En su interesante libro “Sociología del desarrollo sostenible” el catedrático de sociología José Pérez Adán describe bien, entre otras cosas, el “mito del progreso” que tanto ha influido en el pensamiento de la modernidad:
La idea actual de progreso y desarrollo arranca inicialmente del pensamiento judeo-cristiano, según el cual la historia no es cíclica, como pensaban griegos y romanos, sino que tiene un sentido lineal, la historia posee una teleología, que en este caso era Dios, el Paraíso. Aparece en el horizon¬te del pensamiento occidental la idea de una meta a alcan¬zar, y por tanto el sentido de «ir a más».
Este planteamiento novedoso en la historia de las sociedades humanas va a sufrir una transformación en el inicio de la modernidad, se produce su secularización y aparece lo que podríamos denominar al mito del progreso indefinido. Este mito es consecuencia directa de otras dos ideas fundamentales en la construcción de la modernidad: el racionalismo y una percepción de la libertad distinta a la que se había producido en la cultura medieval anterior. El postulado fundamental del racionalismo es que la verdad reside en la mente del sujeto pensante como efecto de la compresión del mundo material y es precisamente este planteamiento de la verdad científica el que se difunde por Europa y América a partir del XVII. Por tanto el hombre moderno sólo puede aceptar como válido lo materialmente verificable y además corroborado por el propio entendimiento.
Una vez incorporado el concepto de verdad al interior del sujeto pensante la modernidad avanza un paso más: si todo es praxis, las normas de comportamiento y los criterios de moralidad pueden ser pactados. Es en este momento cuando se equipara la libertad a la autonomía y la conciencia individual se entiende como norma suprema del obrar independientemente de ninguna responsabilidad histórica ante nadie.
De la conjunción de estas dos apuestas de la conciencia colectiva de la modernidad, racionalismo y libertad entendida como autonomía, se gesta el mencionado mito del pro greso indefinido de la sociedad. Por un lado la inteligencia es capaz de descubrir todas las verdades a través del método científico, por otro lado el nuevo concepto de libertad permite la investigación científica sin trabas morales, «pura». En consecuencia el progreso se convierte en una especie de movimiento uniformemente acelerado: siempre se progresará, la sociedad siempre será mejor.
Las ciencias naturales ejercieron un papel importante en la configuración de esta idea de progreso en occidente: aportaron las bases de las innovaciones productivas en la industria y en la agricultura y formaron parte de ese proceso de cambio de mentalidades que acabamos de exponer. Del mis¬mo modo que se difundió esta mentalidad, en los siglos XVII y XVIII se generalizó la idea del valor de los beneficios materiales. Todo esto conectó perfectamente con el nacimiento de las ciencias sociales, pues los primeros científicos sociales tenían la esperanza de reunir un corpus de conocimientos sobre los fenómenos de la sociedad empíricamente válidos a través del método científico de las ciencias naturales con el fin de contribuir al progreso social en el cuan creían.
Auguste Comte, padre del positivismo, planteó la posibilidad de construir un orden social perfecto basado en leyes científicas siempre que se comprendiera que la civilización humana evolucionaba en su cultura a través de una serie de etapas, que él creía haber descubierto. Karl Marx (1818-1883) consideró que el progreso estaba regido por las leyes materialistas del desarrollo histórico que debían ser puestas al descubierto por la ciencia social. El británico Spencer (1820-1903) creyó hallar en la especialización funcional la ley más importante del desarrollo social.
Como se puede observar, la idea de progreso es el hilo conductor sin el cual no se pueden enmarcar los trabajos de los padres de la sociología, a pesar de seguir cada uno de ellos líneas totalmente divergentes. Del mismo modo, la teoría económica clásica (y después la neoclásica) se ocupaba de descubrir los factores –las leyes que fomentaban el crecimiento económico. La experiencia del siglo XX con toda su eficacia destructora de la vida nos ha mostrado, sin embargo, que las creencias de los siglos XVII y XVIII en el mito del progreso indefinido eran solamente eso: un mito.
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