Pluralismo y
respeto al discrepante como exigencias éticas de la política
Jesús
Ballesteros, Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política,
Universitat de Valencia. ("Las Provincias, 17.07.2016)
En 2016 se cumple el 2.400 aniversario del nacimiento
de Aristóteles. Difícilmente se
puede encontrar un autor mejor para recuperar la dignidad perdida de la
política, frente a su fagocitación actual por la economía y las finanzas. Para
él, la crematística al por mayor, en la que el dinero trata de producir dinero
es una actividad degradante. Solo sería lícita para él la crematística al por
menor, en el que el dinero está al servicio del comercio de mercancías. Pero
por encima de ella se sitúa la economía, como relación persona-cosa, que
persigue la satisfacción de necesidades humanas cotidianas, como la comida, el
vestido o la vivienda, y que debe estar a su vez subordinada a la política,
como relación persona-persona, que busca la excelencia.
Sin duda reestructurar las relaciones sociales en el
sentido indicado por Aristóteles nos haría superar la crisis actual. Pero ahora
quiero referirme a otro punto central de su pensamiento, el de la necesidad de
la amistad en política. Naturalmente esta amistad no se refiere al enchufismo y
la corrupción, que tanto abunda en la realidad actual, sino a la necesidad de
excluir los odios y las enemistades personales en la política.
Esta falta de un mínimo de simpatía mutua entre los
dirigentes ha sido la causa principal de la repetición de elecciones en España,
un hecho insólito que pone de relieve la bajísima calidad de nuestros políticos. En efecto, el mensaje tanto del 20 de diciembre
como del 26 de junio constituyen una clara indicación de la necesidad de diálogo
para poder conformar un gobierno que haga frente a las principales inquietudes
de los españoles, el paro, la corrupción, la crisis económica, la igualdad, la
solidaridad interterritorial, así como el respeto a las creencias y a la
libertad de las conciencias.
Los debates televisados en una y otra campaña han
mostrado una escasísima capacidad crítica en relación con los defectos propios
de cada partido y una arrogancia considerable al juzgar los defectos de los
otros así como una defensa del antiguo principio de no muy grato recuerdo de que el “jefe no se equivoca nunca”.
A esta carencia de democracia interna va unida
lógicamente la carencia de verdadero pluralismo. En efecto, se acepta de modo generalizado que el pluralismo, la
diversidad de voces, es el elemento primordial de la auténtica política, lo que
hace de ella el antídoto contra la opresión y el totalitarismo. De suyo,
nuestra Constitución le considera uno de los principios rectores del
ordenamiento jurídico. Sin embargo el pluralismo me parece uno de los elementos
más ausentes del panorama político. En efecto en él aparecen demasiadas líneas
rojas que impiden el libre discurrir de la pluralidad de opciones. Una de las
más notables se refiere a la falta de cuestionamiento por la casi totalidad de
los partidos políticos del problema de la deuda, el planteamiento de si en el
monto total de la deuda, que por lo que se refiere al Estado español, ya está
en 100% del PIB, no han existido componentes claros de ilegitimidad, la que se
lleva a cabo por especuladores que recurren a los CDS, sin haber comprado bonos
del Estado; CDS, que son responsables directos de la subida de la prima de la
riesgo, y por tanto de la subida de los intereses de la deuda española en
relación con la deuda alemana, que sirve de paradigma en el mundo europeo. Hay
motivos suficientes para creer que este aumento de los intereses ha
incrementado notablemente la cuantía de la deuda, y de que el procedimiento
empleado es manifiestamente ilegitimo. Cuestionar este porcentaje de la deuda
es importante porque contribuiría a aligerar los recortes que han reducido
drásticamente los derechos sociales en áreas tan básicas como la sanidad o la
educación. Del mismo modo se tiende a presentar como propio exclusivamente de
extremistas el replantear la
actual organización de la Unión Europea basada en la división entre países
beneficiarios del euro, los vinculados al anterior área del marco, y países
perjudicados, el resto, que corresponde a los despectivamente llamados PIGS. Solo este cuestionamiento podrá evitar
la disolución de la Unión Europea, por su escasa solidaridad ante las “distintas
velocidades” del proceso de integración. Resulta sintomático que el FMI haya
advertido recientemente a Bruselas acerca de la necesidad de una menor
insensibilidad con los problemas de Grecia. Estas líneas rojas están trazadas por los gestores del capitalismo
financiero, titulares del poder planetario, que no sin razón tantos estudiosos
como Zymunt Bauman, han considerado que secuestra la política y la democracia
en el presente.
Del mismo modo existe otra línea roja que
prácticamente nadie se atreve a traspasar, en relación con la protección del
embrión humano, al que deberíamos considerar uno de nosotros, porque todos
hemos pasado por esa etapa hace más o menos tiempo. En este caso podría
pensarse que la línea roja está trazada desde otros ámbitos, los defensores del
hedonismo y de la primacía antifreudiana del placer sobre la realidad, pero en
el fondo la raíz del desprecio a los derechos del embrión procede sobre todo de
la industria biotecnológica, y en concreto de las técnicas de la reproducción
artificial. En efecto esta industria que levanta miles de millones de
dólares/euros en el mundo se basa en la consideración de que el embrión es un
simple material de trabajo que puede ser utilizado al servicio del deseo de la
paternidad, aunque ésta se produzca con la eliminación de los hermanos de los
nuevos hijos. Por tanto se trata
en el fondo del mismo núcleo de poder que considera sagrado el pago de las
deudas sin discriminación alguna, es decir del poder tecnológico/financiero que
desde La City, Wall Street o Sillicon Valley ha sustituido a la soberanía
popular.
Defender el pluralismo político hoy es una y la misma
cosa que limitar este poder planetario que nos impone también expulsar a los
refugiados que se empeñan en cruzar nuestras fronteras, porque nuestros
intereses han hecho invivible la existencia dentro de las fronteras de sus
respectivos países. Como resumió magistralmente un niño ante las cámaras de TVE, “no queremos ir a Europa. Queremos vivir en paz en
Siria”. Pero la paz en Siria depende bastante de lo que ha hecho, hace o haga
Europa.
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