre el futuro influye más que el pasado, porque el hombre es un ser de proyectos, ya que él mismo es un proyecto como hombre. Ya decía Ortega que "nada tiene sentido para el hombre, sino en función del porvenir", pues sin futuro no cabe esperanza, y sin esta el hombre es un muerto en vida. En suma, la filosofía no parece estar en su mejor momento: ¡como para pedirle que lidere la tan ansiada interdisciplinariedad! El pensador citado declaró que "para que la filosofía impere, basta con que la haya; es decir, con que los filósofos sean filósofos. Desde hace casi una centuria, los filósofos son todo menos eso: son políticos, son pedagogos, son literatos o son hombres de ciencia". El anterior veredicto de hace décadas podría ampliar su prolongación temporalmente hasta hoy.

¿QUÉ ESTÁ HOY EN CRISIS FILOSÓFICA? Seguramente las disciplinas superiores de este saber: la teoría del conocimiento, la ética, la metafisica, la antropología, etcétera. Pero como estas son la raíz y fin de las demás, también en las otras se percibe el decaimiento. En todas ellas parece darse una situación común, pues a la par que se habla de multiplicidad de teorías del conocimiento, de éticas, de metafisicas, de antropologías, si se presta atención a sus distintas versiones, se nota a las claras que el relativismo gnoseológico, ético, metafísico, antropológico, campea a sus anchas por doquier. Es más que se intentan compatibilizar versiones tan dispares de esas disciplinas como las de Aristóteles o Descartes, las de Tomás de Aquino o Kant, etcétera, señal evidente de que muchos de los enfoques de estos saberes carecen de fundamentación, y que de ellos se usa más su nombre que su fondo.

Parece chocante que el relativismo afecte hoy en mayor medida que antaño, teniendo en cuenta que la gente está más instruida, más cultivada. Parece extraño, pero no lo es, porque -como advierte Leonardo Polo- este suele ser el defecto propio de los muy "leídos", ya que "el relativismo es más bien un vicio del lector, que se ha perdido en una logomaquia: ha leído a muchos autores y no sabe a qué carta quedarse. Un filósofo de cuerpo entero piensa lo que lee, tratando de articularlo". El que no lo piensa a fondo, más bien aprovecha las distintas sentencias de los autores para engalanar sus discursos.

Después de aludir brevemente a las disciplinas filosóficas que requieren para su consolidación los métodos cognoscitivos humanos capitales, es decir, los niveles cognoscitivos humanos superiores, conviene aludir ahora a los temas más importantes. Cuando no se indaga acerca de los dos polos del filosofar, el origen y el destino, la filosofía suele emprender la retirada. Es claro que la mayor parte del pensamiento contemporáneo no indaga acerca del origen o fundamento y del destino humano, cuando no los niegan. Ahora bien, como esos son los dos temas capitales que conforman el eje de la filosofia, los únicos sobre los que se puede fundar el saber filosófico, su ausencia conlleva que la filosofia que se ejerce carezca de justificación o solidez teórica. Repárese que la mayor parte de corrientes de pensamiento del s. XX han relegado estos temas; y aquellas que los han tenido en cuenta, han repuesto tesis clásicas sin ahondar en soluciones más radicales, o han apelado, aunque por excepción y prematuramente, a saberes extrafilosóficos.
A lo que precede se podría objetar que atender a tan radicales temas no es hoy normal, pues no está muy bien visto de acuerdo con el nivel sociocultural vigente, en el que hay que andarse con cuidados, rodeos y alusiones indirectas, etcétera. Pero, si se mira bien, esta réplica no es sino una postura acomodaticia a la medianía intelectual vigente, es decir, un conformarse con la situación de crisis y no llamar la atención nadando contra corriente. Ahora bien, de ordinario sólo se conforma con dicha situación quien puede sacar partido práctico de ella. Seguramente se apelará a aquello de que interesa que la gente no sepa demasiado, porque así es fácil de persuadir; que a la gente no hay que hablarle a la cabeza, sino a los sentimientos. Sin embargo, todavía cabe preguntarse si esa actitud concuerda más con la índole de la filosofía y de las personas, o se parece más bien a la sofistica.

LA EXTENSIÓN DE LA CRISIS
Se ha indicado que el tiempo más propio del hombre es el futuro (el histórico y el metahistórico) al que apunta su crecimiento. Por eso, si las corrientes de filosofia modernas y contemporáneas centran más la atención en el presente (idealismo, fenomenología, estructuralismo, etcétera), en el pasado humano (tradicionalismo, evolucionismo, historicismo, psicoanálisis, hermenéutica, nihilismo, existencialismo -detenido ante el término de la muerte-, etcétera) o en el pasado cultural (materialismo, filosofia analítica, pragmatismo -el lenguaje y los productos culturales ingresan inmediata e inexorablemente en el pasado-, etcétera), no son precisamente filosofías "demasiado" humanistas, sino poco humanas, y consecuentemente, poco "filosóficas".

A lo que precede se podrá objetar que recientemente ha habido filosofías que se han fijado en el tiempo humano, por ejemplo, en el progreso de la inteligencia y de la voluntad (neoaristotelismo, neoescolástica, filosofía del diálogo, personalismo, etcétera). Sin embargo, es pertinente recordar que la intimidad personal humana no se reduce a la inteligencia y a la voluntad. De manera que no se la debe medir por el crecimiento de aquellas. Su tiempo no es el tiempo de esas potencias. Su futuro no es el futuro de ellas. Su esperanza trasciende el anhelo de aquellas, sencillamente porque es personal, mientras que aquellas no son persona ninguna. Lo superior da razón del perfeccionamiento de lo inferior y lo personaliza; no a la inversa.

De manera que no parece que el hombre sea un ser apto para la miseria (como afirmaron de un modo u otro Lutero, Marx, Heidegger, Sartre, etcétera), aunque tampoco es una riqueza consumada. Ouien proclame para él una "vida lograda" en un momento determinado, en esa misma proclama compromete el crecimiento humano, y -según Agustín de Nipona- en ese preciso "basta", ha perecido como hombre y, por supuesto, como filósofo. Frente a esa actitud es más realista (también más optimista y humilde) saber que "cualquier éxito es siempre prematuro". En la presente situación el hombre no es un ser necesitante que alcance alguna vez a llenar su carente capacidad, sino un ser nuclear y radicalmente desbordante que tiene periféricas carencias. Con todo, el manantial de esa exuberancia interior es progresivo, pues todavía no ha llegado a ser quien está llamado a ser. Por tanto, ni miseria, ni plenitud, sino sencillamente filosofía, es decir, progresivo crecimiento sapiencial.

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