jueves, 3 de diciembre de 2015

La política en tiempos de indignación

La política en tiempos de indignación
Daniel Innerarity
La política en tiempos de indignación no es una mera reflexión sobre el fenómeno social de la indignación, articulado después electoralmente en torno a propuestas populistas. El nuevo ensayo de Innerarity, más allá de lo que promete su título, ofrece una acabada comprensión de lo que realmente es la política, una actividad siempre amenazada por esa suplantación que estriba en apelar a certezas supuestamente incuestionables, que nos ahorrarían el engorroso trabajo político.
Es el caso de la mentalidad tecnócrata, proclive a pensar que, bien los dictámenes económicos o científicos, bien los datos demoscópicos, nos eximen de la fatigosa tarea de debatir, reflexionar, argumentar, negociar y confrontar las opciones contrapuestas e incluso contradictorias que se dan en la sociedad. Pero es el caso también, y de forma todavía más insidiosa, del populismo que desac-tiva la política mediante el procedimiento de apropiarse de la voluntad popular: ciudadanos y líderes populistas consideran que ellos son el pueblo y saben lo que de verdad quiere la gente; de esta manera el diálogo y el juego político, en el fondo, resultan superfluos.
Ante la desafección ciudadana y la indignación en que ahora se ha transmutado aquella, Innerarity nos invita a comprender que la ineptitud de la que parecen hacer gala los políticos no es la verdadera causa del desencanto reinante. Los políticos nos decepcionan, sobre todo, debido a la especial complejidad que reviste la política y a su insuperable carácter polémico y controvertido. Si ella decepciona es, antes que nada, porque a los ciudadanos nos cuesta aceptar que los problemas carecen de una solución plenamente satisfactoria y que la confrontación es consustancial a la condición política del ser humano. La política, más que de consensos, trata de articular civilizadamente el inevitable antagonismo presente en las sociedades.
Innerarity expone de una manera brillante e innovadora la concepción clásica de la democracia liberal. Parte importante del interés que tiene esta obra consiste en argumentar el parlamentarismo clásico con un lenguaje nuevo y con observaciones muy pegadas a la nueva realidad social: una sociedad compleja, globalizada, de límites difusos, en que las identidades han cobrado un gran valor y que se encuentra máximamente interconectada. La mejora de la democracia no vendrá tanto de la mano de una mayor participación ciudadana en referendos o asambleas, o por la movilización a través de Internet y las redes sociales, cuanto por el fortalecimiento –frente a sus enemigos– de la democracia representativa.
La intermediación propia de la democracia representativa, con su trabajo de reflexión, atención al conjunto, previsión del futuro, etc., “protege a la democracia frente a la ciudadanía, contra su inmadurez, debilidad, incertidumbre e impaciencia”.
Como viene diciendo el autor en obras anteriores –la presente viene a ser una síntesis de ellas–, lo que precisa la democracia no es tanto una regeneración y mucho menos un rearme moral, sino ponerla al día en términos cognitivos. Al igual que ha sucedido en otros ámbitos de la realidad social, la política ha de convertirse en un sistema inteligente, en el que aprendamos entre todos cómo construir una sociedad mejor.
Francisco Santamaría

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