viernes, 7 de diciembre de 2007

Trabajar con alegría

Jean Guitton pensador y ensayista francés, ha publicado sugerentes reflexiones sobre el trabajo intelectual. Este es su último libro publicado en España.


Para finalizar este libro, que parece ambicioso, querría proponer todavía un último pensamiento: que la excelencia consiste en que cada uno acepte sus límites. ¿Cuántos esfuerzos se pierden por la idea de una falsa grandeza, por la búsqueda de una perfección que no está a nuestro alcance? Si un día somos llamados a hacer grandes cosas, es por las pequeñas por las que es necesario llegar a ellas. Ciertamente es conveniente agrandar sin cesar el espíritu, el horizonte o el coraje, pero aplicándose en tareas precisas y en consecuencia modestas, aceptando las lagunas necesarias y los fallos. Es bueno no hacerse ilusiones sobre uno mismo, percibir nuestras zonas de sombra, nuestros recovecos más íntimos, como se haría con una vieja mansión recibida en herencia y que fuera poco sólida. Los límites son parte de las cosas mismas, como las fisuras son parte de los cántaros o las cicatrices del cuerpo.

Su supierais qué reposo, qué contento, qué dulce apreciación resulta del acto por el que nos aceptamos por fin tal como somos, con nuestras alturas y pequeños valles, y también con nuestra mediocridad, ni mejor ni peor, sino tal como se es y tal como uno se ha hecho, teniendo la alegría de conocerse, de poder añadir algunos complementos a nuestro ser, alegrándose o, más bien, gozando de uno mismo, satisfecho y maravillado de ser precisamente lo que se es y de tener lo que se tiene. Es la idea del Eclesiastés, ese sabio del Antiguo Testamento. Y sin esta sabiduría elemental, esta modestia de base, las grandezas son ilusorias y hacen sufrir.

Y es también necesario observar que existe (más allá del esfuerzo y del reposo) un estado superior al uno y al otro, y al que conviene estar dispuesto tanto como se pueda. Es un estado espontáneo de equilibrio y de armonía en el que los órganos del espíritu se dejan a su libre juego. Es el estado de la facilidad, es la ausencia de esfuerzo; es la gracia. Mientras que un cierto cálculo y una cierta aplicación están en nuestro poder, ciertamente no está en nuestro poder conseguir este estado; pero es necesario recordar que existe un mal esfuerzo al lado del bueno. Hay una mala manera de prestar atención, que aumenta las dificultades e incluso las genera.

Y todavía diría con Descartes que la alegría no es solamente el fruto del trabajo, sino también un medio para el trabajo, que existe una alegría antes del esfuerzo y también una alegría del esfuerzo que es necesario despertar en uno cuando cesa, interrumpiendo o dejando dormir lo que estaba acompañado de tristeza. Al observarme veo que el hombre moderno ya no canta mientras trabaja. Tan mal sabe usar de los crecientes bienes de que dispone: quiere poseer, pero no sabe gozar. Mas pensar, poseerse a sí mismo, tener sus planes y hacer tiempo, respirar profundamente, trabajar mientras que se tiene luz, según la palabra del Evangelio que tanto amaba Marcel Proust, estar seguro de la fidelidad de aquellos a los que hemos unido nuestro corazón y nuestros hábitos, saber que mantendremos nuestras promesas y seremos fieles a los nuestros, sentirse como enraizado en una tierra, en un eje imperturbable, espejo abierto a todo, sin embargo, capaz, si es preciso, de reflejar el universo: éstas son satisfacciones posibles para todos los hombres. Y las obras seguirán a esta fe. El que está de esta manera seguro, ya no tiene más que prestarse a las llamadas, como la planta, cargada de grano, se presta al viento.

Las circunstancias vendrán por ellas mismas. Los granos se echarán a volar. Nosotros tenemos el deber de llegar a ser lo que éramos. La obra, ya sea de pensamiento o de acción, nacerá de esta superabundancia. Y toda obra que no nace de la superabundancia es estéril.

Un taller, una fábrica, un servicio, una familia, un Imperio, todo (en lo grande y en lo pequeño, que se igualan) puede procurar esta alegría de una vida, que emana de la vida como por añadidura, sin esfuerzo excesivo, sin agitación, como la luz, la juventud y la gloria. Un ideal imposible quizás, pero que debe servir de medida, si mantenemos al ser humano en nosotros por encima de su obra.

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