Verdades innegociables en una
cultura relativista
Aceprensa JUAN MESEGUER
7.JUL.2014
¿Qué tienen en común la lucha
por la abolición de la esclavitud, el movimiento por los derechos civiles de
los negros, la defensa del no nacido y del matrimonio, y la libertad religiosa?
La convicción de que existen unas verdades intocables, pues de ellas depende la
calidad ética de la sociedad. Así lo explica en un libro Sheila Liaugminas,
periodista de Chicago, ganadora de un premio Emmy y colaboradora de MercatorNet
(1).
¿De dónde le vino a Abraham
Lincoln la autoridad para decir que el derecho a elegir tener esclavos es
inmoral? Al fin y al cabo, las leyes del país lo permitían. ¿Y de dónde le vino
a Martin Luther King la autoridad para liderar un movimiento que reclamaba
nuevos derechos civiles para los negros? Al fin y al cabo, la segregación era
legal. ¿Y de dónde le vino a Naciones Unidas la autoridad moral para pedir el
reconocimiento de unos derechos humanos en una declaración internacional, a
pesar de que algunos Estados miembros los estaban vulnerando?
De los primeros principios,
contesta Liaugminas. Principios que están enraizados en la naturaleza humana y
que, a través de la razón, permiten descubrir una serie de derechos que son
intrínsecos a toda persona pues derivan de la dignidad humana.
El problema es que la cultura
actual, marcada por el relativismo, está perdiendo la coherencia intelectual. Y
así, no es extraño encontrarse con activistas a los “que les gusta subirse a
hombros de Martin Luther King”, pero que “no están dispuestos a llevar hasta
las últimas consecuencias sus enseñanzas sobre la justicia y la verdad de los
derechos humanos”.
El movimiento civil de
nuestros días
Liaugminas explica cómo la
retórica de Luther King sobre las leyes injustas y la igual dignidad de todos
los seres humanos encontró continuidad en el movimiento provida que surgió en
Estados Unidos tras la legalización del aborto, con la sentencia Roe v. Wade
de 1973.
Este mensaje ha ido calando
en las generaciones más jóvenes, que hoy tienden a ver el debate sobre el
aborto en términos de justicia antes que de liberación: dado que el feto es un
ser humano vivo (independientemente de que sea deseado o no), el aborto es una
injusticia radical que nos afecta a todos y a la que hemos de poner fin (cfr. Aceprensa,
22-01-2013).
Alveda King,
sobrina de Luther King, lleva años insistiendo en que el sueño de su tío abarca
también a los concebidos no nacidos. Y denuncia el doble rasero con que se juzga
ahora la discriminación: “Muchos de nosotros hablamos de tolerancia y de
inclusión, pero después nos negamos a ser tolerantes e inclusivos con los más
débiles e inocentes de la familia humana”.
El fallecido Richard John
Neuhaus, un referente intelectual del catolicismo norteamericano, también
sostuvo que la lucha contra el aborto es el movimiento civil de nuestros días.
Como recuerda Liaugminas, el propio Neuhaus participó el 28 de agosto de 1963
en la gran Marcha a Washington para reclamar el fin de la discriminación contra
los negros, lo que le permitió hacer de puente entre los dos movimientos.
La Declaración de
Manhattan proclama como “verdades innegociables” la sacralidad de la vida
humana; el matrimonio entre hombre y mujer; y los derechos de conciencia y de
libertad religiosa
Precisamente a Neuhaus, que
fue pastor luterano y activista político de izquierdas antes de convertirse al
catolicismo y ordenarse sacerdote, se le considera el artífice de la alianza
que poco a poco han ido creando los evangélicos y los católicos estadounidenses
en los debates públicos sobre cuestiones éticas y sociales (cfr. Aceprensa,
12-01-2009).
Un núcleo de principios
intocables
A finales de 2009, unos meses
después de la muerte de Neuhaus, unos 150 líderes religiosos de las principales
confesiones cristianas de EE.UU. presentaron la Declaración de Manhattan para
explicar que hay un núcleo de principios intocables que están por encima de la
división izquierda-derecha (cfr. Aceprensa,
3-12-2009).
El manifiesto proclama como
“verdades innegociables” –no solo como convicciones de los creyentes– la
sacralidad de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte
natural; el reconocimiento del matrimonio como unión entre hombre y mujer; y
los derechos de conciencia y de libertad religiosa.
También Benedicto XVI había
animado a los católicos a ser consecuentes a la hora de defender en la vida
pública unos “principios innegociables”, que en buena parte coinciden con los
de la Declaración de Manhattan (cfr. Discurso del
30-06-2006). No era esta una postura confesional, pues son
principios que “están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son
comunes a toda la humanidad”, decía entonces el papa.
Son precisamente las
decisiones sobre estas cuestiones las que configuran la calidad ética de una
sociedad. Aquí no valen las etiquetas políticas “izquierda”, “derecha”, “progresista”,
“conservador”… “En el centro de estos principios está la dignidad humana”,
explica Liaugminas. “Así que, puestos a buscar etiquetas, tendríamos que
ponernos la de ‘defensores de la dignidad’”.
Cuando el lenguaje
distorsiona la realidad
El desacuerdo en torno a ese
núcleo de principios innegociables puede explicarse, a juicio de Liaugminas,
por la “dictadura del relativismo” denunciada por Benedicto XVI. Si negamos la
posibilidad de una verdad objetiva y universal, entramos en el terreno de la
pura arbitrariedad donde cualquier cosa puede ser justificada.
Liaugminas explica, con
palabras de Josef Pieper, que en una cultura relativista la gente no solo es
incapaz de encontrar la verdad sino que además no se preocupa de buscarla. “Ya
no se busca lo real, porque la ficción satisface y basta la perfecta ficción de
la realidad, creada mediante un abuso deliberado del lenguaje”.
Hoy se ha impuesto un
lenguaje sobre los derechos, basado en la autonomía individual, que enmascara
con eufemismos los verdaderos derechos y deberes derivados de la dignidad
humana. Así, se habla del “derecho a
elegir” y de la “compasión” para encubrir el aborto y la eutanasia, que son dos
decisiones destinadas a acabar con una vida humana vulnerable; se apela a la
‘igualdad’ para redefinir el matrimonio; y se invoca la separación entre
Iglesia y Estado para restringir los derechos de conciencia.
De ahí que el empeño de
Liaugminas en este libro sea reproponer un lenguaje común sobre la dignidad
humana, que de hecho comparten los líderes sociales más carismáticos y las
confesiones religiosas más importantes de EE.UU. “Un lenguaje que mira a los
primeros principios que dan forma a una sociedad libre, justa y moral. Que huye
de las etiquetas políticas (…); y de los muchos eslóganes y prejuicios colgados
sobre los oponentes para bloquear el diálogo”.
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Notas
(1) Sheila Liaugminas, Non-Negotiable: Essential Principle
of a Just Society and Human Culture. Ignatius Press, San Francisco (2014).
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