La belleza fantasma y sus víctimas
Emilio
García-Sánchez
Profesor de Bioética en Ciencias de la Salud
Universidad CEU Cardenal Herrera
Actualmente la
belleza se asocia a lo pulido y limpio, a lo transparente y lo que no daña. Una
belleza perfecta y mitológica que emite solo positividad y provoca un constante
“me gusta”. Algunos aseguran que la
belleza es salud pero con dosis de hedonismo, pánico al dolor y exaltación del
bienestar y la higiene corporal. En la belleza pulida no hay ninguna culpa. Es
puro optimismo fisonómico que no exige cambiar nada de la propia vida, nada que
mejorar. Alcanzar esa belleza te hace sentirte incuestionable – invulnerable-
social, laboral, sexualmente, etc. Es vivir cada día en el mito de Narciso. Cualquier observador –y uno
mismo al contemplarse- ha de poder
expresar siempre un gran ¡woooow! Parece
una belleza infantiloide, banal, porque no hay profundidad, no hay más allá porque no hay distancia. Nunca se encuentra al otro sino solo
uno a sí mismo. La belleza espejo – abrillantada- elimina la alteridad porque
uno busca el propio placer de vivir su propia historia y su propio cuerpo.
Desde la belleza
fantasma lo “feo”, lo “viejo” y lo “gordo” resultan patológicos. Provocan
rechazo y emiten negatividad. Dejan una herida. Lo deforme, la arruga y la
grasa son lo antiestético. Transgreden lo bello, -el mito- desprendiendo un olor a algo
descompuesto en un ambiente satinado y balsámico, altamente seductor. Hoy día
lo separado del icono de la belleza normativa se asocia a una cierta degeneración,
algo más bien sucio y antihigiénico.
Algunos, cuando
etiquetan a personas como supuestamente “gordas” y gordos”, “feas y feos”, “poco arregladas/os”, pretenden convertirlos en los estéticamente
ilegítimos. Los clasifican como “los otros”,
individuos no normales que dan la sensación de desprender una cierta impureza. En
cerebros de mujeres y hombres se impacta sistemáticamente la idea de que su
valor esencial depende mucho de su capacidad de adelgazar y de embellecerse. Pero
alcanzar cuerpos y torsos puros y lisos exige la dependencia de la depilación
láser, las liposucciones y abdominoplastias, dietas extremas y gimnasios, etc. La
belleza fantasma hay que mantenerla al día para no romper su hechizo y evitar
que se estampe contra la realidad. Requiere tiempo, atención, dinero. Exige ir
retirando los obstáculos porque la belleza para que sea belleza ha de bruñirse,
redondearse, lisarse….con crema y bisturí.
Lo pudoroso y
discreto se ha sustituido por la transparencia estética. Lo secreto y el doble fondo se vuelven impúdicos en
un mundo de nitidez total. La intimidad ha sido suplantada por la extimidad, y
la ropa interior se lleva por fuera o no se lleva. Ahora, la información
corporal, los datos estéticos personales cuanto más visibles mejor se
comunican, mejor se transfieren y se consumen. Nada que ocultar. Todo a la
vista para ser observados en el gran teatro estético del mundo. Y todo expuesto
y accesible en una sociedad cosmetizada que ejerce una constante vigilancia
sobre nuestros cuerpos.
La belleza
corporal se ha convertido en un escaparate de comunicación directa. Hay que
conseguir que no haya nada que interpretar al contemplarla, que no haya lugar
al pensamiento. Como dice Chul Han esa
belleza provoca un imperativo táctil de palparla y lamerla, incita al touch. Paradójicamente no se para de
hablar de una belleza que no existe. Asistimos a una crisis de la experiencia
estética. Sirva de muestra dos trending
topic: el trasero de Kim Kardashian
y los calzoncillos de Cristiano Ronaldo.
Más de 50 millones de seguidores en Instagram,
millones de me gusta y de me encanta. En una sociedad así no hay
lugar a la experiencia de lo bello porque la exhaustiva visibilidad del objeto
destruye la mirada contemplativa. La belleza pornográfica anula lo imaginario y
no ofrece nada para ver…solo incita al touch.
Se trata de una información estética carente de interioridad que procede de un
emisor reducido a partes anatómicas, vacío, desnutrido existencialmente o
inflado muscularmente, sin apenas resistencias, un cuerpo dócil. Del erotismo
sucio se ha pasado a una pornografía pulida y supuestamente limpia.
Para elaborar un
juicio estético verdadero resulta necesaria la distancia contemplativa.
Afirmaba Hegel que el arte solo es
arte si tiene un sentido al mirarlo. Y el sentido de lo bello se alcanza con
hondura a través del oído y la vista.
En cambio, con el gusto, el olfato y el tacto, el sentido de lo bello se
agota en el ¡wow!, en el simple me gusta. La belleza irreal se convierte
en lo degustable y consumible. Si fuera real y verdadera transportaría a la
mística, engendraría interioridad trascendente.
La new age del cuerpo –bodybuilding- y algunos sectores empresariales de la moda han encerrado
la belleza entre el musculo y el sexo. Difunden que vivir la belleza con mayor plenitud no es
posible sin experimentar intensamente la condición carnal sobre uno mismo. Hipertrofian
el valor sexual de la belleza reduciéndola a la mera producción de placer y a
una celebración sensitiva intrascendente.
Al final algunas
consecuencias de esta belleza imposible son preocupantes para la salud pública.
Aumentan las colas en ambulatorios y clínicas para tratar anorexias/bulimias,
vigorexias, dismorfias, depresiones, alteraciones postoperatorias de cirugías estéticas…tristes desequilibrios
fruto de la obsesión por una belleza virtual. Se entiende que muchos de “los otros” –prefieran seguir siéndolo para
no ver hipotecada su salud y su felicidad.
Esta belleza tan
publicitada se parece mucho a una pompa de jabón, hecha de aire y vacío,
ingrávida. Transmite una sensación de perfección y de fantasía pero es solo
superficie frágil. Tocas y explota en mil átomos acuosos. Dura muy poco, un instante:
una pompa fúnebre aunque perfumada.
La mayor corrupción
de la belleza consiste en generar mujeres y hombres frustrados y fracasados que
han sido rechazados por no poseer un físico acorde con un ideal estético dominante
e inalcanzable para la mayoría de la humanidad. El resultado de proponer
modelos de belleza espectaculares – fantasmas- es inhumano porque condena a la desesperación a muchos que
los contemplan. Deberíamos frenar este falso mito de la belleza generador de un
nuevo tipo de vulnerables: el vulnerable estético.
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