miércoles, 28 de septiembre de 2016

Más allá del feminismo

 ¿Hay mujeres más allá del feminismo? De la lucha por la igualdad al transhumanismo /posthumanismo

María Caballero Wangüemert. Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla.

“Libertad y autonomía, las dos marcas del ADN mo­derno, están detrás del imaginario sentimental mas­culino y femenino”


En los dos últimos siglos, las mujeres han protago­nizado una auténtica revolución social de alcance in­calculable a partir de sus reivindicaciones en pro de la incorporación a la sociedad como ciudadanas: el trabajo profesional remunerado y el derecho al voto al nivel de los varones han sido la punta de lanza de un proceso que generó cambios a todos los niveles. Un proceso aún abierto y en debate, con incidencias tanto en la esfera pública como en la privada.
Un fenómeno que muchos denominaron Feminismo en singular y que, a día de hoy, es definitivamente plu­ral. Y mucho más complejo de lo que ciertos medios se empeñan en airear. Hay demasiada bibliografía redundante y simplificadora al respecto. Y se repiten fórmulas cercanas al sufragismo decimonónico, al Se­gundo sexo (1949), de Beauvoir, o a los movimientos sesentayochistas ya trasnochados. Hoy se impone una revisión ponderada y “científica” de los Feminismos, para superar el toque reduccionista del ambiente, a veces muy ideologizado, que ha tocado fondo.

La historia del proceso ha sido relatada. No en vano, la bibliografía crece día a día, desde los volúme­nes que recogen los primeros manifiestos en pro del pensamiento igualitario y sus protagonistas (Martín Gamero, 2002; Durán, 1993), hasta las antologías y estudios sobre el feminismo español (Scandon, 2002; Vollendorf, 2005; Johnson y Zubiarre, 2012; Caballé, 2013) y su lenta conquista de derechos. La reivindica­ción que aúna a todos, más allá de las diferencias, es siempre la cultura, el derecho de la mujer a formarse, el reconocimiento de su especificidad (Flecha, 1996; Montero, 2013). Ser personas es una cruzada contra la ignorancia ya en el periodismo y la política del XIX. En realidad, desde siglos antiguos en que con algunas excepciones como la famosa Christine de Pizan, laica y madre de familia, podría hablarse de un protofemi­nismo conventual: paradójicamente la investigación rescata los conventos como espacios de libertad y cultura femenina, ligados a una visión cristiana de la historia, que puso en marcha bibliotecas y universida­des y practicó un humanismo de ese tenor (Anderson y Zinser, 2007). Como también incide en “los oríge­nes ilustrados de la vindicación igualitarista” (Beltrán et al., 2001) que devuelve a la Europa de los salones y el prerromanticismo los orígenes de movimientos emancipatorios, a partir de la reflexión filosófico/ polí­tica sobre la mujer. Con algunas sorpresas poco a poco conocidas: por ejemplo, un Rousseau que excluye a las mujeres como sujeto de ciudadanía, avalando la desigualdad “natural entre hombres y mujeres”. Algoque remite al propio Aristóteles. Frente a él, la deno­minada “Ilustración consecuente” (Condorcet, Stuart Mill, Mary Wollstonecraft…) atenta a reivindicaciones que se articulan en torno al derecho a la educación, voto, trabajo… y empeñada en el reconocimiento de la capacidad de elección racional de los individuos, aplicada también a las mujeres en tanto que sujetos racionales y autónomos.

Toda la bibliografía reitera, con matices y enfoques com­plementarios, las conocidas tres olas de un feminismo
esencialmente positivo y necesario, puesto que du­rante siglos, las mujeres de Occidente no fueron con­sideradas plenamente humanas. Esta injusticia, que nos parece difícil de aceptar si contemplamos desde el presente a los países de nuestro entorno, es des­graciadamente todavía una realidad en muchas par­tes del mundo” (Vidal Rodà, 2015, p. 37).
Sobre ese mundo del patriarcado, tan maniqueo en su confrontación del hombre (cultura) y la mujer (naturaleza), que olvida hasta qué punto… “naturaleza y libertad se implican mutuamente y se reclaman ne­cesariamente, por lo que no hay contraposición entre naturaleza y cultura: la persona, para desarrollar su naturaleza, incluso a nivel biológico, precisa la cultura” (Llanes Bermejo, 2010, p. 63); hasta el punto de que no cabe una descripción de la naturaleza humana que no asuma ya las categorías culturales y éticas… Sobre ese mundo del patriarcado –decía- se abaten las famosas tres olas: el sufragismo decimonónico, muy centrado en el voto y la educación femenina; el feminismo de la igualdad, que teñirá el siglo XX de reivindicación se­xual y política, culminando en el 68; y una tercera ola, que se abre en los noventa del pasado siglo, e intenta salir al paso de los desajustes provocados, con eslóga­nes como ecofeminismo o feminismo de la diferencia.

En el medio y a partir de los setenta, comienza a difundirse la ideología de género, hoy omnipresente en el discurso antropológico, social, legal y político. Un nuevo paradigma que disuelve la tradicional ima­gen del ser humano en cuanto persona, como unidad sexuada (cuerpo y espíritu) que en la Europa cristia­na tuvo su aval en el doble relato de la creación del Génesis: varón y mujer serían dos modos distintos y complementarios de encarnar ese “ser persona”. Así lo ha recordado Juan Pablo II en sus homilías sobre la teología del cuerpo (1995) y en su Carta a las mu­jeres: “Femineidad y masculinidad son entre sí com­plementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Solo gracias a la dualidad de lo masculino y de lo femenino, lo humano se realiza plenamente” (1996, p. 38). E incluso -una afirmación fuerte- en cada unión conyugal “se renueva, en cierto modo, el misterio de la creación en toda su profundi­dad originaria y fuerza vital” (1995, p. 81). Ello supone que la masculinidad o feminidad se extiende a todos los ámbitos de su ser: algo estudiado por la ciencia en libros como Cerebro de mujer, cerebro de varón, de López Moratalla (2009).

Por el contrario, la ideología de género disocia sexo (lo biológico) y género (la construcción cultural), y subvierte los roles tradicionalmente asignados a hom­bres y mujeres. De modo que se fragmenta, cae rota en pedazos esa imagen armónica en que ambos as­pectos al unísono conforman su identidad masculina o femenina, reflejo de la realidad antropológica del ser humano, que no es solo biología ni solo cultura, sino una compleja integración de múltiples factores.
El resultado no se hace esperar: si el ser humano nace sexualmente neutro, su identidad sexual es un mero dato anatómico sin trascendencia antropológica algu­na… dependerá de la voluntad del sujeto (Butler, 1990; Butler, 2003). Y la estructura dual masculino/ femenino pierde su razón de ser, suplantada por la homosexuali­dad, el pansexualismo, lo queer… o lo transexual. Aho­ra, entre líneas se desliza una propuesta muy fuerte, que rompe el modelo femenino de siglos dependiente de la biología y las costumbres. Una propuesta que so­pesa pros y contras en libros como ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, premio Anagrama de Ensayo 2015, en que su autora considera la identidad femenina como un travesti, una percha de usar y cambiar según intereses y situaciones. Para concluir con afirmaciones tan arriesgadas como… “la existencia latente de un de­seo colectivo de flexibilizar la expresión personal de la identidad de género” (Soley-Beltran, 2015, p. 183). ¿No será, más bien –es la apuesta de Rocío Arana en su artículo sobre moda y blogs-, que todavía existe un resto de sentido común en la sociedad y en mujeres que se saben más que manipuladas y defienden la alte­ridad sexual (Calvo Charro, 2013)? ¿Y que en absoluto puede hablarse de ese supuesto y mayoritario “deseo transgenérico latente”, a pesar de que la publicidad y la moda a partir del 2010 fuercen un cierto gusto por la denominada identidad transversal en actuaciones pun­tuales y minoritarias como las del modelo Andrej Pejic, que pasó de un campo de refugiados serbio a las porta­das de Citizen K travestido de mujer? ¿O la de Hari Nef, fichado por la agencia IMG Models como primer mo­delo transexual? A este deseo de visibilizar personajes transgenéricos se ha sumado recientemente el cine (La chica danesa, 2015, T. Hooper).

Sea como fuere el alcance del asunto, las conse­cuencias van mucho más lejos de la pretendida liber­tad sexual de hippies y sesentayochistas. Desde hace décadas, la diferenciación sexual ha venido sopor­tando una progresiva erosión jurídica y sociocultural (Durán, 2007; Elósegui, 2011). A largo plazo, de aquí arranca una revolución que culmina en el transhu­manismo y/ o posthumanismo: la vida humana no es algo excepcional, puede manipularse tanto en la línea de emanciparse cada vez más del cuerpo (lo bio­lógico, la naturaleza), como en la de ir construyendo híbridos entre el organismo y las máquinas (Cortina y Serra, 2016). Ya en su día, el manifiesto Cyborg de Dora Haraway (1985/2000) llevó a plantearse si exis­te una diferencia ontológica entre el ser humano y la máquina; diferencia defendida por una mayoría. Y ya no estamos hablando solo de mujeres, ni siquiera de hombres y mujeres…
El asunto es complejo y fascinante, más allá de Matrix y otras imágenes a las que el cine nos ha ido acostumbrando. De hecho, sigue generando debates y congresos como el que recientemente coordinaron Albert Cortina y Miquel-Ángel Serra en la Universidad internacional Menéndez Pelayo (UIMP), cuyas actas se publicaron bajo el título Humanidad. Desafíos éti­cos de las tecnologías emergentes (2016). En este li­bro, Cortina glosa y traduce el artículo “A history of transhumanist thought” (2005) escrito por el filósofo Nick Bostrom, del grupo de Oxford, quien ha definido transhumanismo como
un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades fí­sicas y cognitivas de la especie humana, y aplicar al hombre las nuevas tecnologías, a fin de que se pue­dan eliminar los aspectos no deseados y no necesa­rios de la condición humana: el padecimiento, la en­fermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal (Cortina, 2016, p. 51) .

Relato que apunta hacia una sociedad ideal, una nueva utopía; pero que oculta la búsqueda de rendi­miento en una sociedad capitalista, lo que conllevaría agresivas desigualdades entre los seres humanos. El debate, a nivel ontológico y ético, se plantea cuan­do las injerencias tecnológicas alteran la naturaleza más íntima del ser humano, su propia identidad. ¿Es el hombre algo distinto a una máquina? ¿Hasta qué punto tiene derecho a manipular a sus congéneres?
La liberalización de esta clase de prácticas podría ge­nerar graves discriminaciones genéticas y biotecnoló­gicas entre grupos de seres humanos y la introducción de singularidades modificadas biotecnológicamente, tanto en las personas como en otros seres vivos –ve­getales y animales- podría alterar la lógica y el equili­brio de los ecosistemas (Torralba, 2016, p. 152).

Si he sintetizado de modo abrupto esa empinada pendiente por la que parece irse despeñando el ser humano (tanto varón como mujer) es para mostrar el talante y las preocupaciones de quienes elaboramos este libro.
Porque podría objetarse ¿no íbamos a abordar el debate siempre vigente de los derechos femeninos, de la igualdad entre hombres y mujeres… y tantas otras cuestiones que, en definitiva, es lo que se pro­pusieron los diversos feminismos? Sí y no: sí, pero eso es insuficiente para entender el calado del problema. Hay quien opina (habrá muchas manos alzadas en contra) que, a comienzos del siglo XXI y en la sociedad occidental, la mujer ya consiguió la igualdad “formal” (legal) de oportunidades. Y exhiben logros como la fe­minización de las fuerzas armadas en España (Álvarez Terán, 2014) ¿De verdad es así en nuestro privilegiado mundo occidental, en cuyos márgenes nos estamos moviendo en este libro? “Hecha la ley, hecha la tram­pa” –dice el viejo refrán-. Y por ello, tantas mujeres hablan desde su experiencia de “trabas sutiles”, rei­terando una y otra vez una metáfora, ya manida pero en su origen transparente contra la que se estrellan sus expectativas: ¿siguen funcionando los techos de cristal? Porque la ideología de género partía del plan­teamiento maniqueo de que el poder lo sustentaba el varón y la mujer reclamaba su parte del pastel. Y de ahí tantos estudios sobre el asalto femenino al poder, la lenta incorporación de la mujer al trabajo y los rea­justes problemáticos que acarrea una vez conseguido, el derecho al voto y otras “libertades” plasmadas en las sucesivas leyes Orgánicas de Igualdad de los esta­dos europeos, o en la labor de los Institutos de la Mu­jer, siempre vigilantes. Por no hablar de que todavía en los 2000 se considera necesario crear asociaciones como AMIT, Redes de género y otros medios de seguir forzando los temibles techos de cristal.

¿Cuál es el objetivo de tanta actividad? Visibilizar a la mujer en un mundo masculino. Porque, seamos objeti­vos, el feminismo de igualdad permitió a la mujer acce­der a un mundo cuyas estructuras seculares eran mas­culinas. Y le dijo “adáptate”. Beauvoir nos convenció de que para lograrlo, la maternidad era un lastre, una cárcel. Lo cierto es que, desde la década del sesenta, los medios incluidos cine (Casas, 2015) y literatura pu­sieron el dedo en la llaga: la insostenible doble jornada laboral de unas mujeres obligadas a ser super womans y cada vez más conscientes de lo que en otro libro denominé las trampas de la emancipación (Caballero Wangüemert, 2012). En efecto, transcurridas varias décadas, afloran las insatisfacciones, siempre paradó­jicas: por un lado, las de quienes consideran fracasadas las pretensiones de la ideología de género, una herra­mienta que se vendió como la panacea y ha quedado corta. Por otro, las de ciertas plataformas alternativas como la española de Profesionales por la Ética o la Plataforma Global Women of The World Global Plat­form en contra de esta ideología, “un nuevo dogma ideológico de la izquierda política”, a la que acusan de desvirtuar la esencia femenina sin mostrar alternativas válidas, y con unos lastres (violencia doméstica y otros) demasiado altos y en progresión creciente.

Con objeto de paliar tantos límites surgió el ecofe­minismo, el feminismo de la diferencia que buscó y sigue buscando una vía alternativa capaz de conciliar la especificidad femenina con su integración profe­sional y social. No sin críticas por parte de las viejas feministas de la igualdad que temen se trate de una involución, una manera de encubrir la denominada “mística de la femineidad”, tan airadamente denun­ciada por Friedman en los setenta. Más peligrosa e involucionista parece la vuelta a la naturaleza repre­sentada por Puleo y otras ecofeministas (2011) que acaban considerando los modelos animales como es­pejos de la realidad social. ¿Equiparar sus derechos a los de ciertos chimpancés? Para ese viaje no hubiera necesitado alforjas, las alforjas de tantos siglos, una mujer incapaz de ilusionarse con esa perspectiva (aunque los derechos animales sean prioritarios en nuestras sociedades occidentales y el tema del eco­logismo preocupe incluso a la jerarquía de la Iglesia Católica: como testimonio, Laudato si (2015), en que el Papa Francisco se suma al coro de las advertencias por el deterioro del medio ambiente, no sin apostar después por una “ecología integral” que salvaguarde al hombre, cumbre de la creación).
¿Hay alternativas? ¿Tal vez solo construir un mundo de y para mujeres? ¿Hay mujeres más allá de tantos feminismos? Y ¿qué papel deben jugar los varones en el siglo XXI? La discusión está sobre el tapete… ¿No será que en la sociedad liberal, altamente compe­titiva, la cuestión debería plantearse de otro modo, en otros parámetros? Ya no tiene sentido, a pesar de su diversidad, enfrentar hombres y mujeres, en una actitud maniquea cada vez más superada. Más bien, habría que hablar de solteros y casados o, con más propiedad, de personas que tienen obligaciones a su cargo o no. Porque ese ha sido el lastre de algunas mujeres por herencia de siglos: la familia, la casa… Mientras que a la mujer se le siga exigiendo implícita­mente una doble tarea (en y fuera del hogar, con todo lo que ello conlleva, no solo la maternidad), el asunto sigue abocado hacia un callejón sin salida.
En esta tesitura, el modelo de corresponsabilidad social a partir de la “ética del cuidado” (Aparisi), ha­bitualmente asignada a lo femenino, se ofrece como un estrecho pasillo hacia una nueva civilización. Toda­vía en pañales, titubeante, tal vez sea un medio de armonizar trabajo y familia (en el sentido más amplio y rompedor de ambos). Si hace tiempo se levantó la bandera de “lo privado es público” tal vez también se pueda volver la oración por pasiva: “lo público es pri­vado”, e involucrar a agencias y estados. Hay quien se atrevió con el desafío de que… “la mejor culminación del feminismo es un viaje de destinos entrecruzados. El viaje de las mujeres al desempeño de los talentos en la vida social, y el viaje de la incorporación de los hombres a las tareas del cuidado” (Vidal Rodà, 2015, p. 129). El guante está lanzado… Y no vendría mal ge­nerar toda una política de apoyos ahora que la crisis está impulsando a las mujeres a dedicarle más tiempo a ese tipo de cuestiones, frente a un trabajo profesio­nal fuera del hogar escaso y mal pagado. Algo sobre lo que reflexionan mujeres como la filósofa francesa Badinter, muy de moda como “disidente” de los viejos feminismos (Abad).
El propósito de este libro fue reunir un grupo de especialistas que abordara el proceso de transfor­mación de la mujer desde una doble perspectiva: la historia (cuál ha sido la evolución del tema) y el mo­mento actual: ¿hay mujeres más allá del feminismo? ¿Hablamos de “mujer” o “mujeres”? ¿Por dónde van los derroteros de los viejos feminismos? ¿Qué pro­puestas alternativas (nuevos problemas, nuevos ro­les...) podrían hacerse? Y todo ello desde la filosofía, la historia, la teología, la ciencia, la literatura, el cine, la moda… de modo que el producto final de la investi­gación, un libro, se haga eco de la pluralidad de voces femeninas (o masculinas), que reflexionan sobre mu­jer, familia, sociedad… No con la pretensión de dar re­cetas, ni soluciones comunes en la estela de los viejos esencialismos; sí con el deseo de iluminar nuevas vías, convencidas de que el asunto lo merece.
Por ello, la primera parte repasa históricamente el asalto a la universidad de la mujer española en el pri­mer tercio del siglo XX (Mercedes Montero) y la pos­terior integración en estructuras como el Consejo Su­perior de Investigaciones Científicas (Caballero), que representa un hito en la escalada femenina hacia el trabajo y la visibilización social. En el medio recuerda mujeres escritoras que, si bien de modo minoritario, desde el XVII hasta nuestro siglo reivindicaron un lu­gar en la sociedad a través de su pluma (Oviedo).
La segunda parte intenta bucear en el misterio fe­menino per se y en su figura en sociedad: la identidad femenina desde la filosofía y en función de algunos cambios en los modos de vida de la mujer que alcan­zan a toda la condición humana (Flamarique). Aborda, a continuación, la persona femenina desde la teología, a partir de una pregunta que no deja de ser atrevida: si la mujer es y de qué modo imagen de Dios (Castilla de Cortázar). Para continuar poniendo sobre el tapete los modelos de discursos de género y el auge del mo­delo de la corresponsabilidad (Aparisi), o la incidencia de un ecologismo personalista e integral (Bel Bravo).
Por fin, la última parte se hace eco de los medios: moda y blogs como modelos femeninos en los que se plasman múltiples paradojas (Arana); el cine que muestra los nuevos roles, la desintegración familiar pero también una nueva apuesta por ese núcleo fun­damental en la sociedad (Caballero)… o hasta qué punto es la lengua o el uso lo que invisibiliza a la mujer (Márquez). Para terminar mostrando las fisuras de los sucesivos feminismos en esa incipiente (o no tan inci­piente) cuarta ola de “disidentes y visionarias” (Abad).
Se imponen los agradecimientos, en primer lugar al Consejo Superior de Investigaciones Científicas en la persona de Alfonso Carrascosa, quien consideró el asunto de suficiente entidad como para darle cabida en un órgano tan prestigioso como Arbor. Y muy since­ramente a las colaboradoras, universitarias plurales, con distintos perfiles y dedicaciones, pero compro­metidas con la mujer y el hombre contemporáneo en lo que es un reto apasionante: aportar su granito de arena para construir la sociedad de hoy y del mañana.

BIBLIOGRAFÍA
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martes, 27 de septiembre de 2016

La belleza fantasma

La belleza fantasma y sus víctimas

Emilio García-Sánchez
Profesor de Bioética en Ciencias de la Salud
Universidad CEU Cardenal Herrera

Actualmente la belleza se asocia a lo pulido y limpio, a lo transparente y lo que no daña. Una belleza perfecta y mitológica que emite solo positividad y provoca un constante “me gusta”.  Algunos aseguran que la belleza es salud pero con dosis de hedonismo, pánico al dolor y exaltación del bienestar y la higiene corporal. En la belleza pulida no hay ninguna culpa. Es puro optimismo fisonómico que no exige cambiar nada de la propia vida, nada que mejorar. Alcanzar esa belleza te hace sentirte incuestionable – invulnerable- social, laboral, sexualmente, etc. Es vivir cada día en el mito de Narciso. Cualquier observador –y uno mismo al contemplarse-  ha de poder expresar siempre un gran ¡woooow! Parece una belleza infantiloide, banal, porque no hay profundidad, no hay más allá porque no hay distancia. Nunca se encuentra al otro sino solo uno a sí mismo. La belleza espejo – abrillantada- elimina la alteridad porque uno busca el propio placer de vivir su propia historia y su propio cuerpo.

Desde la belleza fantasma lo “feo”, lo “viejo” y lo “gordo” resultan patológicos. Provocan rechazo y emiten negatividad. Dejan una herida. Lo deforme, la arruga y la grasa son lo antiestético. Transgreden lo bello, -el mito-  desprendiendo un olor a algo descompuesto en un ambiente satinado y balsámico, altamente seductor. Hoy día lo separado del icono de la belleza normativa se asocia a una cierta degeneración, algo más bien sucio y antihigiénico.

Algunos, cuando etiquetan a personas como supuestamente  “gordas” y gordos”, “feas y feos”,  “poco arregladas/os”, pretenden convertirlos en los estéticamente ilegítimos. Los clasifican como “los otros”, individuos no normales que dan la sensación de desprender una cierta impureza. En cerebros de mujeres y hombres se impacta sistemáticamente la idea de que su valor esencial depende mucho de su capacidad de adelgazar y de embellecerse. Pero alcanzar cuerpos y torsos puros y lisos exige la dependencia de la depilación láser, las liposucciones y abdominoplastias, dietas extremas y gimnasios, etc. La belleza fantasma hay que mantenerla al día para no romper su hechizo y evitar que se estampe contra la realidad. Requiere tiempo, atención, dinero. Exige ir retirando los obstáculos porque la belleza para que sea belleza ha de bruñirse, redondearse, lisarse….con crema y bisturí.

Lo pudoroso y discreto se ha sustituido por la transparencia estética. Lo secreto y  el doble fondo se vuelven impúdicos en un mundo de nitidez total. La intimidad ha sido suplantada por la extimidad, y la ropa interior se lleva por fuera o no se lleva. Ahora, la información corporal, los datos estéticos personales cuanto más visibles mejor se comunican, mejor se transfieren y se consumen. Nada que ocultar. Todo a la vista para ser observados en el gran teatro estético del mundo. Y todo expuesto y accesible en una sociedad cosmetizada que ejerce una constante vigilancia sobre nuestros cuerpos.

La belleza corporal se ha convertido en un escaparate de comunicación directa. Hay que conseguir que no haya nada que interpretar al contemplarla, que no haya lugar al pensamiento. Como dice Chul Han esa belleza provoca un imperativo táctil de palparla y lamerla, incita al touch. Paradójicamente no se para de hablar de una belleza que no existe. Asistimos a una crisis de la experiencia estética. Sirva de muestra dos trending topic: el trasero de Kim Kardashian y los calzoncillos de Cristiano Ronaldo. Más de 50 millones de seguidores en Instagram, millones de me gusta y de me encanta.  En una sociedad así no hay lugar a la experiencia de lo bello porque la exhaustiva visibilidad del objeto destruye la mirada contemplativa. La belleza pornográfica anula lo imaginario y no ofrece nada para ver…solo incita al touch. Se trata de una información estética carente de interioridad que procede de un emisor reducido a partes anatómicas, vacío, desnutrido existencialmente o inflado muscularmente, sin apenas resistencias, un cuerpo dócil. Del erotismo sucio se ha pasado a una pornografía pulida y supuestamente limpia.

Para elaborar un juicio estético verdadero resulta necesaria la distancia contemplativa. Afirmaba Hegel que el arte solo es arte si tiene un sentido al mirarlo. Y el sentido de lo bello se alcanza con hondura a través del oído y la vista.  En cambio, con el gusto, el olfato y el tacto, el sentido de lo bello se agota en el ¡wow!, en el simple me gusta. La belleza irreal se convierte en lo degustable y consumible. Si fuera real y verdadera transportaría a la mística, engendraría interioridad trascendente.
La new age del cuerpo –bodybuilding- y algunos sectores empresariales de la moda han encerrado la belleza entre el musculo y el sexo.  Difunden que vivir la belleza con mayor plenitud no es posible sin experimentar intensamente la condición carnal sobre uno mismo. Hipertrofian el valor sexual de la belleza reduciéndola a la mera producción de placer y a una celebración sensitiva intrascendente.

Al final algunas consecuencias de esta belleza imposible son preocupantes para la salud pública. Aumentan las colas en ambulatorios y clínicas para tratar anorexias/bulimias, vigorexias, dismorfias, depresiones, alteraciones  postoperatorias de cirugías estéticas…tristes desequilibrios fruto de la obsesión por una belleza virtual. Se entiende que muchos de “los otros” –prefieran seguir siéndolo para no ver hipotecada su salud y su felicidad.

Esta belleza tan publicitada se parece mucho a una pompa de jabón, hecha de aire y vacío, ingrávida. Transmite una sensación de perfección y de fantasía pero es solo superficie frágil. Tocas y explota en mil átomos acuosos. Dura muy poco, un instante: una pompa fúnebre aunque perfumada.


La mayor corrupción de la belleza consiste en generar mujeres y hombres frustrados y fracasados que han sido rechazados por no poseer un físico acorde con un ideal estético dominante e inalcanzable para la mayoría de la humanidad. El resultado de proponer modelos de belleza espectaculares – fantasmas-  es inhumano porque condena a la desesperación a muchos que los contemplan. Deberíamos frenar este falso mito de la belleza generador de un nuevo tipo de vulnerables: el vulnerable estético.

lunes, 18 de julio de 2016

Pluralismo y respeto al discrepante

Pluralismo y respeto al discrepante como exigencias éticas de la política
Jesús Ballesteros, Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política, Universitat de Valencia. ("Las Provincias, 17.07.2016)


En 2016 se cumple el 2.400 aniversario del nacimiento de Aristóteles.  Difícilmente se puede encontrar un autor mejor para recuperar la dignidad perdida de la política, frente a su fagocitación actual por la economía y las finanzas. Para él, la crematística al por mayor, en la que el dinero trata de producir dinero es una actividad degradante. Solo sería lícita para él la crematística al por menor, en el que el dinero está al servicio del comercio de mercancías. Pero por encima de ella se sitúa la economía, como relación persona-cosa, que persigue la satisfacción de necesidades humanas cotidianas, como la comida, el vestido o la vivienda, y que debe estar a su vez subordinada a la política, como relación persona-persona, que busca la excelencia.
Sin duda reestructurar las relaciones sociales en el sentido indicado por Aristóteles nos haría superar la crisis actual. Pero ahora quiero referirme a otro punto central de su pensamiento, el de la necesidad de la amistad en política. Naturalmente esta amistad no se refiere al enchufismo y la corrupción, que tanto abunda en la realidad actual, sino a la necesidad de excluir los odios y las enemistades personales en la política.

Esta falta de un mínimo de simpatía mutua entre los dirigentes ha sido la causa principal de la repetición de elecciones en España, un hecho insólito que pone de relieve la bajísima calidad de nuestros políticos. En efecto, el mensaje tanto del 20 de diciembre como del 26 de junio constituyen una clara indicación de la necesidad de diálogo para poder conformar un gobierno que haga frente a las principales inquietudes de los españoles, el paro, la corrupción, la crisis económica, la igualdad, la solidaridad interterritorial, así como el respeto a las creencias y a la libertad de las conciencias.

Los debates televisados en una y otra campaña han mostrado una escasísima capacidad crítica en relación con los defectos propios de cada partido y una arrogancia considerable al juzgar los defectos de los otros así como una defensa del  antiguo principio de no muy grato recuerdo  de que el “jefe no se equivoca nunca”.
A esta carencia de democracia interna va unida lógicamente la carencia de verdadero pluralismo. En efecto, se acepta de modo generalizado que el pluralismo, la diversidad de voces, es el elemento primordial de la auténtica política, lo que hace de ella el antídoto contra la opresión y el totalitarismo. De suyo, nuestra Constitución le considera uno de los principios rectores del ordenamiento jurídico. Sin embargo el pluralismo me parece uno de los elementos más ausentes del panorama político. En efecto en él aparecen demasiadas líneas rojas que impiden el libre discurrir de la pluralidad de opciones. Una de las más notables se refiere a la falta de cuestionamiento por la casi totalidad de los partidos políticos del problema de la deuda, el planteamiento de si en el monto total de la deuda, que por lo que se refiere al Estado español, ya está en 100% del PIB, no han existido componentes claros de ilegitimidad, la que se lleva a cabo por especuladores que recurren a los CDS, sin haber comprado bonos del Estado; CDS, que son responsables directos de la subida de la prima de la riesgo, y por tanto de la subida de los intereses de la deuda española en relación con la deuda alemana, que sirve de paradigma en el mundo europeo. Hay motivos suficientes para creer que este aumento de los intereses ha incrementado notablemente la cuantía de la deuda, y de que el procedimiento empleado es manifiestamente ilegitimo. Cuestionar este porcentaje de la deuda es importante porque contribuiría a aligerar los recortes que han reducido drásticamente los derechos sociales en áreas tan básicas como la sanidad o la educación. Del mismo modo se tiende a presentar como propio exclusivamente de extremistas el   replantear la actual organización de la Unión Europea basada en la división entre países beneficiarios del euro, los vinculados al anterior área del marco, y países perjudicados, el resto, que corresponde a los despectivamente llamados PIGS.  Solo este cuestionamiento podrá evitar la disolución de la Unión Europea, por su escasa solidaridad ante las “distintas velocidades” del proceso de integración. Resulta sintomático que el FMI haya advertido recientemente a Bruselas acerca de la necesidad de una menor insensibilidad con los problemas de Grecia. Estas  líneas rojas están trazadas por los gestores del capitalismo financiero, titulares del poder planetario, que no sin razón tantos estudiosos como Zymunt Bauman, han considerado que secuestra la política y la democracia en el presente.

Del mismo modo existe otra línea roja que prácticamente nadie se atreve a traspasar, en relación con la protección del embrión humano, al que deberíamos considerar uno de nosotros, porque todos hemos pasado por esa etapa hace más o menos tiempo. En este caso podría pensarse que la línea roja está trazada desde otros ámbitos, los defensores del hedonismo y de la primacía antifreudiana del placer sobre la realidad, pero en el fondo la raíz del desprecio a los derechos del embrión procede sobre todo de la industria biotecnológica, y en concreto de las técnicas de la reproducción artificial. En efecto esta industria que levanta miles de millones de dólares/euros en el mundo se basa en la consideración de que el embrión es un simple material de trabajo que puede ser utilizado al servicio del deseo de la paternidad, aunque ésta se produzca con la eliminación de los hermanos de los nuevos hijos.  Por tanto se trata en el fondo del mismo núcleo de poder que considera sagrado el pago de las deudas sin discriminación alguna, es decir del poder tecnológico/financiero que desde La City, Wall Street o Sillicon Valley ha sustituido a la soberanía popular.

Defender el pluralismo político hoy es una y la misma cosa que limitar este poder planetario que nos impone también expulsar a los refugiados que se empeñan en cruzar nuestras fronteras, porque nuestros intereses han hecho invivible la existencia dentro de las fronteras de sus respectivos países. Como resumió magistralmente un niño ante las cámaras de TVE, “no queremos ir a Europa. Queremos vivir en paz en Siria”. Pero la paz en Siria depende bastante de lo que ha hecho, hace o haga Europa.



sábado, 26 de marzo de 2016

La ideología de género hace daño a los niños

La ideología de género hace daño a los niños
Declaración de la Asociación Americana de Pediatría sobre la ideología de género
21 de marzo de 2016.

El Colegio Americano de Pediatras urge a los educadores y legisladores a rechazar todas las políticas que condicionen a los niños para aceptar como normal una vida de suplantación química o quirúrgica de su sexo por el sexo opuesto. Son los hechos, y no la ideología, quienes determinan la realidad.

1. La sexualidad humana es un rasgo biológico objetivo binario: XY y XX son marcadores genéticos saludables, no los marcadores genéticos de un trastorno. La norma del diseño humano es ser concebido como hombre o como mujer. La sexualidad humana es binaria por definición, siendo su finalidad obvia la reproducción y crecimiento de nuestra especie. Este principio es evidente por sí mismo. Los extraordinariamente raros trastornos del desarrollo sexual, entre ellos la feminización testicular [o síndrome de insensibilidad de los andrógenos, n.n.] y la hiperplasia suprarrenal congénita, son desviaciones de la norma sexual binaria, todas ellas médicamente identificables y directamente admitidas como trastornos del diseño humano. Los individuos con trastornos del desarrollo sexual no constituyen un tercer sexo (1).

2. Nadie nace con un género. Todos nacemos con un sexo biológico. El género (la conciencia y sentimiento de uno mismo como hombre o mujer) es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo. Nadie nace con conciencia de sí mismo como hombre o mujer; esta conciencia se desarrolla con el tiempo y, como todos los procesos de desarrollo, puede desviarse a consecuencia de las percepciones subjetivas del niño, de sus relaciones y de sus experiencias adversas desde la infancia. Quienes se identifican como "sintiéndose del sexo opuesto" o como "algo intermedio" no con forman un tercer sexo. Siguen siendo hombres biológicos o mujeres biológicas (2),(3),(4).

3. La creencia de una persona de que él o ella es algo que no es constituye, en el mejor de los casos, un signo de pensamiento confuso. Cuando un niño biológicamente sano cree que es una niña, o una niña biológicamente sana cree que es un niño, existe un problema psicológico objetivo en la mente, no en el cuerpo, y debe ser tratado como tal.
Estos niños padecen disforia de género. La disforia de género, antes denominada trastorno de identidad de género, es un trastorno mental así reconocido en la más reciente edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V)(5). Las teorías psicodinámicas y de aprendizaje social sobre la disforia de género o trastorno de identidad de género nunca han sido refutadas (2),(4),(5).

4. La pubertad no es una enfermedad, y los bloqueadores hormonales pueden ser peligrosos. Reversibles o no, los bloqueadores hormonales inducen un estado de enfermedad -la ausencia de pubertad- e inhiben el crecimiento y la fertilidad en un niño que antes era biológicamente sano (6).

5. Según el DSM-V, hasta un 98% de niños con género confuso y hasta un 88% de niñas con género confuso aceptan finalmente su sexo biológico tras pasar la pubertad de forma natural (5).

6. Los niños que utilizan bloqueadores hormonales para reasignación de sexo necesitarán hormonas cruzadas al final de la adolescencia. Las hormonas cruzadas (testosterona y estrógenos) se asocian con riesgos para la salud, entre ellos hipertensión, coágulos de sangre, derrame cerebral y cáncer (7),(8),(9),(10).

7. Las tasas de suicidio son veinte veces mayores entre los adultos que utilizan hormonas cruzadas y sufren cirugía de reasignación de sexo, incluso en Suecia, que se encuentra entre los países con mayor respaldo LGBT (11). ¿Qué persona compasiva y razonable condenaría a ese destino a chicos jóvenes sabiendo que tras la pubertad hasta un 88% de las chicas y un 98% de los chicos aceptarán la realidad y alcanzarán un estado de salud física y mental?

8. Condicionar a los niños a creer que es normal estar toda la vida sustituyendo química y quirúrgicamente su propio sexo por el opuesto constituye un abuso infantil. Respaldar la discordancia de género como algo normal a través de la educación pública y de las políticas legales confundirá a hijos y padres, llevando a muchos niños a acudir a "clínicas de género" donde les administren fármacos bloqueadores hormonales. Esto, a su vez, virtualmente asegura que ellos "elegirán" recibir hormonas cruzadas cancerígenas o de un modo u otro tóxicas, y probablemente considerarán innecesariamente, cuando sean adultos jóvenes, la mutilación quirúrgica de sus órganos sanos.

Referencias:
(1) Consortium on the Management of Disorders of Sex Development, 
Clinical Guidelines for the Management of Disorders of Sex Development in Childhood, Intersex Society of North America, 25-3-2006.
(2) Kenneth J. Zucker y Susan J. Bradley, “Gender Identity and Psychosexual Disorders”, en Focus. The Journal of Lifelong Learning in Psychiatry, vol. III, nº 4, otoño de 2005 (págs. 598-617).
(3) Neil W. Whitehead, “Is Transsexuality biologically determined?”, en Triple Helix, otoño de 2000, págs. 6-8; véase también Neil W. Whitehead, “Twin Studies of Transsexuals” (descubre discordancias). 
(4) Sheila Jeffreys, Gender Hurts: A Feminist Analysis of the Politics of Transgenderism, Routledge, Nueva York, 2014, págs.1-35. 

(5) American Psychiatric Association, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 5ª edición, Arlington (Virginia), American Psychiatric Association, 2013 (págs. 451-459). Véase a partir de la página 455 los índices de persistencia de la disforia de género. [La cita se refiere a la edición norteamericana. 
Para la edición española, pincha aquí.]
(6) Wylie C. Hembree et al, "Endocrine treatment of transsexual persons: an Endocrine Society clinical practice guideline", en The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism,2009 (94), 9, págs. 3132-3154. 
(7) Michelle Forcier y Johanna Olson-Kennedy, “Overview of the management of gender nonconformity in children and adolescents”, en UpToDate, 4 de noviembre de 2015. 
(8) Eva Moore, Amy Wisniewski y Adrian Dobs, “Endocrine treatment of transsexual people: A review of treatment regimens, outcomes, and adverse effects”, en The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, 2003; 88(9), págs. 3467-3473.

(9) FDA (Federal and Drug Administration), 
comunicación sobre la seguridad de productos de la testosterona.
(10) Organización Mundial de la Salud, clasificación de los estrógenos como cancerígenos. 

(11) Cecilia Dhejne et al, “Long-Term Follow-Up of Transsexual Persons Undergoing Sex Reassignment Surgery: Cohort Study in Sweden”, en PLoS ONE, 2011, 6(2). Trabajo del departamento de Neurociencia Clínica, división de Psiquiatría, Instituto Karolinska, Estocolmo.