martes, 23 de febrero de 2010

La pregunta por el mal

José María Riera Munné traduce libremente, pero fiel a las ideas, el artículo de Bruno Forte
"Il Livello Bruno Forte", Verità e libertà tra teologia e filosofia

Jn 8, 31-32: Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.»

Le gustaba repetir a Kierkegaard que el teólogo (el cristiano que quiere serlo, podemos decir también) es tal porque otro ha muerto crucificado por él. Por tanto, es en la escuela del Crucificado donde nosotros deberemos entender qué es la verdad y en que sentido se nos dice que esta verdad nos hace libres.

Es una verdadera afrenta el razonamiento de Dostoevskij: Si Dios existe, es insoportable el infinito dolor del mundo. Ya que el infinito dolor del mundo es insoportable, Dios existe. Por otra parte, si realmente existe Dios, este infinito dolor del mundo prueba la imposibilidad de que se trate de un Dios bueno. Si existe el mal, ¿cómo puede existir un Dios? Pero el mal existe y cada día hiere el alma de quien solamente quiere pensar: por tanto no puede haber Dios. Ante esta lógica sólo cabe cambiar de registro, ya que sino quedaremos prisioneros de un Dios euclídeo, del Dios que coloca en su lugar todas las cosas, que responde a todas las preguntas, y no curaremos de la herida del alma, del alma herida por el mal. Todo verdadero conocimiento de Dios, nace de la obediencia, de escuchar lo que hay en el silencio abisal, aquel dolor inmenso, aquel obedecer insoportable.

"Ti esti aletheia?" (¿Qués es la verdad?). A esta pregunta de Pilato, el prisionero responde sólo con el silencio. Debemos leer esta pregunta a la luz de lo que inmediatamente precede. Jesús acaba de decir a Pilato: "Tu dices que yo soy Rey, y para esto yo he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. O sea, para ser el mártir de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Jesús nos recuerda que todos somos pobres e indigentes ante la verdad. Nos encontramos en la pobreza de no ser poseedores, comprehensores, sino viatores y peregrinos hacia la verdad, destinados a la verdad.
Otra vez la enseñanza de Dostoevskij. Aquella página extraordinaria de "El Idiota", como mostró Romano Guardini, es la cristología de este autor. Myskin, el príncipe, el inocente, el de corazón puro, que lo excusa todo, que todo lo perdona y soporta, que sufre por todos porque a todos ama, es la figura de Cristo. Está aquella escena en que el joven nihilista, el ateo Hipólito, está muriendo con el rostro rojo por estar tísico. En estas Hipólito pregunta al príncipe Myskin: Tu has dicho más de una vez que la belleza salvará al mundo. ¿Qué belleza es la que lo salvará?. Myskin permanece en silencio, al lado de la cama donde Hipólito muere. El sentido es claro: es la transcripción del versículo de Juan (18, 38). Pilato pregunta: ¿Y qué es la verdad?; Hipólito dice: ¿qué belleza salvará el mundo?. Jesús calla, ama, sufre, va al encuentro del abandono infinito de la Cruz. Myskin ama, sufre, lleva la cruz. ¡Ahí está el lugar de la verdad!

Permitid que aquí intente entender el sentido a la luz del versículo anterior. Jesús dice: "si permanecéis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Tres afirmaciones breves. La primera: "Si permanecéis en mi palabra". La verdad no es aquella que tu un día gritas, en un momento, en situación extrema, o clamas o recitas con otros. La verdad es aquella que tu sufres y padeces en la fidelidad de las obras de los días de tu vida. La verdad se dice en la elocuencia de los gestos, en la perseverancia para ser fiel.

La impresión profunda que he sentido leyendo en estos últimos días el libro de mi sincero amigo Gianni Vattimo, se debe a que, si ciertamente es admirable el coraje de su testimonio –él, el pensador del pensamiento débil, que anuncia su vuelta a la fe, su vuelta a Dios-, lo que realmente me deja desconcertado y perplejo es que esta vuelta no tiene nada de dramático, nada de trágico; y es que esta vuelta no cambia nada de todo aquello que él dice haber pensado hasta el momento. Más bien parece fundamentar de manera nueva. Cre que con Dios no se debe ni patalear ni perder. Con Dios es preciso recapitular. La verdad me hará libre para ser perdidamente del otro, perdidamente a Él abandonado.

"Seréis mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres"… Ser su discípulo, significa llevar con Él la cruz. Bonhoeffer en la cárcel de Tegel escribe una bellísima poesía, "Cristianos y paganos", en la que dice: "Todos van a Dios para ser consolados en sus dolores; los cristianos van a Dios para hacerle compañía en su dolor". Ser liberado por la verdad significa salir de sí mismo para pertenecerle incondicional y perdidamente. La libertad que la verdad te da es la libertad de ti mismo, para ser suyo hasta el fondo, para pertenecerle, para ir allí donde no habrías querido o pensado, para ir allí donde el querrá para ti, para vivir este éxodo, este abandono, este dejar todo apasionamiento y caminar sobre el largo mar, donde es posible que naufragues, donde al vivir del soplo del espíritu, inflara las velas de tu barca hacia el puerto de la eternidad. Ahí tienes la verdad que hace libres.

La pregunta que se me hace, me recuerda y reclama aquella que Holderlin hizo: "¿Por qué los poetas en el tiempo de la indigencia?" Esta pregunta que Heidegger hace suya, interrogándose sobre cuál sería el tiempo de la pobreza, la noche del mundo, que no lo es por la falta de Dios, sino por que los hombres ya no sufren por esta falta de su presencia. Por tanto, poeta en el tiempo de la pobreza e indigencia es todo el que suscita la nostalgia de la patria perdida, que vuelve a encender este deseo. Poeta en el tiempo y en la pobreza es todo el que habla interrogándose sobre si l transgresión en el cumplimiento respecto de aquella verdad total, totalitaria, violenta, que es la verdad de la tradición metafísica occidental, debe ser tenida por transgresión decadente o del "pensamiento débil" como la que algunos han procurado; o bien debe ser, puede ser, aquella de reconocer otra verdad que no es la aletheia, sino la hemet bíblica. Mi siguiente discurso versará sobre esto.

Del testimonio del médico que asiste a la ejecución, quiero leer tan sólo este texto: "En la mañana de aquel día –era el 9 de abril de 1945, entre las 5 y las 6– los prisioneros fueron conducidos fuera de las celdas. Fueron leídas las condenas. Por entre una puerta medio abierta vi al pastor Bonhoeffer que estaba arrodillado en íntima oración con su Dios. El abandono y la certeza de una oración que había sido oída, en este hombre extraordinariamente simpático, me afectaron profundamente. Cerca del lugar mismo de la ejecución elevó una corta oración, luego se irguió con firmeza en el patíbulo. La muerte llegó en pocos segundos. En mi actividad de médico después de cerca de 50 años no he visto nunca morir a un hambre abandonado así a Dios."

No dice nada, reza, se confía, se abandona en Dios. He leído este testimonio porque nos hace entender la crítica profundísima que Bonhoeffer hace al concepto occidental de verdad, de ideología, en un texto de su Ética, una obra a la que aún deberemos volver más veces. Bonhoeffer escribe así: "El patrón de la maquina pasa a ser su esclavo, la máquina pasa a ser el patrón, la máquina se vuelve enemiga del hombre. La criatura se revela contra quien la ha creado, cómo réplica singular del pecado de Adam. La emancipación de las masas explotó en el terror de la guillotina. El racionalismo lleva inevitablemente a la guerra, el ideal absoluto de la liberación lleva al hombre a la autodestrucción". Y concluye con este juicio duro sobre la obra de la modernidad: "Al final del camino por el cual se han encaminado por la Revolución francesa se encuentra el nihilismo". ¿Qué nos ha querido decir Bonhoeffer con esta terrible frase?

Sigo leyendo un pasaje de la Ética: "No existiendo nada permanente y durable, porque concluye la certeza ideológica, los totalitarismos de la verdad, o sea, llevada acabo la operación de la destrucción del totalitarismo de la verdad, perdida la confianza en la justicia, es declarado como justo aquello que conviene. Esta es la singular situación de nuestro tiempo, que es un tiempo de verdadera y propia decadencia". Parece que Bonhoeffer esté describiendo nuestro presente: esta vulgaridad de los medios de comunicación que, de manera particular, nuestra clase política tanto prefiere y quiere; o sea, esta especie de falta absoluta de pasión por la verdad, de confianza en la verdad, y este sustituir la verdad por los sofismas de la propaganda. Y lo más trágico es que la gente se lo cree. Este es hoy nuestro drama.

Por eso tenemos necesidad de una conversión, de una metanoia, no sólo los teólogos. Si seguimos pensando en la verdad como aletheia, llegaremos a la ideología, al nihilismo, a la decadencia, como carta que cubre la falta de pasión por la verdad y al triunfo de la soledad y del vacío. La careta es de infidelidad: la fidelidad exige lealtad y transparencia. El primer empeño que la verdad (hemet) pide es quitarse la careta, bajar la máscara y cerrar este gran carnaval en que hemos convertido nuestro vivir social y civil, de hombres y mujeres libres, que se dicen las cosas con la verdad de quien las vive y las padece.

Esta vez nosotros no jugamos con las ideas: nos estamos preguntando porqué vale la pena vivir, nos estamos preguntando, como hacía Camus, si no es verdad que la única verdadera cuestión filosófica es el suicidio, y que es preciso saber responder a esta pregunta: ¿por qué no hacerlo? El porque no hacerlo exige esa conversión, de dar testimonio de la verdad, de vivir la pasión por la verdad. Por tanto, fidelidad para quitarse la careta, fidelidad como testimonio de la verdad, como marturia, ser mártires en todo dependientes del otro.

Acabo con una anécdota, que lejos de bajar el tono especulativo de nuestras reflexiones, lo enaltece en la verdad de la vida: aquella escena que cuenta Dominique Lapierre del día vivido con la Madre Teresa de Calcuta, cuando esa mujer se acerca a un montón de basuras y comienza a escarbar, saca un brazo, una pierna, un cuerpo, toma entre sus brazos el cuerpo de este anciano abandonado a morir entre los desperdicios, y lo lleva a su casa, la casa de las misioneras de la caridad, lo coloca sobre una cama donde este anciano, antes de expirar, sonríe porque por primera vez ha sido tratado como un ser humano. Y Dominique Lapierre removido dirá por la tarde a la madre Teresa: "Esto que usted ha hecho hoy yo no lo hubiera hecho por todo el oro del mundo". La madre Teresa le respondió: "Ni yo tampoco". Esta es la verdad que nos hace libres.
(Traducción libre, pero fiel, del italiano, de "Il Livello Bruno Forte", Verità e libertà tra teologia e filosofia, por Josep Maria Riera M.; setiembre 2000).

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