miércoles, 2 de julio de 2008

Mi cuerpo y yo

Eduardo Terrasa explica con acierto la relación existente entre el yo y el cuerpo, cuestión antigua en la que siempre cuesta superar los prejuicios dualistas.

Es conocida la afirmación de que el ser humano no tiene simplemente un cuerpo, sino que es su propio cuerpo (Gabriel Marcel). Es decir, entre yo y mi cuerpo no se puede establecer una relación extrínseca, como la que se establece entre la persona y aquellos instrumentos que utiliza; las cosas que uno usa son cosas que posee y sobre las que establece un dominio. Si el cuerpo fuera sólo un objeto de posesión (por muy valiosa que fuera esa posesión), el cuerpo no participaría de la dignidad de la persona, porque se encontraría -como los demás objetos- por debajo y desgajado de esa dignidad que lo posee. Y -lo que es más importante- cada uno experimentaría su cuerpo como algo que en definitiva le resulta ajeno: como aquella realidad en la que habita o como aquel instrumento que le es imprescindible para realizar su vida. Uno puede sentir su casa como algo muy suyo, y experimentar sus instrumentos de trabajo o de aficiones como parte integrante de su personalidad, pero nunca se sentirá totalmente identificado con ellos.

Esta cierta extrañeza con respecto al propio cuerpo -que es la realidad que nos sitúa en el mundo en que vivimos- se extiende necesariamente a todo ese mundo, y también a la propia intimidad. Porque nuestra psicología es la propia de un espíritu encarnado, nuestra existencia es radicalmente corporal. Y por eso nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos -entender lo que pasa en nuestro interior- al margen del propio cuerpo.

Cuando una realidad nos afecta y despierta en nosotros un sentimiento, descubrimos la presencia de esa afección o sentimiento a través de las sensaciones que notamos en nuestro cuerpo. Descubrimos -por ejemplo- que la personalidad de otro ejerce una influencia intimidatoria sobre nosotros porque notamos signos de nerviosismo y de temor -un sudor frío, un temblor en la voz, una inseguridad en los miembros- ante su presencia. Son esas sensaciones las que nos indican en primera instancia qué es lo que nos está pasando con esa persona. Después, la reflexión podrá discernir las causas de ese temor, y si esas causas resultan razonables. Pero la primera información la recibimos de nuestras reacciones corporales. Esas sensaciones fisiológicas son la vertiente corporal de nuestros sentimientos, poseen un significado y, por eso, una inteligibilidad: son el lugar donde percibimos y entendemos lo que nos está pasando. Esto no quiere decir que los sentimientos se reduzcan a simples sensaciones fisiológicas; pero lo cierto es que caemos en la cuenta de lo que sentimos a través de esas sensaciones que encontramos en nuestro cuerpo.

Por eso, resulta esencial aprender a interpretar nuestras sensaciones corporales. Para esto, es necesario llevarse bien con el propio cuerpo, valorarlo correctamente, tratarlo como lo que realmente es: un interlocutor válido. Es más, podríamos afirmar que para ser capaces de entendemos a nosotros mismos tenemos que llegar a identificarnos con nuestro propio cuerpo. Mi cuerpo soy yo mismo.

Lo mismo podríamos afirmar respecto al conocimiento y la comprensión del mundo que nos rodea. Lo que nos sitúa en ese mundo, en un lugar que centra nuestra perspectiva y que hace que ese mundo sea mi mundo, es el cuerpo. Es la situación de mi cuerpo lo que permite que tenga una experiencia y una comprensión en primera persona de la realidad que me rodea. Para nosotros, una conciencia incorpórea resulta algo inimaginable (aunque sí sea teóricamente inteligible). Y, por otra parte, el cuerpo es el punto de encuentro con los demás: conocemos a los demás en su cuerpo (y en sus manifestaciones corporales) y los demás nos conocen en nuestro cuerpo. Al margen del cuerpo o de sus manifestaciones corporales no cabría relación humana alguna.

Por eso, a la hora de realizarse personalmente, el sujeto no puede entenderse correctamente a sí mismo ni aceptarse a sí mismo si no se siente identificado con su propio cuerpo. El cuerpo posee las marcas de identidad (constituye su lugar en el mundo, su presencia ante los demás y ante sí mismo, el ámbito en el que se desarrollan todas sus vivencias y donde tiene la experiencia de ser él mismo) necesarias para que el individuo se reconozca y se autoposea. El cuerpo es la referencia sobre la que el ser humano siempre puede volver para reencontrarse consigo mismo, el lugar que da continuidad y cobijo a todas sus experiencias de la vida, aquello que le permite toda reflexión. La conciencia de sí que posee el ser humano es una conciencia que hace referencia necesaria al cuerpo en la que se encarna. Nadie puede decir yo al margen de su cuerpo.

INTERFERENCIAS ENTRE YO Y MI CUERPO

Luego el hombre debe llevarse bien con su cuerpo: debe entender sus registros expresivos, sus significados, sus emociones. Debe saber valorarlo. Las diversas interferencias que pueden surgir entre mi intimidad y mi cuerpo tienen el efecto común de bloquear la correcta manera de entenderme y de valorarme a mí mismo. Ahora bien, esta sintonía no es algo que se dé de una manera automática: somos nuestro cuerpo, pero a la vez vamos aprendiendo a sintonizar con él y a entenderlo: lo vamos personalizando. Porque al igual que el espíritu humano es un espíritu encarnado, corporal, el cuerpo humano es un cuerpo espiritual: se encuentra abierto a la indeterminación (correlato apropiado de la libertad) y a la perfectibilidad humana (que va mucho más allá del simple desarrollo biológico). Sintonizar con el propio cuerpo se plantea -sobre todo- como una tarea.

En este sentido, la adolescencia es una etapa del desarrollo humano en la que estas interferencias resultan más frecuentes, debido al dispar desarrollo corporal y psicológico. Esto produce una serie de desenfoques y de desencuentros, que a veces pueden llegar a ser traumáticos. Un ejemplo claro lo constituye el descubrimiento de la propia sexualidad. El adolescente encuentra en su cuerpo una serie de emociones, de reacciones y de impulsos que no termina de entender; comprueba su dinámica, pero no alcanza a comprender todo su sentido. Esto trae consigo una serie de contradicciones (por ejemplo, que coincidan un sentimiento amoroso puro e idealista con un deseo carnal crudo) que desconciertan al adolescente. En ocasiones, este puede llegar a ver su propio cuerpo como algo incomprensible, lleno de sorpresas, y que incluso resulta peligroso.

Poco a poco, si su desarrollo psicosomático es normal, el adolescente va aprendiendo a sintonizar sus sentimientos y sus sensaciones. Va aprendiendo a interpretar lo que le sucede y a expresar con acierto lo que siente. Pero si fracasa en este tarea, se producen en su interior una serie de extrañezas, y surgen diversos problemas a la hora de entenderse a sí mismo, de entender y encauzar sus impulsos, y a la hora de relacionarse e integrarse con los demás. Y de ahí pueden surgir una serie de problemas en torno a la propia identidad sexual (elemento esencial de la identidad corporal), cuestión de gran importancia que está provocando muchas preocupaciones entre padres y educadores.

No hay comentarios: