John L. Allen, norteamericano, periodista y autor de varios libros, presenta en The Future Church: How Ten Trends are Revolutionizing the Catholic Church, una visión de conjunto de los retos a que se enfrenta una Iglesia milenaria al lidiar con cambios que pueden poner a los católicos en complicados dilemas.
Allen señala diez tendencias religiosas, políticas y científicas, que a su juicio tendrán gran influencia en la mayor comunidad cristiana del mundo. Dedica a cada tendencia un capítulo en el que describe su forma actual y prevé sus consecuencias, distinguiendo entre las que considera casi seguras, probables, posibles e improbables. Allen afirma lo hace como lo que él es: “un periodista, no un sacerdote, ni un teólogo ni miembro de corporación académica alguna”.
Qué se entiende por tendencia
Los lectores anglófonos de los Estados Unidos y de otros países ya conocen a John Allen, el principal periodista del National Catholic Reporter –una respetable publicación con sede en los EE. UU., de inclinaciones izquierdistas en la política y que acoge en sus páginas a escritores católicos progresistas–. Los habituales artículos de Allen revelan una investigación que luego aparece reflejada en el libro, dando a conocer, además, la percepción que de todo ello aportan informadores de renombre, entre los que se cuentan teólogos, obispos, cardenales e incluso el Papa Benedicto XVI, el que fuera cardenal Ratzinger. Su visión es amplia y, sin duda, católica (es decir, universal), especialmente para un estadounidense.
La experiencia de los católicos en los EE. UU. está, naturalmente, matizada por la historia de su país y en ocasiones constituye motivo de irritación para otros católicos, en particular, para los de fuera de Europa. Los católicos norteamericanos acostumbran a imponer su propio paradigma cuando examinan el modo en que la fe católica es vivida fuera de su patria. Allen no está completamente libre de ese planteamiento, ni siquiera cuando se ocupa de cuestiones tan diversas como el auge del islam, el pentecostalismo, el ecologismo y el hundimiento demográfico de Europa.
Allen asegura que las diez tendencias de las que se ocupa “revolucionarán” la Iglesia católica y, como periodista, ofrece de forma ecuánime descripciones más que recetas para afrontar los cambios que, según cree, transformarán esa Iglesia de manera radical. Se abstiene de identificar dichas tendencias como buenas o malas, limitándose a calificarlas de interrelacionadas y casi inevitables.
Las diez tendencias descritas por Allen son: 1) Una Iglesia mundial, 2) Catolicismo evangélico, 3) El Islam, 4) La nueva demografía, 5) La ampliación del papel de los laicos, 6) La revolución biotecnológica, 7) Globalización, 8) La ecología, 9) Multipolarización y 10) Pentecostalismo. A éstas se añaden “Tendencias que no son tales” y “Catolicismo en el Siglo XXI”. Como se ve, no es necesario que sea una tendencia específicamente católica, sino algo que afecta al catolicismo de modo significativo.
Para que pueda hablarse de tendencias, dice Allen, deben ser a escala mundial, tener repercusiones en el ámbito popular, involucrar a la jerarquía oficial, no ser ideológicas, disponer de capacidad de predicción y la posibilidad de explicar diversos factores. Cuestiones tales como la crisis de abusos sexuales quedan, por consiguiente, fuera de lo que se entiende como “tendencias”. Sin embargo, el capítulo titulado “Tendencias que no son tales”, aunque breve, resulta tan magistral e interesante como los que le preceden.
El vuelco demográfico Norte-Sur
En cuanto a “La nueva demografía” de la Iglesia católica, Allen observa que a mediados del siglo XXI, Nigeria, Uganda y la República Democrática del Congo figurarán entre las diez naciones católicas más grandes del mundo, reemplazando a España, por ejemplo. Así, la Iglesia que él describe habrá echado raíces más allá de lo que era la Cristiandad europea, viéndose, entretanto, afectada por otra tendencia: “la globalización”. Ello supone que se ponga el acento en cuestiones y se adopten puntos de vista que no concuerden con los de los católicos de Europa y América del Norte.
Por ejemplo, si bien los católicos norteamericanos políticamente conservadores pueden aplaudir el rechazo africano de los condones y el aborto, pueden no sentirse cómodos con una creciente denuncia africana del cada vez mayor y más disoluto consumismo occidental, y de un desenfrenado capitalismo a expensas de los pobres. En África y en América Latina, la introducción de lenguas y costumbres nativas supondrá retos para una jerarquía que trata de ser acogedora de las diferencias culturales, sin dejar de ser fiel al Magisterio y a antiquísimas liturgias. Por extraño que parezca, el uso del latín en la misa pueda servir realmente de puente entre idiomas y culturas dispares.
Catolicismo evangélico
Lo que Allen describe como “catolicismo evangélico” no es un movimiento sectario, sino una tendencia que subyace bajo el resto de las descritas en el libro. Esta tendencia emergió durante el pontificado de Juan Pablo II. A partir de entonces, dice Allen, “el catolicismo se ha ido haciendo sin cesar más evangélico, manteniendo su identidad con firmeza y sin dejarse intimidar; más interesado en evangelizar la cultura que en amoldarse a ella”.
Entre sus rasgos definitorios se cuentan: una clara aceptación del pensamiento, las prácticas y el discurso católicos (dicho en otras palabras, de la ortodoxia), un deseo de proclamar la identidad católica, y la fe vivida como elección personal más que como herencia cultural. De ahí que tales católicos evangélicos pueden acabar entrando en conflicto con el laicismo europeo y con la “separación entre Iglesia y Estado” en Norteamérica.
En su capítulo sobre el islam, Allen nos brinda una atrayente visión de lo que podría ser una futura cooperación entre la Iglesia católica y la fe de Mahoma. De las dos corrientes principales del islam, la chií y la suní, el autor cree que la primera tiene más probabilidades de forjar una alianza con la Iglesia católica debido a las afinidades que comparten: una teología del sacrificio y la expiación, la creencia en el libre albedrío, peregrinaciones, santuarios donde tienen lugar curaciones, veneración de los santos... Estas afinidades no deberían hacer desistir del diálogo con el islam suní –dominado en la actualidad por el wahabismo imperante en Arabia Saudita– ni con la fe chií extremista, personificada por el violento clérigo Muqtada Al-Sadr. La tendencia islámica está, naturalmente, relacionada tanto con la “globalización” como con la “nueva demografía”. Por ejemplo, Allen señala que el crecimiento demográfico islámico está decayendo y que el catolicismo sigue creciendo en África.
El último capítulo de Future Church ofrece un útil resumen del libro. Uniendo los hilos conductores de los diez capítulos anteriores, Allen presenta cuatro líneas principales de desarrollo que pueden constituir los futuros rumbos de la Iglesia. Estas “notas sociológicas” que van a ponerse de manifiesto durante el resto del siglo actual son: “’mundial, firme, pentecostal y extrovertida’”. En síntesis, Allen ve la Iglesia del futuro como “conservadora en lo moral”, “avanzada en la justicia social”, “bíblica”, “joven y optimista”, y “no identificada con europeos y norteamericanos”, entre otros rasgos. Éstos no son más que los subconjuntos de la nota sociológica titulada “global”, y los restantes subconjuntos hacen de la obra de Allen no sólo un reto, sino una inspiración para los católicos de todo el mundo.
La Iglesia en un nuevo mundo
En la Introducción del libro, John Allen sintetiza así los cambios a los que debe hacer frente la Iglesia católica.
— Una Iglesia que ha estado dominada en el siglo XX por el hemisferio Norte, es decir, por europeos y norteamericanos, se encuentra ahora con que dos tercios de sus miembros viven en África, Asia y Latinoamérica. La internacionalización del gobierno de la Iglesia católica alcanzará un grado hasta ahora desconocido.
— Una Iglesia cuya consigna después del Vaticano II (1962-1965) fue aggiornamento como “puesta al día para abrirse al mundo moderno”, hoy está reafirmando oficialmente todo lo que la distingue de la modernidad; sus tradicionales características católicas de pensamiento, discurso y prácticas. Esta política de la identidad es en parte una reacción contra un desenfrenado secularismo.
— Una Iglesia cuyas relaciones interreligiosas estuvieron dominadas en los últimos cuarenta años por el diálogo con el judaísmo, ahora está esforzándose por llegar a un acuerdo con un islam revigorizado, no solo en Oriente Medio, África y Asia, sino en su propio patio europeo.
— Una Iglesia que históricamente ha dedicado una amplia parte de su trabajo pastoral a los jóvenes, tiene que hacer frente, empezando por el Norte, al más rápido envejecimiento de la población de la historia.
— Una Iglesia que se ha basado en el clero para el cuidado pastoral y el liderazgo, ahora tiene cada vez más laicos que hacen ambas cosas en gran número y en una sorprendente variedad de modos.
— Una Iglesia habituada a debatir temas bioéticos que han estado presentes durante siglos –aborto, control de natalidad–, se enfrenta ahora a un brave new world de clonación, mejoras genéticas, quimeras que traspasan las especies. Su enseñanza moral se esfuerza desesperadamente por mantenerse al día con los avances científicos.
— Una Iglesia cuya enseñanza social se fraguó en los primeros tiempos de la Revolución Industrial ahora debe afrontar el mundo globalizado del siglo XXI, lleno de extrañas entidades como corporaciones multinacionales y organizaciones intergubernamentales que no existían cuando diseñó su visión de una sociedad justa.
— Una Iglesia cuyas preocupaciones sociales se centraron casi exclusivamente en los seres humanos se encuentra ahora en un mundo en el que la preservación de la Tierra requiere nuevas reflexiones morales y teológicas.
— Una Iglesia cuya diplomacia se apoyó siempre en la gran potencia católica del momento se mueve ahora en un mundo multipolar, en el cual la mayoría de los polos importantes no son católicos, ni siquiera cristianos.
— Una Iglesia acostumbrada a ver a los “otros” cristianos como ortodoxos, anglicanos y protestantes, hoy está asistiendo a una marcha de los pentecostales, que se ha disparado de un 5% a un 20% en todo el mundo en apenas un cuarto de siglo, en parte por la absorción de un número significativo de católicos. La propia Iglesia católica está siendo “pentecostalizada” a través del movimiento carismático.
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