miércoles, 3 de enero de 2024

Mejorar la vida de la gente

 



El tópico (de derechas) dice que la izquierda –toda izquierda– es woke, que le encanta derribar estatuas y decir elles. Pero luego viene la otra parte de la historia: la que cuentan fuerzas progresistas emergentes, como Sumar y Más País en España, que vienen a facilitar la vida a las familias y a marcar la agenda en temas que supuestamente importan a los conservadores, como la conciliación y los cuidados.

“¿Cómo definiría Sumar en términos ideológicos (…)?”, le preguntaban a Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del gobierno de PSOE-Unidas Podemos y ministra de Trabajo, tras anunciar su candidatura a La Moncloa por su flamante nueva plataforma. Y en la misma respuesta en la que podía haber despejado la duda, ella clava su mensaje: “Hay que procurar a los ciudadanos una economía para alcanzar una buena vida”.

A fecha de hoy, Sumar sigue sin definirse en su web como una iniciativa de izquierdas. En cambio, pone el acento en la transversalidad: “Seas como seas, vengas de donde vengas, hables la lengua que hables, todo el mundo es bienvenido”.

Es un mensaje poderoso. Sobre todo, porque va unido a este otro: aquí sí te escuchamos, aquí sí te ofrecemos “esperanza”, no como los partidos tradicionales, incapaces de atender las “demasiadas heridas” que arrastra la sociedad actual.

Política útil

El discurso es conocido… o puede que no tanto. Retoma la cantinela del “no nos representan” que está en el origen del 15-M y de otros movimientos de indignados, pero la reelabora con más humildad y sentido práctico: Sumar no se presenta como la voz del pueblo, sino como “una herramienta”, “un movimiento” que hace espacio a “toda la ciudadanía que quiera implicarse”.

Tampoco habla de casta ni de élites corruptas, aunque sí planta cara a “quienes practican las políticas del dolor”, como describe Díaz a los partidarios de la austeridad neoliberal. Frente a ella, reivindica una política que sirva “para mejorar la vida de la gente”.

Es una de las señas de identidad de la izquierda transversal: la voluntad de hacer una “política útil”, que traiga bienestar contante y sonante. Para eso, los partidos deben dejar de mirarse al ombligo –el “politiqueo”– y dedicarse a la “política de la grande”, a la “política con mayúsculas”; es decir, a la que “llega a acuerdos”. Todas estas expresiones de la líder de Sumar sintetizan bien el sentir de una izquierda que se ha cansado de la teatralidad y el empecinamiento ideológico.

Alternativa verde, decepción morada

La izquierda transversal viene a romper el techo de cristal que ha tocado la izquierda dura de Unidas Podemos y, de paso, a relanzar la ilusión dilapidada tras el 15-M. Se diferencian, principalmente, en la forma de hacer política: no hablan solo para los suyos, sino que vienen “a ganar un país”, en palabras de Díaz; a generar un consenso que cambie las reglas del juego, como dice Íñigo Errejón, líder de Más País.

Aunque Sumar todavía se está haciendo, ya tiene claro cuál es su puñado de ideas-fuerza: quiere un país “con trabajo decente y mayor igualdad, líder en una transición ecológica justa y vanguardia feminista y del conjunto de derechos y libertades”.

Es el mismo mensaje que lleva años repitiendo Errejón: “Hoy día lo más valiente es llegar a acuerdos. Por un gobierno progresista que nos permita ser un país más verde, más justo, más feminista”. Esta frase escuetísima, recogida en uno de los primeros panfletos electorales de Más País, condensa un programa ilusionante –“la alternativa verde”–, pero también una gran decepción.

Recordemos la historia reciente, cuando Pablo Iglesias y Errejón discutían cuál debía ser la estrategia de Podemos. “El día que dejemos de dar miedo (…) seremos uno más y ese día no tendremos ningún sentido como fuerza política”, decía Iglesias, entonces secretario general de la formación morada, en septiembre de 2016. Y Errejón, número dos, respondía: “A los poderosos ya les damos miedo, ese no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre pero aún no confía en nosotros”.

Hubo réplicas y contrarréplicas, hasta que Errejón dejó Podemos y fundó su partido. Desde entonces, no ha dejado de insistir en el mismo mensaje: para transformar la sociedad, es preciso dejar la estridencia y abrirse a una “mayoría popular”.

La “buena vida”

También Díaz viene a ganar la batalla cultural contra el neoliberalismo, la gran estafa que 

nos está impidiendo alcanzar un nivel de vida digno, sobre todo a los jóvenes. 

Considera que ya ha fracasado intelectualmente, pero ahora falta “derrotarlo políticamente”.

En la práctica, que es lo que más interesa a la líder de Sumar, esto debe traducirse en más derechos sociales: cesta de la compra barata, mejores salarios, alquiler asequible, contratos laborales estables, transición ecológica justa… Para ella, el objetivo de la política es hacer “normas que sirvan para mejorar la vida de la gente”.

Por ahora, Sumar ya ha recibido el apoyo de conocidos líderes de la izquierda política: 

el propio Errejón, Mónica García y Rita Maestre (Más País), Alberto Garzón (Izquierda Unida), 

Ada Colau (Catalunya en Comú)… Todavía no se ha entendido con Unidas Podemos, pero lo cierto es que ambas fuerzas comparten muchas prioridades y defienden políticas parecidas: impulsar la educación infantil gratuita de 0 a 3 años; reforzar la atención primaria y el 

sistema de cuidados a mayores; mejorar el sueldo y las condiciones laborales de los 

profesionales sanitarios; ampliar la cartera de servicios de salud (dentista, óptica, 

salud mental); limitar el precio del alquiler…

Pero Sumar también trae sus propias causas. La más sonada es la “democracia económica”, como llama Díaz –muy crítica con la decisión de Ferrovial de trasladar su domicilio social a 

Países Bajos– a la mayor participación de los trabajadores en los consejos de administración. 

“La democracia debe llegar a los centros de trabajo. Debe llegar por fin a las empresas financieras, energéticas y distribuidoras de alimentos”, dice.

La transversalidad de Sumar y Más País casa bien con esa ideología emergente que aparece “ligada a una suerte de buena vida, a la propuesta de condiciones de bienestar, físico y emocional, que se sustentan en un cierto optimismo y en la confianza en el futuro”, como la describe el periodista Esteban Hernández sin aludir expresamente a esas fuerzas. 

Ahí entrarían propuestas como la ciudad de 15 minutos, la semana laboral de cuatro días,

 la renta básica o la transición climática.

Son propuestas que, de entrada, suenan bien a mucha gente. ¿Quién no quiere que haya un centro de salud o comercios en su barrio? Pero el problema, para Hernández, es que buena

 parte de la población no puede permitirse esas políticas: al final, la gente vive en los barrios 

que puede pagarse y trabaja en las condiciones que le ofrecen… Por eso, en su opinión, esta insistencia en la buena vida sería manifestación de la “deriva autorreferencial” de los partidos

 más a la izquierda, que han llegado a convencerse de que “los problemas y las aspiraciones 

de los demás son los mismos que los suyos”.

Pero Hernández no logra probar esta tesis de forma convincente, sobre todo porque cuesta 

creer que preocupaciones como las dificultades para conciliar, la precariedad laboral, el encarecimiento de la vivienda o el vertiginoso ritmo de vida contemporáneo no son preocupaciones ampliamente compartidas por muchos. 

Otra cosa es que las soluciones de esta nueva izquierda vayan a gustar a una mayoría social.

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