martes, 9 de marzo de 2010

Ética empresarial

La lógica del don en el mundo empresarial

Todas las organizaciones humanas, también las orientadas preferentemente hacia la productividad y el beneficio, han de contar con un factor imprescindible de gratuidad. Es la tesis que defiende Alejandro Llano, profesor ordinario de Filosofía en la Universidad de Navarra, en una conferencia pronunciada en la Fundación SanTelmo (Sevilla), de la que seleccionamos algunos párrafos.


El avance de la globalización ha puesto en el disparadero todo un modelo social artificioso que, en buena parte, se basaba en ficciones. La mundialización ha mostrado que el poder político orientado hacia el puro interés nacional resulta inane cuando los intercambios se producen a escala intercontinental. Y el propio funcionamiento del mercado se hace ingobernable y produce efectos perversos cuando se persiguen preferentemente beneficios egoístas, a través de operaciones en las que intervienen multitud de instancias, muchas veces anónimas.

En lugar de esta crispada unilateralidad de objetivos, la propia globalización impone planteamientos interdisciplinares y auténticamente internacionales, enfoques sintéticos, cuya concertación no puede provenir de planteamientos en los que lo ajeno equivale a lo contrario, y en las que uno sólo puede ganar si el otro pierde. La lógica del don –propuesta por Benedicto XVI en su última encíclica Caritas in veritate– posibilita estrategias en las que los factores distintos se potencian mutuamente, de modo que lo presuntamente inconciliable se revela como compatible. Con planteamientos poliédricos y multilaterales, se producen fulguraciones creativas que dan lugar a juegos de suma superior a cero.

Superar el dualismo público-privado

Se impone superar el dualismo que hoy se establece entre empresas públicas y empresas privadas. El sector de la mutualidad y de la benevolencia ocupa ya de hecho amplias superficies de la producción y los servicios, también en el sector privado. El voluntariado y las organizaciones no oficiales sin ánimo de lucro llevan décadas mostrando su viabilidad económica y su imprescindible eficacia.

Está en juego algo tan importante como la concepción de la empresa. La crisis económica ha sido el detonante de un proceso que, desde hace años, venía cuestionando los modelos de empresa imperantes en nuestro entorno. La bibliografía sobre gestión empresarial es oceánica; y, sin embargo, rara vez se ha tocado el núcleo de la cuestión. El enfoque del management –inspirado mayoritariamente en la filosofía pragmatista y positivista– se ha centrado en el funcionalismo organizativo y en la maximización de beneficios. Incluso la creciente atención a los recursos humanos (¡reveladora denominación!) sigue apuntando al logro de más altos rendimientos por parte de trabajadores y empleados.

Parecen incluso apagados hoy los entusiasmos que –hace dos o tres décadas– despertó una orientación de la dirección empresarial, aparentemente nueva, que tendía a destacar los aspectos cualitativos, la flexibilidad de los procesos y la importancia de los valores. Más recientemente, se ha comprobado que ese énfasis en la excelencia era, en realidad, más cosmético y retórico que real. Lo cual se ha confirmado, tristemente, al comprobar que empresas supuestamente avanzadas escondían –tras su brillante apariencia- serios fallos de orientación y situaciones moralmente inaceptables.

Contar con la gratuidad

Ahora se abre la posibilidad de aplicar también al mundo empresarial la lógica del don. Todas las organizaciones humanas, también las orientadas preferentemente hacia la productividad y el beneficio, han de tener en cuenta la necesidad de contar con la gratuidad como un factor imprescindible. Porque las auténticas aportaciones humanas que se producen en las corporaciones empresariales no se pueden reducir a su cuantificación en términos financieros. Si se margina la benevolencia, es claro indicio de que se está prescindiendo de la persona en la organización. Y de esta deshumanización, a la larga, nada socialmente positivo puede surgir.

Las crisis de algunas empresas de gran envergadura presentan también un trasfondo ético. Cuando la avaricia y el engaño se consideran modos “realistas” de trabajar, no resulta tan sorprendente que, al cabo de no mucho tiempo, la verdadera cara de esas compañías acabe por comparecer. Y su aspecto no es entonces precisamente atractivo, ni hay ya maquillaciones publicitarias que puedan embellecer su lado oscuro.

Para superar un nivel moral en ocasiones tan bajo, no basta la apelación verbal a la ética. No cualquier ética sirve, sino que se precisa “una ética amiga de la persona” y de la familia, en la que viven las mujeres y los hombres normales, y no esas estrellas del papel cuché, cuyas existencias parecen vacías y, al cabo, se muestran como patéticas. La visión distorsionada del ser humano, que se encuentra latente en no pocas concepciones empresariales, conduce a sistemas morales de referencia que acaban por ser contraproducentes.

Una ética amiga de la persona

Es necesario que la ética –lejos de todo consecuencialismo y relativismo– se fundamente en la dignidad inviolable de la persona y en la ley natural. “Una ética económica –se lee en la referida encíclica– que prescinda de estos dos pilares correría el peligro de perder inevitablemente su propio significado y prestarse a ser instrumentalizada”. De nada sirve el uso y el abuso de la palabra “ética”, si la propia ética se utiliza de hecho como recurso para legitimar –para cohonestar– planteamientos económico-financieros que permiten, e incluso fomentan, situaciones notoriamente injustas.

La consideración casi exclusiva del papel del beneficio no es suficiente para clasificar los distintos modelos de empresa, como si la presencia o ausencia del ánimo de lucro fuera el factor clave. Tampoco quedan definidas las organizaciones por su carácter público o privado. Hay un campo crecientemente diversificado de organizaciones que, sin excluir el beneficio económico, lo ponen al servicio del mejoramiento social y humano, con un enfoque económico global, que mira especialmente a los países excluidos del bienestar o marginados de los grandes intercambios comerciales.

No hay que conceder tanta importancia a la configuración jurídica de las organizaciones. Se trata de valorar sobre todo sus objetivos de humanización del mercado y de la sociedad. Según advierte Benedicto XVI, “la propia pluralidad de las formas institucionales de empresa es lo que promueve un mercado más cívico y al mismo tiempo más competitivo”.

Hay quienes se escandalizan con sólo oír hablar de responsabilidad social de la empresa, por considerarlo un enfoque poco realista. Es posible que también tachen de irreales estos planteamientos. Quizá prefieran la realidad más inmediata, tan notoria en España: el cierre de empresas y el aumento del paro. En la medida en que se perpetúen –con actitudes inmovilistas– los modelos dominantes de empresa, la tendencia económica destructiva se mantendrá e irá a peor. La ideología del egoísmo y la discriminación tiene muy poco de realista.

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