Enamoramiento: el papel de
los sentimientos y las pasiones (1)
Por Enrique Rojas
Enamorarse es un sentimiento de
atracción hacia otra persona. ¿Qué experimentamos cuando nos enamoramos? ¿cómo
ayuda la fe cristiana a que el enamoramiento acompañe a una vida feliz? Nuevo
editorial sobre el amor humano.
Qué es enamorarse
Los sentimientos son el modo
más frecuente como experimentamos la vida afectiva. Y podemos definirlos de la
siguiente manera: son estados de ánimo difusos, que tienen siempre una
tonalidad positiva o negativa, que nos acercan o nos alejan de aquello que
tenemos delante de nosotros. Trataré de explicar esta definición que
propongo:
1.
La frase estados
de ánimo significa algo que es sobre todo subjetivo. La experiencia
es interior. Es una vivencia que circula dentro de esa persona.
2.
La palabra difuso
quiere decir que la noticia que recibimos no es clara, precisa, sino algo
vaga, etérea, poco nítida, de perfiles borrosos y desdibujados, y que más tarde
se va aclarando en la percepción de esa persona.
3.
La tonalidad es
siempre positiva o negativa y en consecuencia acerca o aleja, se busca ese
algo o se rechaza. No existen sentimientos neutros; el aburrimiento, que podría
parecer una manifestación afectiva cercana a la neutralidad, es negativa y está
cerca del mundo depresivo. Todos los sentimientos tienen dos caras
contrapuestas: amor-desamor, alegría-tristeza, felicidad-infortunio,
paz-ansiedad, etc.
El enamoramiento es un
sentimiento positivo de atracción que se produce hacia otra persona y que hace
que se la busque con insistencia. El
enamoramiento es un hecho universal y de gran importancia, pues de ahí
arrancará el amor, que dará lugar nada más y nada menos que a la constitución
de una familia.
Si pensáramos el enamoramiento
como una cierta “enfermedad”, deberíamos destacar dos tipos de síntomas.
Unos síntomas iniciales, que son sus primeras manifestaciones.
Para enamorarse de alguien
tienen que producirse una serie de condiciones previas que poseen un enorme
relieve.
La primera es la admiración,
que puede darse por diversos hechos: por la coherencia de su vida, por su
espíritu de trabajo, por las dificultades que ha sabido superar, por su
capacidad de comprensión, y un largo etcétera.
La segunda es la atracción,
que en el hombre es más física y en la mujer más psicológica;
para el hombre significa la tendencia a buscarla, a relacionarse con ella de
alguna forma, a estar con ella[1]. Y
esto va a conllevar un cambio de la conducta: el pensar mucho en esa persona
o dicho de otro modo, tenerla en la cabeza. El espacio mental se ve
invadido por esa figura que una y otra vez preside los pensamientos.
Y vienen a continuación dos
notas que me parecen especialmente interesantes: el tiempo psicológico se
vuelve rápido, lo que significa que se goza tanto con su presencia que el
tiempo vuela, todo va demasiado deprisa: se está a gusto con él/ella y se
saborea esa presencia; y asoma después, la necesidad de compartir…, que
se desliza por una rampa que acaba en la necesidad de emprender un proyecto
de vida en común.
La secuencia puede no ser
siempre lineal, aunque va apareciendo aproximadamente así, con los matices que
se quiera; todo ello se hace presente de un modo u otro: admiración,
atracción física y psicológica, tener hipotecada la cabeza, el tiempo subjetivo
corre en positivo y se quiere compartir todo con dicha persona.
Pero aún no se han revelado en
ese itinerario afectivo lo que llamo los síntomas esenciales del
enamoramiento, aquellos que son raíz y fundamento de todo lo que vendrá
después, y que consiste en decirle a alguien: no entiendo la vida sin ti,
mi vida no tiene sentido sin que tú estés a mi lado. Tú eres parte esencial
de mi proyecto de vida. En términos más rotundos: te necesito. Esa
persona se vuelve imprescindible.
Enamorarse es la forma más
sublime del amor natural. Es crear una “mitología” privada con alguien. Es
descubrir que se ha encontrado a la persona adecuada con quien caminar juntos
por la vida. Es como una revelación súbita que ilumina toda la existencia[2].
Se trata de un encuentro singular entre un hombre y una mujer que se detienen
el uno frente al otro. En ese pararse emerge la idea central: compartir
la vida, con todo lo que eso significa.
Los 3 principales componentes
del amor conyugal
Pero, ¿qué entendemos por
‘amor’? –se pregunta el papa Francisco–. ¿Sólo un sentimiento, una condición
psicofísica? Ciertamente, si es así, no se puede construir encima nada sólido.
Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece y también
podemos decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se
edifica en compañía, ¡no solos!”. Construidla “sobre la roca del amor
verdadero, el amor que viene de Dios”[3].
Uno de los errores más
frecuentes sobre el amor, consiste en pensar que éste es sobre todo un sentimiento
y que ésta es la dimensión clave del mismo. Se ha dicho, igualmente, que los
sentimientos van y vienen, se mueven, oscilan, están sujetos a muchos avatares
a lo largo de la vida. Este fallo conceptual ha recorrido casi todo el siglo
XX.
“El paso del enamoramiento al
noviazgo y luego al matrimonio exige diferentes decisiones, experiencias
interiores. (…) Es decir, el enamoramiento debe hacerse verdadero amor,
implicando la voluntad y la razón en un camino de purificación, de mayor
hondura, que es el noviazgo, de modo que todo el hombre, con todas sus
capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad, dice
realmente: ‘Sí, esta es mi vida’”[4].
Nadie pone en duda que el amor
nace de un sentimiento, que es enamorarse y experimentar una vivencia positiva
que invita a ir detrás de esa persona. Pero para concretar más los hechos que
quiero desmenuzar, voy a las Normas del Ritual Romano del Matrimonio[5],
en el que se realizan tres preguntas de enorme importancia:
•
¿quieres a esta persona…?
•
¿estáis decididos a…?
•
¿estáis dispuestos a…?
Voy a detenerme en estas tres
cuestiones, porque de ahí arranca el verdadero tríptico del amor, lo que
constituye el fin y como el culmen del enamoramiento. Cada una de ellas nos
remite en una dirección bien precisa, veámoslo.
La primera, utiliza la
expresión quieres. Y hay que decir que querer es sobre todo un acto
de la voluntad. Dicho de otro modo: en el amor maduro la voluntad se pone
en primer plano, y no es otra cosa que la determinación de trabajar el amor
elegido. La voluntad actúa como un estilete que busca corregir, pulir,
limar y cortar las aristas y partes negativas de la conducta, sobre todo,
aquellas que afectan a una sana convivencia. Va a lo concreto[6].
Por eso, la voluntad ha de
representar un papel estelar, sabiendo además hacerla funcionar con alegría[7].
Esto lo saben bien los matrimonios que llevan muchos años de vida en común, con
una relación estable y positiva.
La segunda pregunta utiliza la
expresión ¿estáis decididos? La palabra decisión remite a un
juicio, que no es otra cosa que un acto de la inteligencia. La
inteligencia debe actuar antes y durante. A priori,
sabiendo elegir la persona más adecuada. El juicio ha de ser capaz de discernir
si esa es la mejor de las personas que uno ha conocido, y la más apropiada para
embarcarse con ella toda la vida[8].
Es la lucidez de tener los cinco sentidos bien despiertos. Por eso, inteligencia
es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental; es capacidad de síntesis.
Inteligencia es saber captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones.
Y debe actuar también aposteriori, utilizando los instrumentos de la
razón para llevar con arte y oficio a la otra persona. Ese saber llevar
está repleto de lo que actualmente se llama inteligencia emocional, que
es la cualidad para mezclar, ensamblar y reunir a la vez inteligencia y
afectividad[9]:
capacidad imprescindible para establecer una convivencia armónica, equilibrada,
y feliz, en definitiva.
El tercer ingrediente del amor
de la pareja, aunque lo hemos mencionado al principio, son los sentimientos.
La siguiente pregunta que se hace en el Rito del matrimonio es: ¿estáis
dispuestos? La disposición es un estado de ánimo mediante el cual
nos disponemos para hacer algo. En sentido estricto esto depende de la
afectividad, que está formada por un conjunto de fenómenos de naturaleza
subjetiva que mueven la conducta. Y como ya hemos comentado, se expresan de
forma habitual a través de los sentimientos[10].
¿Qué quiere decir esto, y
cuáles son las características que aquí deben darse? Las personas, hombre y
mujer, deben casarse cuando estén profundamente enamorados uno de otra.
No se trata de sentirse atraído sin más o que le guste o le llame la atención.
Tiene que ser mucho más que eso. ¿Por qué? Porque se trata de la opción
fundamental. No hay otra decisión tan importante y que marque tanto la
existencia, se trata nada más y nada menos de la persona que va a recorrer el
itinerario biográfico a nuestro lado.
Se han visto muchos fracasos en
personas que se casaron sin estar enamorados de verdad, porque llevaban años
saliendo de novios o “porque tocaba casarse” o porque muchas de las amistades
más cercanas ya estaban casadas o por no quedarse soltera/o; y así podríamos
dar otras respuestas inadecuadas, si ese matrimonio arranca ya con unas
premisas poco sólidas…, amores que nacen más o menos con materiales de derribo
y que, antes o después, tienen mal pronóstico.
El amor conyugal debe estar
vertebrado de estas tres notas: sentimiento, voluntad e inteligencia. Tríptico fuerte, consistente. Cada uno con su propio ámbito,
que a la vez se cuela en la geografía del otro. “Es una alianza por la que el
varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de vida, ordenando al bien
de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”[11].
De este modo se aspira a alcanzar una íntima comunidad de vida y amor,
pues se trata de un vínculo sagrado, que no puede depender del arbitrio
humano[12],
porque está arraigado en el sentido sobrenatural de la vida, teniendo a Dios
por su principal artífice.
Enrique Rojas
[1]
Hay dos modalidades, por tanto, de atracción, que son la belleza exterior,
por un lado, y la belleza interior, por otro. La primera se refiere
a una cierta armonía que se refleja especialmente en la cara y en todo lo que
ella representa; todo el cuerpo depende de la cara, ella es programática,
anuncia la vida que esa persona lleva por dentro. Y luego está el cuerpo como
totalidad. Ambos aspectos forman un binomio. La segunda, la belleza interior,
hay que descubrirla al conocer al otro, y consiste en ir adivinando las
cualidades que tiene y que están sumergidas, escondidas en su sótano y que es
menester ir captando gradualmente: sinceridad, ejemplaridad, valores humanos
sólidos, sentido espiritual de la vida, etc.
[2]
San Juan Pablo II expresó esto con gran riqueza de argumentos en su libro Amor
y responsabilidad. El amor matrimonial es la opción fundamental, que
implica a la persona en su totalidad.
[3]
Papa Francisco, Audiencia general, 14-II-2014.
[4]
Benedicto XVI, Intervención en el VII Encuentro mundial de las Familias, Milán,
2-VI-2006.
[5]
Cfr. Ritual del Matrimonio, 7ª ed., 2003, nn. 64 y 67.
[6]
Hay que saber distinguir bien, en este contexto, entre metas y objetivos;
ambos son conceptos que se parecen, pero entre los dos hay claras diferencias.
Las metas suelen ser generales y amplias, mientras que los objetivos son
medibles. P. ej., en una relación matrimonial con dificultades, la meta sería
arreglar esas desavenencias más o menos sobre la marcha, lo que realmente no suele
ser fácil de entrada. Los objetivos, como veremos después, son
más concretos: aprender a perdonar (y a olvidar) los recuerdos negativos, poner
las prioridades en el otro en las cosas del día a día, no sacar la lista de
reproches del pasado, etc. A la hora de mejorar en la vida matrimonial, es
decisivo tener objetivos bien determinados e ir a por ellos.
[7]
El fin de una adecuada educación es la alegría. Educar es convertir a alguien
en persona. Educar es seducir con valores que no pasan de moda, y cuyo
resultado final es patrocinar la alegría.
[8]
Don Quijote, en un momento determinado, dice una sentencia completa: “el que
acierta en el casar, ya no le queda en qué acertar”.
[9]
Fue Daniel Goleman el diseñador de este concepto. Remitimos aquí a su libro La
inteligencia emocional. Hoy es un tema de primera actualidad en la Psicología
moderna.
[10]
Existen cuatro modos de vivir la afectividad: sentimientos, emociones,
pasiones y motivaciones. Cada uno ofrece una mirada distinta. Los sentimientos
constituyen la vida regia de la afectividad, el modo más frecuente de
vivirla. Las emociones son estados más breves e intensos, que además se
acompañan de manifestaciones somáticas (alegría desbordante, llanto, pellizco
gástrico, dificultad respiratoria, opresión precordial, etc.). Las pasiones presentan
una mayor intensidad y tienden a nublar el entendimiento o a desdibujar la
acción de la inteligencia y sus recursos. Y, finalmente, las motivaciones,
cuyo palabra procede del latín motus: lo que mueve, lo que empuja a
realizar algo; son el fin, y también, por tanto, el motor del comportamiento,
el porqué de hacer esto y no aquello. Entre las cuatro existen estrechas
relaciones.
[11]
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1601 ss. En otras páginas se
define el amor entre un hombre y una mujer como humano, total, fiel y
fecundo. Y si cada una de estas características se nos abriera en abanico,
nos ofrecería toda su riqueza (vid. ibid., 1612-1617).
[12]
Es importante saber proteger el amor. Evitar aventuras psicológicas que lleven
a conocer a otras personas e iniciar con ellas una cierta relación, quizá en
principio de poco relieve, pero en la que puede llegar a darse un
enamoramiento, no deseado al principio, pero que tras el paso de
un cierto tiempo puede ser una seria amenaza para el matrimonio. Cuidar la
fidelidad en sus detalles más pequeños es clave. Y eso tiene mucho que ver con
la voluntad, por una parte, y con tener una vida espiritual fuerte,
por otra.
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