Ramiro Pellitero en "Escuela de familias"
¿Hacia dónde va la educación que están recibiendo muchos jóvenes de las nuevas generaciones, poco humanista y orientada hacia la técnica y el éxito? En la película “La ola” (D. Gansel, 2008) el profesor quiere que los alumnos se planteen ellos mismos las grandes cuestiones, que la verdad se abra paso por sí misma, sin recurrir a la autoridad. Pero ¿qué pasa cuando falta la madurez y la templanza necesarias? Pues que reaparecen los fantasmas de la historia reciente, para seguir sin más miramientos al líder de turno, por un camino que ignora la reflexión y la tradición, y confía demasiado en la voluntad, siempre manipulable. Una lección sorprendente… e inquietante.
Benedicto XVI –que ha vivido de cerca la historia de Europa en el siglo XX– viene insistiendo en la “emergencia (urgencia) educativa” desde enero de 2008, en que dirigió una carta a la diócesis de Roma sobre el tema. En el discurso a los obispos italianos, el 27 de mayo pasado, subrayaba dos causas, a su juicio, de esta urgencia.
En primer lugar, una mal entendida autonomía de las personas, según la cual “el hombre debería desarrollarse sólo por sí mismo, sin imposiciones por parte de los demás, los cuales podrían asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este proceso”.
La realidad –replica– es que la persona humana “llega a ser ella misma sólo desde el otro, el ‘yo’ se convierte en sí mismo sólo desde el ‘tu’ y desde el “vosotros”, está creado para el diálogo, para la comunión sincrónica y diacrónica. Y sólo el encuentro con el ‘tu’ y con el ‘nosotros’ abre el ‘yo’ a sí mismo”. Por eso, –deducía– “la llamada educación antiautoritaria no es educación, sino renuncia a la educación”.
En efecto, notemos que hoy la autoridad tiende a comprenderse mal, porque se confunde autoridad con poder, que es la fuerza para dominar a otros. El sentido auténtico de la autoridad se funda en la dignidad o calidad, en la excelencia y la legitimidad de alguien para sostener, organizar y apoyar a otros en el desarrollo personal o social. Se puede tener autoridad sin poder y viceversa, pero sólo la autoridad hace legítimo el poder. Así los padres tienen una autoridad natural sobre los hijos, los maestros sobre sus alumnos, el Estado legítimo sobre los ciudadanos etc. El cristianismo ha reforzado el fundamento trascendente de la autoridad, al recordar, como hace San Pablo, que toda autoridad legítima viene de Dios. Los primeros cristianos rezaban por las autoridades públicas, aunque éstas no siempre les eran favorables. Renunciar a la autoridad es renunciar a la guía de otros, pedida por la dimensión social de la persona. Y, por tanto, es encerrar al sujeto en sí mismo, en su limitada percepción y capacidad; es privarle, en tantos aspectos, de una orientación esencial para su vida.
Todo ello no se opone a una adecuada autonomía de las personas. La autoridad debe saber ganarse la confianza conveniente para el ejercicio de su misión, por su altitud de miras y el respeto exquisito a la dignidad y al bien de las personas. Pero la realización del proyecto personal corresponde siempre al propio sujeto, que opta con mayor decisión si comprende las razones de quienes muestran vidas logradas, y si goza del necesario equilibrio interior –gracias a las virtudes– para elegir lo valioso y no lo más fácil, cómodo o placentero.
Como segunda raíz de la actual urgencia educativa, el Papa ha señalado la exclusión de las principales fuentes que orientan el camino humano: la naturaleza, la Revelación y la historia. El escepticismo y el relativismo niegan la capacidad normativa de la naturaleza, que de por sí no contendría orientación alguna. La Revelación, si la hubo, tampoco indicaría contenidos sino sólo motivaciones. La historia sólo nos informaría acerca de decisiones que otros tomaron y que no sirven para ahora y el futuro.
Pero, según Benedicto XVI, “es fundamental volver a encontrar un concepto verdadero de la naturaleza como creación de Dios que nos habla”, mostrándonos los verdaderos valores. Es necesario comprender la Revelación como clave que descifra las orientaciones que contiene la creación. En cuanto a la historia cultural, que desarrolla y hace propias esas orientaciones, requiere siempre una purificación.
Educar –deducía el Papa– es, por tanto, volver a encontrar estas fuentes y su lenguaje, sin ceder ante la desconfianza y la resignación. Hoy se requiere una “pasión educativa” que no se resuelve en mera didáctica ni tampoco en la transmisión de principios áridos. Educar es dotar a las personas de una verdadera sabiduría, que incluye la fe, para entrar en relación con el mundo; equiparlas con suficientes elementos en el orden del pensamiento, de los afectos y de los juicios. Si la tradición del pasado corre hoy peligro de olvidarse, precisamente por eso urge la educación como acompañamiento para descubrir personalmente la verdad.
En este marco, Benedicto XVI ha vuelto a proponer lo que dijo a los periodistas durante el vuelo a Portugal. Lo que en nuestro tiempo es motivo de escándalo –el pecado de algunos miembros de la Iglesia– debe traducirse en una llamada a una “profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender por una parte el perdón, pero también la necesidad de la justicia".
Concluía con la exhortación a recorrer sin dudar “el camino del compromiso educativo”, incluyendo las nuevas tecnologías de la comunicación. “No se trata –advertía– de adecuar el Evangelio al mundo, sino de sacar del Evangelio esa perenne novedad, que permite en cada tiempo encontrar las formas adecuadas para anunciar la Palabra que no pasa, fecundando y sirviendo a la existencia humana”.
Ese es también el fundamento para “proponer a los jóvenes la medida alta y trascendente de la vida, entendida como vocación”; y también para responder a la actual “crisis cultural y espiritual, tan seria como la económica”. Así se podrá contribuir al bien común, vinculado al crecimiento social y moral.
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