miércoles, 16 de diciembre de 2009

La familia, lugar ordinario de la educación

Cardenal Carlo Caffarra en la Revista Humanitas nº25 (2002):



A veces procedemos con justicia y a veces no lo hacemos, pero si nos preguntan: “¿Y cómo te gustaría ser tratado, algunas veces con justicia y otras injustamente o siempre con justicia?”, estoy seguro de que la respuesta es “Siempre en forma justa”. Nadie desea ser tratado injustamente, ni siquiera a veces.
Decimos la verdad y no engañamos al prójimo, pero a veces puede ocurrir que mintamos y lo engañemos. No obstante, si alguien nos preguntara “¿Y tú deseas ser engañado a veces?”, estoy seguro de que nadie respondería seriamente que le gusta ser engañado o lo desea. Podría proseguirse con estos ejemplos. Estos son suficientes para llegar a hacer un extraordinario descubrimiento sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros sabe distinguir entre “actuar con justicia y actuar con injusticia”, entre “estar en la verdad y ser engañados”. Además de eso, cada uno de nosotros desea la justicia, la verdad. El ser humano posee la admirable capacidad de distinguir entre justicia e injusticia o verdad y error y desear una de las dos cosas, prefiriéndola a la otra.
En todo caso, el descubrimiento no se detiene en este punto: aun cuando deseemos la justicia, podemos querer tratar a otro con injusticia; aun cuando deseemos la verdad, podemos decidir engañar a otro. Así, puede producirse una “grieta” en nuestro interior entre lo que conocemos y deseamos y aquello que de hecho llevamos a cabo.
Esta “grieta” no es producto del azar, sino producto de cada uno de nosotros, es obra nuestra. El conocimiento-deseo (la justicia, la verdad...) piden a nuestra persona realizarse concretamente. Recurren a “algo” que está en nosotros. Este algo tiene un nombre y se llama libertad. Ésta se nos presenta, por consiguiente, como la capacidad de satisfacer o no el “deseo” que reside dentro de nuestra persona.
A partir de estos sencillos ejemplos tomados de nuestra experiencia cotidiana, descubrimos quiénes somos: somos un gran “deseo” (de justicia, de verdad, de amor...) cuya realización es encomendada a nuestra “libertad”. Podemos decir lo mismo de la siguiente manera: somos peregrinos hacia la beatitud movidos por nuestra libertad.
Con todo, siento que alguien se preguntará qué relación tiene todo esto con la educación. Así es: veremos en seguida que el ser humano necesita, pide ser educado, precisamente porque es “peregrino-mendigo de la beatitud”, en un peregrinaje que debe ser llevado a cabo por su libertad.
Podemos comprender esto partiendo de una de las páginas más “sugerentes” de todo el Evangelio: el encuentro de María e Isabel (cfr. Lc 1, 39-45)
Entre los millones de seres humanos que poblaban la tierra, había llegado uno que era Único, esperado por milenios: el Hijo de Dios que vino a habitar entre nosotros. Nadie había sentido su presencia: sólo su madre. Las dos mujeres se encuentran. ¿Y qué ocurre? Ese ser humano que estaba en el vientre de Isabel “exultó” porque en ese momento sintió la presencia de Dios mismo en el mundo: junto a él.
También Juan, ese niño que entró al mundo seis meses antes, había iniciado su “peregrinación hacia la beatitud”, como todo ser humano. ¿Qué le sucedió? Experimentó una Presencia que introdujo en su corazón un “sobresalto de alegría”. Y Juan nunca olvidó ese “sobresalto de alegría”. Convertido en adulto, morirá a causa de la justicia y la santidad del amor conyugal.
Intentemos ahora agrupar los elementos fundamentales de esta extraordinaria situación.
Una persona está entrando en el mundo, y hemos visto de qué “equipaje” está dotada. Y más bien quién es: un peregrino-mendigo de beatitud, confiado a su libertad. En este mundo, descubre una Presencia, la Presencia de Alguien. El descubrimiento genera en él un sobresalto de alegría: la certeza de no ser defraudado en su deseo, de que su peregrinaje no es hacia la nada. Ha podido descubrir esta Presencia porque una mujer se la ha hecho “sentir próxima”. Ahora bien, éstos son los elementos fundamentales de la “comunicación educativa”.
Un persona humana que entrando al mundo inicia su peregrinaje hacia la beatitud, pide ser “ayudada” y encuentra a otras personas.
Éstas lo hacen sentir o no lo hacen sentir una Presencia. Y en esta “comunicación”, la nueva persona consigue o bien no consigue la plena libertad de caminar.
El “punto esencial” de este acontecimiento, que es la educación, consiste en comprender debidamente qué significan las palabras “personas que lo hacen sentir/no sentir una Presencia”. Éste es, en realidad, el “corazón” de la relación educativa. Intentaré una vez más explicarme con algún ejemplo.
Todos saben que uno de los momentos más difíciles de toda nuestra vida han sido los primeros días de la misma. La dificultad consistía en encontrarse dentro de una realidad totalmente distinta a aquella en la cual vivíamos en el cuerpo materno. En una palabra: la dificultad del contacto con la realidad.
Detengámonos un momento para reflexionar en lo que significa “contacto con la realidad”, partiendo siempre de experiencias muy comunes.
Si accidentalmente pongo mi mano sobre una plancha caliente, siento un terrible dolor y de inmediato retiro la mano. He tenido un contacto con la realidad, un contacto puramente físico. El hecho está conducido, más bien dominado por el principio del placer/dolor. ¿Es el único contacto posible con la realidad?
Consideremos otro ejemplo. Nos encontramos con muchas personas. A algunas de ellas ni siquiera las conocemos y a otras las conocemos; pero en un momento dado, una de estas personas nos parece “distinta a todas las demás” y entre mil conocidos, “única e insustituible”. ¿Qué ha ocurrido? Hemos visto en esa persona “algo” que no habíamos visto en ninguna otra y nos ha hecho exclamar “¡Qué maravilla que existas!” y en definitiva “¡Qué lindo es vivir! Es la experiencia de una Presencia dentro de la realidad concreta, que nos ha hecho “sobresaltarnos de alegría”. ¿Qué significa entonces “la persona necesita-pide ser educada”? Significa: necesita-pide entrar en contacto con la realidad para sentir en la misma una Presencia que la haga “sobresaltarse de alegría”, que le dé la certeza de que vale la pena vivir, precisamente debido a esta Presencia. Educar significa introducir a la persona en la realidad de tal manera que se sienta como acogida por un Destino bueno.
De lo dicho se desprende que la educación puede ocurrir únicamente en el interior de una relación entre personas, en el interior de una “comunicación indirecta” que circula de “persona a persona”.
Existe una comunicación directa entre las personas. Cuando un profesor quiere enseñar a dividir, entrega al niño algunas reglas. Si es un buen profesor, si el niño presta atención y es algo inteligente, comprende esas reglas y ha aprendido a dividir. Ha habido una comunicación (de un saber, en este caso) y ha sido directa, en el sentido de que se han aprendido ciertos conocimientos mediante ciertos razonamientos simples. Veamos otro ejemplo.
Un joven se da cuenta muy pronto de que en su corazón tiene un profundo deseo de justicia y en el mundo muchas personas actúan injustamente, por lo cual tarde o temprano puede encontrarse en una situación en la cual debe elegir entre soportar una injusticia o cometerla para no ser víctima de ella. Y se pregunta si es mejor soportar una injusticia o cometerla, si es preferible ser engañados o engañar.

¿Cómo se puede convencer a ese joven muchacho de que es mejor soportar una injusticia que cometerla, es decir, que ser justos y estar en la verdad es, entre lo que existe, lo más precioso, bello y digno de buscarse y desearse?
Opera únicamente la confianza otorgada a la persona que lo educa y por consiguiente le entrega la propuesta según la cual en la vida es mejor dar que recibir. Es una comunicación indirecta.
Es éste el motivo por el cual el primer lugar de origen de la educación de la persona es la familia. De hecho, la misma está constituida por la relación interpersonal padres-hijos. Es una relación en la cual el hijo es acogido por sí mismo, puesto que en la familia la nueva persona es acogida en su valor puro y simple. Y así, recíprocamente, la nueva persona toma contacto con la realidad no como algo hostil, sino como acogida.
“La madre se encuentra en el principio del mundo del niño, mundo en el cual éste vive una relación simbiótica en que ni siquiera tiene conciencia de la diferencia entre él y el mundo.
“Durante toda la vida, el niño vivirá el ser de acuerdo con la temperatura emotiva originaria con la cual vivió su relación con la madre.
“El ser, el otro, el mundo se reconocerá como residencia acogedora, cargada positivamente, originaria y fundamentalmente benévola. Si no se ha otorgado esta experiencia, hay un obstáculo para la persona humana en la percepción de la verdad fundamental metafísica según la cual el ser es bien” (H.U. von Balthasar).
Nada ni nadie jamás podrán sustituir esta relación “de persona a persona” en la educación.
Nos encontramos hoy, sin embargo, en una situación que yo llamaría de “desierto educativo”.
Hemos dicho que cada uno de nosotros es “un gran deseo (de justicia, de verdad, de amor...) cuya realización se encomienda a nuestra libertad”. Tiene sentido hablar de educación precisamente porque este deseo es el hombre.
¿Y si se apaga el deseo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede? ¿Qué ocurre con la libertad? Apagar el deseo en el hombre es algo que sucede cuando se introduce en el corazón del hombre la sospecha de que aquello que se desea no existe: que su deseo no tiene sentido porque carece de contenido. Eso ocurre cuando se afirma, cuando se enseña que no existe una verdadera distinción entre justicia e injusticia (y se actúa como si no existiera), porque puramente existen la utilidad y el interés. Eso ocurre cuando se afirma que no existe la verdad, sino únicamente opiniones. Eso ocurre cuando se afirma que no es posible amarse verdaderamente y la relación entre las personas sólo puede configurarse como coexistencia regulada por egoísmos en oposición. En este punto, el hombre se sumerge en el más puro relativismo.
¿Y qué ocurre entonces en su corazón? Se extingue o al menos se entorpece el deseo. ¿De qué es peregrino el hombre? Peregrino de la nada. Educar resulta imposible.
Las consecuencias en la libertad pueden explicarse con un ejemplo muy sencillo. Imaginemos que al coser olvidamos hacer el nudo en el hilo. ¿Qué sucede? Seguimos cosiendo... sin jamás coser.
Así, una libertad desarraigada de los verdaderos deseos del hombre, de sus “naturales inclinaciones” (Santo Tomás), es una libertad que ya no sabe hacia adónde moverse, hacia adónde ir, es decir, ya no sabe por qué elige lo que elige. Por lo tanto, todo y lo contrario merecen ser elegidos y al mismo tiempo nada merece ser elegido. La libertad se reduce a mera espontaneidad. A esto he llamado “desierto educativo”. El desierto es el lugar donde ya no hay agua y donde ya no hay caminos.

La ayuda que debe el pastor a los padres

A la luz de la anterior reflexión, es fácil comprender ahora qué debe dar un pastor de la Iglesia a los padres como ayuda en su tarea educativa: es una ayuda que se sitúa en dos niveles.
Primero: apoyar su autoridad educativa. No hay educación donde no existe autoridad educativa. ¿Qué entiendo por autoridad educativa? Educar significa introducir a una persona en la realidad. Introducir a una persona en la realidad significa ofrecerle una hipótesis para interpretar la realidad misma (el mapa geográfico que le permite moverse en la “región del ser”). Nadie ofrece lo que no tiene. Por consiguiente, no se puede educar sin estar en posesión profunda y vivida de una interpretación de la realidad, considerada la única verdadera también sobre la base de la propia experiencia. Autoridad educativa significa posesión segura y vivida de una propuesta de interpretación de lo real, que se ofrece-propone para la verificación existencial de quien es educado.
Para los padres cristianos, la única verdadera “hipótesis” interpretativa es la fe cristiana: la educación cristiana es la forma más elevada del testimonio cristiano, porque en la misma (educación) la fe se convierte en un don hecho al otro para que dicho testimonio sea generado.
La cooperación principal y fundamental que los pastores de la Iglesia deben ofrecer a los padres es la enseñanza de la verdad de la fe como clave para la interpretación de la totalidad de la vida humana.
Esta cooperación es hoy día aún más necesaria debido al “desierto educativo” sobre el cual hablaba anteriormente: los educadores inseguros parten habiendo fracasado.
Segundo: apoyar su libertad educativa. De acuerdo con la visión cristiana, la libertad es la capacidad de hacer lo que deseo haciendo lo que debo. Libertad educativa significa capacidad de educar, educando en la fe.
Entendida de esta manera, la capacidad es acechada tanto desde el interior como desde el exterior de la persona del educador.
Desde el interior: existe también en los padres la tentación permanente de rendirse ante las dificultades educativas, de carácter intrínseco en el acto educativo mismo. El pastor debe proporcionar a los padres la ayuda espiritual requerida para que sepan hacer obrar el don recibido en el sacramento del matrimonio.
Desde el exterior: la libertad educativa a menudo es desconocida o negada por la sociedad. El pastor debe defender también públicamente este derecho fundamental de la familia.
“Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (II Tim 1,6): así escribía Pablo a su discípulo Timoteo. Esto es substancialmente aquello que los padres tienen derecho a recibir de los pastores: ser ayudados permanentemente a reavivar en sí mismos ese don de Dios que hay en ellos, el don de la capacidad de generar en sentido pleno una persona humana.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Desde la izquierda se puede defender la vida

Pediatra y neuropsiquiatra, Paola Binetti dio el salto a la política tras el referéndum italiano sobre la ley de fecundación asistida En Italia, se ha hecho famosa por defender la vida desde las filas del Partido Democrático de centro-izquierda. La hemos entrevistado en Zaragoza, con ocasión del IV Congreso Internacional Provida. Lo cuenta Juan Meseguer en Aceprensa.

A Binetti la reclutó Francesco Rutelli tras comprobar su solvencia en el debate mediático. Dentro del PD, forma parte de un grupo de políticos que se definen como “conservadores en antropología y reformistas en lo social”. La prensa italiana los conoce como los teodem (de “teo”, Dios; y “demócratas”), en contraposición a los teocon, conservadores.

En la XV legislatura (2006-2008), el grupo de los teodem estaba integrado por tres senadores y tres diputados. Ahora lo constituyen siete senadores y cinco diputados. De momento, han conseguido crear un clima provida dentro de su propio partido. Así se puso de manifiesto el año pasado cuando el PD votó, junto a la mayoría conservadora, en contra de una ley sobre la eutanasia que había impulsado la izquierda radical.

Binetti es heredera de la tradición iniciada por De Gasperi, padre de la Democracia Cristiana italiana. También ella está convencida de que católicos y socialistas pueden llegar a acuerdos sobre los temas éticos controvertidos. “Desde un partido de izquierdas, se puede defender la vida con intensidad”, dice.

— La experiencia de los teodem es muy parecida a la de los Democrats for Life en Estados Unidos: creyentes que inician un movimiento en defensa de la vida dentro de un partido de izquierda. ¿A qué responde esta tendencia?
— En estos momentos en que Occidente está anclado en un bipolarismo simplista, es difícil encontrar un partido que represente todos nuestros valores. Por eso es tan importante que cada parlamentario, sea del partido que sea, pueda actuar en conciencia. La Constitución italiana prevé que ningún parlamentario esté sometido a la disciplina de voto; con ello se garantiza el que cada uno decida, en primer lugar, de acuerdo con su conciencia, y luego según la posición acordada por todos los de la coalición o el partido al que pertenece.
La verdadera batalla en una democracia está en defender la libertad de conciencia de cada diputado. Que todos puedan decidir libremente lo que, en conciencia, creen que es lo mejor para su país. Y que todos puedan expresar y promover sus valores en el seno de su partido, y fuera de él a través de políticas transversales. Un país ha de tener la garantía de que cada diputado vota en conciencia.
Este es el contexto en que nació nuestro grupo: queríamos defender la vida con absoluta claridad. Por eso insistimos en la idea de que hay valores que no pertenecen ni a la derecha ni a la izquierda, sino a la naturaleza humana, y que se pueden defender sin problemas en un Estado laico.

— Da la impresión de que ese “bipolarismo simplista” izquierda-derecha, del que habla usted, sigue teniendo mucho peso en el debate sobre el aborto.
— Me parece que el problema está mal planteado. La izquierda no se ha inclinado por el aborto, sino por los derechos individuales. Y aquí se ha producido una deformación: es un error plantear el debate sobre al aborto desde la perspectiva exclusiva del derecho a decidir de la mujer. Hay otra parte implicada y, por eso, el debate debe plantearse teniendo en cuenta el derecho a la vida de todos. Como el hijo es tan pequeño, la sociedad debe protegerlo y conservar su derecho a la vida.
La izquierda se ha equivocado al presentar el aborto como un símbolo de los derechos humanos. No podemos limitarnos a defender el derecho a la vida del más fuerte (la mujer), mientras anulamos el del más débil (el hijo). Si continúa por este camino, la izquierda terminará convirtiéndose en un movimiento radical que nada tiene que ver con los ideales de inclusión, protección del más débil, lucha contra la pobreza, promoción social... Esta contradicción interna ya está pasando factura: no es casualidad que la izquierda haya perdido las elecciones en toda Europa.

Los derechos y los deseos
— A menudo se dice que el debate sobre el aborto se libra en los parlamentos. Usted, en cambio, propone llevarlo al terreno de la cultura.
— En el origen de los debates políticos siempre hay una idea. En estos momentos, la idea que está marcando gran parte de la vida social es la concepción de los derechos individuales. Durante los últimos años, se ha exaltado tanto la autonomía individual que estamos a un paso de convertir los deseos en derechos. Es la lógica que impulsa a querer que se haga ley todo lo que se desea.
Esta idea ha ido calando en otros ámbitos como el derecho, la economía, la política o la ciencia. Es curioso: cuando la gente sencilla ve a una mujer embarazada enseguida reconoce que ahí hay otra vida humana, la del hijo. En cambio, algunos científicos se enredan con razonamientos retorcidos e introducen la posibilidad de que esa vida no sea humana.
A esa distinción añaden otra peligrosísima: la que diferencia entre vida y “vida sana”. Se equivocan. El derecho a la vida no puede depender de la salud. Hemos de aprender a defender la vida con capacidad técnica y científica, con solidaridad social y creatividad.

— ¿Y qué propone usted para cambiar esa concepción de los derechos?
— Es cierto que durante mucho tiempo se han minusvalorado los derechos individuales. Pero ahora nos hemos ido al extremo opuesto. Debemos volver a una posición de mayor equilibrio, donde el derecho individual se confronte siempre con la responsabilidad social. Paradójicamente, el hombre que sitúa los derechos individuales en el centro de su existencia acaba inmerso en una inmensa soledad, en un conflicto permanente entre sus derechos y los de los demás.
Nosotros proponemos una visión antropológica y social del hombre como sujeto de relaciones. La autonomía es sólo una parte de nuestra vida; al principio y al final de ella, dependemos siempre del cuidado de los demás. Lo que nos hace humanos no es la autodeterminación, sino la capacidad de dar y recibir. La vida siempre es relacional.

martes, 1 de diciembre de 2009

La comunicación en el matrimonio

El autor, José Manuel Mañú Noáin nació en Navarra en 1955. Estudió Filosofía y letras y Magisterio. En su trayectoria profesional ha dado clase en Centros públicos y privados. En la actualidad conjuga las clases con impartir conferencias, escribir y asesorar a centros educativos.

Numerosas estadísticas coinciden en destacar la abundancia de esposas insatisfechas con el nivel de comunicación logrado en su vida matrimonial. La proporción es de un 80% de mujeres que la consideran deficiente, frente a sólo un 20% de varones que piensan lo mismo.

DIFERENCIAS DE VALORACION

Se pueden hacer diversas lecturas de este dato; una de ellas es la desproporción de la valoración ente una y otra parte de la pareja. Eso, en sí mismo, ya es indicio de un posible problema. Mientras los varones no sean conscientes de que deben mejorar en esta cuestión, resulta difícil que pongan los medios para mejorar un problema que desconocen. Tenemos que interiorizar que los varones y las mujeres somos iguales en dignidad, pero diferentes en el modo de ser.

¿A qué se debe esa diferencia de valoración entre uno y otro cónyuge? Son varias las razones; entre ellas está el que la mujer, en general, necesita exteriorizar sus sentimientos más que los varones; si bien no cabe atribuir este rasgo necesariamente a cada persona de uno u otro sexo. Sabiendo que son rasgos generales, cabe afirmar que la mayoría de las mujeres descansan manifestando sus sentimientos y que consideran grata la labor de escucha del marido. Los hombres en cambio suelen ser más reacios a manifestar sus preocupaciones. Por eso es frecuente que, cuando el marido llega a casa, o una vez acostados los niños, la esposa manifieste notorio interés en relatar las incidencias del día, mientras que su marido suele preferir leer un periódico o ver un programa deportivo.

Además las mujeres son más minuciosas en sus explicaciones, pues dan gran importancia a los detalles. Si el esposo, con la intención de serenar a su mujer, o de que le deje tranquilo, trata de dar respuestas, descubrirá que su mujer se enfada; quizás no ha entendido que ella, al relatarle los problemas no le está pidiendo soluciones, sino compartir las preocupaciones o, al menos, ser escuchada.

Algunos, erróneamente, podrían pensar que esta afirmación tiene tintes sexistas, pero el hecho es que las mujeres tienden a valorar las cosas de modo diferente que sus maridos, y que compartir las preocupaciones les supone un descanso y un desahogo.

Generalmente las mujeres tienen más desarrollada la capacidad verbal que los varones; eso les ayuda a expresar con más precisión y profundidad sus estados emocionales; además consideran un signo de solidaridad y de cariño compartir los problemas entre las personas. Por el contrario, muchos varones considerando poco agradable el hecho de ser preguntados por sus sentimientos, suelen preferir que se les deje a solas cuando tienen un problema o, en todo caso, considera que la iniciativa para comentarlos debe partir de él. Como es obvio esto no tiene una precisión matemática.

SUMAS Y RESTAS

Suma a la comunicación matrimonial: escuchar, que es mucho más que oír; interesarse realmente por lo que le están contando; saber dar nuevas oportunidades; corregir de un modo amable, delicado y a solas; saber pedir perdón y perdonar, aunque sea una vez más. Por eso, es válida la expresión: "Quiéreme cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito."

En cambio, resta a la comunicación conyugal: usar frases hirientes; dejar en evidencia al cónyuge ante terceras personas; hacer referencia a sucesos negativos del pasado; comparar despectivamente al cónyuge con otro miembro de su familia... Se entiende que no es acertado el comentario: "Cada vez me recuerdas más a tu madre...", en medio de una discusión.

Para restablecer la comunicación deteriorada, es importante saber distinguir entre lo que es fruto natural del cansancio y lo que refleja una situación de crisis; evitar hacer enmiendas a la totalidad, ya que difícilmente todo estará mal; mezclar cuestiones de planos muy distintos; no caer en el error de pensar: "Estoy harta/o de ceder; esta vez que ceda él/ella."

En algunas ocasiones podemos estar tan obcecados con nuestros puntos de vista que conviene que una tercera persona nos asesore. Para que sea un buen asesor es importante que cumpla los siguientes requisitos: que te conozca bien; que sea una persona prudente; que te ayude a reconstruir, no a derribar lo que todavía os une; que sea discreto con tus consultas; que sea de tu mismo sexo. Esto último puede resultar extraño para algunos; su lógica se fundamenta en que compartir intimidad crea unos lazos, que en el caso de las consultas sobre el propio matrimonio se pueden acabar convirtiendo en un obstáculo al problema que tratábamos de resolver. Si pensáramos que nuestro consejero, de sexo distinto, nos entiende mejor que nuestro cónyuge estaríamos dando pasos hacia la ruptura matrimonial, además de poder crear un problema a una tercera persona y a su familia.

SABER RECTIFICAR

Admitir la posibilidad de estar equivocado es indispensable para poder rectificar. A veces nos equivocamos, aunque estemos seguros de nuestra opinión, como se ve en la siguiente historia: Un día, una señora fue a la estación de tren; al llegar, le informaron que el tren que esperaba se retrasaría una hora. La señora, algo molesta, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua; buscó un banco en el andén central y se dispuso a esperar. Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un periódico. Inesperadamente, la señora observó cómo el chico, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y se llevaba una a la boca. La mujer no quería ser grosera, pero tampoco dejarlo pasar, así que, de un modo ostensible tomó el paquete y sacó una galleta y se la comió mirando al joven fijamente.

Como respuesta, el muchacho tomó otra galleta y se la comió sonriendo. La señora enojada, tomó otra con claras señales de fastidio. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba una galleta. "No podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió en dos y ofreció la mitad a su compañera de banco. '.¡Gracias!", dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. "De nada", contestó el joven suavemente, mientras comía su mitad.

Entretanto llegó el tren... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho en el andén y pensó: " ¡Qué insolente y mal educado!" Sintió la boca reseca por el disgusto; abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró dentro su paquete de galletas intacto.

ESTILOS EMOCIONALES

Algunos malos entendidos se dan porque olvidamos que cada uno tiene un estilo emocional distinto, fruto del temperamento, de la educación recibida, de las costumbres familiares... Nuestro cónyuge tiene también su estilo propio, que puede ser muy distinto al nuestro. Saber aceptar los diferentes estilos es necesario para una buena convivencia. No siempre podemos cambiar los sentimientos; lo que sí está en nuestra mano es cambiar las respuestas.

Para que la comunicación sea efectiva, no basta con cuidar las formas, es preciso tener una idea clara de lo que es el matrimonio. Pensar que el amor reside en el sentimiento es uno de los graves errores de la sociedad actual. Los sentimientos ayudan, pero son variables. Es preciso partir de la convicción de que mi matrimonio con mi cónyuge se apoya en el compromiso que adquirimos al casarnos y que, por tanto, debo luchar por mantenerlo vivo con todas mis fuerzas.

El amor es como un ejercicio de jardinería: hay que arrancar las malas hierbas, preparar el terreno, sembrar, regar, abonar y ser paciente. Vendrán insectos, puede haber sequía o exceso de lluvia, pero no por eso se abandona el jardín. Aún en el caso de que uno piense que sólo él es el que pone de su parte, vale la pena recordar al clásico castellano: "Pon amor donde no hay amor y sacarás amor."

EL RESPETO MUTUO

Una buena comunicación se apoya en el respeto mutuo, en respetar la legítima autonomía del otro, como se refleja en la siguiente anécdota: En una tribu Síux, un joven guerrero y una joven muchacha se presentaron ante el jefe de la tribu. Nos queremos casar, dijeron. El anciano, al verlos tan enamorados, quiso darle su mejor consejo. "Nube Azul, dijo el jefe a la joven, sube a ese monte y trae el halcón más hermoso que puedas". "Y tú, Toro Bravo, escala esa otra montaña y coge un águila que hay en lo alto; dentro de dos lunas os espero aquí".

El día establecido, los dos jóvenes se presentaron con las aves. El jefe les dijo: "Coged las aves y atarlas entre sí por las patas, luego soltadlas y que vuelen." El guerrero y la joven así lo hicieron; el águila y el halcón se levantaron unos metros para caer poco después; en el suelo, arremetieron a picotazos entre sí. "No olvidéis esto jamás, dijo el anciano, si queréis que vuestro amor dure: volar juntos... pero nunca atados".

Saber los legítimos modos de ser significa, entre otras cosas, entender que la unidad no es lo mismo que la uniformidad. Amarse no es estar todo el día juntos, aunque tampoco su contrario; cada pareja debe de encontrar su propio estilo. En todo caso, hay que ser consciente que para que el matrimonio funcione, hay que saber dar: tiempo, cariño... Fomentar lo que une y evitar lo que separa. Un modo delicado de cariño es el que manifestó una niña africana con su maestra cuando ésta cumplió años: la niña apareció en clase con una preciosa caracola. La maestra se sorprendió; sabía que sólo se recogían en playas distantes. Cuando lo comentó, la chica le dijo sonriendo: "Maestra, la caminata formaba parte del regalo." Un detalle así es muy superior a compras caras y precipitadas.

LA CULTURA DEL PERDÓN

Comprobar nuestras limitaciones no es un obstáculo, especialmente si nos hace ser más comprensivos con los demás. Es importante fomentar la cultura del perdón. La sola justicia no basta en las relaciones humanas; se precisa la generosidad y la misericordia. Perdonar y ser perdonados; por eso hace tanto daño el orgullo en las relaciones personales. Una última idea puede ser el de tratar de conquistar a tu cónyuge cada día, como si fuera la primera vez. Ella guardará sus mejores joyas para cuando esté con su marido; él se esforzará en tener los detalles con su esposa que tenía cuando eran novios. ¿Difícil?: Sí; pero vale la pena.