miércoles, 26 de diciembre de 2012

Tiempo de compromiso


“Tiempo de compromiso en el mundo para los cristianos”

Artículo de S. S. Benedicto XVI publicado el 20/12/2012 en el Financial Times

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, fue la respuesta que Jesús dio cuando se le preguntó lo que pensaba sobre el pago de impuestos. Los que lo interrogaban, obviamente, querían tenderle una trampa. Querían obligarlo a tomar posición ante el encendido debate político sobre el dominio romano en tierra de Israel. Sin embargo había en juego mucho más: si Jesús era realmente el Mesías esperado, entonces seguramente se habría opuesto a los dominadores romanos. Por lo tanto la pregunta, estaba calculada para desenmascararlo, o como una amenaza para el régimen, o como un impostor.

“La respuesta de Jesús conduce hábilmente la cuestión hasta un nivel superior, advirtiendo sobre el peligro de la politización de la religión y la deificación del poder temporal, pero también ante la incansable búsqueda de la riqueza. Quienes lo escuchaban tenían que comprender que el Mesías no era César, y que César no era Dios. El reino que Jesús venía a instaurar era de una dimensión absolutamente superior. Como respondió a Poncio Pilatos: “mi reino no es de este mundo”.

“Las narraciones de Navidad del Nuevo Testamento tienen el objeto de expresar un mensaje similar. Jesús nació durante un “censo del mundo entero”, querido por César Augusto, el emperador famoso por haber llevado la Pax Romana a todas las tierras sometidas al dominio romano. Sin embargo este niño, nacido en un oscuro y lejano rincón del imperio, estaba por ofrecer al mundo una paz mucho más grande, verdaderamente universal en sus objetivos y trascendente sobre cada límite de espacio y de tiempo.
Jesús se nos presenta como heredero del rey David, pero la liberación que él trajo a su propia gente no significaba ahuyentar los ejércitos enemigos sino vencer para siempre el pecado y la muerte.

El nacimiento de Cristo nos desafía a repensar nuestras prioridades, nuestros valores, nuestro mismo modo de vivir. Y mientras la Navidad es sin duda un tiempo de gran alegría, es también una ocasión de profunda reflexión, más aun, es un examen de consciencia. Al final de un año que ha significado privaciones económicas para muchos ¿qué cosa podemos aprender de la humildad, de la pobreza, de la sencillez de la escena del pesebre? La Navidad puede ser el tiempo en el que aprendemos a leer el Evangelio, a conocer a Jesús no solamente como el Niño del pesebre, sino como aquel en el cual reconocemos a Dios hecho Hombre. Es en el Evangelio donde los cristianos encuentran inspiración para toda su vida cotidiana y para su participación en los asuntos del mundo - sea que esto suceda en el Parlamento o en la Bolsa-. Los cristianos no deben escapar del mundo; por lo contrario, deben comprometerse en él. Pero su participación en la política y en la economía deben trascender cada forma de ideología.

Los cristianos combaten la pobreza porque reconocen la dignidad suprema de cada ser humano, creado a imagen de Dios y destinado a la vida eterna. Los cristianos trabajan por una repartición equitativa de los recursos de la tierra porque están convencidos de que, en su calidad de administradores de la creación de Dios, tenemos el deber de hacernos responsables de los más pobres y de los más vulnerables. Los cristianos se oponen a la avidez y a la explotación, convencidos de que la generosidad, y un amor que se olvida de sí mismo, enseñados y vividos por Jesús de Nazaret, son el camino que conduce a la plenitud de la vida. La fe cristiana en el destino trascendente de cada ser humano implica la urgencia de la tarea de promover la paz y la justicia para todos.

Debido a que tales fines son compartidos por muchos, es posible una gran y fructífera colaboración entre los cristianos y los demás. Sin embargo los cristianos, dan a César solamente aquello que es de César pero no aquello que pertenece a Dios. Algunas veces a lo largo de la historia los cristianos no han podido condescender a las solicitudes hechas por César. Desde el culto del emperador de la antigua Roma hasta los regímenes totalitarios del siglo apenas transcurrido, César ha tratado de ocupar el puesto de Dios. Cuando los cristianos rechazan de inclinarse ante los falsos dioses propuestos en nuestros tiempos no es porque tienen una visión anticuada del mundo. Por el contrario, eso sucede porque están libres de ataduras ideológicas y son animados por una visión tan noble del destino humano, que no pueden aceptar compromisos con nada que lo pueda insidiar.

En Italia, muchas escenas de nacimientos están adornadas con ruinas de los antiguos edificios romanos como fondo. Esto demuestra que el nacimiento del niño Jesús marca el fin del antiguo orden, el mundo pagano, en el que las reivindicaciones de César parecían imposibles de desafiar. Ahora hay un nuevo rey que no confía en la fuerza de las armas, sino en la potencia del amor. Él lleva la esperanza a todos aquellos que, como Él mismo, viven al margen de la sociedad. Lleva esperanza a cuantos son vulnerables en las fluctuantes fortunas de un mundo precario. Desde el pesebre, Cristo nos llama para vivir como ciudadanos de su reino celestial, un reino que cada persona de buena voluntad puede ayudar a construir aquí sobre la tierra. 

domingo, 23 de diciembre de 2012

Fiodor DOSTOIEVSKI

Texto de José Ramón Ayllón

¿Qué haremos si Dios no existe, si resulta que Rakitin tiene razón al pretender que es una idea inventada por la humanidad? En ese caso, el hombre sería el rey del mundo. Magnífico, ¿verdad? Pero yo me pregunto cómo podría obrar bien sin Dios, a quién amaría el hombre entonces, a quién cantaría himnos de alabanza.
Con novelas como Crimen y castigo, El idiota y Los hermanos Karamazov, Fiódor Dostoievski (1821-1881) ocupa un lugar de honor en la historia de la literatura universal. Toda la vida del escritor estuvo marcada y agitada por una enfermedad nerviosa (la epilepsia), el endeudamiento económico y una condena a muerte conmutada por varios años de prisión en Siberia.
Hoy, 22 de diciembre, nos llevaron a la plaza Semiónovskaya. Allí nos leyeron a todos la sentencia de muerte, nos permitieron besar la cruz, rompieron las espadas sobre nuestras cabezas y nos ataviaron con las camisas blancas para recibir la muerte. Después amarraron a los tres primeros al poste para llevar a cabo la ejecución. Yo era el sexto y nos llamaban de tres en tres. Por lo tanto, estaba en el segundo grupo y no me quedaba de vida más de un minuto. En eso se oyó el toque de retirada. Los que estaban amarrados al poste fueron devueltos a su lugar y nos comunicaron a todos que su Majestad Imperial nos concedía la vida.
Así relata Dostoievski a su hermano Mijaíl el cruel simulacro de ejecución al que fue sometido en 1849. Había sido acusado, junto a otros veintisiete jóvenes intelec- tuales que pertenecían al llamado Círculo de Petrashevski, de atentar contra la seguridad del Estado. La sentencia del tribunal militar le condenaba «por haber alimentado proyectos criminales y por haber divulgado la carta del literato Bielinski» a ocho años de trabajos forzados en Siberia.
En las reuniones organizadas en casa de Petrashevski se difundían las ideas de los socialistas utópicos y de los comunistas. La carta del gran crítico literario Bielinski decía que «las cuestiones nacionales de más viva actualidad en Rusia son, en este momento, la liquidación del régimen de servidumbre, la supresión de los castigos corporales, la aplicación, según las posibilidades, del cumplimiento estricto siquiera de las leyes ya existentes. Esto lo siente hasta el mismo Gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los terratenientes con sus campesinos y a cuántos de los primeros degüellan anualmente los últimos). »

La prisión en Siberia
Dostoievski fue desposeído de su título de noble, de su graduación militar (teniente de ingenieros) y de sus derechos civiles. Enviado al presidio militar de Omsk, cumplió su condena desde enero de 1850 hasta febrero de 1854. Después sirvió en Siberia como soldado raso hasta 1859. Con los derechos civiles recobrados, fue autorizado a regresar a San Petersburgo, ciudad en la que pudo proseguir su oficio de escritor. En 1860 publicó Memorias de la casa muerta, obra única e irrepetible en la medida en que también lo fue su experiencia del presidio, pero también por el complejo y fascinante equilibrio entre autobiografía, ensayo y ficción. Las condiciones materiales del penal siberiano eran durísimas:

Vivíamos apretujados todos en una barraca. Imagínate una construcción de madera, vieja y ruinosa, que se suponía debía haber sido derribada mucho tiempo atrás. En verano había una intolerable proximidad. En invierno, un frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La mugre en el suelo tenía casi tres centímetros de espesor, y te hacía resbalar y caer. Pulgas, piojos y cucarachas a montones. Las ventanas tenían también tres centímetros de hielo en los cristales. En el techo goteras, y por todas partes corrientes de aire. La estufa, con seis leños, no conseguía caldear el ambiente, sino llenarlo de un humo irrespirable. Y esto duraba todo el invierno. Dormíamos sobre tablas desnudas. Extendíamos sobre nuestros cuerpos el abrigo de piel de oveja, que dejaba los pies al descubierto. Toda la noche la pasábamos temblando.
En la prisión de Omsk, una docena de presos pertenecían a la nobleza. Los demás prisioneros eran campesinos, personas rudas e irritables, con un odio ilimitado hacia la nobleza:
A nosotros nos recibieron con hostilidad y se alegraban de nuestra desgracia. Si hubieran tenido oportunidad, nos habrían comido vivos (...). Eran ciento cincuenta enemigos que jamás se cansaban de acosarnos {...}. Y nosotros teníamos que padecer todo su hostigamiento y venganza contra la nobleza, que era la razón de su vida.
Fue intolerable la miseria de todo el primer año de prisión. El continuo aborrecimiento con que me trataron los prisioneros, por ser caballero, envenenó toda mi vida.
Pero un día, echado en las tablas sobre las que dormían, Dostoievski recordó un incidente de su niñez. Tenía nueve años, estaba en un bosque de su finca y creyó oír un grito avisando de que había un lobo en los alrededores. Salió corriendo del bosque hacia un campesino que estaba arando. Era Marey, un siervo de su padre. Llegó hasta él aterrorizado y temblando. Entonces Marey interrumpió su trabajo, sonrió al chico «como una madre», lo bendijo con el signo de la cruz y le aseguró que no había ningún lobo y que nadie había gritado. Después le dijo que se fuera a su casa y le aseguró que no lo perdería de vista:
Todo esto volvió a mi memoria de súbito, con sorprendente claridad y detalle (...). Aunque yo fuera su único hijo, él no me pudo haber mirado con más amor. ¿Quién le obligó a hacerlo? (...). Sólo Dios vio, tal vez, desde lo alto, aquel profundo y moral sentimiento humano, la ternura tan delicada y casi femenina que podía contener el corazón de un rudo campesino ruso, bestialmente ignorante, que no esperaba ni siquiera sospechaba que podía ser libre.
Como resultado de este consolador recuerdo, la actitud de Dostoievski hacia sus compañeros de prisión experimenta una transformación mágica:
Recuerdo que, al levantarme del entarimado y observar con atención a quienes me rodeaban, sentí de pronto que podía ver a estos desgraciados con ojos por completo diferentes. De repente, como por milagro, todo el odio y el rencor se desvanecieron en mi corazón. Y caminé entre ellos contemplando sus rostros. Ese campesino despreciable, con cabeza rapada y marcas de hierro candente en la cara, que se tambaleaba por la bebida y vociferaba su canción de borracho... ¿no podía ser Marey?
La mirada del escritor preso empieza a cambiar. Es cierto que Dostoievski descubrió la maldad humana en La casa muerta, «las acciones más terribles y anormales, y los crímenes más monstruosos, narrados con las risas más espon- táneas, más infantilmente alegres». Pero también es cierto que allí realizó el hallazgo
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contrario: que la mayoría de los campesinos encerrados eran mucho mejores de lo que él había creído en un principio:
Era un gozo descubrir el oro debajo de la dura y áspera superficie. Y no en uno, ni en dos, sino en varios. Es imposible no respetar a algunos de ellos, y algunos eran positivamente espléndidos. Enseñé a un joven circasiano, condenado por asaltar en los caminos, a leer y escribir en ruso. ¡Me colmó de gratitud! Otro reo lloró al despedirse de mí. Solía darle dinero..., poca cosa. En cambio, su agradecimiento fue infinito.
A Dostoievski le impresionó el cambio que provocaban en los reclusos las solemnidades cristianas. Respecto al día de Navidad, comenta que «el respeto por el augusto día es costumbre observada estrictamente por los presos. Muy pocos se embriagan y todos se comportan con seriedad. Los prisioneros percibían inconscientemente que por la observancia de la Navidad seguían en contacto con el resto del mundo, que no estaban por completo aislados del género humano.» Ese ambiente no era mera ilusión de los reclusos, pues iba acompañado de una solidaridad real:
Llegaba una inmensa cantidad de provisiones: roscas, pastelillos de requesón, pastas, bizcochos y otros sabrosos alimentos parecidos. Creo que no había en la ciudad una sola madre de familia que no enviara algo de lo que había horneado, a manera de saludo navideño.
Los habitantes de la ciudad también enviaban limosnas a lo largo del año. Algunas eran entregadas a los presidiarios cuando caminaban por las calles de Omsk en cuadrillas de trabajo, arrastrando sus grilletes y escoltados. La primera vez que Dostoievski experimentó esa caridad fue al poco tiempo de ingresar en el penal. Una niña de unos diez años se acercó a él y puso en su mano una moneda. «Toma este kopeck en nombre de Cristo», dijo la niña, y el novelista lo guardó como un tesoro durante muchos años. Dostoievski también atesoró estas experiencias, y en el futuro se opondría con firmeza a todos los que deseaban reemplazar los valores cristianos por una mera ética. Él había experimentado el cristianismo en circunstancias en las que la supervivencia de cualquier moral podía considerarse un milagro. Antes de ingresar en el penal, unas mujeres habían reconfortado al grupo de condenados:
Hicieron el signo de la cruz y nos entregaron el Nuevo Testamento, único libro permitido en prisión. Lo tuve bajo mi almohada durante los cuatro años de mis trabajos forzados.
Lo leía a veces, y se lo leía a otros. Usando el Nuevo Testamento, enseñé a leer a un presidiario.

La fe en Jesucristo
Esa familiaridad con las páginas evangélicas estará presente, a partir de entonces, en todas las grandes novelas del escritor ruso. Y no se trata de un conocimiento teórico, ni de la mera aceptación de unas ideas sublimes, sino de una adhesión profunda a la persona de Jesucristo:
Soy hijo de este siglo, hijo de la incredulidad y de las dudas, y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte. Pero mi sed de fe siempre me ha producido una terrible tortura. Alguna vez Dios me envía momentos de calma total, y en esos momentos he formulado mi credo personal: que nadie es más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y perfecto que Cristo. Pero además -y lo digo con un amor entusiasta- no puede haber nada mejor.

Más aún: si alguien me probase que Cristo no es la verdad, y si se probase que la verdad está fuera de Cristo, preferiría quedarme con Cristo antes que con la verdad.
Dice Stefan Zweig que, cuando Dios quiere forjar un novelista, le hace vivir todas las situaciones y sentimientos: las mieles del triunfo, el sufrimiento insoportable y las cloacas de la miseria humana. Así es como crea a Dostoievski. Desde la experiencia siberiana, el dolor físico, las privaciones de todo género, la humillación, el aguijón de las pasiones, el desequilibrio nervioso y otros serios conflictos van a hacer de Dostoievski un hombre torturado. Morirá con sesenta años, pero tras haber vivido siglos de tormento. Y, sin embargo, su espíritu, que es complejo hasta la contradicción, presiente la santidad de la mano que le azota: «Dios me ha atormentado toda la vida», diría por boca de uno de sus personajes.
Toda la gran sensibilidad y emotividad del novelista alimentan su fe, pero después de haber abordado las más difíciles objeciones intelectuales y de haber vivido en las más penosas circunstancias. Por eso, a propósito de ciertas críticas, Dostoievski recuerda los capítulos que en Los hermanos Karamazov hacen referencia al Gran Inquisidor y al sufrimiento de los niños, y escribe:
Los ignorantes se han burlado de mi oscurantismo y del carácter retrógrado de mi fe. Pero esos imbéciles ni siquiera conciben una negación de Dios tan fuerte como la que manifiesto en la novela. En toda Europa no se encuentra expresión tan poderosa de ateísmo. Por tanto, yo no creo en Cristo como un niño. A través del tornillo de la duda es como ha llegado mi hosanna.
Dostoievski conocerá las agonías de la duda, será pecador, pero en la prisión ha encontrado definitivamente a Cristo, el hecho capital sin el que su obra no podría explicarse. Muchas veces se ha señalado que lo que tortura a sus personajes no es la enfermedad, la pobreza o el desamor: es simplemente Dios. Como si su autor les librase de las pequeñas ocupaciones cotidianas para situarles el día entero frente al misterio. Y así es. El abismo del corazón humano le atrae de forma irresistible, y en él encuentra su verdadero mundo. Sus personajes son de carne, pero la carne es en ellos juguete absoluto del espíritu. Casi siempre tímidos y temerosos, humillados, desasosegados, confusos. Cada uno es una llama de inquietud, un atormentado que busca a trompicones la verdad: ¿quién soy?, ¿qué hago en este mundo?, ¿qué puedo esperar de Dios? Son criaturas que se recortan sobre el cielo de la religión, obsesionados por los problemas eternos.

El silencio de Dios
El silencio de Dios es el problema de todas las obras de Dostoievski, porque es «el más apremiante de la vida». Un problema que se pega al alma de sus personajes como la sombra al cuerpo. No hay discusión entre ellos que no acabe en Dios. Aquel grito de Kirilov -«Toda la vida me ha atormentado Dios»- es al propio Dostoievski a quien se le escapa desde lo más profundo de su ser.
«Necesito a Dios, porque es el único Ser a quien siempre se puede amar. » Necesitar a Dios y no verle claramente: he ahí el misterio y el suplicio. En el alma de Dostoievski luchan a muerte la fe y la incredulidad, y las diversas posibilidades de ambos polos están encarnadas por sus criaturas. El corazón del escritor estará con ambos bandos -con Alioscha y con Iván-, dramáticamente dividido. Los dos
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hermanos Karamazov, respondiendo a las preguntas de su padre, sintetizan perfectamente la zozobra interior del novelista. Así conversa Fiódor Karamazov con sus hijos:
-Dime, Iván, ¿hay Dios, o no? Respóndeme en serio. -No, no hay Dios.
-Alioscha, ¿existe Dios? -Sí, existe.
-Iván, ¿hay alguna inmortalidad, por pequeña y modesta que sea? -No, no la hay.
-¿Ninguna?

-Ninguna.
-Alioscha, ¿hay inmortalidad? -Sí.

-¿Dios y la inmortalidad juntos?
-Sí, porque Dios es el fundamento de la inmortalidad.

-Supongo que es Iván quien tiene razón. ¡Señor, cuánta fe y energías ha costado al hombre esta quimera, desde hace miles de años! ¿Quién se burla así de la humanidad? Iván, por última vez y de forma categórica: ¿Hay Dios, o no?
-Definitivamente, no.
-¿Quién se burla entonces del mundo? -Seguramente el diablo -bromeó Iván.

El dios que guarda silencio también habla. Para algunos personajes de Dostoievski, habla por la boca y por el ejemplo de personas santas, habla en la belleza de la naturaleza y habla sobre todo en las páginas bíblicas. Alioscha, el más joven de los hermanos Karamazov, tiene en la novela diecinueve años y es descrito como un joven alto y bien parecido, sencillo y realista, con un realismo que le lleva a tomarse muy en serio las palabras de Jesucristo.
Tan pronto como Alioscha se convenció, tras serias reflexiones, de que Dios y la inmortalidad existían, se dijo sencillamente: «Quiero vivir para la inmortalidad, no admito compromisos.» Por supuesto, si hubiese admitido que no había Dios ni inmortalidad, se hubiese hecho ateo y socialista inmediatamente. A Alioscha le parecía raro e imposible vivir como hasta entonces. Jesucristo había dicho: «Si quieres ser perfecto da todo lo que tienes y sígueme.» Alioscha se dijo:
«No puedo dar en lugar de todo dos rublos, y en lugar de sígueme ir solamente a misa. »
Otro de los personajes inolvidables de Dostoievski, el anciano monje Zósima, cuenta antes de morir la impresión que le produjo la Biblia cuando tenía ocho años de edad, al escuchar su lectura en la iglesia:
En el país de Hus había un hombre justo y piadoso que poseía riquezas, muchos camellos, ovejas y asnos. Pero Dios entregó al poder del diablo al hombre al que amaba tanto, y el diablo hizo morir a sus hijos y su ganado. Job desgarró sus vestidos y se dirigió a Dios con estas palabras: «He salido desnudo del vientre de mi madre, y desnudo volveré a la tierra. Dios me lo dio todo y Dios me lo ha quitado. ¡Que su nombre sea bendito ahora y siempre!» Perdonen, Padres, mis lágrimas, pues es toda mi infancia la que surge ante mí, me parece que tengo ocho años y estoy como entonces, extrañado, turbado, encantado (...). ¡Qué fuerza milagrosa la de la Sagrada Escritura dada al hombre! Es como la representación del mundo, del hombre y de su carácter. ¡Cuántos misterios resueltos y desenmascarados!
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El mismo Zósima, al relatar que en su juventud recorrió Rusia con otro monje, pidiendo limosna para su monasterio, recuerda cómo a sus ojos se manifestaba Dios en la naturaleza:
Una noche cenamos con unos pescadores a la orilla de un gran río navegable. Se sentó junto a nosotros un joven campesino de buen aspecto, que representaba unos dieciocho años de edad. Tenía prisa por llegar a su destino para remolcar una barca mercante. Su mirada era dulce y limpia. Era una noche clara, tranquila y calurosa, una noche de julio. Del río subía un vaho que nos refrescaba. De vez en cuando saltaba algún pez. Los pájaros se habían callado, sólo se respiraba paz y todo invitaba a la oración. Aquel joven y yo éramos los únicos que no dormíamos, hablando de la belleza del mundo y su misterio. Cada hierba, cada escarabajo, una hormiga, una abeja dorada, todos interpretaban su papel de manera admirable, por instinto, y atestiguaban el misterio divino, pues lo cumplían continuamente.
Zósima y el joven hablan de la huella de Dios en sus criaturas. La escena concluye así:
« ¡Qué buenas y maravillosas son todas las obras de Dios! », exclamó el joven. Y se sumergió en un dulce ensueño. Vi que había comprendido. Se durmió a mi lado con un sueño ligero e inocente. ¡Que el Señor bendiga a la juventud! Antes de dormirme recé por él. ¡Señor, envía la paz y la luz a los tuyos!
El superhombre contra Dios
En el desarrollo del ateísmo moderno, el superhombre concebido por Nietzsche, responsable de la muerte de Dios y personificación de la autonomía moral absoluta, constituye una pieza fundamental, una referencia obligada. Cuando nace Nietzsche, el superhombre estaba en el ambiente. En 1865 había aparecido en la escena literaria rusa Rodian Raskolnikov, protagonista de Crimen y castigo, decidido a demostrar a hachazos su superhombría. Dostoievski nos lo presenta como un joven estudiante de Derecho obsesionado por demostrarse a sí mismo que pertenece a una clase de hombres superiores, dueños absolutos de su conducta, por encima de toda obligación moral. Raskolnikov elige una definitiva prueba de superioridad: cometer fríamente un asesinato y conceder a esa acción la misma relevancia que se otorga a un estornudo o a un paseo. Dicho y hecho: una vieja usurera y su hermana caen bajo el hacha del homicida. Él mismo dirá que «no era un ser humano lo que destruía, sino un principio». Y asegura no tener remordimiento alguno por tal acción:
¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parasito vil y nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad sitiada que matar a hachazos. Ahora comprendo menos que nunca que pueda llamarse crimen mi acción. Tengo la conciencia tranquila.
Lo cierto es que la vida de Raskolnikov se va tornando desequilibrada, sufre episodios de enajenación mental y acaba en la cárcel. Y, mientras cumple condena en Siberia, tendrá una pesadilla imborrable: sueña que el mundo es azotado por una peste rarísima. Unos microbios transmiten la extraña locura de hacer creer al contagiado que se halla en posesión absoluta de la verdad. Con ello surgen discu- siones interminables, pues nadie considera que debe ceder y se hacen imposibles las relaciones familiares y sociales: el mundo se convierte en un insoportable manicomio. En dicho sueño, los hombres afectados aparecen como auténticos locos,
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pues sus juicios son absolutamente subjetivos e inamovibles y no responden a la realidad de las cosas. Así descubre Raskolnikov que su obsesión por justificar el crimen es parecida a la conducta de los locos soñados. Y así nos dice Dostoievski, con una finura insuperable, que más allá de la moral y de la conciencia sólo se encuentra el abismo de la locura.
Ésta es la pregunta decisiva que Dostoievski formula de forma implícita al lector de Crimen y castigo: ¿Qué hacemos con un superhombre mentalmente desequilibrado? ¿Merece la pena pagar por el superhombre el precio de un psicópata? Pero la novela no termina así. Hay un remedio para la ceguera patológica del protagonista. Cuando aún le quedaban siete años de condena, se enamora de Sonia, una chica muy joven, con un pasado turbio y un corazón de oro. Antes de ir a la cárcel, Sonia le había echado en cara inútilmente su crimen:
-Has derramado sangre.
-¿No lo hace así todo el mundo? -respondió él con furia¿No se ha vertido siempre la sangre a torrentes desde que hay hombres sobre la tierra? Y esos hombres que han empapado la tierra con la sangre de sus semejantes han ocupado el Capitolio y han sido aclamados por la humanidad.
Raskolnikov, preso en Siberia, puede ver a Sonia. El día que siente por primera vez su amor por ella empieza a pensar que ella tiene razón. No mediaron argumentos, no hubo más discusión, no hizo falta la lógica. Simplemente, notó que todo le parecía «inexistente, como si se hubiera desvanecido su mismo crimen y su condena en la cárcel. Sentía la vida real, y esta vida había expulsado los razonamientos». En estas palabras, Dostoievski desvela sutilmente una de las claves de la psicología humana: algo tan natural como el amor corrige a la razón y desbarata las razonadas sinrazones del superhombre. Rodian Raskolnikov sabía que a toda palabra se puede oponer otra, pero no encontró palabras que pudieran medirse con Sonia.
La verdad de Sonia es su propia vida. Era casi una chiquilla y había tenido que venderse para sostener a su familia miserable, pero parece que su estatura moral se agiganta en medio de esas circunstancias. Su victoria no es intelectual, no se apoya en razonamientos, sino en la belleza de una conducta heroica y un corazón -a pesar de todo- limpio. «Era evidente que toda aquella vergüenza sólo le rozaba. Ni una sola gota de la verdadera corrupción había manchado su corazón, y allí estaba ante él, completamente pura.» Sonia es profundamente cristiana y, cuando Raskolnikov le pregunta, con ironía, antes de ir a Siberia, por qué reza y qué hace Dios por ella, Sonia le mira con dureza, le ordena callar y, bajando los ojos, le responde con palabras inmensas: « ¿Qué sería de mí sin Dios? Lo hace todo por mí. » Tenía Sonia un Nuevo Testamento y quiso Raskolnikov que le leyera el pasaje de Lázaro en el que Cristo demostró su poder sobre la muerte. El lector de Crimen y castigo asiste entonces a una escena inolvidable que Dostoievski remata con estas palabras:
La lucecilla que desde hacía rato se apagaba en el candil alumbraba vagamente, en aquella mísera habitación, a un asesino y a una prostituta extrañamente reunidos para leer el libro eterno.
Decía Platón que, si el semblante de la virtud pudiera verse, enamoraría a todos. Eso fue lo que vio Raskolnikov en Sonia, una grandeza de corazón que le permitía compartir los destinos de los demás y olvidarse por completo de sí misma.
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En la última página de Crimen y castigo, vemos a Raskolnikov acostado por la noche, envuelto en su manta y pensando en Sonia:
Debajo de la almohada tenía el Nuevo Testamento. Cogió el libro mecánicamente. Era de Sonia, el mismo en que ella había leído la resurrección de Lázaro. Al principio de su vida de presidiario temió que la muchacha le molestara continuamente hablándole de religión, pero observó con gran extrañeza que no era así. Nunca le mencionó las Escrituras. Él mismo le había pedido el libro cuando estaba enfermo, y ella lo dejó a su lado silenciosamente. No lo había abierto. Tampoco lo abrió entonces, pero un pensamiento se agitaba en su alma: « ¿Es posible que su fe no sea también la mía? ¿Puedo tener otras creencias que las suyas?»

La respuesta al dolor
El sufrimiento humano -todo el dolor físico, psicológico y moral- se ceba en los personajes de Dostoievski. Y esa suprema objeción contra Dios parece que sólo admite una respuesta religiosa: la que ofrece maravillosamente el starets Zósima en Los hermanos Karamazov. Un starets es en Rusia un monje célebre por su santidad y sabiduría, al que acude la gente en busca de confesión, consuelo y consejo. Zósima es un religioso especialmente querido por el pueblo, al que visitan gentes afligidas que vienen de muy lejos. Como esa mujer que llora de rodillas con mirada extraviada...
-¿Por qué lloras?
-Lloro por mi hijito, padre. Sólo le faltaban tres meses para cumplir tres años. Por mi hijito lloro. Nikituchka y yo hemos tenido cuatro, pero los niños no viven mucho tiempo entre nosotros. He enterrado a los tres primeros y no he tenido tanta pena, pero a este último no puedo olvidarlo. Parece como si lo tuviera siempre delante de mí, no se marcha. Tengo el alma deshecha. Miro su ropa, su camisita, sus botines y no hago más que llorar.
Ningún recurso del entendimiento, de la imaginación o de la voluntad parece capaz de mitigar este dolor. Por eso es admirable la respuesta del monje. Primero intenta consolar a la madre explicándole que el niño está gozando de la bienaventuranza de Dios. Pero la mujer ya estaba convencida de ello, y lo que dice el anciano no le aporta ningún consuelo. Entonces comprende el starets que se halla ante un dolor sin remedio, y con serenidad le dice:
-También lloró así Raquel a sus hijos y no pudo consolarse de su falta, y ese mismo destino os está reservado a muchas madres. No te consueles y llora, pero cada vez que llores recuerda que tu hijito es un ángel de Dios que te mira desde allá arriba, ve tus lágrimas, se alegra y se las muestra al Señor. Durante mucho tiempo llorarás aún, pero luego tu llanto se volverá dulce y alegre, y tus lágrimas amargas serán lágrimas de purificación que borrarán pecados.
Los hechos no han cambiado, pero sí su significación: ahora el peso agobiante del dolor se aligera porque conduce a Dios y es fuente de una serena resignación. Después descubre el starets los ojos anhelantes de una campesina joven y enferma.
-¿A qué has venido, hija mía?
-Alivia mi alma, padre -dijo ella dulcemente, y se arrodilló con una profunda reverencia hasta tocar el suelo-. Padre, he pecado y me da miedo mi pecado.
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El monje se sentó en el último escalón del atrio y la mujer se acercó hasta él.
-Hace tres años que soy viuda -empezó diciendo a media voz-. Era imposible vivir con mi marido. Era viejo y me pegaba mucho. Cayó en cama enfermo y yo pensaba, mirándolo: « ¿Qué ocurrirá si se restablece y se levanta de nuevo?» Y aquella idea no se apartaba de mí...
La mujer acercó sus labios al oído del monje y continuó con una voz que apenas se oía. Muy pronto terminó:
-¿Hace tres años? -preguntó el starets.
-Tres años. Antes no pensaba en ello, pero ahora se ha presentado la enfermedad y estoy angustiada.
Aquí nos encontramos con el dolor producido por una culpabilidad objetiva. Es sólo un pensamiento, pero en él se encierra el mayor de los suplicios: la terrible convicción de una condena eterna. El starets vuelve a comprender todo con admirable profundidad y ofrece la única solución posible, el arrepentimiento ante Dios:
-¿Vienes de lejos?
-He recorrido quinientas verstas. -¿Te has confesado?
-Sí, me he confesado dos veces. -¿Has sido admitida a la comunión? -

Me han admitido. Pero tengo miedo. Tengo miedo a morir. -No temas nada y no tengas nunca miedo, no te preocupes.
Mientras haya arrepentimiento, Dios lo perdona todo. No hay pecado en la tierra que Dios no perdone al que se arrepiente sinceramente. El hombre no puede cometer un pecado tan grande que agote el amor infinito de Dios. Piensa sin cesar en el arrepentimiento y borra todo temor. Piensa que Dios te ama como no puedes imaginar, que te ama con tu pecado y a pesar de tu pecado. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por diez justos: hace mucho que se ha escrito esto (...). El amor lo redime todo y todo lo salva. Si yo, que soy un pecador como tú, me he enternecido y he sentido piedad por ti, con más razón la sentirá el Señor. Vete y no temas.
En Dostoievski es firme la convicción de que la aceptación religiosa del dolor abre la puerta al perdón divino. Dios ama y perdona al que acepta el sufrimiento de su vida. De esto dan testimonio las palabras de Sonia a Raskolnikov:
-Acepta el dolor. Eso tienes que hacer y así te salvarás... Luego ven a mí, que yo cargaré también con tu cruz y entonces rezaremos y marcharemos juntos.

El Dios de la alegría
Y cuando haya acabado de juzgar a los demás nos tocará a nosotros. «Entrad también vosotros, borrachos», dirá. «Entrad los de carácter débil, los disolutos. » Y nosotros nos acercaremos a Él sin temblar. «Sois unos brutos; lleváis impresa en la frente la marca de la Bestia, pero venid a Mí.» Entonces los sabios y prudentes preguntarán: «Señor, ¿por qué acogéis a éstos?» Y Él responderá: «Los admito porque ninguno se creía digno de ese honor.» Entonces abrirá sus brazos para acogernos y nosotros nos arrojaremos en ellos y lloraremos. Y en aquel momento lo comprenderemos todo.
Un Dios que perdona a sus hijos es un Dios que regala alegría. Dostoievski y sus personajes están convencidos de ello. Y se emocionan al considerarlo. Y lo
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agradecen profundamente. Entre los múltiples pasajes donde resplandece esta alegría he seleccionado cuatro. En el primero hemos escuchado al padre de Sonia, Marmeladov, un pobre borracho sobre el que se ceban los infortunios. El segundo testimonio pertenece a Dimitri Karamazov. Es un hombre culto, que aprecia las grandes conquistas del conocimiento positivista, sin confundir el universo científico con el universo real: « ¡Qué grande es la ciencia que lo explica todo! Sin embargo, echo de menos a Dios. » Dimitri, encarcelado y a la espera de ser juzgado y condenado a trabajar veinte años en las minas, abre su corazón a su hermano Alioscha con unas palabras en las que se esculpe al hombre como un ser esen- cialmente religioso:
Hace tiempo que quería decirte muchas cosas, pero siempre callaba lo esencial porque me parecía que no había llegado el momento. He esperado hasta última hora para ser sincero. Hermano, desde mi detención he sentido nacer en mí un nuevo ser (...) No he matado a mi padre, pero acepto la expiación. Aquí, entre estos vergonzosos muros, he tenido conciencia de todo eso. Bajo la tierra hay centenares de hombres con el martillo en la mano. Sí, estaremos encadenados, privados de libertad, pero en nuestro dolor resucitaremos a la alegría sin la cual el hombre no puede vivir, ni Dios existir, pues es Él quien la otorga: es su gran privilegio. ¡Señor, que el hombre se consuma en la oración! ¿Cómo viviré bajo la tierra sin Dios? Si se expulsa a Dios de la tierra, ¡nosotros lo encontraremos debajo de ella! Un condenado puede pasar sin Dios menos que un hombre libre. ¡Y entonces nosotros, los hombres subterráneos, cantaremos desde las entrañas de la tierra un himno trágico al Dios de la alegría! ¡Viva Dios y viva su alegría divina! ¡Yo le amo!
En Zósima, el viejo y enfermo monje amado por el pueblo, apreciaremos a continuación una alegría exultante, sin las aristas dramáticas de la mayor parte de los protagonistas de Dostoievski:
Yo bendigo todos los días la salida del sol, mi corazón le canta un himno como antes, pero prefiero su puesta de rayos oblicuos, evocadora de dulces y tiernos recuerdos, de queridas imágenes de vida, larga vida bendita, coronada por la verdad divina que calma, reconcilia y absuelve. Sé que estoy al término de mi existencia y siento que todos los días de mi vida se unen a la vida eterna, desconocida pero cercana, cuyo presentimiento hace vibrar mi alma de entusiasmo, ilumina mi pensamiento, me enternece el corazón.
Si el perdón divino es fuente de alegría, no lo es menos la promesa de una inmortalidad feliz. Así lo siente Zósima, y con esa promesa se cierra la agitada historia de los Karamazov. En la última página de la novela, después del entierro de un adolescente, varios de sus compañeros se despiden de Alioscha y el lector asiste a este diálogo encantador:
-¡Karamazov! -exclamó Kolia-. ¿Es verdad lo que dice la religión de que resucitaremos de entre los muertos y volveremos a vernos todos, incluso Iliuscha?
-Es verdad: resucitaremos, volveremos a vernos y nos contaremos alegremente todo lo que ha ocurrido -respondió Alioscha sonriendo.
-¡Qué hermoso será eso! -exclamó Kolia. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sobre la "salud sexual"


Los distintos modos de entender la salud sexual
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Los programas de salud sexual introducidos en la escuela no respetan a menudo la diversidad de concepciones éticas sobre el sentido de la sexualidad.

Según sea esta, también serán distintos los puntos de partida, los medios y los objetivos de estos programas. Por ello, es necesario conocer la evidencia científica subyacente a cada planteamiento así como sus postulados éticos. Es lo que proponen los autores de este artículo, publicado en Cuadernos de Bioética (1), del que ofrecemos un resumen.
Un programa formativo en materia sexual debería tener siempre en cuenta el respeto a la pluralidad de los receptores del mensaje
Aunque sería deseable que la educación sexual pudiera ser ofertada en el ámbito educativo desde una estricta neutralidad, lo cierto es que no hay un consenso social. Existen dos cosmovisiones opuestas de cómo debe vivirse la sexualidad.

Propuestas divergentes
Por un lado, el ejercicio de la sexualidad puede verse unido por parte de muchas personas al de la “educación para los compromisos estables”. Esta vivencia implica la transmisión de valores muy concretos: autodominio, fidelidad, comprensión, lealtad, apertura a la transmisión de la vida volcando la propia afectividad en los hijos y asumiendo nuevos compromisos y renuncias personales, etc., lo que supone referencias continuas al mundo de los valores. Este tipo de educación, al ir unida a la edificación del carácter, es más propia para ser transmitida en la relación personal de confianza entre padres e hijos.
Otra visión de la sexualidad es la que se entiende como “educación para la independencia sexual”, teniendo como objeto principal los aspectos de placer en el ejercicio del sexo, minimizar los riesgos de embarazo o de infecciones de transmisión sexual (ITS), enfatizar el conocimiento de las medidas de anticoncepción y la búsqueda de experiencias gratificantes, bien a través del propio cuerpo o a través de relaciones interpersonales que no tienen porqué ser necesariamente monógamas, centrándose en sus aspectos lúdicos y sin referencia a compromisos implícitos ni explícitos. (...)
El Estado no puede legítimamente incorporar una u otra de estas opiniones a sus competencias educativas, ya que pertenecen al ámbito de libre discusión de ideas de los ciudadanos. Esto fundamentaría, por tanto, la necesidad de salvaguardar la neutralidad ideológica del Estado ante ambas cosmovisiones.
Los mensajes dirigidos a preservar o mejorar la salud, si no son veraces, pueden ser calificados como "publicidad engañosa"

Una visión unilateral
Sin embargo, no son pocas las noticias que se difunden en los medios sobre programas educativos dirigidos a adolescentes o incluso a menores en los que el punto de partida es la banalización de la sexualidad. Los medios utilizados en esos
programas educativos consisten comúnmente en la distribución masiva de preservativos y en una instrucción dirigida a ambos sexos sobre cómo utilizarlo
correctamente. Los programas más elaborados incluyen información sobre anticoncepción para las jóvenes (...). No se suele hablar de la posibilidad de fallo de los diversos métodos anticonceptivos, ni de que el preservativo no protege absolutamente de la transmisión de ITS, presentando ambas medidas con una eficacia que los menores entienden que es del cien por cien, al referirse a ellas con la terminología de “sexo seguro”. (...)
Respecto a los resultados que finalmente se quieren conseguir, la mayor parte de los programas suelen centrarse exclusivamente en la disminución de embarazos adolescentes y de ITS con mención especial a la epidemia del sida. Con esto se restringe el mensaje a la consideración del acto sexual como mero acto lúdico que conlleva unos riesgos que hay que intentar evitar. (...) La propuesta de amor duradero y de compromisos, la reflexión sobre lo que significa el enamoramiento, quedan ausentes de estas propuestas pedagógicas sesgadas, ya que se etiquetan como “mensaje moralista”. (...)

El respeto a la pluralidad
Debido a esto, un programa formativo en materia sexual debería tener siempre en cuenta el respeto a la pluralidad de los receptores del mensaje. Esa pluralidad va más
allá de las diferentes sensibilidades y convicciones morales individuales. Incluye también las diferentes situaciones vivenciales de cada cual.
Algunos progenitores agradecerán la ayuda prestada con un programa formativo y otros preferirían tratar estos temas ellos mismos con sus hijos ya que se sienten capacitados para ello y motivados para hacerlo. Por eso, la primera premisa de un programa de educación afectivo-sexual debería ser la voluntariedad.
El segundo aspecto para favorecer una libre decisión por parte de padres y educadores tendría que ser la explicitación de contenidos antes de desarrollar el tema, que no puede presentarse como una caja de sorpresas.
Como tercer aspecto, se debería valorar la edad de la población diana a la que va dirigida la estrategia formativa.
En la pre-pubertad (10-13 años), la formación inicial sobre sexualidad se encuentra en las clases que se imparten en áreas específicas de asignaturas comunes donde se habla de la reproducción humana, debiéndose intentar implicar a los padres desde el principio en esa tarea. (...)
En la pubertad (14-15 años), la orientación formativa puede encaminarse
preferentemente hacia la educación del carácter en las relaciones interpersonales (superación de dificultades, autoestima, apoyo mutuo, voluntad, comprensión, paciencia, constancia), la diversificación de opciones de diversión saludables (calidad del tiempo libre, motivación, aficiones), la necesidad de límites y de autocontrol frente a propuestas de riesgo (alcohol, tabaco, sexo, drogas... ), potenciar la propia personalidad dentro del grupo (responsabilidad, decisiones personales, necesidad de reflexión) y la educación de los impulsos. Todo ello expuesto con una actitud de apertura a preguntas que, generalmente, se suscitarán por los cambios fisiológicos que se presentan en esa edad.
En cambio, en la adolescencia tardía (16-18 años), las inquietudes más frecuentes pueden derivar hacia el significado del enamoramiento, los conflictos afectivos que suscita la relación de pareja, las consecuencias de las relaciones sexuales y el sistema
de valores que entra en juego en una relación interpersonal responsable. (...)
Estrategias preventivas en sexualidad
Desde un punto de vista ético o moral, la medicina preventiva es fundamentalmente diferente de la medicina curativa, la cual se dirige a pacientes que buscan por propia iniciativa, o necesitan de algún modo, atención médica. Estos dos enfoques de la práctica asistencial implican diferentes modos de actuación y también tienen diferentes
efectos sobre los individuos cuyas vidas intentan modificar. (...)
Por ello, básicamente, un análisis sobre la ética subyacente a una estrategia de medicina preventiva en materia sexual debería incluir valoraciones concretas sobre 1) veracidad de la información transmitida, 2) nivel de evidencia que sustenta las actuaciones preventivas propuestas, 3) eficiencia esperable y 4) no maleficencia de la intervención.
1) Veracidad de la información
Los mensajes dirigidos a preservar o mejorar la salud, si no son veraces, pueden ser calificados como “publicidad engañosa”. En España, es muy importante reseñar que en ninguna de las campañas llevadas a cabo hasta la fecha se han seguido las recomendaciones terminológicas de ONUSIDA 2007, respecto a utilizar el término de
“sexo más seguro”, y evitar el término de “sexo seguro”. Esta distinción es básica para que los receptores del mensaje entiendan que el uso de preservativos solo reduce el riesgo de adquisición de infecciones de transmisión sexual, pero no las evita al cien por cien. (...)
La Colaboración Cochrane, organismo referente de medicina basada en la evidencia, cifra en un 80% la reducción de riesgo relativo que proporciona el preservativo respecto a la posibilidad de contagio del VIH, agente causal de la epidemia del sida.
2) Nivel de evidencia
Las estrategias de salud sexual en el ámbito educativo suelen ser presentadas a la opinión pública como actuaciones ineludibles para lograr los conocimientos que ayuden a los adolescentes a disminuir la posibilidad de adquirir ITS y embarazos no deseados, consiguiéndose así también reducir el número de abortos quirúrgicos. Por contraste, acudiendo a las recomendaciones del Institute for Clinical Systems Improvements (ICSI), una guía de práctica clínica que es producto de más de 55 organizaciones sanitarias de Estados Unidos de carácter independiente y objetivo, encontramos que se adjudica el nivel III (evidencia incompleta) para las intervenciones de asesoramiento sobre la prevención de embarazo y enfermedades de transmisión sexual.
Adicionalmente, las Guías de práctica clínica de la Agency for Health Care Research de Estados Unidos mencionan igualmente que hay pocos estudios controlados respecto al papel del asesoramiento clínico en esta materia y se mantienen las incógnitas sobre la efectividad de estas actuaciones a largo plazo.
Por otra parte, contrariamente a lo que en nuestro país se suele pensar, la propuesta de abstinencia sexual, como un ítem más, aparece incluida en estas guías de recomendaciones sobre estrategias de prevención revisadas, ya que no se le adjudica un carácter moralista sino exclusivamente un enfoque sanitario más, dirigido a retrasar el inicio de las relaciones sexuales como factor de protección. Así, disminuyendo el número total de intercambios sexuales y haciéndolos coincidir con una etapa de mayor maduración afectiva y de control de los propios impulsos, se considera que las
decisiones tomadas y las actitudes derivadas de esas decisiones serán más conscientes y responsables, con la consiguiente repercusión positiva sobre la salud pública.

3) Eficiencia esperable
Quizás el más exhaustivo meta-análisis sobre efectividad de la educación sexual a nivel escolar sea el realizado por DiCenso y cols., publicado en el British Medical
Journal y realizado sobre 26 estudios llevados a cabo en EE.UU., Australia, Nueva Zelanda y Europa. El análisis encontró que las estrategias de prevención realizadas hasta ahora, mediante educación directa impartida en centros escolares, no han logrado que las jóvenes retrasen las relaciones sexuales ni que se disminuya el índice de embarazos.
En EE.UU. los programas de educación sexual basados en contracepción han aportado poca evidencia en disminuir la tasa de embarazos entre adolescentes. En Canadá, donde los programas de sexualidad están establecidos en centros escolares desde hace más tiempo que en EE.UU., las ITS y las tasas de embarazos continúan siendo estables y la evidencia clínica es que las estrategias de prevención no están funcionando. En Suecia, la educación sexual de carácter obligatorio comienza desde edades tempranas y existe atención sanitaria pública dirigida específicamente a adolescentes. Incluso así, las tasas de embarazos y de ITS persisten sin haberse
logrado mejorías significativamente considerables. Más aún, a pesar de un extenso programa de educación sexual reforzando las recomendaciones sobre uso de preservativos, su uso sigue sin ser mayoritariamente aceptado por los adolescentes.
4) No maleficencia de la intervención
La posible maleficencia de estas intervenciones, al contrario que otras intervenciones sobre adultos, no puede ser desdeñada a priori. En Salud Pública, se ha denominado “fenómeno de compensación del riesgo” al efecto ocasionado por actuaciones que reducen la percepción del riesgo de la población, produciéndose el efecto inverso del deseado, al dar lugar a una falsa sensación de seguridad con las medidas preventivas invocadas.
En el ámbito de las propuestas sobre empleo de preservativos, anticoncepción o recurso a la “píldora del día después”, se ha postulado que, según el diseño y el estilo de comunicación, estas actuaciones pueden inducir una no deseada precocidad en el inicio de las relaciones sexuales y un aumento del número de encuentros sexuales produciéndose un efecto boomerang, ya que la herramienta de medicina preventiva utilizada, además de no dar en el blanco, se vuelve contra los propios promotores de la iniciativa.
En Suiza, después de 3 años desde la iniciación de un programa educativo centrado en conductas de “sexo más seguro”, el porcentaje de adolescentes de 16 años que mantienen relaciones sexuales completas se ha incrementado desde un 36% inicial a un 57% en mujeres y desde un 58% a un 63% en los varones. En ese estudio, aunque el número de adolescentes que dijeron que usaban preservativos se había incrementado, los investigadores observaron que la proporción de adolescentes que los usaban regularmente seguía siendo baja. (...)

Pensando en el futuro
Por todo lo mencionado, las intervenciones preventivas sobre salud sexual dirigidas a menores de edad no pueden ser consideradas inocentes a priori y su eficacia se encuentra aún en duda, adjudicándose a los resultados de los programas educativos en
la materia un nivel de evidencia III (eficacia sin confirmar). Dichas estrategias deberían ser consideradas como experimentales sobre la población a la que van dirigidas, ya
que los menores no parecen ser capaces de decidir sobre ellas en base a su limitada competencia y parcial capacidad de autonomía.
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(1) “Valoración ética de los programas de salud sexual en la adolescencia”, Cuadernos
de Bioética, no 74, vol. XXII (2011).
Propuesta de programa formativo
Un esquema respetuoso con las diferentes éticas individuales podría adoptar los siguientes pasos:
1. Recuerdo de las diferencias entre los sexos. En este punto preliminar se puede insistir no sólo en las diferencias anatómicas o fisiológicas que condicionan el diferente papel en la reproducción, sino también en la necesidad de aprender a reconocer y apreciar las diferencias objetivas neurológicas, psicológicas y también orgánicas que presentan ambos sexos, orientándolas hacia el respeto y la aportación original de cada uno.
2. Análisis de la realidad, mostrando que hay parejas que son felices en su relación y otras que no lo son. Se pueden evaluar las causas de fracaso de la convivencia analizando decisiones con fuerte carga moral (traiciones, abandonos, situaciones de maltrato...) y plantear objetivos a largo plazo, no sólo a corto plazo como suelen ser las relaciones entre adolescentes, fomentando el deseo de encontrar un relación interpersonal que favorezca un desarrollo afectivo y personal adecuado.
3. Complementariamente, se puede trabajar en la resolución de conflictos aprendiendo a respetar las diferencias y a no herirse. Evitar lo negativo y promover lo positivo de la relación entre ambos sexos a través de ejemplos de vida y reflexiones personales aportadas por los propios receptores del mensaje.
4. Evaluación de propuestas morales sobre la vivencia sexual. Esto incluirá poner de manifiesto los dos modelos básicos de entender la sexualidad: sin compromisos (relaciones secuenciales como expresión de libertad y búsqueda de placer) o con compromisos (sexualidad orientada a la creación de lazos estables y de un compromiso afectivo).
5. La interconexión entre sexualidad y procreación debe ser mostrada claramente y de un modo positivo, ya que forma parte de la vivencia humana. Por ello además de comentar la existencia de los diferentes recursos de anticoncepción, no siendo
indiferente la carga moral que puede conllevar cada uno, se debería mencionar la existencia de métodos naturales de planificación familiar de eficacia probada, como información objetivamente contrastable.
6. Imaginar el futuro. Se puede invitar a los receptores del mensaje a elaborar la imagen de la pareja ideal, enfatizando las condiciones para el éxito: la necesidad de esfuerzo, la coherencia con los propios ideales y tener claro el proyecto vital.
Este abordaje integral de la sexualidad conllevará mayor esfuerzo pedagógico que el simplista de repartir preservativos reduciendo la sexualidad a mera genitalidad, pero puede ser el que se muestre más conforme a una educación afectiva en el que los propios valores sean interiorizados por los jóvenes libremente.
ESMERALDA ALONSO SANDOICA JOSÉ JARA RASCÓN