domingo, 28 de octubre de 2007

Enseñar a pensar

Uno de los principales desafíos de la educación integral –qué duda cabe– es enseñar a pensar. Todo educador que aspire a algo más que "cubrir el expediente", es decir, todo educador que ame realmente al educando, sabe que debe ayudarle a desarrollar el propio criterio. Todo buen educador intuye que un aspecto fundamental de su tarea es fomentar el desarrollo de una inteligencia, porque sólo con ella se puede descubrir y apreciar la verdad y el bien sobre los que poder construir libremente un proyecto personal que valga la pena.
 

Los padres y educadores tienen que encontrar el tiempo y el momento adecuado para hablar con los hijos sobre todos los temas. Con ocasión de una excursión en la que vemos la grandeza y la belleza de la Creación, o de un acontecimiento familiar importante, con ocasión de una lección de Ciencias naturales que el chico está estudiando, o de los temas que surgen en la clase de Religión, aprovechar para hablar despacio con los niños. En primer lugar escuchándole, para hacernos cargo de cómo está su cabeza por dentro. Si no, corremos el peligro de soltarle un "rollo" muy bien intencionado, pero poco útil para él. Es muy conveniente tirarle de la lengua, y escuchar con paciencia a que termine sus explicaciones y preguntas, como también hacerle preguntas y observaciones, o plantearle cuestiones para ver cómo es capaz de argumentar.

pequeños filósofos

Se educa en todo momento, no sólo cuando uno se lo propone en lo que podríamos llamar una acción "específicamente educativa". Al ir juntos en el coche, al salir de compras, mientras desayunamos, comemos o cenamos, en cualquier oportunidad que nos brinde la convivencia diaria puede surgir una actitud, un juicio, una pregunta, un comentario de incalculable valor formativo para los hijos... y no pocas veces también para los padres. Y si no surge podemos provocarlo, como dicen que hacía Sócrates con sus alumnos mediante el célebree método de la mayéutica (obstetricia), con el que –mediante ejemplos, preguntas y argumentaciones– ayudaba a "dar a luz" las verdades universales que laten en la vida cotidiana. Si se toma como un hábito puede ser incluso divertido.

Pensamiento y lenguaje van, normalmente, íntimamente unidos. No pocas veces las dificultades con el lenguaje son manifestación de un pensamiento poco fluido. Una buena manera de enseñar a pensar será empezar por hacer clarificaciones y matizaciones que ayuden a expresar mejor lo que se ha dicho. Preguntas como: ¿debemos entender cuando dices esto que...? ¿significa lo que estás diciendo que tal cosa es de este modo...? ¿lo que dices podría ser lo mismo que...? corrígeme si me equivoco, pero ¿lo que estás diciendo significa que...? ¿estás sugiriendo que...? de lo que has dicho ¿se puede deducir que...? Esta "gimnasia mental" –sin agobiar, sin caer nunca en el exceso, siempre reprobable– puede hacer que se agilice enormemente el pensamiento y se acostumbre a utilizar con precisión las palabras. En esta misma línea no estaría de más de vez en cuando pedir que se defina un término con idea de aclarar su significado: Cuando usas la palabra... ¿qué quieres decir exactamente? ó ¿a qué se refiere la palabra...?

argumentos consistentes

Pensar es relacionar y argumentar: encadenar ideas y juicios. Generalmente partimos de algo y llegamos a algo, por eso es conveniente aclarar las premisas y afianzar las conclusiones con razones bien trabadas. Lo primero es tomar conciencia en los supuestos que laten en una afirmación: lo que dices ¿se apoya en...? ó ¿estás suponiendo que...? pueden ayudar, pero pronto nos enfrentaremos a la necesaria solidez de un razonamiento: ¿cuál es la razón para decir esto...? ¿qué te hace pensar que...? ¿en que apoyas esta afirmación...? ó ¿por qué piensas que esto es así...? pueden ser preguntas que obliguen a razonar más sólidamente, a no precipitasrse o, lo que sería más peligroso, a no dejarse llevar por un simple prejuicio.

No menos importancia, en este empeño por enriquecer el pensamiento, puede tener todo lo que vaya orientado a buscar alternativas: Afirmas esto, pero hay personas que piensan que... ¿de qué otra forma se podría ver esta cuestión? ¿piensas que tu punto de vista es el único en este tema? ¿qué pasaría si alguien sigiriera que...?

desmontar falacias

Dentro del arte de "enseñar a pensar" merece un capítulo aparte la ardua pero fructífera labor de desmontar las posibles falacias que nos irán saliendo al paso en la conversación cotidiana. Entendemos por falacias aquellos pseudorazonamientos que, aunque incorrectos, resultan persuasivos. Las hay de distintos tipos, como el argumento ad hominem cuando en lugar de refutar la verdad de lo que se afirma se ataca a la persona que hizo la afirmación. Siempre puede darse una postura emocional que nos predisponga contra lo que pueda decir otro, pero es fundamental que eso no nos impida juzgar lon que dice con un mínimo de objetividad.

Otro tipo de falacia es la que podríamos clasificar como argumento "ad populum" que es cuando se justifica una determinada acción porque "todo el mundo lo hace". Se supone que algo está bien si lo hace todo el mundo, con lo que pasamos a utilizar el engañoso criterio de "normalidad" como pauta de nuestra conducta. Mucha gente no aspira a ser buenos sino "normales". Muy utilizada por la publicidad –siempre omnipresente– está la falacia de apelar a la autoridad equivocada. Es el caso de los futbolistas que promocionan jabones, de las estrellas de cine que anuncian las ventajas de un determinado seguro de vida o de las modelos que promocionan una determinada marca de cigarrillos. Son ejemplos hipotéticos, pero ya nos entendemos... No estará de más una breve pero punzante reflexión con los hijos cuando surja el tema en la conversación: ¿crees realmente que el hecho de que tal futbolista anuncie la marca X garantiza la calidad de ese producto? ¿si la mayoría dice que hacer X está bien, te parece que es suficiente argumento?

la inteligencia moral

Entramos aquí en otro capítuulo apasionante, que podríamos titular como el de la "inteligencia moral". Los niños están muy necesitados de referencias morales que les ayuden a distinguir en la práctica lo que está bien de lo que está mal. Todos estamos convencidos de que, para ser feliz, es más importante ser buena persona que tener un cuerpo atlético, o saber mucho inglés. Es necesario, por tanto, enseñar distinguir el bien del mal y para eso también debe entrenarse la inteligencia.

Al llegar a los 6 ó 7 años (uso de razón) el niño descubre que es libre y nota la llamada del bien de modo que se crea en él una fuerte necesidad moral, ya que esa llamada tiene un sabor de absoluto, porque es la llamada de Dios a la conciencia. Entre los 9 y los 12 años, se desarrolla el Periodo Sensitivo de asentamiento de las verdades más profundas y del sentido último de la existencia. Si queremos ayudar al desarrollo de una conciencia (y una personalidad) equilibrada hemos de ayudarles a pensar con criterio sobre lo que está bien y lo que está mal.

Atendiendo a las circunstancias de cada momento podremos ayudarles mucho en estas etapas: si te gusta hacer algo ¿es suficiente razón para pensar que eso es bueno? Si a mucha gente le gusta algo ¿eso lo hace bueno? Si prefieres las manzanas a las naranjas ¿significa que las manzanas son mejores que las naranjas? cunado no quieres hacer algo ¿es porque piensas que eso es malo? ¿es posible que aun sabiendo que algo es malo nos guste? ¿puede algo ser valioso aunque nadie lo valore? ¿qué prefirirías, algo sin valor que todo el mundo quiere o algo valioso que casi nadie quiera? ¿A veces te pasa que dices que no te gusta una comida que nunca has probado? ¿Te pasa que dices alguna vez que no te gusta una persona a la que apenas conoces? ¿cuándo dices que una película (o una serie de televisión) te gusta ¿qué quieres decir exactamente? ¿sabes por qué te gusta? A veces dices que te gusta leer ¿por qué?

Estas u otras muchas preguntas similares pueden ayudar mucho a descubrir el verdadero camino que conduce al bien. No olvidemos que una de las principales funciones de la inteligencia es ésta. Hemos de hacer que cada uno se mueva libremente hacia el bien: "hacer las cosas porque entiendo que son buenas" no sólo por estricto sentido del deber. El puro sentido del deber es capaz de mover en ocasiones, y sólo a algunos, pero es demasiado frío como para impulsarnos a fondo. Quien obra sólo por deber, tiende a quedarse en la mediocridad, en cumplir los mínimos morales exigidos.

razones y creencias

Por último, aunque no por eso sea cuestión de menos importancia (last but non least), está el gran tema de las razones y las creencias. Todos funcionamos intelectualmente con unos supuestos. Si vamos a la raíz de nuestras afirmaciones o posicionamientos vitales descubriremos que hablamos y pensamos desde algún supuesto o creencia que no podemos demostrar racionalmente, o dicho de otro modo, desde una fe. La cuestión aquí sería: ¿es razonable creer? ¿hemos de reducir todo a los límites de la razón?

Es evidente que muchas cosas las sabemos porque nos fiamos de otras personas. En este sentido podemos decir que la fe es un acto fundamental de la existencia humana. No podemos vivir sin ejercitar una fe humana. Es razonable creer lo que dicen determinadas personas. No es bueno caer en el racionalismo o en el positivismo extremado como se cuenta de aquél empirista inglés que al pasear por el campo con un amigo vieron un rebaño de ovejas que habían sido esquiladas recientemente y, al hacérselo notar el amigo, exclamó: "sí, han sido esquiladas, al menos por este lado que vemos".

sólo el amor es digno de fe

Nadie puede dominar con su propio saber todo aquello en lo que se basa nuestra vida en una civilización técnica. No podemos reducir todo conocimieento a la evidencia ¿Quién va a verificar la estática del edificio en el que vive? ¿y el ascensor? ¿y el producto farmacéutico que tomamos? La vida humana sería imposible si no hubiera confianza en los otros. Nadie puede fiarse sólo de su propia experiencia o de su propia razón o conocimientos. Por eso es razonable creer, y debe admitirse como algo sensato fundamentar cosas o afirmaciones en creencias. Dice Tomás de Aquino que La incredulidad es esencialmente contraria a la naturaleza del hombre y no le falta razón. Por eso es razonable inculcar a los hijos la confianza en determinadas convicciones y en determinadas personas, cosa que está muy lejos de la credulidad boba. Podemos fiarnos –y nos fiamos de hecho– de las personas que nos aman.

Un buen ejemplo de ello es la amistad. Sería curiosa –y pobre– una amistad (o un amor) sólo por motivos racionales (que fuera consecuencia de un silogismo: "teniendo en cuenta que tal y tal... en consecuencia te amo"). El amor no es irracional, es transracional. Nace muchas veces como consecuencia de una inclinación o un impulso que poco tienen que ver con la razón (eros, sentimiento de simpatía, etc.) pero no es algo que suponga detrimento de la razón, como bienn explica Juan pablo II en su encíclica Fides et Ratio (nº 32):

Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por otras personas. En ello se puede percibir una tensión significativa: por una parte el conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia lograda personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una relación interpersonal y pone en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas, sino también la capacidad más radical de confiar en otras personas, entrando así en una relación más estable e íntima con ellas.

No hay comentarios: