A veces se ha acusado a los personalistas de negar
la sustancialidad de la persona. El trexto de Buttiglione deja claro que la
actitud de estos filósofos no es antisustancialista, pues la persona tiene las
características básicas de la sustancia, como son: permanencia bajo los
cambios, ser en sí y no en otro, etc.
Rocco Buttiglione
LA
FAMILIA COMO COMUNIÓN DE PERSONAS
Qué es la persona
Es interesante aclarar desde el primer momento que entendemos por la
expresión «comunión de personas», de modo que podamos comprender más
exactamente qué se quiere decir cuando se afirma
que la familia es una «comunión de personas».
Santo Tomás,
siguiendo una definición tradicional, enunciada por
Boecio, dice que la persona es una «substancia individual
de naturaleza racional». Para comprender mejor esta definición de Santo Tomás veamos qué es lo que
niega. En primer lugar niega que la persona sea un conjunto de impresiones más
o menos lábiles, de emociones y recuerdos privados de un principio de
coherencia interna y de estabilidad. Muchas veces se encuentra difundida la
idea de que la persona es solamente su estado de consciencia
actual. Esto nos hace toparnos con la contradicción de personas que tienen
o sostienen tener estados de conciencia radicalmente diferentes a distancia de pocos días o incluso de pocas horas. Un feroz
asesino puede en pocas enternecerse por una flor o,
a los pocos meses del crimen, pretender ser «otra
persona». Esta inestabilidad está hoy particularmente difundida, también como
consecuencia de la creciente precariedad de las relaciones familiares. Después de concebir así una persona,
resulta imposible comprender cómo se puede estar comprometido hoy por un acto
realizado en el pasado. Esto es particularmente claro en el caso del
matrimonio. Quien estuviese de acuerdo con esa concepción de la consciencia
como consciencia actual podría decir, por ejemplo: «es verdad, te he jurado
eterno amor, pero eso fue ayer y mi yo
de ayer es diferente del de hoy. Mi estado de consciencia ha variado y ¿cómo
podría estar obligado por un acto que ya no me pertenece?».
A todo esto se
opone el concepto tomista de substancia. Etimológicamente, substancia deriva de
estar debajo. Debajo de los diversos estados de
consciencia que cambian, hay algo que no cambia esencialmente, que es la
subjetividad de la persona.
La
subjetividad es la que se compromete en los actos libres, pasando a través de
los actos de consciencia. Además la substancia de la persona está, en cierto
modo, expuesta al cambio, pero ese cambio no es accidental y arbitrario. Todo
acto de la persona se integra en la substancia y la cambia, haciéndola más o
menos auténticamente ella misma, conduciéndola hacia una mayor o menor
verdadera actualización de sus potencialidades.
A través de
sus acciones, por tanto, la persona crece, mejora o empeora en tanto que
persona o, en cualquier caso, conserva en sí misma sus propias acciones o al
menos su valor moral. La substancia de la persona, nos dice también Boecio, es
individual: toda persona es responsable de sus propias acciones, es su causa y
su origen. El hecho de que nuestra actuación esté condicionada por el ambiente,
la sociedad, por el contexto general de nuestra existencia no cambia para nada
el hecho de que a pesar de todo somos los autores. Ninguna responsabilidad colectiva
puede sustituir nuestra responsabilidad personal. Por último, el hecho de que
la persona sea una substancia individual de naturaleza racional nos indica la medida según la cual su
acción debe ser juzgada para comprender si realiza o desfigura su naturaleza y
su tarea original. La persona en tanto que sujeto racional
puede conocer la verdad propia de los diversos ámbitos donde actúa y está
obligada a actuar según esa verdad.
Es bueno recordar
esta concepción tomista de la persona al principio del capítulo porque, en el
intento de explorar algunas dimensiones del ser personal que no están inmediata
y explícitamente incluidas en esta definición, no buscamos en ningún modo negar
lo que afirma, es más, en cierto sentido lo presuponemos.
Buscamos ahora
considerar otro aspecto del ser personal, que no es en absoluto desconocido al
mismo Santo Tomas; se trata de la dimensión según la cual la
persona es relación. Para comprender bien este aspecto es necesario
referirse a la aparición del término persona en el
lenguaje de la filosofía y de la teología.
Persona
significa originalmente máscara, la máscara que el actor antiguo se ponía sobre
el rostro. Por extensión, la palabra significa el
papel teatral, que está definido por su relación con los otros papeles. La
función del personaje es la de ser interlocutor en un dialogo, que es a su
vez el hilo conductor de un drama, en el que se clarifica el destino y el
sentido de la existencia de los diversos interlocutores
Esto hace que la gente tenga una consistencia en si misma pero que a la vez
propiamente no pueda subsistir sin la relación con los demás ¿Como podría
subsistir Antigona fuera de la relación
con Creonte y con Edipo
y sus hermanos, es decir,
fuera del papel que le corresponde en el drama. En
teología, el concepto de persona entra como un eminente concepto de relación
Fue introducido para
pensar en la relación entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu. El hijo subsiste por si mismo, pero, al mismo tiempo, le genera el
recibir en si continuamente el don del
Padre, igualmente el Espíritu coincide en cierto sentido con su acto de reunir
en el amor al Padre y al Hijo. En Dios coinciden substancia y acción y por tanto, también
substancia y relación
en un modo que sobrepasa la razón humana Aquí nace la formula trinitaria de una única substancia en tres
personas. La cualidad de la relación entre las personas, la totalidad de la recíproca relación
es tal que implica la
unidad de la substancia,
su radical ser compartida,
su no ser substancialmente distintos uno del otro, a
pesar de mantener la distinción de personas, en virtud
de la cual solo puede subsistir una relación de don.
Es bastante significativo el hecho de que la
noción de persona, incialmente
introducida para
comprender la naturaleza de las relaciones intratrnitarias, se haya convertido cada vez mas en elemento central de la actual
controversia sobre lo humano. Quizá se podría ver en esto
una cierta confirmación experimental de la afirmación bíblica según la cual «Dios creo al
hombre a su imagen y semejanza».
La persona y el amor
Naturalmente, en el caso del hombre, la conexión
entre substancia y relación
es diferente que en el caso de la Trinidad. Todo ser humano
posee, como ya hemos visto, una substancia propia, que le
pertenece en modo inalienable
Sin embargo resulta también
verdad que todo ser hermano llega a ser
consciente de su propia dignidad óntica y toma conciencia de su propio valor como hombre solamente a través de la relación con
otros y lo hace de modo especial cuando otro ser
humano toma hacia el la actitud
que corresponde al valor de la persona, es decir, el amor. El amor, en sentido general y no exclusivamente
sexual, es una respuesta afectiva de toda la
persona que implica el
reconocimiento de la dignidad del otro, pero
también el asombro afectivo
y la contemplación de su dignidad y grandeza, de donde nace la disponibilidad a comprometerse uno
mismo para defender tal dignidad y belleza y acompañarla hacia su adecuada realización
Para la persona
humana tomar conciencia de si mismo o ser autoconsciente
no es algo accesorio,
que puede ocurrir o no ocurrir. La autoconciencia
es el acto propio de la persona, decisivo para su autorrealización como tal persona.
Solamente de ese modo se puede hacer no sólo lo que es justo, sino también
vivir esa acción como propia, como algo que me pertenece y me constituye
esencialmente.
Como hemos
dicho, esta autoconciencia es posible solamente a través de la mediación del
otro, es decir, en la medida en que otro, dirigiéndose a mí, despierta en mí la
conciencia de la parte que debo recitar en el drama de la vida y de la
historia. Comienzo a existir como ser autoconsciente al recibir la llamada del
otro y como respuesta a la disponibilidad que manifiesta hacia mí.
En este
sentido ser persona es por su propia naturaleza comunión. Ser un sujeto
individual no contradice esta estructura de la persona sino que ayuda a
comprenderla mejor. La relación con otra persona humana, de hecho, no crea ni el sujeto ni su conciencia,
pero se integra sobre el presupuesto de un primera donación original del ser y
del sentido por parte de Dios, precisamente como su desarrollo y su
explicitación. Esto quiere decir que en la relación interpersonal, y en
particular en la educación, el hombre coopera con Dios en la creación de la
interioridad del otro. Esto es de decisiva importancia, porque nos empuja a
rechazar cualquier pretensión de un hombre de considerar a otro hombre como un
producto de su iniciativa. Nuestros hijos, que generamos en la carne y educamos
en el espíritu, justamente a causa de esa original donación del ser y del
sentido por parte de Dios, no nos pertenecen, pertenecen a un destino
infinitamente más grande, hacia el que nosotros solamente nos esforzamos en lo
posible de guiarles y en todo caso de acompañarles. Sin embargo esto no nos
debe llevar a no ver otro lado de la verdad. Cada uno de nosotros es, en cierto
sentido, la suma del amor que le ha sido dado, otros hombres participan
realmente en la creación de nuestra personalidad concreta, tanto que no
seríamos lo que somos sin ellos. Existen relaciones
humanas decisivas, y nuestro destino depende en gran medida de cómo las
vivimos.
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