sábado, 29 de noviembre de 2014

La preparación al matrimonio

La preparación al matrimonio requerirá más tiempo

Mejorar la preparación al matrimonio y el acompañamiento de los recién casados son dos de las propuestas estrellas del Sínodo sobre la familia. Frente a la modalidad de los cursos exprés de fin de semana, se extiende la idea de que junto a la preparación inmediata para la boda hace falta una más profunda orientada a consolidar la fe de los novios, así como sus planteamientos antropológicos y su comprensión del matrimonio. Esta sería la mejor medicina preventiva frente al problema de los católicos divorciados.
El documento final de la Asamblea general extraordinaria del Sínodo, celebrada del 5 al 19 de octubre, esboza en dos de sus proposiciones más respaldadas una línea de avance en la pastoral familiar: el punto nº 39, aprobado con 176 votos positivos frente a 4 negativos, destaca que los programas específicos de preparación para el matrimonio vayan acompañados de una “genuina experiencia de participación en la vida eclesial”.
Unido a lo anterior, el punto nº 40 (179 votos positivos frente a uno negativo) insiste en que en los años iniciales del matrimonio, los casados cuenten con el apoyo de otros matrimonios con experiencia que les orienten en las “necesidades concretas” de esos años.
Ambas propuestas, que habrá de concretar la Asamblea ordinaria del Sínodo sobre la familia previsto para 2015, van en la línea de las recomendaciones hechas por Juan Pablo II en la exhortación apostólica Familiaris consortio (1981). El “Papa de la familia”, como lo denominó el Papa Francisco en la homilía de su canonización, subrayó en ese documento que “la Iglesia debe promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio” (nº 66) así como una “pastoral postmatrimonial” (nº 69), sobre todo entre las familias jóvenes.
Reforzar la preparación al matrimonio ha sido una propuesta unánime en el Sínodo de Obispos sobre la familia

Un proceso gradual y continuo

La Familiaris consortio concibe la preparación al matrimonio como “un proceso gradual y continuo”, con tres fases: lapreparación remota a niños, adolescentes y jóvenes, que va orientada a forjar el carácter y a educar en la visión de la vida como vocación al amor; la preparación próxima a quienes ya están prometidos, “a fin de que el sacramento sea celebrado y vivido con las debidas disposiciones morales y espirituales”, y que incluye la formación en diversos aspectos de la vida familiar; y la preparación inmediata, justo antes de la boda.
Benedicto XVI se refirió expresamente a estas tres etapas en un discurso de 2010 a la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia. Y volvió a mencionarlas en su discurso a la Rota romana, en 2011. En esa ocasión recordó, además, que el cuidado pastoral de los novios pasa por “la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la validez del sacramento del matrimonio” (cfr. Aceprensa, 24-01-2011).
En la misma línea, el Papa Francisco subrayó hace unos días la necesidad de alargar el tiempo de preparación al matrimonio: “No se puede preparar novios al matrimonio con dos encuentros, con dos conferencias”, dijo al responder a una pregunta en la audiencia con el movimiento Schoenstatt. “La preparación al matrimonio tiene que venir de muy lejos (…) Muchos no saben lo que hacen, y se casan sin saber qué significa, las condiciones, qué prometen”.
El Consejo Pontificio para la Familia está elaborando un vademécum sobre la preparación al matrimonio

Un vademécum en preparación

Como se ve, el largo proceso de discernimiento y de formación propuesto por los tres últimos papas dista mucho de parecerse a los cursos exprés de fin de semana a los que hoy asisten muchos novios cristianos.
Para corregir esta situación, el Pontificio Consejo para la Familia está elaborando un vademécum sobre la preparación al matrimonio. El primer borrador estaba listo en 2010 pero, según explica el secretario del Consejo, mons. Jean Laffitte, se decidió posponerlo para recoger las experiencias de distintas Conferencias episcopales del mundo. En estos momentos se está traduciendo a varias lenguas, para su próxima publicación.
En España, la preparación al matrimonio fue una de las líneas de mejora que marcó a las diócesis la Conferencia episcopal en el documento La verdad del amor humano, publicado en 2012 (cfr. Aceprensa, 5-07-2012).
Citando el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España (2003), el documento recomienda crear “unositinerarios de fe en los que, de manera gradual y progresiva, se acompañará a los que se preparan para el matrimonio. En ningún caso se pueden reducir a la transmisión de unas verdades, sino que debe consistir en una verdadera formación integral de las personas en un crecimiento humano, que comprende la maduración en las virtudes humanas, en la fe, la oración, la vida litúrgica, el compromiso eclesial y social, etc”.
“No se puede preparar a los novios para el matrimonio con dos conferencias” (Papa Francisco)
Aunque no faltan cursos prematrimoniales organizados por parroquias, movimientos y asociaciones católicas que van en esa línea –por ejemplo, en la parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso, en Madrid, se imparten cursos de tres meses; una duración parecida tienen los de Eduvida, vinculados a Schoensttat, o Gift & Task– prevalecen los que recurren a la modalidad intensiva. En la archidiócesis de Madrid, la oferta va desde los cursos de fin de semana hasta los de cinco días (de lunes a sábado).

Educación sexual antimatrimonio

En un reciente artículo publicado en Public Discourse, la estadounidense Cassandra Hough –fundadora de Love&FidelityNetwok, una organización que promueve la educación para el matrimonio– menciona las conclusiones de dos estudios que muestran los beneficios que suelen traer estos cursos prematrimoniales. En general, las parejas que asisten a esos programas los encuentran útiles.
La propia Hough cuenta que cuando su marido y ella se prometieron, asistieron a un curso prematrimonial que les sirvió para prepararse. Ahora bien, es consciente de que su preparación comenzó muchos años antes: “Y esto es válido para la mayoría de hombres y mujeres, para bien o para mal. Cuando una pareja se compromete, lo hace con un bagaje de ideas y experiencias sobre la intimidad en las relaciones que configuran su comprensión y sus expectativas del matrimonio”.
“Cuando una pareja se compromete, lo hace con un bagaje de ideas y experiencias que configuran sus expectativas del matrimonio” (Cassandra Hough)
Esto les lleva a preguntarse hasta qué punto la educación sexual que hoy se imparte en las escuelas de EE.UU. ayuda o perjudica la preparación al matrimonio. Tras analizar varios programas constata que muchos de ellos promueven el uso del condón y conductas de experimentación sexual alternativas a las relaciones completas como una forma de reducir el riesgo de embarazos entre adolescentes. Lo que termina agravando el problema, pues en ese clima erotizado son más frecuentes las relaciones sexuales entre jóvenes.
Aunque estos programas se presentan como iniciativas a favor de la “salud” sexual, lo cierto es que ni siquiera se ocupan de los efectos emocionales ni psicólogos del sexo antes del matrimonio ni de la promiscuidad sexual. Más que educar, dice Hough, lo que pretenden es “mover a la sociedad en una cierta dirección. Y en esa dirección no interesa que haya muchos matrimonios sólidos y saludables”.
La banalización del sexo a que incitan estos programas ha terminado por favorecer entre los jóvenes una cultura delhookup, donde lo que se lleva son los encuentros efímeros con sucesivas parejas sexuales y sin compromiso emocional. De ahí que Hough califique a estos programas de “decididamente antimatrimonio”.
Aunque el matrimonio puede estar lejos del horizonte de un chaval de 12 o incluso de 20 años, estos programas “no les hacen ningún favor, pues les entrenan durante años en actitudes y comportamientos que debilitan sus probabilidades de tener éxito en su futuro matrimonio”.
Por el contrario, concluye, es la educación en la castidad la que mejor puede preparar a una generación a afrontar la vida matrimonial. Esta “permite comprender y apreciar esa relación única que es el matrimonio, y ayuda a cultivar hábitos que apoyan directamente la fidelidad matrimonial y el amor generoso”.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Reflexiones sobre el Sínodo Extraordinario sobre la Familia


El deseo de formar familia sigue vivo, pese a los obstáculos de una época que consagra el individualismo. La Iglesia, en este contexto, debe estar lista para acompañar tanto a quienes desean unirse en matrimonio sacramental, como a quienes viven en situaciones donde aún no se alcanza esa plenitud. Así lo refleja la Relatio Synodi, el documento final del Sínodo Extraordinario sobre la Familia, que fue votado el sábado 19 de octubre punto por punto por los obispos participantes.
El documento, que consta de tres partes y 62 puntos, será enviado a las Conferencias Episcopales, con vistas a preparar el Sínodo Ordinario sobre la Familia, que se celebrará en octubre de 2015. Su función es “proponer cuestiones e indicar perspectivas que deben ser maduradas en las Iglesias locales durante el año que falta hasta el Sínodo”.

El contexto sociocultural

Los padres sinodales realizan en la primera parte un diagnóstico del contexto sociocultural en el que se plantean hoy los problemas de la familia. Señalan las ventajas de que existan, al menos en algunas regiones del mundo, una amplia libertad de expresión y el reconocimiento de los derechos de mujeres y niños. Sin embargo, a lo positivo contraponen “el creciente peligro de un individualismo exacerbado que desnaturaliza los vínculos familiares y termina por considerar a cada miembro de la familia como una isla”. A este se añade “la crisis de fe que ha afectado a tantos católicos y que a menudo está en el origen de la crisis del matrimonio y de la familia”.
Según los contextos culturales y religiosos, aparecen otros problemas: la práctica de la poligamia, la costumbre del “matrimonio por etapas”, los matrimonios arreglados entre familias, los matrimonios entre cónyuges de distinta fe, o la difusión de la cohabitación que precede al matrimonio o de convivencias que no están orientadas a asumir un vínculo formal. A esto hay que añadir a menudo una legislación civil que pone en peligro el matrimonio y la familia.
Muchas veces estas situaciones repercuten en los hijos, que nacen fuera del matrimonio, o son víctimas de la separación de los padres o se convierten en objeto de disputa. También en muchos contextos “la mujer es discriminada e incluso el don de la maternidad es a menudo penalizado en vez de ser presentado como un valor positivo”.
Dentro del contexto sociocultural, los obispos subrayan también la cuestión de la fragilidad afectiva: “una afectividad narcisista, inestable y cambiante”. En este contexto, “las parejas están a veces inciertas, dubitativas y les cuesta encontrar los modos para crecer”. “Muchos tienden a quedarse en los primeros estadios de la vida emocional y sexual”.
Además, la sensación de impotencia ante las dificultades económicas, la inseguridad laboral, y el abandono y la falta de atención por parte de las instituciones, están incidiendo en una crisis demográfica, motivada por el descenso de la natalidad, lo que debilita el tejido social y hace peligrar la relación intergeneracional.

El necesario ejemplo de los casados

En este contexto, la Iglesia siente la necesidad de revalidar la vigencia del matrimonio cristiano como continuación del matrimonio natural. Cristo le devuelve su forma original, otorgando a los cónyuges la gracia para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión.
Por ello, en la segunda parte del documento, los padres sinodales subrayan que “la indisolubilidad del matrimonio no debe entenderse como un yugo impuesto a los hombres, sino como un don hecho a las personas unidas en matrimonio”: el del acompañamiento de la gracia, que sana y transforma los corazones endurecidos. “Dios consagra el amor de los esposos y confirma su indisolubilidad, ofreciéndoles su ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la vida”, señalan.
Al mismo tempo que se alegran con las familias que siguen fieles a las enseñanzas del Evangelio, los obispos manifiestan también su preocupación por las familias “heridas y frágiles”. La Iglesia, “aun reconociendo que para los bautizados no hay más vínculo matrimonial que el sacramental, y que toda ruptura de él va contra la voluntad de Dios”, quiere también “acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento” de las personas frágiles que encuentran dificultades en el camino de la fe.
Entre estas se encuentran los que solo han contraído matrimonio civil, los divorciados vueltos a casar, o los que simplemente conviven. Por eso los obispos advierten que “una dimensión nueva de la pastoral familiar actual consiste en prestar atención a la realidad de los matrimonios civiles entre hombre y mujer, de los matrimonios tradicionales y, atendiendo a las debidas diferencias, también de la cohabitación. Cuando la unión alcanza una notable estabilidad a través de un vínculo público, cuando se caracteriza por un afecto profundo, por la responsabilidad hacia los hijos, por la capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión que debe ser acompañada en su desarrollo hacia el sacramento del matrimonio”.
La Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles. Pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor, vayamos más allá de la compasión”. El amor misericordioso “invita a la conversión”, así como Cristo no condena a la mujer adúltera, pero la invita a la conversión.

La ayuda de otros matrimonios

En su parte tercera el documento aborda las perspectivas pastorales para afrontar estas tareas.
De una parte, se subraya la necesidad de mejorar los programas específicos de preparación para el matrimonio, que partan de una genuina experiencia de participación en la vida eclesial, así como la de acompañar a las parejas que atraviesan dificultades en su vida matrimonial, y a los recién casados, a quienes matrimonios con mayor experiencia pueden servir a apoyo.
De hecho, advierten que “sin el testimonio gozoso de las parejas casadas y las familias (…) la proclamación, incluso si es correcta, es probable que sea incomprendida o que se ahogue en el mar de palabras que caracteriza a nuestra sociedad”. Por eso los obispos insisten en que las familias católicas “en virtud de la gracia del sacramento nupcial están llamadas a ser sujetos activos de la pastoral familiar”.

Atención a los divorciados

El apoyo y la escucha atenta también han de dirigirse a los cónyuges separados, a los divorciados, a los abandonados. La Iglesia repara en todos aquellos que han sido objeto de injusticias, como en quienes han debido tomar distancia del cónyuge por los malos tratos que han hecho imposible continuar la convivencia.
A ellos, el Sínodo les invita a hacer un camino hacia el perdón por medio de la gracia, sabiendo que perdonar una grave injusticia no es fácil, al tiempo que plantea la necesidad de un ministerio de la reconciliación y la mediación a través de centros de asesoramiento especializados que se establecerán en la diócesis.
Asimismo, dedican especial atención al acompañamiento pastoral que ha de darse a las familias monoparentales, con énfasis en aquellas formadas por mujeres que llevan solas la responsabilidad del hogar y la crianza de los hijos.
En cuanto a estos últimos, se subraya que no pueden convertirse en modo alguno en “objeto” de disputas entre sus progenitores divorciados, sino que debe ayudárseles a superar el trauma de la separación y a crecer de modo sereno.
Por otra parte, el texto recomienda un “atento discernimiento” y un acompañamiento a los divorciados vueltos a casar. Se les ha de animar a participar activamente en la vida de la comunidad cristiana, sin que ello represente una cesión del principio de la indisolubilidad matrimonial.

Los puntos no aprobados

Uno de los aspectos sobre los que no se alcanzó consenso tocó precisamente el acceso o no de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
El texto constata que diversos padres “han insistido a favor de la disciplina actual, como consecuencia de la relación constitutiva entre la participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio”. Otros se han manifestado a favor de que en algunas situaciones particulares, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y cuando hay obligaciones hacia los hijos, los divorciados vueltos a casar puedan participar en los sacramentos, después de una etapa penitencial.
Esta proposición –la nº 52– fue en la que hubo más discrepancia: 104 votos positivos frente a 74 negativos, con lo que no se cumplió el requisito de los dos tercios para su aprobación. Pero no se puede saber si los votos negativos proceden de los que piensan que se concede demasiado o más bien poco.
Otro punto de controversia fue el relacionado con la atención pastoral concreta a los homosexuales en la comunidad cristiana. El texto afirma, en consonancia con el Catecismo de la Iglesia Católica, que estas personas “deben ser acogidas con respeto y delicadeza”. Pero a la vez recuerda que “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia”. Se observa que ha desaparecido de la relación final alguna frase que aparecía en el documento de trabajo tras el primer debate, y que había sido criticada en los círculos menores por no reflejar bien la discusión. En cualquier caso, tampoco este texto obtuvo la suficiente aprobación (118 votos a favor y 62 en contra).
Los prelados alertaron, además, acerca de las presiones “totalmente inaceptables” que los pastores están recibiendo en este asunto, así como de la creciente tendencia de los organismos internacionales a condicionar la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes a favor del “matrimonio” homosexual.

La transmisión de la vida

Finalmente, los padres sinodales se refieren a la transmisión de la vida en la familia, y detectan la difusión de una mentalidad que ve a los hijos simplemente como “una variable del proyecto individual o de la pareja”. En cambio, la Iglesia recuerda que “la apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal”, y apoya a las familias que acogen a un hijo discapacitado o que adoptan a niños huérfanos y abandonados.
Al referirse a la natalidad, el texto invita a “redescubrir el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración de los métodos de regulación de la natalidad”. También menciona a este respecto que la adecuada enseñanza de los métodos naturales “ayuda a vivir de manera armoniosa y responsable la comunión entre los esposos, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa”.
El Sínodo ha querido publicar también las votaciones sobre cada uno de los 62 números de la Relación. Esto permite observar que la unidad de criterios es mucho mayor de la que a veces se ha transmitido en las informaciones de la prensa. Casi todos los puntos han sido aprobados por amplias mayorías, superiores a los dos tercios. Donde se ha dado más disparidad de criterios es en los puntos que se refieren a la pastoral con los que viven en matrimonios civiles o en cohabitación, el acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar y la acogida de las personas de orientación homosexual.

Las “tentaciones” del Sínodo

En su discurso al término de la última sesión del Sínodo, el Papa dijo que las intervenciones en el Sínodo se han sucedido “sin poner nunca en discusión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida”.
Los debates sobre distintos temas, añadió Francisco, no deben tomarse como signo de división o motivo de inquietud. “Tantos comentaristas, o gente que habla, han creído ver una Iglesia en litigio, donde una parte está contra la otra, hasta dudar del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia”.
En las reflexiones del Sínodo pueden interponerse distintas “tentaciones”. Una, dijo el Papa, es la “rigidez hostil”: “querer encerrarse en lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); es la tentación de los hoy llamados “tradicionalistas”. Otra es la del “buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin antes curarlas y aplicarles medicina”: es propia de los “progresistas y liberales”. Está además la tentación de “descender de la cruz, para contentar a la gente”, de “acomodarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y acomodarlo al Espíritu de Dios”.
Pero son dificultades normales, y “era necesario vivir todo esto con tranquilidad, con paz interior, también porque el Sínodo de desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos”. Así, “la Iglesia es de Cristo (…) y todos los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, tienen el cometido y el deber de custodiarla y servirla, no como amos sino como servidores. El Papa, en este contexto, no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor: el servus servorum Dei, el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia, dejando a un lado todo criterio personal, siendo a la vez –por voluntad de Cristo mismo– el ‘Pastor y Maestro supremo de todos los fieles’ (Código de Derecho Canónico, can. 749)”.

sábado, 25 de octubre de 2014

Los problemas de la economía alemana

Los males ocultos de la economía alemana

Los países europeos descontentos con la amarga medicina de austeridad que receta la doctora Merkel tienen ahora un abogado en Alemania misma. Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), hace una seria advertencia al gobierno en su libro Die Deutschland-Illusion, para que rectifique el rumbo.
Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 78/14

[Actualizado el 10-10-2014]
El aviso ha caído bien en la mitad izquierda del ejecutivo. En la presentación de la obra, el pasado 19 de septiembre, el autor estuvo acompañado por el ministro de Economía, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, que la calificó de “lectura obligatoria”. Pero la mitad derecha no daba muestras de cambiar de política.
En Alemania el crecimiento del PIB y de los salarios es inferior a la media de la zona euro, y la expansión del empleo esconde un aumento del trabajo precario o de jornada parcial
Fratzscher, economista de 43 años con experiencia internacional (trabajó en el Banco Central Europeo [BCE], en Harvard y en el Banco Mundial), quiere sacar a los alemanes de la complacencia en sus logros y de su exceso de confianza. La “ilusión” en que viven, dice, se basa en tres méritos que les han permitido resistir firmes a la crisis. Son: la reforma laboral de la década anterior, que al flexibilizar el mercado trajo un aumento del empleo; las abundantes exportaciones de la competitiva industria nacional, y el equilibrio presupuestario, tan distinto del irresponsable endeudamiento de los países rescatados. Moraleja: si los vecinos en apuros quieren salir a flote, habrán de someterse a la misma dolorosa cura, y no quedarse esperando a que Alemania les saque las castañas del fuego.

Síntomas preocupantes

Pero, según Fratzscher, Alemania no va tan bien como parece. Presenta síntomas preocupantes: tres años creciendo menos del 1%, incluidos tres trimestres bajo cero (–0,6% es el dato más reciente); salarios casi estancados, más cortos que a principios del siglo para dos de cada tres trabajadores. En esos dos capítulos, Alemania está por debajo de la media de la zona euro. ¿Qué ocurre entonces?
El economista Marcel Fratzscher recomienda aumentar el gasto público y la inversión privada, y liberalizar los servicios
Fratzscher explica que los éxitos alemanes son notables, pero tienen un lado oscuro. La reforma laboral redujo el paro, pero a costa de aumentar los empleos de dedicación parcial o precarios. Así, aunque en 2013 había 4 millones más de personas empleadas que en 2005, las horas de trabajo totales subieron muy poco, y en proporción, bajaron de 1.431 a 1.388 por trabajador y año. La potencia exportadora no se debe a que haya subido la productividad, sino a que Alemania vende ahora más barato, gracias a los costos salariales contenidos y al euro. Y el déficit presupuestario se ha reducido, sobre todo, porque con dos millones menos de parados que en 2005 se recaudan más impuestos.
Después de bajar los humos a sus compatriotas, Fratzscher señala el que, a su juicio, es el problema de fondo de la economía alemana: la falta de inversión y un ahorro desproporcionado. Las inversiones han bajado del 23% al 17% del PIB de los años noventa a hoy. La inversión pública, equivalente al 1,6% del PIB, está bastante por debajo de la media de la UE, que es el 2,2%. Muestra de ello es el mal estado de las otrora ejemplares infraestructuras alemanas, decía hace poco Der Spiegel.

Menos austeridad

Contra eso, Fratzscher recomienda lo mismo que piden los gobiernos europeos opuestos a continuar la cura de austeridad: aumentar el gasto público, aun a costa de más déficit. También el FMI lo ha dicho esta semana, al revisar a la baja la previsión de crecimiento de la zona euro, porque ve peligro de vuelta a la recesión. Y el presidente del BCE, Mario Draghi, ha repetido el mismo mensaje porque teme una deflación a la japonesa. Fratzscher añade que el gobierno alemán debería estimular la inversión privada, porque el bajo nivel actual impide que aumente la productividad. En cambio, si los alemanes, en vez de ahorrar tanto y colocar tanto dinero fuera, invirtieran más en su propio país, obtendrían mayores réditos e impulsarían el crecimiento. Otra parte del actual ahorro se debería gastar en importar más de los países vecinos, que es una manera de mover la economía propia y a la vez un beneficio para los socios.
Finalmente, hay que liberalizar el sector servicios, poco productivo y competitivo, porque en una parte importante está sometido a organizaciones gremiales y a regulaciones proteccionistas.
Las tesis de Fratzscher han provocado una viva discusión. El 20 de septiembre, la canciller Angela Merkel, como dándose por aludida, dijo en su alocución semanal que para crecer hay que invertir. Pero Fratzscher reprocha al gobierno que emprenda un plan de infraestructuras y no apoye la misma política en Francia o Italia.
En estos y otros países hay un conato de rebelión contra las prescripciones alemanas. El primer ministro francés, Manuel Valls, ha anunciado un “presupuesto anti-austeridad”. En cambio, el ministro de finanzas alemán, el democristiano Wolfgang Schäuble, insiste en bajar el déficit, lo que para Fratzscher es “un objetivo muy extraño en las presentes circunstancias”.
[Añadido el 10-10-2014:]
Por fin, el 9 de octubre, Merkel hizo la primera insinuación de que podría haber un cambio de política. El mismo día, la Agencia Estadística Federal había añadido uno más a la reciente serie de datos inquietantes: en agosto pasado, las exportaciones alemanas bajaron un 5,8% con respecto al mes anterior, el mayor descenso desde 2009. La canciller, tras reconocer el empeoramiento de las previsiones económicas, anunció que el gobierno se está planteando estimular las inversiones, especialmente en los sectores digital y energético. Tal declaración, aunque se considera muy significativa, no supone una renuncia formal al principio de no aumentar el déficit. No se sabe si para moderar expectativas, Schäuble, que estaba en Washington, dijo también el día 9 que “extender cheques” no es la manera de impulsar el crecimiento de la zona euro.

jueves, 17 de julio de 2014

Verdades innegociables

Verdades innegociables en una cultura relativista
       Aceprensa     JUAN MESEGUER
            7.JUL.2014

¿Qué tienen en común la lucha por la abolición de la esclavitud, el movimiento por los derechos civiles de los negros, la defensa del no nacido y del matrimonio, y la libertad religiosa? La convicción de que existen unas verdades intocables, pues de ellas depende la calidad ética de la sociedad. Así lo explica en un libro Sheila Liaugminas, periodista de Chicago, ganadora de un premio Emmy y colaboradora de MercatorNet (1).
¿De dónde le vino a Abraham Lincoln la autoridad para decir que el derecho a elegir tener esclavos es inmoral? Al fin y al cabo, las leyes del país lo permitían. ¿Y de dónde le vino a Martin Luther King la autoridad para liderar un movimiento que reclamaba nuevos derechos civiles para los negros? Al fin y al cabo, la segregación era legal. ¿Y de dónde le vino a Naciones Unidas la autoridad moral para pedir el reconocimiento de unos derechos humanos en una declaración internacional, a pesar de que algunos Estados miembros los estaban vulnerando?
De los primeros principios, contesta Liaugminas. Principios que están enraizados en la naturaleza humana y que, a través de la razón, permiten descubrir una serie de derechos que son intrínsecos a toda persona pues derivan de la dignidad humana.
El problema es que la cultura actual, marcada por el relativismo, está perdiendo la coherencia intelectual. Y así, no es extraño encontrarse con activistas a los “que les gusta subirse a hombros de Martin Luther King”, pero que “no están dispuestos a llevar hasta las últimas consecuencias sus enseñanzas sobre la justicia y la verdad de los derechos humanos”.
El movimiento civil de nuestros días
Liaugminas explica cómo la retórica de Luther King sobre las leyes injustas y la igual dignidad de todos los seres humanos encontró continuidad en el movimiento provida que surgió en Estados Unidos tras la legalización del aborto, con la sentencia Roe v. Wade de 1973.
Este mensaje ha ido calando en las generaciones más jóvenes, que hoy tienden a ver el debate sobre el aborto en términos de justicia antes que de liberación: dado que el feto es un ser humano vivo (independientemente de que sea deseado o no), el aborto es una injusticia radical que nos afecta a todos y a la que hemos de poner fin (cfr. Aceprensa, 22-01-2013).
Alveda King, sobrina de Luther King, lleva años insistiendo en que el sueño de su tío abarca también a los concebidos no nacidos. Y denuncia el doble rasero con que se juzga ahora la discriminación: “Muchos de nosotros hablamos de tolerancia y de inclusión, pero después nos negamos a ser tolerantes e inclusivos con los más débiles e inocentes de la familia humana”.
El fallecido Richard John Neuhaus, un referente intelectual del catolicismo norteamericano, también sostuvo que la lucha contra el aborto es el movimiento civil de nuestros días. Como recuerda Liaugminas, el propio Neuhaus participó el 28 de agosto de 1963 en la gran Marcha a Washington para reclamar el fin de la discriminación contra los negros, lo que le permitió hacer de puente entre los dos movimientos.
La Declaración de Manhattan proclama como “verdades innegociables” la sacralidad de la vida humana; el matrimonio entre hombre y mujer; y los derechos de conciencia y de libertad religiosa
Precisamente a Neuhaus, que fue pastor luterano y activista político de izquierdas antes de convertirse al catolicismo y ordenarse sacerdote, se le considera el artífice de la alianza que poco a poco han ido creando los evangélicos y los católicos estadounidenses en los debates públicos sobre cuestiones éticas y sociales (cfr. Aceprensa, 12-01-2009).
Un núcleo de principios intocables
A finales de 2009, unos meses después de la muerte de Neuhaus, unos 150 líderes religiosos de las principales confesiones cristianas de EE.UU. presentaron la Declaración de Manhattan para explicar que hay un núcleo de principios intocables que están por encima de la división izquierda-derecha (cfr. Aceprensa, 3-12-2009).
El manifiesto proclama como “verdades innegociables” –no solo como convicciones de los creyentes– la sacralidad de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; el reconocimiento del matrimonio como unión entre hombre y mujer; y los derechos de conciencia y de libertad religiosa.
También Benedicto XVI había animado a los católicos a ser consecuentes a la hora de defender en la vida pública unos “principios innegociables”, que en buena parte coinciden con los de la Declaración de Manhattan (cfr. Discurso del 30-06-2006). No era esta una postura confesional, pues son principios que “están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad”, decía entonces el papa.
Son precisamente las decisiones sobre estas cuestiones las que configuran la calidad ética de una sociedad. Aquí no valen las etiquetas políticas “izquierda”, “derecha”, “progresista”, “conservador”… “En el centro de estos principios está la dignidad humana”, explica Liaugminas. “Así que, puestos a buscar etiquetas, tendríamos que ponernos la de ‘defensores de la dignidad’”.
Cuando el lenguaje distorsiona la realidad
El desacuerdo en torno a ese núcleo de principios innegociables puede explicarse, a juicio de Liaugminas, por la “dictadura del relativismo” denunciada por Benedicto XVI. Si negamos la posibilidad de una verdad objetiva y universal, entramos en el terreno de la pura arbitrariedad donde cualquier cosa puede ser justificada.
Liaugminas explica, con palabras de Josef Pieper, que en una cultura relativista la gente no solo es incapaz de encontrar la verdad sino que además no se preocupa de buscarla. “Ya no se busca lo real, porque la ficción satisface y basta la perfecta ficción de la realidad, creada mediante un abuso deliberado del lenguaje”.
Hoy se ha impuesto un lenguaje sobre los derechos, basado en la autonomía individual, que enmascara con eufemismos los verdaderos derechos y deberes derivados de la dignidad humana. Así, se habla del “derecho a elegir” y de la “compasión” para encubrir el aborto y la eutanasia, que son dos decisiones destinadas a acabar con una vida humana vulnerable; se apela a la ‘igualdad’ para redefinir el matrimonio; y se invoca la separación entre Iglesia y Estado para restringir los derechos de conciencia.
De ahí que el empeño de Liaugminas en este libro sea reproponer un lenguaje común sobre la dignidad humana, que de hecho comparten los líderes sociales más carismáticos y las confesiones religiosas más importantes de EE.UU. “Un lenguaje que mira a los primeros principios que dan forma a una sociedad libre, justa y moral. Que huye de las etiquetas políticas (…); y de los muchos eslóganes y prejuicios colgados sobre los oponentes para bloquear el diálogo”.
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Notas
(1) Sheila Liaugminas, Non-Negotiable: Essential Principle of a Just Society and Human Culture. Ignatius Press, San Francisco (2014).

viernes, 27 de junio de 2014

Francisco de Asís y la reforma de la Iglesia por la vía de la santidad
Texto completo de la primera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 07 de diciembre de 2013 (Zenit.org) - Ayer, a las nueve de la mañana, el papa Francisco asistió, junto a la Curia Romana, a la primera predicación de Adviento en la Capilla Redemptoris Mater del Vaticano. Como en otras ocasiones, el sermón fue pronunciado por el predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa. El fraile capuchino tituló su reflexión de adviento en preparación a la Navidad: “Francisco de Asís y la reforma de la Iglesia por la vía de la santidad”. A continuación les presentamos la traducción del texto completo de la predicación.
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P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
Primera Predicación de Adviento 

FRANCISCO DE ASÍS Y LA REFORMA DE LA IGLESIA POR LA VÍA DE LA SANTIDAD
La intención de estas tres meditaciones de Adviento es prepararnos para la Navidad en compañía de Francisco de Asís. De él, en esta primera predicación, quisiera destacar la naturaleza de su vuelta al Evangelio. El teólogo Yves Congar, en su estudio sobre la "Verdadera y falsa reforma en la Iglesia” ve en Francisco el ejemplo más claro de reforma de la Iglesia por medio de la santidad[1]. Nos gustaría entender en qué ha consistido su reforma por medio de la santidad y qué comporta su ejemplo en cada época de la Iglesia, incluida la nuestra.

1. La conversión de Francesco
Para entender algo de la aventura de Francisco es necesario entender su conversión. De tal evento existen, en las fuentes, distintas descripciones con notables diferencias entre ellas. Por suerte tenemos una fuente fiable que nos permite prescindir de tener que elegir entre las distintas versiones. Tenemos el testimonio del mismo Francisco en su testamento,  su ipsissima vox, como se dice de las palabras que seguramente fueron pronunciadas por Jesús en el Evangelio. Dice:
“El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía  muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo”
Y sobre este texto justamente se basan los historiadores, pero con un límite para ellos intransitable. Los históricos, aun los que tienen las mejores intenciones y los más respetuosos con la peculiaridad de la historia de Francisco, como ha sido, entre los italianos Raoul Manselli, no consiguen entender el porqué último de su cambio radical. Se quedan - y justamente por respeto a su método - en el umbral, hablando de un "secreto de Francisco", destinado a quedar así para siempre.
Lo que se consigue constatar históricamente es la decisión de Francisco de cambiar su estado social. De pertenecer a la clase alta, que contaba en la ciudad para la nobleza o riqueza, él eligió colocarse en el extremo opuesto, compartiendo la vida de los últimos, que no contaban nada, los llamados "menores", afligidos por cualquier tipo de pobreza.
Los historiadores insisten justamente sobre el hecho que Francisco, al inicio, no ha elegido la pobreza y menos aún el pauperismo; ¡ha elegido a los pobres! El cambio está motivado más por el mandamiento; "Ama a tu prójimo como a ti mismo!, que no por el consejo: "Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme". Era la compasión por la gente pobre, más que la búsqueda de la propia perfección la que lo movía, la caridad más que la pobreza.
Todo esto es verdad, pero no toca todavía el fondo del problema. Es el efecto del cambio, no la causa. La elección verdadera es mucho más radical: no se trató de elegir entre riqueza y pobreza, ni entre ricos y pobres, entre la pertenencia a un clase en vez de a otra, sino de elegir entre sí mismo y Dios, entre salvar la propia vida o perderla por el Evangelio.
Ha habido algunos (por ejemplo, en tiempos cercanos a nosotros, Simone Weil) que han llegado a Cristo partiendo del amor por los pobres y ha habido otros que han llegado a los pobres partiendo del amor por Cristo. Francisco pertenece a estos segundos. El motivo profundo de su conversión no es de naturaleza social, sino evangélica.  Jesús había formulado la ley una vez por todas con una de las frases más solemnes y seguramente más auténticas del Evangelio: ”Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25)
Francisco, besando al leproso, ha renegado de sí mismo en lo que era más "amargo" y repugnante para su naturaleza. Se ha hecho violencia a sí mismo. El detalle no se le ha escapado a su primer biógrafo que describe así el episodio: “Un día se paró delante de él un leproso: se hizo violencia a sí mismo, se acercó y le besó. Desde eso momento decidió despreciarse cada vez más, hasta que por la misericordia del Redentor obtuvo plena victoria”[2].
Francisco no se fue por voluntad propia hacia los leprosos, movido por una compasión humana y religiosa. "El Señor, escribe, me condujo entre ellos". Y sobre este pequeño detalle que los historiadores no saben - ni podrían - dar un juicio, sin embargo, está al origen de todo. Jesús había preparado su corazón de forma que su libertad, en el momento justo, respondiera a la gracia. Para esto sirvieron el sueño de Spoleto y la pregunta sobre si prefería servir al siervo o al patrón, la enfermedad, el encarcelamiento en Perugia y esa inquietud extraña que ya no le permitía encontrar alegría en las diversiones y le hacía buscar lugares solitarios.
Aún sin pensar que se tratara de Jesús en persona bajo la apariencia de un leproso (como harán otros más tarde, influenciados por el caso análogo que se lee en la vida de san Martín de Tours[3]), en ese momento el leproso para Francisco representaba a todos los efectos a Jesús. ¿No había dicho él: “A mí me lo hicisteis? En ese momento ha elegido entre sí y Jesús. La conversión de Francisco es de la misma naturaleza que la de Pablo. Para Pablo, a un cierto punto, lo que primero había sido una "ganancia" cambió de signo y se convirtió en una "pérdida", "a causa de Cristo" (Fil 3, 5 ss); para Francisco lo que había sido amargo se convirtió en dulzura, también aquí "a causa de Cristo". Después de este momento, ambos pueden decir: "Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí".
Todo esto nos obliga a corregir una cierta imagen de Francisco hecha popular por la literatura posterior y acogida por Dante en la Divina Comedia. La famosa metáfora de las bodas de Francisco con la señora Pobreza que ha dejado huellas profundas en el arte y en la poesía franciscanas puede ser engañosa. No se enamora de una virtud, aunque sea la pobreza; se enamora de una persona. Las bodas de Francisco han sido, como las de otros místicos, un desposorio con Cristo.
A los compañeros que le preguntaban si pensaba casarse, viéndolo una tarde extrañamente ausente y luminoso, el joven Francisco respondió: "Tomaré la esposa más noble y bella que hayáis visto". Esta respuesta normalmente es mal interpretada. Por el contexto parece claro que la esposa no es la pobreza, sino el tesoro escondido y la perla preciosa, es decir Cristo. "Esposa, comenta el Celano que habla del episodio, es la verdadera religión que él abrazó; y el reino de los cielos es el tesoro escondido que él buscó”[4].
Francisco no se casó con la pobreza ni con los pobres; se casó con Cristo y fue por su amor que se casó, por así decir "en segundas nupcias", con la señora Pobreza. Así será siempre en la santidad cristiana. A la base del amor por la pobreza y por los pobres, o hay amor por Cristo, o lo pobres serán en un modo u otro instrumentalizados y la pobreza se convertirá fácilmente en un hecho polémico contra la Iglesia o una ostentación de mayor perfección respecto a otros en la Iglesia, como sucedió, lamentablemente, también a algunos seguidores del Pobrecillo. En uno y otro caso, se hace de la pobreza la peor forma de riqueza, la de la propia justicia.

2. Francisco y la reforma  de la Iglesia
¿Cómo ocurrió que de un acontecimiento tan íntimo y personal como fue la conversión del joven Francisco, comience un movimiento que cambió en su tiempo el rostro de la Iglesia y ha influido tan fuertemente en la historia, hasta  nuestros días?
Es necesario mirar la situación de aquel tiempo. En la época de Francisco la reforma de la Iglesia era una exigencia advertida más o menos conscientemente por todos. El cuerpo de la Iglesia vivía tensiones y laceraciones profundas. Por una parte estaba la Iglesia institucional - papa, obispos, alto clero - desgastada por sus continuos conflictos y por su demasiado estrechas alianzas con el imperio. Una Iglesia percibida como lejana, comprometida en asuntos demasiado más allá de los intereses de la gente. Estaban además las grandes órdenes religiosas, a menudo prósperas por cultura y espiritualidad después de las varias reformas del siglo XI, entre estas la Cisterciense, pero inevitablemente identificadas con grandes propietarios de terrenos, los feudales del tiempo, cercanos y al mismo tiempo lejanos, por problemas y niveles de vida, del pueblo común.
Había también fuertes tensiones que cada uno buscaba aprovechar para sus propias ventajas. La jerarquía buscaba responder a estas tensiones mejorando la propia organización y reprimiendo los abusos, tanto en su interior (lucha contra la simonía y el concubinato de los sacerdotes) como en el exterior, en la sociedad. Los grupos hostiles intentaban sin embargo hacer explotar las tensiones, radicalizando el contraste con la jerarquía dando origen a movimientos más o menos cismáticos. Todos izaban contra la Iglesia el ideal de la pobreza y sencillez evangélica haciendo de esto un arma polémica, más que un ideal espiritual para vivir en la humildad, llegando a poner en discusión también el ministerio ordenado de la Iglesia, el sacerdocio y el papado.
Nosotros estamos acostumbrados a ver a Francisco como el hombre providencial que capta estas demandas populares de renovación, las libera de cualquier carga polémica y las pone en práctica en la Iglesia en profunda comunión y sometida a esta. Francisco por tanto como una especie de mediador entre los heréticos rebeldes y la Iglesia institucional. En un conocido manual de historia de la Iglesia así se presenta su misión:
“Dado que la riqueza y el poder de la Iglesia aparecían con frecuencia como una fuente de males graves y los herejes de la época aprovechaban este argumento como una de las principales acusaciones contra ella, en algunas almas piadosas  se despertó el noble deseo de restaurar la vida pobre de Jesús y de la Iglesia primitiva, para poder así influir de manera más efectiva en el pueblo con la palabra y con el ejemplo” [5].
Entre estas almas es colocada naturalmente en primer lugar, junto con santo Domingo, Francisco de Asís. El historiador protestante Paul Sabatier, si bien tan meritorio sobre los estudios franciscanos, ha vuelto casi canónica entre los historiadores y no solamente entre aquellos laicos y protestantes, la tesis según la cual el cardenal Ugolino (el futuro Gregorio IX) habría querido capturar a Francisco para la Curia, neutralizando la carga crítica y revolucionaria de su movimiento. En práctica el intento de hacer de Francisco, un precursor de Lutero, o sea un reformador por la vía de la crítica y no por la vía de la santidad.
No se si esta intención se pueda atribuir a alguien de los grandes protectores y amigos de Francisco. Me parece difícil atribuirla al cardenal Ugolino y aún menos a Inocencio III, del que es conocida la acción reformadora y el apoyo dado a las diversas formas nuevas de vida espiritual que nacieron en su tiempo, incluidos los frailes menores, los dominicos, los humillados milaneses. Una cosa de todos modos es absolutamente segura: aquella intención nunca había rozado la mente de Francisco. Él no pensó nunca de haber sido llamado a reformar la Iglesia
Hay que tener cuidado de no sacar conclusiones equivocadas de las famosas palabras del Crucifico de San Damián. “Ve Francisco y repara mi Iglesia, que como ves se está cayendo a pedazos”. Las fuentes mismas nos aseguran que él entendía estas palabras en el sentido modesto de tener que reparar materialmente la iglesita de San Damián. Fueron los discípulos y biógrafos que interpretaron - y es necesario decirlo, de manera correcta- estas palabras como referidas a la Iglesia institución y no sólo a la iglesia edificio. Él se quedó siempre en la interpretación literaria y de hecho siguió reparando otras iglesitas de los alrededores de Asís que estaban en ruinas.
También el sueño en el cual Inocencio III habría visto al Pobrecillo  sostener con su hombro la iglesia tambaleante del Laterano no agrega nada nuevo. Suponiendo que el hecho sea histórico (un episodio análogo se narra también sobre santo Domingo), el sueño fue del papa y no de Francisco. Él nunca se vio como lo vemos nosotros hoy en el fresco del Giotto. Esto significa ser reformador por la vía de la santidad, serlo sin saberlo.

3. Francisco y el retorno al evangelio
¿Si no quiso ser un reformador entonces qué quiso ser Francisco? También sobre esto contamos con la suerte de tener un testimonio directo del Santo en su Testamento:
“Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa me lo confirmó”.
Alude al momento en el cual, durante una misa, escuchó la frase del Evangelio donde Jesús envía a sus discípulos: “Les mando anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos. Y le dijo: “No lleves nada para el viaje: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, y no tengáis una túnica de recambio”.  (Lc 9, 2-3)[6].
Fue una revelación fulgurante de esas que orienta toda una vida. Desde aquel día fue clara su misión: un regreso simple y radical al evangelio real, el que vivió y predicó Jesús. Recuperar en el mundo la forma y estilo de vida de Jesús y de los apóstoles descrito en los evangelios. Escribiendo la regla para sus hermanos iniciará así:
“La regla y la vida de los frailes menores es esta, o sea observar el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo”. Francisco teorizó este descubrimiento suyo, haciendo el programa para la reforma de la iglesia. Él realizó en sí la reforma y con ello indicó tácitamente a la iglesia la única vía para salir de la crisis: acercarse nuevamente al evangelio y a los hombres, en particular, a los pobres y humildes.
Este retorno al evangelio se refleja sobre todo en la predicación de Francisco. Es sorprendente pero todos lo han notado: el Pobrecillo habla casi siempre de “hacer penitencia”. A partir de entonces, narra el Celano, con gran fervor y exultación comenzó a predicar la penitencia, edificando a todos con la simplicidad de su palabra y la magnificencia de su corazón. Adonde iba, Francisco decía, recomendaba, suplicaba que hicieran penitencia.
¿Qué quería decir Francisco con esta palabra que amaba tanto? Sobre esto hemos caído (al menos yo he caído por mucho tiempo) en un error. Hemos reducido el mensaje de Francisco a una simple exhortación moral, a un golpearse el pecho, a afligirse y mortificarse para expiar los pecados, mientras esto es mucho mas profundo y tiene toda la novedad del Evangelio de Cristo. Francisco no exhortaba a hacer “penitencias”, sino a hacer “penitencia” (¡en singular!) que, como veremos, es otra cosa.
El Pobrecillo, salvo los pocos casos que conocemos, escribía en latín. Y qué encontramos en el texto latino de su Testamento, cuando escribe: “El Señor me dio, de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia”. Encontramos la expresión “poenitentiam agere”. A él se sabe, le gustaba expresarse con las mismas palabras de Jesús. Y aquella palabra -hacer penitencia- es la palabra con la cual Jesús inició a predicar y que repetía en cada ciudad y pueblo al que iba.
“Después que Juan fue puesto en la prisión Jesús fue a Galilea, predicando el evangelio de Dios y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca , convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15).
La palabra que hoy se traduce por “convertíos” o “arrepentíos”, en el texto de la Vulgata usado por el Pobrecillo, sonaba “poenitemini” y en Actos 2, 37 aún más literalmente “poenitentiam agite”, hagan penitencia. Francisco no hizo otra cosa que relanzar la gran llamada a la conversación con la cual se abre la predicación de Jesús en el Evangelio y la de los apóstoles en el día de Pentecostés. Lo que él quería decir con "conversión" no necesitaba que se lo explique: su vida entera lo mostraba.
Francisco hizo en su momento aquello que en la época del concilio Vaticano II se entendía con la frase “abatir los bastiones”: Romper el aislamiento de la iglesia, llevarla nuevamente al contacto con la gente. Uno de los factores de oscurecimiento del Evangelio era la transformación de la autoridad entendida como servicio y la autoridad entendida como poder, lo que había producido infinitos conflictos dentro y fuera de la Iglesia. Francisco por su parte resuelve el problema en sentido evangélico. En su orden los superiores se llamarán ministros o sea siervos, y todos los otros frailes, o sea hermanos.
Otro muro de separación entre la Iglesia y el pueblo era la ciencia y la cultura de la cual el clero y los monjes tenían en práctica el monopolio.  Francisco lo sabe y por lo tanto toma la drástica posición que sabemos sobre este punto. El no es contra la ciencia-conocimiento, sino contra la ciencia-poder, aquella que privilegia a quién sabe leer sobre quien no sabe leer y le permite mandar con alteridad al hermano: “¡Traedme el breviario!”. Durante el famoso capítulo de las esteras, en el cual algunos de sus hermanos querían empujarlo a adecuarse a la actitud de las órdenes cultas del tiempo responde con palabras de fuego que dejan a los frailes llenos de temor:
“Hermanos, hermanos míos, Dios me ha llamado a caminar en la vía de la simplicidad y me la ha mostrado. No quiero por lo tanto que me nombren otras reglas, ni la de San Agustín, ni la de San Bernardo o de San Benedicto. El señor me ha revelado cuál es su querer,  que sea un loco en el mundo: esta es la ciencia a la cual Dios quiere que nos dediquemos. Él les confundirá por medio de vuestra misma ciencia”.[7]
Siempre la misma actitud coherente. Él quiere para sí y para sus hermanos la pobreza más rígida, pero en la Regla escribe: “Amonesto y exhorto a todos ellos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman manjares y bebidas exquisitos; al contrario, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo”.[8] 
Elige ser un iletrado, pero no condena la ciencia. Una vez que se ha asegurado de que la ciencia no extingue “el espíritu de la santa oración y devoción”, será él mismo el que permita a Fray Antonio (el futuro santo Antonio de Padua) que se dedique a la enseñanza de la teología y san Buenaventura no creerá que traiciona el espíritu del fundador, abriendo la orden a los estudios en las grandes universidades.
Yves Congar ve en esto una de las condiciones esenciales para la “verdadera reforma” en la Iglesia,  la reforma, es decir, que se mantiene como tal y no se transforma en cisma: a saber la capacidad de no absolutizar la propia intuición, sino permanecer solidariamente con el todo que es la Iglesia.[9] La convicción, dice el papa Francisco, en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium,  que “el todo es superior a la parte”.

4. Cómo imitar a Francisco
¿Qué nos dice hoy la experiencia de Francisco? ¿Qué podemos imitar, de él, todos y enseguida? Sea aquellos a quien Dios llama a reformar la iglesia por la vía de la santidad, sea a aquellos que se sienten llamados a renovarla por la vía de la crítica, sea a aquellos que él mismo llama a reformarla por la vía del encargo que cubren.  Lo mismo de donde ha comenzado la aventura espiritual de Francisco: su conversión a Dios, la renuncia a sí mismo. Es así que nacen los verdaderos reformadores, aquellos que cambian verdaderamente algo en la Iglesia.  Los que mueren a sí mismo, o mejor aquellos que deciden seriamente de morir así mismos, porque se trata de una empresa que dura toda la vida y va aún más allá ella si, como decía bromeando Santa Teresa de Ávila, nuestro amor propio muere veinte minutos después que nosotros.
Decía un santo monje ortodoxo, Silvano del Monte Athos: “Para ser verdaderamente libre, es necesario comenzar a atarse a sí mismos”. Hombres como estos son libres de la libertad del Espíritu; nada los detiene y nada les asusta.  Se vuelven reformadores por la vía de la santidad y no solamente debido a su cargo.
¿Pero qué significa la propuesta de Jesús de negarse a sí mismo, ésta se pude aún proponer a un mundo que habla solamente de autorrealización y autoafirmación? La negación no es un fin en sí mismo, ni un ideal en sí mismo. Lo cosa más importante es la positiva: “Si alguno quiere venir en pos de mí”; es seguir a Cristo, tener a Cristo. Decir no a sí mismo es el medio, decir sí a Cristo es el fin. Pablo lo presenta como una especie de ley del espíritu: "Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis" (Rom 8,13). Esto, como se puede ver, es un morir para vivir, es lo opuesto a la visión filosófica según la cual la vida humana es "un vivir para morir" (Heidegger).
Se trata de saber que fundamento queremos dar a nuestra existencia: si nuestro “yo” o “Cristo”; en el lenguaje de Pablo, si queremos vivir “para nosotros mismos” o “para el Señor” (cf. 2 Cor 5,15; Rom 14, 7-8). Vivir “para uno mismo” significa vivir para la propia comodidad, la propia gloria, el propio progreso; vivir “para el Señor” significa colocar siempre en el primer lugar, en nuestras intenciones, la gloria de Cristo, los intereses del Reino y de la Iglesia. Cada “no”, pequeño o grande, dicho a uno mismo por amor, es un sí dicho a Cristo.
Sólo hay que evitar hacerse ilusiones. No se trata de saber todo sobre la negación cristiana, su belleza y necesidad; se trata de pasar a la acción, de practicarla. Un gran maestro de espiritualidad de la antigüedad decía: “Es posible quebrar diez veces la propia voluntad en un tiempo brevísimo; y os digo cómo. Uno está paseando y ve algo; su pensamiento le dice: “Mira allí”, pero el responde a su pensamiento: “No, no miro”, y así quiebra su propia voluntad. Después se encuentra con otros que están hablando (lee, hablando mal de alguien) y su pensamiento le dice: “Di tú también lo que sabes”, y quiebra su voluntad callando”[10].
Este antiguo Padre, como puede apreciarse, toma todos sus ejemplos de la vida monástica. Pero estos se pueden actualizar y adaptar fácilmente a la vida de cada uno, clérigos y laicos. Encuentras, si no a un leproso como Francisco, a un pobre que sabes que te pedirá algo; tu hombre viejo te empuja a cambiar de acera, y sin embargo tú te violentas y vas a su encuentro, quizás regalándole sólo un saludo y una sonrisa, si no puedes nada más. Tienes la oportunidad de una ganancia ilícita: dices que no y te has negado a ti mismo. Has sido contradicho en una idea tuya; picado en el orgullo, quisieras argumentar enérgicamente, callas y esperas: has quebrado tu yo. Crees haber recibido un agravio, un trato, o un destino inadecuado a tus méritos: quisieras hacerlo saber a todos, encerrándote en un silencio lleno de reproche. Dices que no, rompes el silencio, sonríes y retomas el diálogo. Te has negado a ti mismo y has salvado la caridad. Y así sucesivamente. 
Un signo de que se está en un buen punto en la lucha contra el propio yo, es la capacidad o al menos el esfuerzo de alegrarse por el bien hecho o la promoción recibida por otro, como si se tratara de uno mismo: “Dichoso aquel siervo –escribe Francisco en una de sus Admoniciones- que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro”.
Una meta difícil (desde luego, ¡no hablo como alguien que lo ha logrado!), pero la vida de Francisco, nos ha mostrado lo que puede nacer de una negación de uno mismo hecha como respuesta a la gracia. La meta final es poder decir con Pablo y con él: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí”. Y será la alegría y la paz plenas, ya en esta tierra. Santo Francisco con su "perfecta alegría", es un testimonio vivo de la "alegría que viene del Evangelio,"   (Evangelii Gaudium) de qué nos ha hablado papa Francisco. 
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[1] Y.Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, Milano Jaka Book, 1972, p. 194.
[2] Celano, Vita Prima, VII, 17 (FF 348).
[3] Cf. Celano, Vita Seconda, V, 9 (FF 592).
[4] Cf. Celano, Vita prima, III, 7 (FF, 331).
[5] Bihhmeyer – Tuckle, II, p. 239.
[6] Leyenda de los tres compañeros, VIII.
[7] Leyenda Perusina 114.
[8] Segunda Regla, cap. II.
[9] Congar, op. cit. pp. 177 ss.
[10] Doroteo de Gaza, Obras espirituales, I,20 (SCh 92, p.177).
 


sábado, 7 de junio de 2014

El pecado en el cine (I)

El objetivo de esta lección es presentar el modo en el que la literatura y el cine del s. XX y de este arranque del s. XXI han tratado el tema del mal moral y del pecado. La reflexión de los grandes escritores y cineastas, el modo que tienen de plantear el bloqueo que produce el mal en las historias, y la manera narrativa de intentar encontrar una salida, ofrecen una luz significativa para entender cuál es el problema de las conciencias de hoy, qué dudas y preguntas plantean, y qué tipo de respuestas pueden necesitar.
1. Si repasamos la literatura y el cine de este período, comprobamos que el problema del pecado se encuentra sorprendentemente presente, teniendo en cuenta los presupuestos modernos que parecen haberse impuesto en la cultura actual. El rechazo de la noción de pecado, entendida como algo que degrada al hombre y lo vuelve dependiente de una Redención que viene de fuera, de un Dios que resulta alienante para el ser humano, ha tenido como efecto no buscado una reaparición de este tema cristiano, pero presentado de una manera deformada y empobrecida: como sentimiento de culpa.
2. A la hora de presentar este sentimiento de culpa, la literatura y el cine recurren a unas imágenes y símbolos que no obedecen, al menos en bastantes casos, a un simple recurso narrativo, sino que traslucen una experiencia profunda, aunque tal vez inconsciente. Y si uno presta atención, encuentra que estos símbolos encarnan unos significados concretos, representan la condensación de un largo vivir (más que de un largo pensar): constituyen la expresión imaginativa de un conjunto de experiencias aún no del todo razonadas. No hay que olvidar que los símbolos se mueven en el campo de la espontaneidad prerreflexiva, pero no por eso carecen de sentido; es más, constituyen un buen fundamento para toda reflexión posterior. De ahí que los símbolos puedan generar en el público una mentalidad y unas actitudes ante la vida.
3. En los relatos contemporáneos, el sentimiento de culpa aparece casi siempre bajo el símbolo de la mancha; es decir, es presentado bajo una forma arcaica. Esta manera de experimentar la culpa, muy extendida en una cultura de raíces puritanas (tan aficionada a los detergentes), trae consigo inquietantes consecuencias. Para ilustrar esta afirmación, podemos recurrir a una película con un título significativo: Sin perdón, de Clint Eastwood (1991).
El supuesto héroe de Sin perdón se llama William Munny. Fue un pistolero, asesino peligroso, borracho de mal carácter, capaz de matar a un hombre casi sin motivo. Once años atrás se casó (inexplicablemente) con una mujer angelical que le cambió la vida, y ahora es un pacífico granjero que cuida de sus dos hijos. Desde que ella murió hace tres años, él persevera en el bien por fidelidad a la memoria de su mujer, y por sus hijos. Pero la mancha del pasado (o más en concreto, de su mal carácter) sigue en él. De hecho, Munny entra en escena cuidando unos cerdos enfermos, manchado de inmundicia, cayendo una y otra vez en el fango. Un día, un joven pistolero viene a buscarle (representando la voz del pasado) para que se asocie con él con el fin de eliminar a dos vaqueros y así cobrar una importante recompensa.
Munny y su joven socio acaban matando a sangre fría a los dos vaqueros. Pero la escalada de violencia no se detiene, y Munny, llevado por su carácter y por el afán de vengar la muerte de un amigo (al que él mismo ha metido en el negocio), acaba matando al sheriff y a sus ayudantes. Durante toda la película, ha procurado olvidar su pasado, se repite a sí mismo que este será su último trabajo de pistolero, que lo hace para costear la educación de sus hijos, y afirma una y otra vez que él ya no es el de antes. Pero al final, el joven pistolero, arrepentido de las muertes, se marcha dejándole toda la recompensa, y le acusa de que continúa siendo el mismo asesino de siempre.
Nos encontramos aquí con todo el simbolismo de la mancha. La mancha se experimenta como algo real, externo, que infecta y contamina por contacto. Munny siempre está sucio y manchado, se cae una y otra vez del caballo, cree que todo lo malo que le sucede es un castigo por sus crueldades (hasta los animales le rechazan), y ni la misma lluvia torrencial es capaz de limpiarlo. Esa mancha parece imborrable: su mal carácter sigue estando ahí; sólo la bondad de su mujer lo mantuvo a raya durante unos años.

Ante la mancha, se experimenta un terror: el terror a ser reprobado, marginado como impuro. Es el miedo que él siente ante la memoria de su mujer. Pero la mancha no es algo que se queda sólo en la persona: es algo que mancha todo lo que le rodea. De alguna manera, el ser humano es un factor contaminante (afirmación tan presente en el ecologismo) que introduce un desorden en el mundo. Y genera tristeza. Todo se va corrompiendo a su alrededor (en el fondo, él ha sido el causante de la muerte de su amigo), y todo intento de restablecer el orden perdido no hace más que empeorar la situación.