domingo, 14 de enero de 2024

Juan XXIII y el Concilio Vaticano II


 

El Concilio Vaticano II fue un verdadero “Kairós” eclesial. Las discusiones apasionadas, las diversas tendencias eclesiales que participaron y debatieron, no obstaron para que el Espíritu Santo, obrara e impulsara a la Iglesia a un proceso de renovación, que aún no culmina. El Concilio Vaticano II no buscó que la Iglesia se pusiera “a la moda” sino que refrescara su rostro volviendo a las fuentes más originarias para su adecuada reforma. No faltaron, en aquella época, los sectores que miraban cualquier innovación como una claudicación de la Iglesia ante los poderes del mundo. El Papa san Juan XXIII fue muy consciente de la existencia de toda una mentalidad ultraconservadora, antimoderna, “contrarevolucionaria”, llena de diagnósticos fatales que profetizaban fracturas eclesiales y crisis sin fin. Sin embargo, tanto él, como el resto de los pontífices postconciliares, lograron una lectura teológica de la historia más analítica y diferenciada que la antimoderna. De esta manera, entre otras cosas, se evitó caer en fáciles simplificaciones neo-maniqueas, que en el fondo eran parte de la polarización ideológica que caracterizó parcialmente al siglo veinte. Miremos, por ejemplo, cómo en el discurso de apertura del Concilio, san Juan XXIII afirmaba con contundencia:

“En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida.” (…) “Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.”

Este apretado texto, evidentemente no se alinea a la lectura modernista de la historia, que busca sumar acríticamente a la Iglesia al mito del progreso indefinido. Tampoco, el texto cae en la tentación de la lectura antimoderna, tan típica de los grupitos que llenos de temor, y afincados a una falsa idea de “Tradición”, buscaban que la Iglesia se mantuviera dentro de la zona de “seguridad” definida por el pensamiento ultraconservador e integrista. El “Papa bueno”, con gran agudeza, y sin ingenuidad alguna, sabe que la Providencia es la que conduce la Historia y nos lleva a un nuevo orden de cosas, a nivel personal, social y eclesial.

La Iglesia no ha claudicado a afirmar la verdad y corregir el error. De hecho, los errores también pululaban al interior de los debates conciliares. No faltaron voces que sugirieron al Papa asumir una actitud de combate y de condena al error para no caer en la “ambigüedad”, en la “confusión” y mantener una doctrina “clara”. San Juan XXIII, sin embargo, estaba convencido que la mejor manera de corregir el error y el pecado no es bajo la forma del combate o la condena. El Concilio Vaticano II no debería ser una síntesis de condenas, sino una afirmación gozosa de la misericordia de Dios dentro de la historia:

“Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”.

2. El Concilio Vaticano II: los obispos “cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice”

Teniendo estas convicciones bien asentadas en la mente y en el corazón, san Juan XXIII y, posteriormente, san Paulo VI, condujeron el Concilio Vaticano II, discernieron su doctrina, y eventualmente se llegó al momento de promulgar sus documentos. De entre todos ellos, quiero destacar la Constitución sobre la Iglesia, mejor conocida como “Lumen gentium”. En este importante texto, entre otras cosas, se colocan las bases esenciales, para acoger de modo adecuado, verdaderamente eclesial, el Magisterio pontificio. Para acogerlo cuando me gusta, y también cuando no me gusta:

“Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.”

En efecto, el Concilio Vaticano II es clarísimo: los obispos deben ser respetados como testigos de la verdad católica cuando enseñan en comunión con el Papa. Los fieles, por nuestra parte, somos convocados a una adhesión interior, al “obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento” frente al magisterio. Esta expresión no significa claudicar a la vocación de la razón o cosa parecida. Significa aprender a vivir en espíritu de fe, – que es un asentimiento racional de una verdad revelada movido por la gracia -, la enseñanza de la Iglesia.

sábado, 13 de enero de 2024

Wim Wenders

Wim Wenders figura entre los directores de cine vivos más prestigiosos. Con motivo de sus dos últimas películas, el documental Anselm y el filme de ficción Perfect Days, rodado en Japón y que está en la lista de preseleccionados al Oscar, mantuvimos una conversación en Berlín.

Wim (abreviado de Wilhelm) Wenders se dio a conocer a finales de los sesenta y comienzos de los setenta junto a otros jóvenes directores que se rebelaron
contra el cine de mero entretenimiento y abogaban por un cine de autor. Wenders encontró su lenguaje cinematográfico propio con Paris, Texas, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 1984, y con El cielo sobre Berlín (1987), que obtuvo el premio a la mejor dirección en el mismo festival. A estos galardones seguirían otros, como el León de Oro en Venecia, el premio del jurado en Berlín, el BAFTA británico al mejor director o el premio al mejor director europeo. Su enorme prestigio le llevó a suceder a Ingmar Bergman como director de la Academia Europea de Cine (1996-2020). Ha realizado casi cincuenta largometrajes y escrito una docena de libros.

Ya en Alicia en las ciudades (1974), una especie de road movie que simboliza el viaje hacia sí mismo, muestra su interés por la condición humana, que centrará el argumento de El cielo sobre Berlín, y que estará presente en muchas de sus obras; por ejemplo, en Palermo Shooting (2008) como una meditación sobre la fugacidad del ser y también sobre la búsqueda de superación de la ruptura interior.

Cine meditativo

Uno de los personajes más logrados en la filmografía de Wim Wenders es la joven cristiana Lana, en Tierra de abundancia (2004), quien parece haber encontrado el sentido vital que busca la mayoría de sus personajes. Al entregar el premio Robert Bresson del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales a Wenders por este filme, el entonces presidente, el arzobispo John P. Foley, destacó su capacidad para tocar el corazón de la gente con un cine en el que “encontramos muchos momentos meditativos de alta espiritualidad sobre el sentido de la vida, sobre el mal, sobre la muerte y sobre el más allá”.

El protagonista de la última película de Wim Wenders, Perfect Days, tiene en común con Lana ese haber encontrado el sentido de la vida. Así lo expresé al comienzo de la entrevista: “El personaje principal de Perfect Days me recuerda a la protagonista de una de sus películas quizá menos conocidas, Tierra de abundancia: la joven Lana, interpretada por Michelle Williams…” A partir de ahí se desarrolló un divertido diálogo, pues Wenders repuso: “Creía que se refería al tío (de Lana)”, y al corroborar que estaba hablando de la joven, dijo: “entonces, me quedo tranquilo”.

La biografía del protagonista de Perfect Days, Hirayama, apenas queda insinuada. Al respecto, el director alemán comentaba: “En la mayoría de las películas, los personajes están diseñados con todo lujo de detalles. Los actores quieren conocer la biografía de su personaje a fondo para prepararse bien. A menudo se revelan algunas cosas sobre el personaje en el transcurso de la trama, con lo que el público conoce bastante sobre él y su pasado”. Sin embargo, para diseñar el papel de Hirayama, Wenders y su coguionista, Takuma Takasaki, tomaron otra decisión: “Cuidamos deliberadamente que el espectador no supiera demasiado sobre el pasado del protagonista, salvo que ha llevado una vida diferente a la que vemos en la película. Fue una buena decisión; de lo contrario, la película se habría vuelto demasiado didáctica y no queríamos que lo fuera. Se trataba de que la película mostrara la actitud de este hombre ante la vida, sus horizontes y la satisfacción que experimenta con su modo de vida. Vive en el aquí y ahora. No queríamos interrumpirlo ahondando en el pasado, en lo sucedido antes. Cuando su sobrina viene de visita y su hermana aparece brevemente, el espectador tiene una pequeña idea; eso es suficiente”.

Regreso a la ficción

Con esta película, que ha sido elegida para representar a Japón en la competición por el Oscar a la mejor película internacional, Wim Wenders vuelve al cine de ficción, después de que, tras Palermo Shooting (2008), solo hubiera rodado Todo saldrá bien (2015), Los hermosos días de Aranjuez (2016) e Inmersión (2017), tres películas cualitativamente muy por debajo de las anteriores. Algunos consideraron que en el campo de la ficción Wenders estaba poco menos que acabado, mientras que en el sector del documental dejó películas, como Pina (2012) o El Papa Francisco: un hombre de palabra (2018), que estaban, al menos, a la altura del que probablemente sea su documental de mayor éxito: Buena Vista Social Club (1999).

Se ha hablado, en este contexto, del resurgir de Wim Wenders como autor de cine de ficción, lo cual no significa que haya abandonado el documental; precisamente cuando rodó Perfect Days, su último documental, Anselm –sobre el artista alemán Anselm Kiefer– estaba en la posproducción. En la entrevista también habló de su origen, de cómo conoció a Anselm Kiefer: “Nos conocimos en febrero de 1991, cuando estaba montando mi película ¡Tan lejos, tan cerca! Solía cenar en un restaurante llamado Exil. Anselm, que entonces estaba preparando una exposición en la Galería Nacional, entró un día, cuando sólo quedaba un sitio libre: en mi mesa. Congeniamos y quedamos en volver a cenar juntos la noche siguiente. Lo hicimos durante casi dos semanas. Durante esos días, surgió la idea de que nosotros –Anselm como pintor que en realidad quería hacer cine y yo como cineasta que en realidad quería ser pintor– debíamos hacer algo juntos”. Sobre el hecho de que tuvieran que pasar más de 30 años en llevarse a cabo el proyecto, decía Wenders: “Gracias a Dios, pues no sé qué habría salido en aquel entonces”.

“Nuestras sociedades se caracterizan por la abundancia. Como resultado, hoy en día es más difícil encontrar personas que conscientemente quieran prescindir de lo superfluo”

También Perfect Days se había previsto inicialmente como una serie de documentales breves sobre un proyecto arquitectónico un tanto especial: 15 nuevos aseos públicos distribuidos por Tokio. El propio director relataba: “A principios de 2022, recibí una invitación de Tokio para examinar un interesante proyecto de arquitectura social. Sabían que tenía afinidad con la arquitectura. Me preguntaron si podía hacer una serie de cortometrajes… La invitación vino acompañada de la oportunidad de ver las obras de 15 arquitectos, a dos de los cuales conocía bien: soy amigo de Tadao Ando desde hace muchos años”.

Como en los últimos tiempos, debido a las restricciones por el covid, no había podido viajar a Japón, esa perspectiva resultó “demasiado tentadora como para rechazarla”. Aunque estaba trabajando en el montaje de Anselm, aprovechó una semana de vacaciones que se tomó la editora de esta película para acudir a Japón. Pero in situ “me di cuenta –continúa Wim Wenders– de que no me interesaba hacer un documental sobre los lugares arquitectónicos, por muy bellos que fueran. Pensé que encajarían mejor en una historia en la que estos lugares desempeñaran un cierto papel. Así podría hablar de la cultura japonesa del bien común y de lo mucho que importa en Japón lo que se posee en grupo”.

Wim Wenders creció como católico, pero, según cuenta él mismo, abandonó la Iglesia en 1968 y se convirtió al protestantismo en la década de 1980. Se describe a sí mismo como un “cristiano ecuménico”. Se puede recordar, en este contexto, lo que dijo en 2005: “La Biblia, la palabra a la que nos referimos, es lo más esperanzador que existe, algo en lo que uno puede basar sus pensamientos y acciones”.

Visión cristiana de la existencia

En alguna película, como Tierra de abundancia y Todo saldrá bien, donde un personaje supera una gran pérdida rezando de rodillas en una iglesia, hay personajes expresamente cristianos. En general, la búsqueda de redención se encuentra en el centro de su filmografía, una búsqueda que, en ocasiones, refleja más directamente la visión cristiana del hombre y, en otras, es más humanística, como sucede en Perfect Days.

Al respecto, Wenders habla de la “reducción” a lo verdaderamente importante: “Nuestras sociedades se caracterizan por la abundancia. Se trata de una especie de enfermedad que se ha transmitido a nuestros genes, de modo que, a menudo, pretendemos tener más de lo que realmente necesitamos, ya sea cultural o materialmente. Como resultado, hoy en día es más difícil encontrar personas que conscientemente quieran prescindir de lo superfluo”. Tras narrar el caso de uno de sus parientes, que lleva mucho tiempo practicando ese desprendimiento y “ahora es una de las personas más felices de su familia porque ha perseguido constantemente el minimalismo y la reducción como filosofía de vida”, Wenders alaba la actitud de algunos jóvenes que sólo quieren tener lo que cabe en una maleta: “Es algo muy positivo, muestra un posible camino hacia un futuro en el que no todo el mundo aspire a poseer demasiado”.

Aceprensa

miércoles, 3 de enero de 2024

Mejorar la vida de la gente

 



El tópico (de derechas) dice que la izquierda –toda izquierda– es woke, que le encanta derribar estatuas y decir elles. Pero luego viene la otra parte de la historia: la que cuentan fuerzas progresistas emergentes, como Sumar y Más País en España, que vienen a facilitar la vida a las familias y a marcar la agenda en temas que supuestamente importan a los conservadores, como la conciliación y los cuidados.

“¿Cómo definiría Sumar en términos ideológicos (…)?”, le preguntaban a Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del gobierno de PSOE-Unidas Podemos y ministra de Trabajo, tras anunciar su candidatura a La Moncloa por su flamante nueva plataforma. Y en la misma respuesta en la que podía haber despejado la duda, ella clava su mensaje: “Hay que procurar a los ciudadanos una economía para alcanzar una buena vida”.

A fecha de hoy, Sumar sigue sin definirse en su web como una iniciativa de izquierdas. En cambio, pone el acento en la transversalidad: “Seas como seas, vengas de donde vengas, hables la lengua que hables, todo el mundo es bienvenido”.

Es un mensaje poderoso. Sobre todo, porque va unido a este otro: aquí sí te escuchamos, aquí sí te ofrecemos “esperanza”, no como los partidos tradicionales, incapaces de atender las “demasiadas heridas” que arrastra la sociedad actual.

Política útil

El discurso es conocido… o puede que no tanto. Retoma la cantinela del “no nos representan” que está en el origen del 15-M y de otros movimientos de indignados, pero la reelabora con más humildad y sentido práctico: Sumar no se presenta como la voz del pueblo, sino como “una herramienta”, “un movimiento” que hace espacio a “toda la ciudadanía que quiera implicarse”.

Tampoco habla de casta ni de élites corruptas, aunque sí planta cara a “quienes practican las políticas del dolor”, como describe Díaz a los partidarios de la austeridad neoliberal. Frente a ella, reivindica una política que sirva “para mejorar la vida de la gente”.

Es una de las señas de identidad de la izquierda transversal: la voluntad de hacer una “política útil”, que traiga bienestar contante y sonante. Para eso, los partidos deben dejar de mirarse al ombligo –el “politiqueo”– y dedicarse a la “política de la grande”, a la “política con mayúsculas”; es decir, a la que “llega a acuerdos”. Todas estas expresiones de la líder de Sumar sintetizan bien el sentir de una izquierda que se ha cansado de la teatralidad y el empecinamiento ideológico.

Alternativa verde, decepción morada

La izquierda transversal viene a romper el techo de cristal que ha tocado la izquierda dura de Unidas Podemos y, de paso, a relanzar la ilusión dilapidada tras el 15-M. Se diferencian, principalmente, en la forma de hacer política: no hablan solo para los suyos, sino que vienen “a ganar un país”, en palabras de Díaz; a generar un consenso que cambie las reglas del juego, como dice Íñigo Errejón, líder de Más País.

Aunque Sumar todavía se está haciendo, ya tiene claro cuál es su puñado de ideas-fuerza: quiere un país “con trabajo decente y mayor igualdad, líder en una transición ecológica justa y vanguardia feminista y del conjunto de derechos y libertades”.

Es el mismo mensaje que lleva años repitiendo Errejón: “Hoy día lo más valiente es llegar a acuerdos. Por un gobierno progresista que nos permita ser un país más verde, más justo, más feminista”. Esta frase escuetísima, recogida en uno de los primeros panfletos electorales de Más País, condensa un programa ilusionante –“la alternativa verde”–, pero también una gran decepción.

Recordemos la historia reciente, cuando Pablo Iglesias y Errejón discutían cuál debía ser la estrategia de Podemos. “El día que dejemos de dar miedo (…) seremos uno más y ese día no tendremos ningún sentido como fuerza política”, decía Iglesias, entonces secretario general de la formación morada, en septiembre de 2016. Y Errejón, número dos, respondía: “A los poderosos ya les damos miedo, ese no es el reto. Lo es seducir a la parte de nuestro pueblo que sufre pero aún no confía en nosotros”.

Hubo réplicas y contrarréplicas, hasta que Errejón dejó Podemos y fundó su partido. Desde entonces, no ha dejado de insistir en el mismo mensaje: para transformar la sociedad, es preciso dejar la estridencia y abrirse a una “mayoría popular”.

La “buena vida”

También Díaz viene a ganar la batalla cultural contra el neoliberalismo, la gran estafa que 

nos está impidiendo alcanzar un nivel de vida digno, sobre todo a los jóvenes. 

Considera que ya ha fracasado intelectualmente, pero ahora falta “derrotarlo políticamente”.

En la práctica, que es lo que más interesa a la líder de Sumar, esto debe traducirse en más derechos sociales: cesta de la compra barata, mejores salarios, alquiler asequible, contratos laborales estables, transición ecológica justa… Para ella, el objetivo de la política es hacer “normas que sirvan para mejorar la vida de la gente”.

Por ahora, Sumar ya ha recibido el apoyo de conocidos líderes de la izquierda política: 

el propio Errejón, Mónica García y Rita Maestre (Más País), Alberto Garzón (Izquierda Unida), 

Ada Colau (Catalunya en Comú)… Todavía no se ha entendido con Unidas Podemos, pero lo cierto es que ambas fuerzas comparten muchas prioridades y defienden políticas parecidas: impulsar la educación infantil gratuita de 0 a 3 años; reforzar la atención primaria y el 

sistema de cuidados a mayores; mejorar el sueldo y las condiciones laborales de los 

profesionales sanitarios; ampliar la cartera de servicios de salud (dentista, óptica, 

salud mental); limitar el precio del alquiler…

Pero Sumar también trae sus propias causas. La más sonada es la “democracia económica”, como llama Díaz –muy crítica con la decisión de Ferrovial de trasladar su domicilio social a 

Países Bajos– a la mayor participación de los trabajadores en los consejos de administración. 

“La democracia debe llegar a los centros de trabajo. Debe llegar por fin a las empresas financieras, energéticas y distribuidoras de alimentos”, dice.

La transversalidad de Sumar y Más País casa bien con esa ideología emergente que aparece “ligada a una suerte de buena vida, a la propuesta de condiciones de bienestar, físico y emocional, que se sustentan en un cierto optimismo y en la confianza en el futuro”, como la describe el periodista Esteban Hernández sin aludir expresamente a esas fuerzas. 

Ahí entrarían propuestas como la ciudad de 15 minutos, la semana laboral de cuatro días,

 la renta básica o la transición climática.

Son propuestas que, de entrada, suenan bien a mucha gente. ¿Quién no quiere que haya un centro de salud o comercios en su barrio? Pero el problema, para Hernández, es que buena

 parte de la población no puede permitirse esas políticas: al final, la gente vive en los barrios 

que puede pagarse y trabaja en las condiciones que le ofrecen… Por eso, en su opinión, esta insistencia en la buena vida sería manifestación de la “deriva autorreferencial” de los partidos

 más a la izquierda, que han llegado a convencerse de que “los problemas y las aspiraciones 

de los demás son los mismos que los suyos”.

Pero Hernández no logra probar esta tesis de forma convincente, sobre todo porque cuesta 

creer que preocupaciones como las dificultades para conciliar, la precariedad laboral, el encarecimiento de la vivienda o el vertiginoso ritmo de vida contemporáneo no son preocupaciones ampliamente compartidas por muchos. 

Otra cosa es que las soluciones de esta nueva izquierda vayan a gustar a una mayoría social.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Aprender de la naturaleza


Alejandro Llano

Alfa y Omega-ABC (Madrid)


Los primeros principios son verdades originales, en cuanto que se distinguen de los conocimientos adquiridos por discurso. Pero esto no quiere decir que estén “dados” de antemano. Los primeros principios, tanto del conocimiento teórico como del práctico, no son innatos. Si se admitiera que lo son, se incurriría en naturalismo. El naturalismo destruye el fundamento mismo de la ética, ya que ninguna cualificación moral puede acontecer de manera mostrenca sino que ha de ser activamente adquirida. No hay bienes éticos puramente naturales ni virtudes que sean innatas. 

Los primeros principios son verdades originarias y primitivas, porque constituyen el resultado de un uso de la inteligencia teórica y práctica en el que ésta se identifica con la realidad misma, patentizada en las diferencias y determinaciones primordiales correspondientes a los conceptos prelingüísticos más elementales, del tipo uno, otro, idéntico, diferente, ser, no-ser, bien y mal. (…) En sí mismas consideradas, señalan un límite a la inteligencia, respecto al cual no cabe retrotraerse. Aquí reside la posibilidad y la necesidad tanto de la metafísica como de la ética. En esta apertura no naturalista a la naturaleza del propio hombre y de las cosas del mundo se basa lo que conocemos como ley natural. (…) La abstracción inductiva eleva lo sensible a un nivel inteligible que sólo potencialmente se hallaba en la naturaleza.

Éstos son los presupuestos noéticos de la clásica doctrina de la ley natural, que más propiamente habría de llamarse ley racionatural, ya que esta teoría se caracteriza por la constante apelación a la colaboración –sin confusión– entre razón y naturaleza. Su versión moderna, en cambio, merecería más bien el título de ley racional. Porque sólo la razón es posesora de sí misma y, justamente por ello, posesora de la naturaleza. (…) Lo que resulta problemático es el posible recurso a la naturaleza en una concepción moral y jurídica que considera la razón como el único fundamento definitivo de toda normatividad. Pero, antes de afrontar esta cuestión, hemos de plantearnos si todavía merece la pena hacerlo. Porque este recurso a la naturaleza se mantuvo, efectivamente, en la ética y el derecho natural clásico. Pero recibió una acusación de falacia naturalista que, en todo caso, resulta más grave que el reproche de falacia racionalista que tal vez merecería la versión moderna de la ley natural.

(…) Ahora bien, resulta que en este otro extremo contrario al racionalismo no se encuentra la ética clásica, sino precisamente el planteamiento moral de David Hume. Según Hume, la razón es impotente frente a la naturaleza: es sólo una sierva de las pasiones, está siempre al servicio de la pulsión más fuerte. Con otras palabras, la razón no es en absoluto práctica, no es determinante de la acción, no es activa. Para Hume no hay deber alguno que derivara o no de la naturaleza: sólo hay naturaleza. Si esta posición fuera correcta, no resultaría posible una ética que fuera más allá de la moral de lo fácticamente acostumbrado, que fuera algo más que una mera science de moeurs (ciencia de las costumbres). 


Deber natural

La concepción clásica de la ley natural no necesita desembocar en algo semejante al concepto de deber, tal como lo entendemos actualmente, pues lo que más tarde se llamaría “deber” se encontraba situado en la naturaleza. Mas no por ello se trataba de un concepto de signo naturalista. La concepción clásica de la ley natural –la ley racionatural– no necesita desembocar en el deber desde el ser, ni es meramente biologista, como se malentiende con frecuencia. Para apreciar esto, se ha de precisar qué se entiende en esta teoría por naturaleza.

Según Tomás de Aquino, la razón humana aprehende naturalmente como bienes todo aquello hacia lo que el hombre tiene inclinación natural. De manera que el orden de las inclinaciones naturales es el orden de los preceptos de la ley natural. En cuanto ser vivo, presenta la tendencia a la conservación; como sensible, a la reproducción y a la crianza de los hijos; y como ser racional, manifiesta inclinaciones hacia el conocimiento de la verdad y hacia la pacífica convivencia con sus semejantes.


No sólo pros y contras 

Llegamos así a la cuestión de los últimos fundamentos de la moral y con ello al problema de la justificación de las prohibiciones absolutas. Si la única determinación procediera de la ratio, entonces no habría lugar para semejantes mandatos negativos incondicionados. El único fundamento objetivo de la ética vendría dado por la ponderación comparativa de bienes, según pretenden hoy día no pocos moralistas y tantos presuntos especialistas en bioética o en ética empresarial. Ahora bien, el resultado de sopesar las consecuencias favorables y desfavorables de las acciones nunca puede ser una máxima de carácter absoluto. No se trata entonces de ponderar ventajas y desventajas, sino de reconocer lo que es natural y lo que es antinatural. Con todo, a este anclaje de la moral entre lo que es conforme a la naturaleza y aquello que va contra ella, se le objeta que tal determinación es muy difícil y que de ella sólo podrían obtenerse fórmulas vacías. Es curioso, sin embargo, que las posturas de quienes defienden la ley natural, frente al relativismo de tipo consecuencialista, sean tan determinadas que su concreción se considere a veces opresiva y provoque con frecuencia cierto malestar.

Con todo, la naturaleza no es el único criterio de la moral. El rótulo “ley racio-natural” le conviene a la ley natural clásica antes que a la moderna. (…) En la doctrina clásica se trata de que las tendencias naturales tienen relevancia moral sólo en cuanto que entran en conexión con el ámbito de la razón electiva, es decir, cuando la persona puede tanto aceptarlas como rechazarlas. En este sentido, vale el axioma aristotélico “natura ad unum, ratio ad opposita”. No nos podemos abstener de digerir, sí en cambio podemos abstenernos –o no– de comer, así como podemos comer más o menos. Las tendencias naturales son todas buenas, pero en sentido premoral. Sólo la razón nos lleva a la dimensión de la moralidad, como distinción entre lo bueno y lo malo. Tampoco desde esta consideración se puede hablar de naturalismo en la concepción clásica.


Un camino hacia si mismo

El conflicto entre naturaleza y razón se halla estrechamente entreverado con la dualidad existente entre praxis y técnica, o sea, entre actividad moral y política, por una parte, y razón instrumental, por otra. Este conflicto hunde sus raíces en la historia del pensamiento. A mi juicio, la aportación teórica decisiva procede de Aristóteles al establecer una estrecha conexión entre los conceptos de praxis y physis, en la medida en que tanto la acción vital inmanente como la naturaleza implican un camino hacia sí mismo, a diferencia de lo que acontece con el uso instrumental o técnico de la razón. (…) Las consecuencias de la acción –que muchas veces no se prevén, ni son propuestas ni calculadas– no deben proporcionar el criterio moral. (…)

El que sólo se atiene a la razón, tiene que ver en todo un propósito. Y esto vale en primer lugar para la vida buena, para la vida lograda, de la que se ocupa la filosofía práctica. Ahora bien, la auténtica vida buena carece de propósito. Y también vale, por tanto, para la vida de la razón. El conocer no es fundamentalmente una autobúsqueda, sino, según mantiene la tradición aristotélica, una recepción (no pasiva, por cierto) de formas ajenas en cuanto ajenas. Una vida buena realiza las exigencias de la naturaleza, sin que necesite saberlo. En este sentido, la vida lograda, la felicidad, no es instrumentalizable. De forma contraria, la instrumentalización es el peligro permanente de toda interpretación de la vida buena como fundada solamente en la razón y en el establecimiento del fin. (…) En la teoría clásica de la ley natural conserva todavía su significado originario el axioma natura ad unum, ratio ad opposita. Lo primero –el ad unum– no quiere decir que la fundamental indeterminación o contingencia de la naturaleza tenga que ser superada por un poder ajeno, aunque sea incluso el poder de la propia naturaleza. Mientras que tampoco lo segundo –el ad opposita– significa que la indecisión pueda ser superada por el propio poder de determinación de la voluntad.

        Repensar la articulación entre razón y naturaleza es hoy condición indispensable para que la fecunda renovación actual de la filosofía práctica esté firmemente referida a los primeros principios de la praxis, y no se malogre al convertirse –por utilizar palabras de Franco Volpi– en ‘la ideología de un agradable relativismo cultural moderado de tipo conservador’.

jueves, 3 de agosto de 2023

El carisma del Opus Dei





 por D. Carlos Villar (transcripción de una conferencia)


En la Obra, como en la Iglesia, tradición y progreso forman un todo armónico, como lo forman también santidad y apostolado. La santidad, en efecto, se expresa en la fidelidad a un espíritu recibido de Dios y la desarrolla en medio de un mundo necesariamente cambiante. Esa armonía es un fruto del Espíritu Santo que nos impulsa tanto a valorar las enseñanzas recibidas como a renovar nuestra ilusión por abrir nuevos caminos para llevar el Evangelio al corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. 


Lo que no pase por la oración en el fondo sería ineficaz. El salmo número uno: un árbol que crece al borde de la acequia. Y por eso siempre da fruto, porque sus raíces hunden en esa acequia que lleva agua que corre, no es algo que no corre. el carisma del Opus Dei se va desplegando con sus ramas que da frutos. Ahora, si las raíces no hundieran en el carisma, el árbol se secaría. 

Por eso cualquier desarrollo, cualquier reflexión, siempre tiene que venir de esa fidelidad de conocer, integrar y masticar bien el carisma que Dios ha dado a nuestro Padre, que es el del Opus Dei. El carisma se puede entender de dos maneras. Una dimensión sería el carisma como un mensaje divino que da luz a todo el mundo de todas las épocas, es decir, no sólo para la gente del Opus Dei, sino para el mundo entero. Es esa luz de santificarse en medio del mundo.


No sólo es en la vida ordinaria, sino a través de la vida ordinaria. O sea, no es sólo un escenario donde yo puedo hacerme santo, sino que, a través de los acontecimientos, de la materia, de la vida, eso es materia de contemplación, que es un matiz que aporta nuestro Padre. Nosotros somos elegidos para una misión divina. Para una persona del Opus Dei el carisma es fuente de identidad. De alguna manera son los rasgos que Dios nos concede para que la imagen de Cristo se reproduzca en nuestra vida. Nos identificamos con Cristo. 

Para una persona de Opus Dei eso pasa por vivir su espíritu. Sería estéril y falso intentar identificarnos o buscar fuera la identificación con Cristo. Vemos la importancia que tiene el conocer a fondo el espíritu del Opus Dei, porque es fuente de identidad y también a nivel institucional, a nivel personal y nivel institucional. Si el carisma se desvirtúa, se desvirtúa la vida espiritual y se desvirtúa la institución. Y aquí vienen las reflexiones que podemos hacer de cómo mejorar la labor apostólica. Pero si ese deseo nos llevara a desvirtuar el espíritu de Casa, quizá a medio plazo o a corto plazo iría aparentemente bien, pero al final es el árbol que no está bebiendo del canal de agua corriente y por tanto, tarde o temprano sería estéril. 

Por otro lado, ¿qué significa tener éxito en la vida apostólica?, una visión a nivel numérico no es la evangélica. La verdadera mirada tiene que ir en clave de autenticidad, de fidelidad y de dejar que el Espíritu Santo sea el que da ese fruto. El espíritu de Casa no es un código de leyes, sino que es un espíritu y por tanto vivifica y por tanto da vida, y por tanto es algo dinámico. Y por eso el Padre nos habla de fidelidad creativa y dinámica. No es algo estático. Decía Orígenes que la Palabra de Dios es como un trozo de pan duro, que uno lo pone en un vaso de vino y cuando mastica el pan bebe vino, y decía: el vino es el Espíritu Santo. Porque cuando uno mastica la Palabra de Dios, está bebiendo el Espíritu Santo. Ahora, sin el Espíritu Santo, sería pan duro. 

Las instituciones, las actividades, los programas, todo lo que queramos, si no tienen el espíritu de Casa, sería pan duro, puro montaje. Por tanto, vemos lo importante que es la fe en el espíritu de Casa. Esto no quiere decir que sólo podamos leer cosas que tengan que ver con los escritos fundacionales o cosas del ámbito de nuestro carisma, sino que hemos de beber y masticar y leer de toda la fecundidad de la Escritura de la Iglesia, pero siempre desde la forma mentis que hemos ido creando con la formación que nos lleva a integrar lo que leemos de otras virtualidades, en nuestro carisma. 

San Josemaría leía Santa Teresa y le ayudaba a su vida interior, sí, pero sería desenfocado que uno leyera al Cura de Ars y pensase que lo que tiene que hacer es dormir dos horas y comer patatas podridas. Sería una integración inmadura del carisma. O una persona casada que lee al Padre Pío y dice: lo que tengo que hacer es dormir dos horas. Y no; tú estás en tu carisma. Sacas del Padre Pío, de Santa Teresa, de San Francisco de Sales, de todos los santos y Doctores de la Iglesia, sacas luz, pero la tienes que integrar desde su carisma. 


Dicho esto, vamos a ver algunos rasgos del espíritu de Casa que pienso que pueden haberse empobrecido o ensombrecido en el ambiente actual. También porque ha habido un desarrollo de carismas y de espiritualidades al final del siglo 20 y principios del 21, y que pueden confundir la tensión entre conservar el carisma, y ser fiel a la vez a la apertura a la historia. 


El primero es la secularidad. Secularidad… voy a leer una cita de San Josemaría de 1932, correspondiente a la llamada de Dios que hemos recibido. <<El ejemplo que hemos de dar para redimir con Cristo, exige de nosotros, de vosotros y de mí una labor realizada de un modo laical y secular; para hacer un trabajo eclesiástico propio de eclesiásticos, ya están los sacerdotes y religiosos. Nuestra tarea no hemos de realizarla en las iglesias, sino en la entraña de la vida civil en medio de la calle>>; <<De ahí nuestro deber de hacernos presentes con el ejemplo, con la doctrina y con los brazos abiertos para todos en todas las actividades de los hombres. Veo con alegría a los seglares que ponen al servicio de la Iglesia para llevar junto a los sacerdotes una vida de trabajo en las distintas asociaciones piadosas de fieles. Pero el Señor a nosotros nos pide un apostolado capilar de irradiación apostólica en todos los ambientes>>. 


San Josemaría apela a nuestro carisma. Dice: “veo con alegría”. Es algo maravilloso para otras personas, pero para nosotros lo propio, lo que nos pide de un modo particular nuestro carisma, es un apostolado capilar de irradiación apostólica en todos ambientes. Por tanto, para un fiel de la Obra que esto lo perdiera y cayera en un cierto clericalismo, y entendiera la parroquia como el centro neurálgico de su vida apostólica perdería la sustancia de su carisma. O que se convirtiera en una longa manus del sacerdote. Sería empobrecer un rasgo esencial del espíritu de casa y agostar esa raíz del árbol que decíamos; dejaría de beber del carisma y su vocación se empobrece. 

¿Por qué puede ocurrir esto? hay tantas posibilidades que no voy a entrar. Pero en todo caso, una razón clara es la tentación de refugiarnos en zonas de confort; una tentación de la que tenemos que huir.  <<San Josemaría decía No, hijos míos, nosotros tenemos que seguir en medio de este mundo podrido, en medio de este mar de aguas turbias. >>


Ante una situación de crisis moral, es una tentación lógica para una persona de Casa que busque una zona de confort, ya sea en otra espiritualidad, ya sea en la propia; en los dos casos sería un error. No podemos convertir, reflexionemos, nuestras labores apostólicas en zonas de confort que nos separan del mundo porque estamos allí como protegidos. 

Lo nuestro es estar personalmente de modo capilar y formar a la gente de Casa, y que viene por nuestros centros, para poder vivir la aventura de santificarse en el mundo. En un mundo herido, un mundo a veces podrido, un mundo complicado, pero que es criatura divina y que precisamente nosotros tenemos que transfigurar con la gracia de Dios. 


Por tanto, esa tentación es una tentación en la que es comprensible caer, pero es una tentación y podemos caer nosotros también. Hay que ayudar a los de Casa a descubrir la belleza que tiene la misión de transformar el mundo desde dentro. Y ahí hay un punto también que pedimos del Espíritu Santo: tener fe en el carisma de la Obra, es decir, tener fe en que se puede ser santo en medio del mundo de verdad. No como diciendo: bueno, sí, pero no,… y vamos solo a un poquito, a tenerlo todo controlado, no vaya a ser que… 

Y si no es así, si no es con esta exigencia, apaga y vámonos. Lo que San Josemaría ha recibido es esto, que la formación que damos es preparar a las personas para poder vivir su aventura humana y divina en medio del mundo y allí con amigos de todo tipo de creencias y ser Cristo que pasa en medio de los caminos que ya son divinos porque se han abierto de la tierra.


Bueno, pues este punto toca la esencia: por tanto encerrarse, buscar lugares donde uno está como más a gusto de todos; todos pensamos igual, todos queremos lo mismo, todos. Eso nos haría daño en nuestra espiritualidad. No puede ser un método apostólico una vela al Santísimo, unas obras de caridad en no sé dónde porque ahí es donde uno respira un poco y toda su vida espiritual está ahí. Y muy poco el trabajo, la vida familiar, que queda en un segundo plano; sería un error. 

De alguna manera se hacen realidad las pruebas que Cristo resucitado dice: beberéis veneno y nos hará daño. Beberéis veneno. Estamos en un mundo, en un río, decía San Josemaría, que está lleno de veneno, que está contaminado y no nos hará daño. ¿por qué? Porque nuestro carisma está preparado para eso. Bien decía el Padre en una cita larga, pero me parece tan jugosa que la voy a leer. Dice: <<la misión apostólica de que estamos hablando no se limita a unas determinadas actividades; porque desde el amor a Jesucristo todo lo podemos transformar en servicio cristiano a los demás. Cada uno realiza enteramente la misión de la Obra con su propia vida, en su familia, en su lugar de trabajo, en la sociedad en la que vive, entre sus amigos y conocidos. >> 


Por eso se entiende la insistencia de san Josemaría para que en la Obra se dé siempre, y esto me parece muy importante, una importancia primaria y fundamental (primaria, primero y segundo, fundamental) a la espontaneidad apostólica de la persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la acción del Espíritu y no a las organizativas. 

Y de ahí viene también que el apostolado principal en la Obra sea el de amistad y confidencia realizado personalmente por cada una y cada uno. Esto es una bomba. Bien entendido. Esto es una bomba apostólica. ¿Por qué? Como lo primario y fundamental es la espontaneidad apostólica de la persona y cómo lo principal, lo propio de una persona de la Obra es el apostolado de amistad y confidencia, también cara a las reflexiones que estamos viendo hoy. 

¿Qué sentido tendría montar actividades o tener un colegio mayor lleno de gente si luego no tratamos las personas personalmente, si luego no hay confidencia, trasvase de vidas? 


Otro punto de reflexión: profundizar sobre lo que es la amistad. Entender a fondo lo que es que otra persona entre en mi vida y yo en la suya. O sea que mi historia está en su historia. Y Guardini decía que de alguna manera, la amistad es poder decir lo que sea de ti será de mí. Ante esta hondura, diría yo, nos damos cuenta de la belleza profunda que tiene el espíritu de Casa bien vivido. Y si el espíritu de Casa y la formación nos ha llevado a que un miembro de la Obra llega a los 40 años y no tiene amigos, no es que estemos tocando la hoja 14 del árbol, no, estamos tocando la raíz porque no se ha  visto lo principal, fundamental, primario y  la belleza que tiene. Es decir que la amistad es el cauce. Además, es el cauce propio que surge de la Encarnación. Dios se hace hombre y vive la vida de ser hombre con todo su despliegue en la historia, en el tiempo. Y eso es lo que vivimos nosotros con nuestros amigos.


La relación de familia, los años de 30 años de vida oculta de Cristo, es nuestro fundamento, una vida de belleza, porque está ahí, Cristo escondido en esa humanidad, en esas relaciones densas de amistad, de trabajo, de. Ahí está Dios escondido. En una amistad, en una confidencia, ahí está el Espíritu Santo. No hay que buscarlo en experiencias extraordinarias. A veces estamos buscando cosas extraordinarias porque no encontramos lo extraordinario en lo ordinario. Bueno, esto, por un lado. Y luego nuestro padre decía en conversaciones una frase que quiero traer a colación porque me parece fuerte. Dice: <<Las Obras corporativas son lo de menos. 

La obra principal del Opus Dei es el testimonio personal directo que dan sus socios en medio del trabajo ordinario. >> Sería absurdo decir que las Obras corporativas no son importantes. Pero no perdamos de vista cuál es nuestro carisma. Porque si no, es el árbol que se queda seco. Cuando en una institución el carisma está más claro en el papel que en la vida encarnada, la capacidad de provocación que tiene ese carisma se debilita. En el papel hay cosas muy hermosas, de una densidad antropológica, teológica que enamora. Pero si luego, en la encarnación de ese carisma en nosotros, en cada uno, no se da, pierde capacidad de provocar. ¿Porque? Porque no tiene belleza. Porque tiene un punto postizo. Porque la belleza siempre está en la verdad. 

Por eso hemos de ahondar en nuestro carisma, que es un carisma divino. Y San Josemaría nos animaba a que lo más importante es el trato personal de amistad y confidencia. Y en un mundo que es cambiante, el mundo que tenemos ahora, este mundo, tenemos que ser inyección intravenosa. Ser contemplativos en medio del mundo. Frases como el lecho conyugal es un altar o la mesa de trabajo es un altar, es decir, donde se une el cielo con la tierra, son de una profundidad en la que hemos de ahondar. Y el mundo está con sed. Porque es así. La mayoría de la gente del mundo puede encontrar a Dios en su trabajo, en la vida conyugal, en sus amistades. Hace falta también que unas personas lo encarnen y algunos con un corazón célibe. 


Otro punto por el cual a veces alguna persona de Casa pueda tener nostalgia de otras espiritualidades, o que esté un poco desencantado, tiene que ver también con esto: el paganismo, donde la fe es difícil vivirla. Es necesario un sentido de pertenencia. El sentido de pertenecer a una comunidad, es decir, no vivir la fe en solitario, porque no se puede vivir así la fe, siempre es un nosotros. El Padre nos anima con sus cartas sobre esto y lo dice con mucha frecuencia. Tenemos que vivificar y potenciar la fraternidad. Es decir, Dios cuenta con la fraternidad para que podamos vivir nuestro carisma, para que podamos estar en medio de un mundo podrido.

Dios cuenta en el Opus Dei con la fraternidad, que uno tenga ganas de volver a casa, que estamos unos en otros, que nos sostenemos unos en otros. Y esto es un punto que tenemos que ver cómo podemos potenciarlo porque precisamente el Padre hablaba de una particular comunión de los santos que tenemos nosotros, y si nuestra formación nos lleva de modo institucional a que haya gente de casa que no acaba de sentirse una familia, aquí tenemos un punto de reflexión importante. 


¿Qué formación estamos dando si no nos lleva a que de verdad nos queramos como una familia? Porque la vida interior es amar a Dios y amar a los demás. Fijaos: el plan de vida, la mortificación, los ayunos, todo lo que queráis está para poder amar como Dios ama. ¿Qué sentido tendría hacer tantas cosas si luego no somos capaces de querernos? Si luego una persona en su casa no se encuentra querido, protegido. Si incluso dice, bueno, es que no tengo ganas de volver a casa a cenar. Sería dramático. 


Dicho esto, vamos a tocar el tema de la santificación ¿Por qué digo santificar el trabajo? Porque hay un peligro, un peligro del que estoy describiendo rasgos esenciales para que la reflexión sobre el carisma nos ayude. Es un peligro actual en la época en la que vivimos. Es la de buscar experiencias milagrosas o no ordinarias para potenciar la vida interior. La fuerza que tiene un cierto tipo de espiritualidad buena, de Dios, hermosa, santa, pero que puede desconcertar o que puede confundir a una persona que tiene un carisma distinto, que es encontrar a Dios en lo corriente. 

Una primera idea es que el Espíritu Santo concede con libertad sus dones. Por tanto, el Espíritu Santo fecunda a la Iglesia con dones y carismas, pero siempre lo hace acorde a la voz de Dios en la naturaleza y en el Magisterio. Un carisma, nunca puede ir en contra del magisterio, no sería divino; y tampoco puede ir en contra de la naturaleza, porque la gracia nunca anula la naturaleza. Por tanto, los carismas del Espíritu Santo siempre están en consonancia con la verdad de la propia identidad. Es decir, lo que a nosotros el Espíritu Santo nos concede tiene que ir en consonancia con nuestra identidad. 


Nuestro Padre ponía el ejemplo: nosotros necesitamos doctrina, pero para la doctrina hemos de estudiar porque no somos carismáticos. Decía. No podemos pretender que Dios nos conceda a nosotros el don de la sabiduría. Si es extraordinaria en otras personas no lo sabemos, pero en nuestro espíritu, en nuestra identidad, el modo de adquirir doctrina es estudiando. ¿Entendéis lo que digo? Esto es importante.

Para una persona del Opus Dei sería profundamente desenfocado un deseo de búsqueda de fenómenos místicos extraordinarios y milagrosos. No porque sean malos en sí, sino porque no están en consonancia con la identidad de nuestro carisma. Leo una cita de san Josemaría al respecto: <<Hijos míos, lo nuestro es lo corriente, lo de cada día. La prosa. Puede ser ésta una de las tentaciones que se les presente a los hijos míos ahora y a la vuelta de los siglos. Una de las condiciones con las que el demonio quiere sujetarlos y hacerles estériles. Es tentación del demonio, dice nuestro padre. Como trató de torcer la misión de Jesucristo: “Haz una cosa extraordinaria”. Convierte estas piedras en pan. Pero el Señor nunca realiza milagros en provecho personal. La enseñanza es muy clara, hijos míos, ¿Qué esperabais encontrar al venir a la Obra? ¿Cosas extraordinarias? ¿Milagros de primera categoría? Nosotros no vivimos de milagros. Jesús los hizo. Los sigue realizando a través de nuestro trabajo apostólico y en la vida personal íntima de cada uno. Pero no esperéis otros en el Opus Dei. Experimentamos constantemente el prodigio de la vida ordinaria. Milagros que no chocan, que no viven en lo alto como la luz de las estrellas para llamar la atención que pasan inadvertidos. Dios se sirve de sucesos normales para atraer a las almas a su amor. Es verdad, en esta vida ordinaria, lo ordinario pasa inadvertido. 

Hay quienes no ven a Dios más que cuando se abre el cielo y escucha una voz de lo alto. No lo ven en y con la vida corriente. La vida habitual de un cristiano que tiene fe, cuando trabaja, o descansa. Cuando reza y cuando duerme, en todo momento. Es realmente sobrenatural una vida en la que Dios está siempre y no esperéis otra cosa, no esperéis otra cosa. >> Creo que las cosas que dice san Josemaría son claras y nos ayudan a ir a esa fuente del carisma primigenio que es el que Dios le dio a nuestro Padre. Encontrar a Dios en lo ordinario. Y quizá aquí tenemos también un punto de reflexión,… ¿estamos formando bien, estamos descuidando la belleza de lo que es ser contemplativo en medio del mundo? Nuestro Padre decía que esta vida contemplativa en medio del mundo, llega a la altura mística de los grandes santos de la historia. 


Y citaba en concreto a San Juan de la Cruz. ¿decimos que hay una vida contemplativa -la de los místicos que hacen milagros y que tienen revelaciones y vuelan en el aire-, y luego otra vida contemplativa como de segunda clase? No, no,… además ésta segunda es la contemplación de Cristo en su vida oculta. Sin formatos binarios. Cristo veía ese quid divino, ese algo divino, cuando ayudaba a la virgen a preparar un plato. Cuando veía un lirio. Cuando trabajaba con José, Cuando veía las estrellas. Cuando hablaba con Santiago, con Juan. O sea que es una vida contemplativa, verdaderamente contemplativa. O tendría que serlo, porque puede serlo. 


Y el cuarto punto que quería comentar es que el hombre contemporáneo se ha convertido en sujeto emotivo: aquel que cifra su mundo afectivo en la emoción. O sea, la emoción es el cauce por el cual él se hace a sí mismo, su identidad y su relación con los demás. La emoción es lo que construye su identidad y eso afecta a la moral porque es bueno o malo lo que me hace sentir bien o me hace sentir mal. No es una verdad objetiva, sino que yo me siento bien, (que tiene una parte, y es importante, una parte de verdad. 

Es decir, que la virtud nos tenía que llevar a estar a gusto en el camino de la virtud. Nos tenía que decir que tiene algo de verdad). Pero dejarlo en el mundo de la emoción es el peligro, porque la emoción es un estrato de la afectividad, del corazón humano, todavía superficial. Las sensaciones, las emociones, los sentimientos, los afectos. Entonces, la emoción, de alguna manera, es un primer paso de la afectividad humana en la que todavía no se crea vínculo con nada. Es algo que todavía es efímero. Es un movimiento, una emoción. Es un movimiento de la sensibilidad, pero que todavía no ha arraigado y, por tanto, está en una zona superficial. No es que sea mala, pero si no llega a transformarse en sentimiento, queda en una zona superficial. Cristo tuvo emociones, pero las transformaba en sentimientos, que son algo más que las emociones. Al final resulta un sujeto fragmentario. Esto afecta mucho a relación con Dios; en este mundo emotivo mucha gente busca a Dios emotivamente en sí misma, es decir, en ese estrato superficial de la afectividad humana, que no es malo, pero que si te quedas ahí es superficial y sin darse cuenta están consumiendo una espiritualidad, es decir, buscan en Dios algo que les haga sentir bien. 

Y claro, Dios no es un medio para encontrar la paz. Dios es un Tú al que yo sigo, que cambia totalmente la perspectiva. Conocéis gente que va probando todo tipo de experiencias espirituales... ¿Por qué? Porque en el fondo todavía no ha dado con esa lógica bíblica de darse cuenta de que en el fondo eso es un ídolo. Es decir, que lo hago a mi medida. Dios es como un objeto, un medio que me sirve para encontrarme bien, (que es algo bueno), que me sirve para sentirme en paz, para quitarme culpa. Son cosas buenas. Pero la conversión evangélica nos lleva a pasar de Dios como un medio para conseguir algo al Tú al que sigo donde me lleve. Esto cambia. Es un paso que es importante ayudar a las almas a dar, porque si no, vemos a Dios como un objeto que consumimos y esa es una de las trampas, porque al final estás constantemente buscando experiencias espirituales que te llenen. 


Es un camino equivocado. Y en ese sentido la vida cristiana tiene que ser un éxtasis, o sea, un salir de sí mismo que pasa por la cruz. Es decir, que Dios sea un Tú al que sigo muchas veces nos lleva a salir como Abraham. Salir de uno mismo en un viaje, un salir de uno mismo para encontrar la propia identidad. Y eso es doloroso en este mundo herido por el pecado. Entonces, tanto en el amor humano como en la fe, como en todos aspectos, siempre está esa purificación que es la cruz que nos permite poder amar, poder creer. Es decir, el que quiera avanzar en la fe tendrá que pasar por la fatiga de la fe, por la oscuridad de la fe.

Si uno quiere la certeza de la fe con milagros, nunca dará ese paso al amor. El que quiera purificar el eros tendrá que encontrar el ágape. Esa purificación de la que hablaba Benedicto XVI en la encíclica del eros, es la cruz, es la que nos abre la mirada a la presencia de Dios en nuestra conciencia, en los demás. Entonces, una espiritualidad emotiva, que no da el salto a los sentimientos, a los afectos y que esquiva la ascética, es estéril. Sería un profundo error intentar, para llegar a más gente, que el espíritu de Casa lo envolviéramos en azúcar. No vamos a dar un mensaje simplemente emotivo, porque pensemos que de esta manera la gente va a venir más. ¿qué hace Cristo cuando está en el discurso del pan?, pues da un discurso duro y le dicen “oye, pero ¿qué es esto que dices?” Y Jesús no sólo lo repite, sino que ahonda: <<Este es mi cuerpo>> y desde entonces muchos lo dejaron. 


Entonces aquí hay otro punto que tiene que ver con esto y que creo que nos puede dar luces, es decir, no tener miedo a la radicalidad de la belleza de la cruz. O sea, nuestro Padre llama la atención a un chico que se plantea entregarse a Dios. ¿Os acordáis? … decidles que viene a la cruz, pero no es la cruz de la tristeza, no es la cruz de la amargura, es la cruz que libera, es la belleza de la cruz. Tenemos que descubrir en nuestra carne, primero en nosotros, una cruz que abre los ojos a una vida contemplativa, una cruz que me permite amar, una cruz que no me deja en el ámbito emotivo, sino que me lleva a ascender a una actividad más profunda que es tener los sentimientos de Cristo, no las emociones de Cristo, los sentimientos de Cristo.

Un corazón como el de Cristo. El sentido de Cristo. Esto es de los filipenses. El abajamiento, la humildad de que no tuvo en cuenta su condición de forma divina y se hace hombre y crucificado. Los sentimientos de un corazón crucificado. Por tanto, no tener miedo a la radicalidad de la cruz. Y junto con esto la reflexión que quería hacer es que la radicalidad de la cruz armoniza, como decíamos antes, aparentes contradicciones con la belleza de la virtud y con ese gozo en la ley de Dios. Salía en la misa de hoy. La ley de Dios es límpida y me llena de alegría. Está escrita en mi corazón. La ley de Dios es ese árbol que bebe de la ley de Dios y es un árbol que siempre es fecundo. 

Bueno, pues ¿por qué digo esto? Porque nuestra formación, nuestros medios de formación, serían contrarios a nuestro espíritu si llevaran a una formación voluntarista, perfeccionista, cartesiana, de alguna manera de una renuncia malentendida, o sea, por voluntarismo. Vemos el peligro de la emotividad y nos damos cuenta de que es estéril. Pero, por otro lado, nos damos cuenta de que hemos de descubrir la belleza de la virtud y darnos cuenta de que la cruz es gozosa. Leo una cita de Santo Tomás de Aquino que nos puede dar muchas luces. Dice Mientras los hombres no encuentren placer en la virtud, no podrán perseverar. Es decir, la verdadera vida interior, la verdadera vida cristiana es la que nos lleva a gozar con la ley y nos lleva a disfrutar con la virtud, nos lleva a disfrutar con la pobreza. 

La cruz nos hace descubrir la belleza de la pobreza, de la castidad, de la mortificación. Descubrir la belleza de la mortificación. Esto es un reto. Pero esta es la vida cristiana y este es el espíritu de Casa que nuestro Padre nos enseñó con su vida y que nos ha enseñado en sus escritos. Habéis pensado lo absurdo que es que una persona que ha pasado por un centro de la Obra descubra en otro lugar que Dios le ama. El plato estrella nuestro: tenemos tres, pero uno, claro es que es la filiación divina, ¿no? Aquí hay un punto acerca de la gestión que tenemos que hacer. No es que no esté, está. ¿Cuál es el fundamento de la vida del Opus Dei? La filiación divina. Por lo tanto, nuestro Padre decía incluso que es el hilo que une las perlas del collar, o sea, las virtudes y todas las acciones buenas de la oración de los hijos de Dios, la pobreza de los hijos de Dios, el trabajo de los hijos de Dios, de estar transido e iluminado por la filiación divina, pero no puede quedar sólo en el papel, sino que tiene que ser vida. 


Entonces nuestro Padre transmitía esa luz de la filiación divina a todo lo que decía, y por tanto, nuestra relación con el Señor es una relación filial, es una relación en la que nos sentimos no juzgados, sino amados. Entonces, en este punto me parece que también tenemos que hacer una reflexión para ver cómo podemos ser más fieles al espíritu de Casa, que es un espíritu de filiación y que nos lleva a descubrir que somos amados profundamente. 

Hay dos certezas que dan libertad interior a una persona y que si fallan falla todo. La primera es que uno es amado desde siempre y para siempre. Y la segunda es que uno puede amar siempre. Esto es, la filiación divina. Dios me ama desde siempre y para siempre y por eso yo puedo amar siempre. Y ese es el nervio, el núcleo de nuestra vida interior. 


Y ya para terminar, una serie de ideas rápidas, para que luego sirvan para trabajar, con relación a la transmisión del carisma. Porque el carisma hemos visto que es hermoso, que es bello, que es divino, pero puede ser transmitido de un modo parcial o imperfecto. Entonces, (1) la radicalidad que hemos dicho del mensaje: no tener miedo a mostrar la belleza de la cruz, pero de la cruz que es un espíritu que no es un código. Hemos visto también que no es una idea: nadie da su vida por un esquema, por un concepto, entregamos la vida por una persona, por Cristo. Es decir, no podemos transmitir una idea, sino algo vivo que es la persona de Cristo.


 En ese sentido, llama la atención como los primeros cristianos, cambiaron el mundo porque estaban trasmitiendo algo vivo. Luego, cuando se vive el carisma con plenitud, la filiación divina, la vida contemplativa, el santificar el trabajo que es nuestro oficio se superan todos los obstáculos, el ambiente moral, la cultura atea, las ideas afectivas, los jóvenes, los lobbies de poder. Es decir, hemos de creer en la fuerza, la potencia, la belleza, el espíritu de Casa bien vivido. Porque es el Espíritu Santo el que va a transformar las cosas, ¿no? Y por eso nos metemos más adentro en un mundo podrido. 

Entonces, parte de este reto es que la formación llegue a la inteligencia, a la voluntad y a los afectos, inteligencia y afectos. 

Y para ello, una idea que es importante es que solo el mensaje que primeramente ha herido puede herir. Sólo si tú has sido herido por el mensaje, por el carisma de la Obra. Si a ti te ha herido la vida contemplativa, cuando tú esto te lo has hecho carne, tú eso lo puedes transmitir. Si no, acabamos hablando de oídas, de lugares comunes, y eso no tiene capacidad de provocación, no tiene belleza. Tenemos el peligro de decir frases grandiosas, como, por ejemplo: “llega un momento en que no sabemos distinguir la oración del trabajo”; o “convertir la prosa en poesía”. Eso es importante. 


Hay prosa, el problema del corazón es que quiere vivir en la poesía siempre sin la prosa. Saltarse la prosa. No se descubre que hay que transformar la prosa. Pero tenemos el peligro de decirlo en un modo abstracto, sin que sea encarnado. Tenemos que tener la vivencia, de alguna manera, aunque no perfecta. Tener la vivencia de transformar la prosa en poesía. 

Otra idea: que la formación, o es vida o no es nada. Es decir, o decimos algo que está transido de vida, o si no, aquello queda solo en el ámbito de la luz racional. ¿No? Y no toca, da luz, pero no calienta. Es como sol de invierno, da luz, pero no calienta. Y luego, por último, hay dos ámbitos fundamentales en la vida de todo hombre, que son la familia y el trabajo. Familia en el sentido de la familia de sangre, pero también la mujer o la novia o el celibato. 


El ámbito familiar y el trabajo son los dos ámbitos donde el hombre despliega su personalidad, su vida. Entonces, sin esos dos puntos no hay una dirección espiritual o una formación en las dos direcciones. En el fondo es una vida interior, una formación falsa. Que una persona que está casada y que, en su vida interior, en su oración, en su trato con Dios, el tema de su amor conyugal no aparezca en la formación, aquello no es real. Y lo mismo en el tema del trabajo. Yo creo que somos muy buenos en decir ideas sobre el trabajo, pero creo que tenemos que profundizar más en una teología encarnada del trabajo, no basta con decir “hay que santificar el trabajo, ofrécelo”. Hay una riqueza muy honda en la teología de santificar el trabajo de nuestro Padre, que es encontrar ese individuo que hay en ese fragmento de creación, que es tu trabajo profesional, que hay que ofrecerlo. Pero no sólo es eso, es muchas cosas más.