miércoles, 29 de abril de 2009

Nadal, ejemplo dentro y fuera de la pista

El tenista inspira un caso en el IESE como modelo de identificación y gestión del talento. Llegar a ser el número uno no es mera cuestión de suerte. Cristina Blas nos lo cuenta.

¿Qué tienen en común el tenista Rafael Nadal y una clase en una escuela de negocios en Nueva York? A primera vista podría pensarse que nada, pero un profesor del IESE, Santiago Álvarez de Mon, ha convertido la fulgurante trayectoria del deportista español más reconocido en un caso de estudio para los futuros líderes de los negocios, porque los valores sobre los que sustenta su carrera deportiva se pueden aplicar al mundo de la empresa. Así que se utilizará para las clases impartidas en España por la escuela, pero también en Nueva York, en Latinoamérica y en China.

Y es que los valores que han marcado su trayectoria son “universales”. Para los ejecutivos noveles es un ejemplo de cómo cultivar la disciplina, el sacrificio o la humildad para llegar a lo más alto y mantenerse ahí. Los más experimentados también pueden aprender “cómo plantearse el futuro en un cargo que tiene fecha de caducidad”.

Álvarez de Mon explica que los adjetivos que definen la personalidad de un deportista de élite y que se podrían aplicar a un alto ejecutivo son disciplina, constancia, energía y perseverancia. Antes de llegar a la cima, Rafa Nadal también perdió partidos, pero no tiró la toalla y consiguió su objetivo. “Hay que trabajar estas cualidades día a día”, insiste el experto.

El caso también hace referencia a la relación del mallorquín con el suizo Roger Federer. “Son dos caballeros que compiten de forma muy elegante”, señala Álvarez de Mon, lo que muestra una calidad humana más allá de la competitividad natural entre rivales.

De Nadal se pueden extraer diez lecciones clave para el mundo de la empresa:

1. Talento. Con talento se nace, pero también hay que desarrollarlo. Nadal empezó a jugar al tenis con cinco años y, desde el primer momento, tuvo la intuición de cómo se cogía una raqueta, pero comenzó con un duro entrenamiento que le ha llevado a ser el número uno con 22 años. Un directivo también debe tener unas características innatas, pero sin olvidar la formación y el desarrollo.

2. Carácter. El tenista español es un ejemplo de cómo un carácter fuerte y decidido puede llevarte hasta la cima. Como señala Álvarez de Mon, junto al talento es “el segundo motor de un tándem invencible”.

3. Aprendizaje. Porque un deportista de éxito nace y se hace, y lo mismo le ocurre a un directivo. En el deporte y en la empresa es necesario tener una relación natural con el error y estar dispuesto a aprender y a emprender. En Nadal, la técnica es una parte muy importante, pero no lo es menos su actitud de constante superación y su control mental.

4. Valores. Si hay algo en lo que coinciden medios de comunicación y analistas deportivos es que el Nadal persona es casi tan grande como el Nadal deportista, que ha ganado todo lo que se podía ganar. Antes de llegar a ser el número uno hay que trabajar valores como la humildad, para tener unas raíces sólidas que permitan afrontar tanto el éxito como el fracaso.

5. Equipo. El tenista juega solo normalmente, pero detrás tiene un gran equipo. En el caso de los ejecutivos y altos directivos, también es fundamental rodearse de un equipo capaz y motivado. “En la sociedad del poder, siempre hay compañía en la sombra”, aunque la última decisión la tome el líder. Y ya se sabe, el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano.

6. Mentalidad positiva. Este punto en época de crisis es más complicado, pero también más importante. Hay deportistas que pierden un partido antes de jugarlo, y lo mismo ocurre en la empresa. “El secreto radica en ver el problema y convertirlo en oportunidad, aunque para eso, además de perspectiva, también hay que ejercitar la fortaleza mental para dar lo mejor en los momentos más difíciles”, señala el autor del caso.

7. Entorno. El entorno personal es fundamental a la hora de forjar la personalidad de alguien que, con 22 años, es conocido y reconocido en todo el mundo. Invertir en la persona y no sólo en el profesional puede ser de gran ayuda.

8. ‘Coach’. “Una persona con talento suele ser la última en darse cuenta de que lo tiene”. Así que necesita un buen entrenador (coach) para identificarlo, seleccionarlo e impulsarlo convenientemente de modo que se desarrolle y dé sus frutos. En el caso de Nadal, su tío Toni descubrió su don innato, se convirtió en su entrenador y le llevó al número uno. En el mundo de la empresa también es cada vez más común el coaching para abrir la mente del directivo y desarrollar al máximo sus capacidades para enfrentarse a situaciones difíciles.

9. Presión. “La única forma de soportar la presión de la alta competición es relativizar y saber que hay algo más que ganar una copa”, señala el autor. En la empresa y más hoy en día, la presión es un componente habitual del día a día. Trabajar sin que afecte más de lo necesario es un reto.

10. Colaboradores. “El riesgo de un alto ejecutivo o de un deportista de elite es rodearse de gente que sólo dice lo que uno quiere oír”, explica Álvarez de Mon. Potenciar el diálogo ayudará a detectar los problemas y a encontrar soluciones más constructivas.

martes, 28 de abril de 2009

Carácter sagrado del matrimonio

En la sociedad actual, tan plural, existen múltiples modelos de conducta y también distintas concepciones del matrimonio (o de la convivencia estable entre personas de distinto sexo). Pienso que tiene su interés recordar aquí la visión católica, tal como la resume el Concilio Vaticano II ("Gaudium et spes", 48-49):

Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina.

Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana.

Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad.

Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio.

Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad.

Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.

Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad.

En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros.


Del amor conyugal

Muchas veces a los novios y a los casados les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un casto afecto, y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos nuestros exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas.

Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y , por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal.

El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente.

Esta amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud.

Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluído de él todo adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor.

Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración.

Se apreciará más hondamente el genuino amor conyugal y se formará una opinión pública sana acerca de él si los esposos cristianos sobresalen con el testimonio de su fidelidad y armonía en el mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos y si participan en la necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y de la familia.

Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así, educados en el culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo al matrimonio.

martes, 21 de abril de 2009

«El otoñado» de Juan Ramón Jiménez

Comentario de texto de A. Barroso, “Introducción a la Literatura española a través de los textos” (Madrid: Ediciones Istmo, 1986), tomo 3 (págs. 250-52).

Estoy completo de naturaleza
en plena tarde de áurea madurez
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.
(La estación total, 1946)

En 1916 viaja a Estados Unidos y se casa con Zenobia Camprubí, extraordinaria mujer, de gran cultura, traductora al castellano de Rabindranah Tagore, que sería una fiel colaboradora del poeta durante toda su vida. Gracias a ella podía Juan Ramón despreocuparse de las cuestiones domésticas, o de la economía de la pareja, e incluso de la edición de sus poemas, para dedicarse de lleno a su «Obra». El cruzar el océano y la boda representaron para el poeta una experiencia extraordinaria que cuajó en un libro de poernas y prosas, Diario de un poeta recién casado (1917). Este libro marca la transición a una nueva época en la obra lirica juanramoniana. A partir de entonces, sus poemas se van desnudando de todo artificio, se irán «limpiando» de todo lo que para el poeta resulta superfluo: elementos decorativos y ornamentales, anécdotas, biografismo o sentimentalismo, etc., en el camino hacia una Poesía y una Belleza «pura», que colme su búsqueda de algo esencial y eterno. La realidad exterior que aparecía en los poemas primeros (el paisaje, la música, los perfumes ... ) no aparece ya, y en todo caso la utiliza como simple imagen simbólica de su mundo interior.

Una segunda lectura «El otoñado» ilustra bien lo que acabamos, de decir, y tiene ya cierta dificultad de comprensión. Su autor era consciente de ello, pero no parecía importarle, pues se sentía satisfecho de ser poeta de la «inmensa minoría». La dificultad de expresar sus vivencias le lleva a utilizar una serie de recursos que, efectivamente, dan al poema cierto hermetismo. En estos versos, el poeta se identifica claramente con la Naturaleza. El título es significativo: no el otoño, sino el otoñado; es decir, él mismo en el otoño o madurez de su vida.

El Absoluto que buscaba ansiosamente parece haberlo encontrado dentro de sí mismo (rico fruto recóndito), y por ello dice contener el infinito, todo lo elemental o esencial, representado en la enumeración de los cuatro elementos, tierra, fuego, aire y agua, que los filósofos presocráticos consideraban principio de todo. Se siente colmado, emanando todas las sensaciones posibles: luz, olor, son, sabor, tacto, en una especie de ósmosis entre su alma y la realidad. En los cinco sentidos simboliza esa plenitud que siente en sí mismo. Su perfección interior trasciende fuera y sale a diluirse en el universo (chorreo, trasmino, emano, filtro, deleito).

Esta idea es expresada en toda la segunda estrofa. La correspondencia simétrica de todos los versos que la forman, a través del paralelismo sintáctico (verbo en presente + C.D. + oración explicativa introducida por dos puntos, a excepción del último verso) y semántico (todos los verbos señalados tienen -excepto, quizá, el último- un significado análogo), refuerzan el valor expresivo de la misma.
Las sinestesias que Rubén Darío aprendió de los franceses son realizadas con gran perfección en la poesía juanramoniana. Constituyen lo que Carlos Bousoño llama «desplazamientoss significativos», y suponen una gran aportación del autor a la poesía posterior. Las que advertíamos en la Primera Lectura eran aún muy sencillas; en esta ocasión (chorreo luz, si consideramos que chorrear sólo puede aplicarse a líquidos; la sombra huele a Dios; la mole bebe mi alma, etc.), estamos ante un poeta en la plenitud del manejo del idioma. Ambos recursos (paralelismo y sinestesia) se refuerzan mutuamente, consiguiendo una gran plasticidad.
Hemos de advertir también que los verbos que inician cada verso de la estrofa comentada (chorreo, trasmino, emano, filtro, deleito), e igualmente los del resto del poema, están en presente, un tiempo durativo e «intemporal» que conviene expresivamente a esa plenitud o éxtasis que siente Juan Ramón.
El poeta parece sentirse muy cerca de la consecución de su deseo de crear, como artista, un mundo en su interior que contenga la suprema Belleza, un mundo personal que esté apartado de todo lo que rodea a los hombres «corrientes» en la vida cotidiana: desasido del seno de la acción. Por eso se siente feliz solo, con principio y fin en sí mismo (densa redondez de limpio iris; deleito el tacto de la soledad) y colmado por la Poesía: Y lo soy todo... el todo que se hasta de ese Absoluto que todavía es ambición.

Los epítetos son igualmente expresivos: aurea madurez alude a la madurez del poeta, a la plenitud de esa hora, a la perfección que ha conseguido como creador. Alto viento, honda música parecen sugerir la espiritualidad de ese mundo interior.

La paradoja del verso
"Lo todo que es el colmo de la nada"

y la complejidad de todo el poema son signos evidentes de la inefabilidad de la experiencia íntima que el poeta quiere expresar.
En los poemas de esta época se ha creido descubrir a veces, como en el que comentarnos, una especie de misticismo cósmico que podría tener huellas de la poesía--- oriental, concretamente del poeta hindú Rabindranah Tagore, bien conocido por Juan Ramón. Pero es sólo aparente. El poeta está expresando una vez más un instante de plenitud interior, de éxtasis en la contemplación de la Belleza y en la perfección de la Poesía que ha creado (la Obra), y en esa plenitud cree encontrar la eternidad que ansía. No olvidemos que la muerte fue un tema obsesivo en toda su obra, que le persiguió cruelmente en los últimos años de su vida llevándole a veces a la locura. Cuando cree haber encontrado algo esencial y perdurable en su interior -el Absoluto a que hemos aludidono le importa ni siquiera morir, pues se ríe de la muerte a la que ha conseguido vencer. El mismo lo dice en numerosas' ocasiones, en verso o en prosa: Lo bello da a la vida «una eternidad suficiente y verdadera... que acaba bien con la muerte»; «lo que ha sido instante pleno, ha sido absoluta, completa, redonda, acabada eternidad».

jueves, 16 de abril de 2009

Sobre el sentido del pudor

Ninfa Watt publicó hace algún tiempo, en Alfa y Omega, un interesante artículo titulado “El pudor: Una olvidada forma de libertad”. Creemos que vale la pena recordarlo por su interés antropológico.

¿Qué decimos hoy cuando decimos hombre? Su instinto actuando sin coacción se presenta como forma de libertad; lo espontáneo se identifica con lo verdadero; el impudor se nombra como sinónimo de naturalidad. Y, en la ignorancia del valor de su dimensión espiritual, el hombre se disuelve. En este contexto, el acercamiento al concepto de pudor cobra una especial importancia: primero, porque permite desentrañar algunas falacias que destruyen la verdadera imagen de lo humano; segundo, porque da pie para insistir en aquello que constituye el núcleo de las —tan ambiguamente definidas hoy— relaciones interpersonales

Se precisa una gran calidad literaria para definir una obra de arte; no reviste tanta dificultad afrontar un estudio crítico de la obra en sí: puede valorarse su textura, su composición, el tipo de pincelada; pero todo ello entra dentro de la experiencia analítica y, como tal, requiere la desmembración de la unidad original.
El ser humano es la más perfecta e insondable obra de arte: cualquier intento de parcelación lo destruye y cualquier simplificación lo degrada. Por eso lo humano, más que ninguna otra realidad, se ve afectado por la tendencia racionalista que preside el pensamiento occidental. Al pretender convertirlo en objeto de estudio, es necesario proceder a una disección que lo reduce a sus partes e ignora —necesariamente— la unidad que realmente lo define.

Recordemos las palabras de Saint-Exuperie: "Únicamente el espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al hombre". Ciertamente es más cómodo prescindir del misterio. Pero resulta al menos paradójico que se admita con tanta facilidad la amputación de lo humano para poder definirlo más correctamente. Si el hombre es libre, no lo es para decidir cuál sea su esencia, sino para conocer, asumir y realizar la esencia que le viene dada.

Conciencia de la grandeza humana
En una sociedad en la que se afirma que se ha librado a lo corpóreo de una ancestral minusvaloración frente al espíritu, nos encontramos precisamente con la más pobre valoración de la corporeidad. Al desligarla del alma, se produce de inmediato un vaciamiento de significado y un empequeñecimiento de su verdadera dimensión. Cuando en la defensa, por ejemplo, de la filosofía nudista se escucha el argumento de que no hay nada que ocultar, porque todos somos iguales, algo debería rebelarse en nuestro interior. Porque cada ser es único e irrepetible; y el cuerpo, como cualquiera de las dimensiones que conforman nuestra unidad vital, no debería ser un elemento uniformante, sino distintivo. Que la desnudez sea algo positivo no hay que ponerlo en duda siempre que, como tal, se interprete la capacidad de mostrarse en la propia verdad, sin ocultamientos. Pero la verdad de cada ser humano siempre es irrepetible, y cuanto más verdadera, más irrepetible.

El hombre, por medio del cuerpo, habla de sí mismo y se abre a la experiencia. Considerar lo corporal como una realidad opaca es un error, al menos tan grave como el de anular su importancia en una exagerada afirmación de la primacía del espíritu. Sólo desde una previa —y sin duda triste— banalización de la corporeidad es posible considerar el pudor en un aspecto negativo y ceñirlo a su referencia a lo físico. Asimismo, sólo quien considere la riqueza de lo humano, en lo que tiene de profundidad insondable, podrá entender la necesidad de protegerlo de caer en la uniformidad de la masa, en el vaciamiento que supone la reducción de lo interior a lo público (E. Strauss), en el reduccionismo trágico que supone la anulación de lo espiritual.

Resulta suficientemente significativo que el niño carezca de pudor. Eso, que un análisis superficial puede convertir en argumento a favor de la tesis de la naturalidad, debería hacernos reflexionar en una dirección contraria. El niño carece de la capacidad de comprender la diferencia entre lo íntimo y lo público: no tiene, por tanto, nada que proteger. Que el pudor haga su aparición en la adolescencia —época en que la toma de conciencia de sí mismo es la experiencia primordial— no es, en absoluto, una casualidad; porque, conforme el ser humano va abriéndose hacia dentro, conforme va ahondando en las riquezas de su humanidad, más natural resulta la aparición del sentimiento del pudor en su más positiva vertiente.

Un joven —un hombre— sin prejuicios no se siente naturalmente inclinado a ignorar el instinto de proteger su mundo interior. Sólo tras haber sido informado de que el pudor es una imposición cultural, podrá plantearse la desinhibición como una forma de libertad. Pero habrán sido precisamente los prejuicios los que le habrán conducido a forzar sus tendencias naturales.

¿vivir desde dentro? ¿vivir desde fuera?
Todos somos conscientes de que la complejidad y abundancia de los estímulos que interpelan al ser humano del siglo XX pueden suponer una seria dificultad para mantener viva la capacidad de interiorización. También la velocidad que han imprimido en el mundo las nuevas tecnologías crea un contexto en el cual el hombre no acaba de saber desenvolverse sin sacrificar, hasta un punto antropológicamente peligroso, sus vivencias individuales —que requieren un tempo indiscutiblemente menos acelerado—.

La frase: Hemos dejado de vivir "intensamente" hacia dentro para vivir "extensamente" hacia fuera (P. Lersch) contiene un lúcido resumen de este problema. Es fácil entender que el pudor no signifique nada para quien se mueve en un universo externo despojado de su carácter de ventana a un universo más dilatado. Es fácil entender que el hombre, que ya no se reconoce en su unicidad insustituible y sagrada, acepte confundir su cuerpo con otros cuerpos que tampoco se le presentan como símbolos de una realidad más rica: un ánfora sólo se guarda como un tesoro cuando su contenido se venera como tal.

Así, el hombre actual, que experimenta este vaciamiento casi sin apercibirse del drama que protagoniza, no tiene reparo en convertir en público lo que pertenece de forma natural al ámbito de lo privado. Los sentimientos, las conmociones internas, los deseos más escondidos, los sueños más ocultos, todo se ofrece a la galería con una ausencia de pudor que no es voluntad de comunicación, sino reflejo de una extraordinaria pobreza de autoconocimiento y autovaloración.

El pudor no es, en absoluto, el seguimiento de una serie de normas sociales: es el veto que permite mantener en su dimensión sagrada el misterio de la grandeza humana; es la defensa ante un reduccionismo materialista; es la manifestación del propio respeto. Y, para muchos, es además el reconocimiento explícito de la grandeza del Creador.

Algo más que un producto cultural
Sorprende, por todo ello, la facilidad con la que se acepta la aseveración de que, en el tema del pudor, no nos encontramos nada más que con un producto cultural, ajeno a lo constitutivamente humano. Esta afirmación encierra una extraordinaria falta de rigor histórico, porque una cultura no es un conjunto de costumbres, sino algo mucho más digno de respeto.

Es cierto que, por ejemplo, la desnudez es práctica común en numerosos grupos humanos; pero no lo es, en absoluto, que el pudor esté ausente en esas comunidades. Su protección de lo íntimo se revestirá —y es evidente que así ocurre— de otras formas que las adoptadas en Occidente. Negarse a ver esto sería tan absurdo como no reconocer el sentido de trascendencia en otras culturas por el hecho de que la simbología que la hace patente sea distinta.

En camino hacia el amor
Pero, quizá, la más dramática consecuencia de este rechazo a la importancia del pudor no se ha mencionado aún. Hasta aquí hemos estado refiriéndonos a la persona en cuanto ser humano-individuo, pero, utilizando una expresión acuñada por Martin Buber, deberíamos dar un paso más: El ser humano se torna Yo en el Tú. Si nos degradamos cosificándonos, si somos incapaces de entender nuestro cuerpo o nuestras palabras o cualquiera de nuestras manifestaciones externas como una puerta a lo que somos en realidad, si no tenemos nada que ofrecer al otro porque no tenemos nada nuestro, la relación humana se pervierte. Y a la inversa: cuando lo externo del otro no lo percibimos como portador de su yo único, cuando reducimos a su ser a lo que se muestra, cuando podemos ser testigos sin inmutarnos de la exhibición que desnuda el alma del que la lleva a cabo, entonces, no existe un tú con quien establecer un lazo verdaderamente humano.

¿Cómo superar, entonces, la soledad y realizarnos como el ser-para-otro que radicalmente nos constituye? Sólo la densidad propia y ajena nos garantiza la comunicación. El pudor no preserva para ocultar en un deseo de aislamiento, sino para proteger lo que va a ser entregado. El respeto a los demás, y en especial a aquellos con quienes puede llegar a unirnos un vínculo profundo, nos obliga a enriquecernos personalmente evitando disolvernos en pura exterioridad. Abrir para un único tú el siempre misterioso universo interior, donar lo virginal, son elementos constitutivos de un darse mutuo y la base imprescindible para que acontezca el amor.
Así pues, educar en el pudor es una forma primordial de defensa de la Humanidad, puesto que ésta ha de estar compuesta por seres verdaderamente humanos y en verdaderamente humana relación.

Para aquellos que se reconocen como obra intencionada de un Amor que crea comunicando su vida, y se saben objeto de una inhabitación divina, la cuestión sobre el pudor posee además otras vertientes. No sólo la grandeza y la dignidad de lo meramente humano han de ser protegidas; el hombre es sagrado en su núcleo más íntimo, y como sagrado ha de ser objeto de un infinito respeto.
Cuando la definición del yo surge como referencia a un Tú ante el cual cualquier intento de ocultación es imposible, el hombre se realiza plenamente. Por eso, Su relación nos salva del vacío y nos hace personas.

lunes, 13 de abril de 2009

10 claves de la educación

La educación ha sido siempre problemática, y quizá hoy más que nunca. José Ramón Ayllón nos proponee 10 claves que pretenden aportar un poco de luz y algunas soluciones, desde la experiencia de un profesor que puede decir el siguiente axioma: "El que no haya sufrido como yo, que no me dé consejos".

1. El misterio de la condición humana
Lo primero que nos plantea la educación es una gran interrogación sobre sí misma: ¿qué es educar? Sabemos que se trata de una acción compleja que se ejerce sobre el ser humano para ayudarle precisamente a ser humano. Pero eso exige que seamos capaces de responder a la gran pregunta previa: ¿quién es el hombre? La permanente dificultad de la tarea educativa deriva, en primer lugar, del desconocimiento que tenemos de nosotros mismos.

La disparidad de visiones de la vida y de modelos educativos es un hecho, pero también es un hecho la naturaleza humana, y su lectura correcta será la garantía de que dichos modelos son auténticos. El ser humano es un peculiar animal de naturaleza racional, social, moral y sentimental. En consecuencia, su educación será el desarrollo lógico de esos rasgos constitutivos.

2. Los sentimientos
El arte de educar requiere amor por parte de los padres y afecto por parte de los profesores. Sin embargo, por un olvido histórico de esta dimensión sentimental, la educación -en la familia y en la escuela- ha pecado de severidad y autoritarismo.

Los romanos recordaban su paso por las aulas como unos años perdidos en reiteraciones y torpes balbuceos, puntualizados por crueles castigos. Griegos y romanos no ignoraron el laberinto sentimental que nos constituye, pero lo redujeron a un problema de dominio de sí, según el ideal estoico. Hoy sabemos que la excelencia educativa es imposible sin atención a los sentimientos. Una atención que -más allá de la disciplina estoica- podríamos resumir en "exigir con afecto".

3. La familia
Entre los rasgos esenciales de la familia figuran la comunidad de vida, los lazos de sangre, una unión basada en el amor, con tres fines fundamentales y de máxima importancia: proporcionar a sus miembros bienes necesarios para su vida, criar y educar a los hijos, y ser "célula-madre" de la sociedad.

Sin familia, la especie humana no es viable, ni siquiera biológicamente. Un niño, una anciana, un hombre enfermo, no se valen por sí mismos y necesitan un hogar donde poder vivir, amar y ser amados, alimentados, cuidados. El hombre es un ser social y, por consiguiente, familiar; precisamente porque nace, crece y muere necesitado. Además, todo hombre es siempre hijo, y esa condición es tan radical e irrefutable como el hecho de ser varón o mujer.

4. La autoridad
Decir que toda educación requiere autoridad es casi una afirmación de perogrullo, aunque conviene matizar que autoridad no es el autoritarismo de la violencia física o la humillación, sino el prestigio capaz de garantizar un orden básico. Para lograr una buena formación humana se precisa fundamentalmente y en primer lugar una información moral sobre lo que está bien y lo que está mal, para que la norma de conducta no sea la ausencia de toda norma, el todo vale.

En el magnífico ensayo Los límites de la educación, Mercedes Ruiz Paz explica que la autoridad supone transmitir la obligatoriedad de unas pautas y valores fundamentales, de unos criterios que ayudarán a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con libertad responsable. De lo contrario, nos daríamos de bruces con el incómodo panorama que la misma autora describe: "La moderna pedagogía nos ha enseñado, con una didáctica demoledora, cómo la tolerancia ilimitada, la permisividad extrema y, en definitiva, la educación sin límites garantizan la educación en y para la impunidad".

5. el arte de escuchar
Para educar hay que escuchar. ¿A quiénes? A los que van a ser educados. ¿Por qué? Porque no son muebles, sino seres humanos, inteligentes y libres, protagonistas de su propia educación.

Escuchar es un arte porque a veces no es sencillo saber cuándo y de qué manera debemos hacerlo, ni cómo hemos de proceder a continuación. Como criterio general, podemos admitir que el diálogo educativo ha de presuponer buscar y aceptar siempre la verdad. De ahí que la necesidad de escuchar no equivalga a una educación por consenso, pues el mutuo acuerdo no crea el bien ni la verdad.

Hay cuestiones que no se pueden discutir y pactar, es decir, no son negociables. Un profesor ha de escuchar a sus alumnos, pero el contenido de su asignatura no lo deciden entre todos. Un médico debe escuchar a sus pacientes, pero su diagnóstico no lo pacta con ellos, como tampoco el juez pacta su sentencia con el acusado.

6. La conciencia moral
La educación de la conciencia es ingrediente fundamental de la buena educación, pues educar es -en esencia- enseñar a distinguir el bien y el mal. Los animales no tienen conciencia, pero el ser humano es animal racional, y esta característica le permite poseer la capacidad de emitir juicios técnicos, estéticos, morales... La conciencia moral es precisamente la que juzga la bondad de los actos propios o ajenos: no el bien o el mal que nos permite afirmar que eres buen dibujante o mal tenista, sino buena persona o mala persona.

Nuestras propias acciones nos afectan de muy distinta forma: lavarse la cara sólo afecta a la exterioridad de la cara, pero robar, matar o mentir nos afecta en profundidad. Esas acciones que afectan al núcleo de la persona son las que sopesa la conciencia. Si la razón no impone su ley, se impone la ley de la selva, la sinrazón. Y entonces no vivimos como seres humanos, sino como monos con pantalones. Ésa parece la alternativa: conciencia o selva.

7. Los medios de comunicación
Con sus cuatro ramificaciones en forma de prensa, radio, televisión e internet, los medios de comunicación producen una catarata constante de noticias que se transmiten por todo el mundo con velocidad de vértigo. Por eso, las empresas informativas son mucho más que un servicio público o un buen negocio, pues nos sumergen en su marea de noticias hasta llenar cada poro y cada fisura de nuestra conciencia.

Esa urgencia informativa, además de marear a la sufrida audiencia, relativiza cualquier importancia objetiva porque concede el mismo tiempo a lo grave y a lo trivial: al magnicidio y al parto de cuatrillizos, a los saltos de la ciencia y a los del atleta, al Apocalipsis y al dolor de cabeza. Enseñar a cribar y a poner en su sitio esa avalancha de noticias es uno de los cometidos de toda educación de calidad.

8. La gestión del placer
Por ser animal racional, el ser humano tiende por naturaleza al placer: un resorte con tal protagonismo en nuestra conducta, que ya los griegos pensaron que la buena educación podía resumirse en enseñar al niño y al joven qué hacer frente a él. En concreto, explicarles qué placeres son positivos y en qué medida, qué placeres son peligrosos y deben evitarse, y al mismo tiempo educar su voluntad para llevar las riendas de la propia vida sin dejarse arrastrar por el hedonismo.

Esa enseñanza apunta a una virtud absolutamente necesaria para el crecimiento educativo: el dominio de sí. Pero al sistema capitalista le interesa que estemos abducidos por el consumo, por un estilo de vida permisivo e indulgente que impide la madurez personal y suele generar una de las mayores hipotecas vitales que se pueden padecer.

Sabemos perfectamente que el gran peligro de algunos placeres estriba en su posibilidad real de crear adicción, hasta el punto de dar origen a dos de los tres negocios más lucrativos del mundo: la explotación comercial de la droga y del sexo. Una posibilidad cada vez más cercana y asequible al mundo de los jóvenes.

9. El esfuerzo necesario
La necesidad de esforzarse no perdona a nadie. Shakespeare nos dice que lloramos al nacer por la tristeza de emprender la estúpida comedia de la vida. Para José Antonio Marina, la cara enfurruñada de un recién nacido pone de manifiesto su extrañeza por encontrarse de repente en el mundo. Ha sido expulsado de una burbuja confortable, del pequeño y cálido mar donde ha flotado nueve meses, y ahora tiene que hacerse cargo de un mundo duro y sin filtros protectores.

Para manejarse en la vida real, ese ser hermosamente torpe necesitará el esfuerzo constante del aprendizaje: muchos meses para echar a andar, aprender a vestirse, atarse los zapatos y coger al vuelo una pelota. Por fortuna, sus imprecisos ensayos y tanteos quedarán grabados en su memoria muscular, y cada nuevo movimiento será corregido y afinado desde la última posición ganada. Diez años más tarde, esa patosa criatura podrá dominar varios idiomas y ganar -si es niña- una medalla olímpica en gimnasia rítmica.

Ningún profesional de la enseñanza desconoce la incidencia educativa de los hábitos. Al igual que una golondrina no hace verano, un acto aislado no constituye un modo de ser. Pero su repetición bien puede lograrlo. Por eso se ha dicho que quien siembra actos recoge hábitos, y quien siembra hábitos cosecha su propio carácter.

10. El sentido común
El sentido común viene a ser un tipo de sabiduría práctica, capaz de englobar e integrar las nueve claves que hemos desarrollado desde el inicio de este artículo. Sería imposible recoger por escrito las innumerables soluciones educativas del buen sentido, pero un buen día encontré su resumen perfecto en la red, como un tesoro a la deriva informática. Lo firmaba Teresa de Calcuta, y decía lo que sigue:

El día más bello: hoy.
La cosa más fácil: equivocarse.
El obstáculo más grande: el miedo.
La raíz de todos los males: el egoísmo.
La distracción más bella: el trabajo.
La peor derrota: el desaliento.
Los mejores maestros: los niños.
La primera necesidad: comunicarse.
La mayor felicidad: ser útil a los demás.
El regalo más bello: el perdón.
Lo más imprescindible: el hogar.
El arma más eficaz: la sonrisa.
El mejor remedio: el optimismo.
La fuerza más poderosa: la fe.
Los seres más necesitados: los padres.
Lo más hermoso de todo: el amor.

sábado, 11 de abril de 2009

50 años de la Unión Europea

El 20 de mayo de 1950 Robert Schuman hace aprobar por el Consejo de Ministros francés el plan que había sido concebido por Jean Monnet para unir Europa. Ese mismo día, Adenauer, consciente de la importancia del acto, declara: “Es el día más feliz de mi vida… El plan Schuman corresponde perfectamente a mis ideas... ¿No teníamos el deber de consagrar todas nuestras fuerzas espirituales, morales y económicas a la creación de una Europa que pudiera convertirse en elemento de paz?”

El pasado mes de noviembre la Comisión Europea cumplió 50 años de existencia. Con la perspectiva de este medio siglo, se comprende mejor la clarividencia de tres de los principales fundadores de la Europa unida: Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, unidos por su concepción de Europa, su amistad y su fe cristiana. Vivieron primero en sus personas lo que fomentaron después entre sus pueblos. Un interesante artículo de Acepensa firmado por Ana Gonzalo Castellanos nos cuenta los orígenes de la Comunidad Europea

Con ocasión del aniversario, José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión, pronunció un discurso en el que se refirió en estos términos a los padres fundadores de la Unión Europea: “Hace 50 años, Europa sufría las divisiones creadas por la guerra fría y entraba en el confuso proceso de descolonización. ¿Quién habría creído entonces que la aventura europea lanzada por algunos se convertiría en el proyecto faro de todo un continente, en una realidad compartida hoy por casi 500 millones de ciudadanos, en un modelo de organizacion para otras regiones del mundo?
”Nada de esto habría sido posible sin la determinacion de un puñado de europeos, profundamente marcados por dos guerras fratricidas, pero con la mirada firmemente dirigida hacia el futuro, hombres capaces de superar los marcos nacionales para ofrecer un proyecto de integración política y económica a Europa”.

Con sus propias vidas
Si ser amigos consiste en comprenderse y en quererse, se podría decir que los tres principales fundadores de Europa fueron amigos. ¿Por qué se comprendieron y quisieron? Quizás porque habían atravesado circunstancias parecidas en sus vidas y porque reaccionaron ante ellas de modo similar. Este fenómeno no es nuevo en la historia. A menudo grandes hombres han pasado por grandes dificultades y han reaccionado ante ellas con heroísmo. No son sólo las circunstancias extraordinarias que atraviesan sino también la reacción ante ellas lo que les hace ser forjadores de la historia.

Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer fueron hombres de fronteras y al mismo tiempo sin fronteras; fueron encarcelados ya en su juventud y reaccionaron sin rencor; ante las dificultades opusieron el buen humor y el optimismo; los tres supieron aliar en su carácter firmeza con bondad, sustituir el odio por la confianza; los tres fueron hombres de fe, fe que heredaron pero también supieron cultivar. En sus propias vidas, y no sólo en sus palabras, echa Europa sus raíces. Vivieron primero en sus personas lo que fomentaron después entre sus pueblos.

Hombres sin fronteras
Robert Schuman nace en Clausen (Luxemburgo) en 1886, de nacionalidad alemana por su padre, que procede de Lorena, región anexionada a Alemania en 1871, tras la guerra franco-prusiana. Empieza Derecho en Bonn, lo continúa en Munich y Berlín y lo termina en 1908 en Estrasburgo. En 1912 abre un gabinete de abogados en Metz, entonces ciudad alemana de la región de Lorena. Tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, Alsacia y Lorena volverán a Francia. Robert Schuman es elegido diputado, uno de los primeros diputados franceses de las regiones de Alsacia y Lorena cuando éstas entran formar parte del Parlamento francés por vez primera.
Schuman siempre se sintió francés de corazón, pero, como se deduce de sus años de juventud, se embebió de la lengua y cultura alemanas, cuyas riquezas descubrió y asimiló muy pronto.

Alcide De Gasperi nace austríaco en 1881 en Pieve Tesino, provincia de Trento, que entonces forma parte del Imperio Austrohúngaro. Su padre es jefe de un puesto de policía, funcionario del Imperio. En la zona se habla italiano. De Gasperi estudia filosofía en la Universidad de Viena y entra en contacto con las minorías del intrincado imperio: polacos, húngaros, eslovenos, checos. En Viena aprenderá y echará raíces su respeto por culturas distintas de la suya.

Pronto milita en favor del idioma italiano. Durante la Primera Guerra Mundial obrará como heraldo de la voluntad del Trentino de ser italiana. Al final de la guerra, cuando, en efecto, la región se una a Italia, De Gasperi será aclamado como un héroe.
Konrad Adenauer nace en Colonia en 1876. Vive en Colonia y Bonn, muere en Rhöndorf, todas ellas ciudades situadas en la región del Rin, eje geográfico europeo, gran paso natural que recorre, nutre y comunica Europa desde la antigüedad.

Sin rencor
Schuman, Adenauer y De Gasperi han conocido en su carne la persecución, la prisión y el desprecio. Y es precisamente en esas circunstancias, quizá a causa de ellas, en las que han gestado ideas de paz, de fraternidad y de unidad entre los hombres y entre los pueblos.
Robert Schuman será encarcelado por primera vez en 1940 tras la invasión alemana de Francia. El Gobierno de Pétain le había ofrecido un ministerio pero él no lo aceptó. Joseph Bürkel, el dirigente regional nazi de Lorena, le interroga brutalmente, aunque acabará profesándole incluso una cierta amistad, nacida de la admiración ante la reacción de optimismo y la ausencia de odio de Schuman durante su encarcelamiento. Al parecer, al cabo de un tiempo de reclusión le comunicaron que estaba autorizado a leer una sola obra de literatura; respondió que elegía la historia de los papas, en 24 volúmenes, por si acaso aquello fuera para largo.
Bürkel le propone la libertad si le da su palabra de no pasar a zona libre. Schuman le asegura que hará todo lo posible por llegar allí. Ante su negativa, le asigna residencia en el pueblo de Neusdats under Weinstrasse. Logra escaparse y llega a Lyon el 15 de agosto de 1942, justo al comienzo de la misa solemne.

Empieza un largo periplo de clandestinidad que durará tres años, de 1942 a 1945. Durante este período de huidas continuas, Schuman obrará sin descanso en favor de la futura unidad franco-alemana, escribiendo y reflexionando sobre ella. Tres años de pobreza extrema y un riesgo permanente de ser descubierto y asesinado. De esta situación no guardará rencor alguno sino, al contrario, tenderá los brazos a Alemania, convencido de que sólo la unidad entre los pueblos logrará que no se repita la tragedia que ha vivido en su propia carne.
En tiempos de persecución
De Gasperi fue encarcelado por primera vez en noviembre de 1904, con ocasión de una enfrentamiento en Innsbruck entre estudiantes alemanes e italianos. El joven De Gasperi aprovecha la estancia en prisión durante un mes para animar a sus compañeros.
Durante la Primera Guerra Mundial, aunque no en prisión, es considerado como refugiado y se le prohíbe volver a su región, el Trentino. Es precisamente en esa época cuando ya evoca la fraternidad entre los pueblos como premisa de la Europa unida.

Durante el régimen fascista instaurado en Italia en 1921 Mussolini acusa a De Gasperi de “áustricianismo”. En 1927 será encarcelado en la prisión Regina Coeli. Al conocer la condena de cuatro años de prisión, escribe la frase bíblica: “Quien siembra con lágrimas recogerá cantando”, y a su esposa: “Soy una semilla en la mano todopoderosa, una pequeña piedra con la que se construye el edificio… bendigo la mano de Dios, que arrancándome a la vida disipada de los asuntos públicos, me obliga a meditar sobre la vida interior”. Palabras similares a las de Robert Schuman desde su cautiverio en 1941: “He sido demasiado negligente desde ese punto de vista –la oración y la vida interior– Dios lo ha remediado”. La pena de De Gasperi será conmutada por Mussolini gracias a la intervención de Mons. Endrici durante una visita del Rey y de Mussolini a Trento.

Konrad Adenauer conoce la celda por primera vez siendo joven alcalde de Colonia en 1933. Los nazis lo declaran “indigno de confianza”, lo echan de su puesto, confiscan su residencia, le sustituyen por un nazi y lo declaran “enemigo del pueblo”. En 1944, en plena Guerra Mundial, los nazis le detienen de nuevo tras el atentado contra Hitler.
Tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, Adenauer es nombrado de nuevo alcalde de Colonia. Sin embargo, no se acabaron con ello las persecuciones. La administración inglesa de la zona lo destituye como “alcalde indigno”. En Londres gobiernan entonces los laboristas, más próximos a los social-demócratas alemanes que a los demócrata-cristianos, el partido de Adenauer.
Adenauer reaccionará siempre con un optimismo sin falla: “Disminuidos, pero no aniquilados”, será su eslogan. Aprenderá del desprecio la necesidad del aprecio entre las personas y los pueblos. A partir de 1949 y hasta 1963, durante la llamada “era Adenauer”, en la que será canciller de Alemania, podrá obrar efectivamente en favor de la paz y la unidad entre los pueblos de Europa. Sus ideas de paz y de colaboración habían sido gestadas en tiempos de persecución.

Rasgos de carácter
A Robert Schuman no le ahorraron insultos de mal gusto. Su larga nariz y su cabeza calva son objeto continuo de caricaturas. Las críticas fueron especialmente duras durante los años de las tensiones internacionales entre los bloques pro-soviético y pro-occidental, reflejadas en Francia en luchas entre los partidos. Frente al odio del ambiente, Schuman reacciona con paz y buen humor. En una ocasión, siendo ministro pero yendo en tren y sin escolta, responde a un revisor incrédulo sobre su identidad, levantándose el sombrero: “¿Pero no ha visto usted nunca este cráneo en los periódicos?”.

El mismo Schuman dirá también durante la época en que es ministro de Finanzas: “Algunos pierden la cabeza cuando una escolta de motociclistas abre el camino a su vehículo, por eso, yo prefiero, siempre que sea posible, ir a pie”. Y como detalles de sobriedad cuentan que se preocupaba de que quedaran apagadas las luces cuando se terminaba una reunión, utilizaba los formularios usados como papel de borrador, y apuntaba sus gastos personales.En una ocasión, siendo ministro de Finanzas, un periodista le reconoce trabajando en un compartimento de tren abarrotado de gente y le pregunta por qué no reserva un compartimento para él solo. Schuman le responde que porque sabe muy bien lo caro que es y que lo tendría que pagar el Tesoro Público.
Durante una reunión política uno de los asistentes critica a un ministro comunista. Schuman corta rápidamente diciendo que no tolerará que se critique a uno de sus compañeros delante de él: “Para mí, la solidaridad es sagrada”.

Se cuenta que De Gasperi sabía rectificar cuando se equivocaba. Después de una viva discusión en la Unión Académica Católica Italiana durante la que se había enfadado y marchado dando un portazo, vuelve a la sala y dice que deplora haber colaborado a la división con su actitud orgullosa y pide públicamente perdón. Cuentan asimismo de Schuman que, después de una reunión en 1940 en la que también había dado un portazo, volvió al cabo de un cuarto de hora, pidió disculpas y rogó a los que habían asistido al episodio que, para hacerse perdonar, aceptaran su invitación a cenar.