jueves, 29 de marzo de 2012

Laborem exercens (II)


IV. DERECHOS DE LOS HOMBRES DEL TRABAJO


16. En el amplio contexto de los derechos humanos
El trabajo es un deber, pero también una fuente de derechos en los que hay que tener presente, ante todo la relación empresario-trabajador. Podemos distinguir entre: empresario directo, con quien el trabjador estipula directamente el contrato de trabajo y empresario indirecto, conjunto de factores que influyen de algún modo con el contrato o con las relaciones de trabajo.

17. Empresario "indirecto" y "directo"
El concepto de empresario indirecto se puede aplicar a sociedades y, en primer lugar al Estado por su influencia en el mundo del trabajo tanto a nivel nacional como internacional donde origina relaciones que crean a su vez dependencias recíprocas (...) Tal sistema de dependencias recíprocas es normal en sí mismo, pero puede convertirse fácilmente en ocasión para diversas formas de explotación o de injusticia (...) Por ejemplo, los países altamente industrializados y, más aún, las empresas multinacionales, ponen precios lo más alto posibles para sus productos, mientras procuran establecer precios lo más bajo posibles para las materias primas o a medio elaborar, lo cual, entre otras causas, tiene como resultado una desproporción cada vez mayor entre los réditos nacionales de los respectivos países. La distancia entre la mayor parte de los países ricos y los países más pobres no disminuye ni se nivela, sino que aumenta cada vez más.


18. El problema del empleo
Considerando los derechos de los hombres del trabajo, en relación con el empresario directo, se debe prestar atención en primer lugar a un problema fundamental: encontrar un empleo adecuado para todos los sujetos capaces de él. (...) El cometido del empresario indirecto es actuar contra el desempleo, lo cual es siempre un mal, cuando no una verdadera calamidad social.
La obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados y sus familias es una obligación que brota del principio fundamental del orden moral en este campo, esto es, del principio de uso común de los bienes (...) Para salir al paso del peligro del desempleo, el empresario indirecto debe proveer una planificación global con referencia a la disponibilidad de trabajo (...) Esta solicitud global carga en definitiva sobre las espaldas del Estado, pero no puede significar una centralización llevada a cabo unilateralmente por los poderes públicos. Se trata más bien de una coordinación, justa y racional,  en cuyo marco debe ser garantizada la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros locales de trabajo...

De un modo similar  hay que actuar en el marco de la colaboración internacional mediante los necesarios tratados y acuerdos. También en esto es necesario que el criterio a seguir sea cada vez más el trabajo humano, entendido como un derecho fundamental de todos los hombres (...) de manera que el nivel de vida de los trabajadores en las sociedades presente cada vez menos esas irritantes diferencias que son injustas y aptas para provocar incluso violentas reacciones.

Echando una mirada sobre la familia humana entera, no podemos menos que quedar impresionados ante un hecho desconcertante: mientras por una parte siguen sin utilizarse conspicuos recursos de la naturaleza, existen por otra grupos enteros de desocupados y un sinfín de multitudes hambrientas: un hecho que atestigua sin duda el que, dentro de las comunidades políticas como en las relaciones existentes entre ellas a nivel mundial hay algo que no funciona y, concretamente, en los puntos más críticos y de mayor relieve social.

19. Salario y otras prestaciones sociales
El problema clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado (...) A este respecto volvemos de nuevo al primer principio de todo el ordenamiento ético-social: el principio del uso común de los bienes (...) la remuneración del trabajo sigue siendo una vía concreta a través de la cual, la gran mayoría de los hombres puede acceder a los bienes de la naturaleza o a los que son fruto de la producción (...) De aquí que, precisamente el salario justo se convierta en todo caso en la verificación concreta (y en cierto sentido la verificación clave) de la justicia de todo el sistema socio-económico. Tal verificación afecta sobre todo a la familia (...) Tal remuneración puede hacerse bien sea mediante el llamado salario familiar -salario dado al cabeza de familia que sea suficiente para las necesidades de la familia- (...) bien sea mediante otras medidas sociales, como subsidios familiares o ayudas a la madre que se dedica exclusivamente a la familia (...) La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas.

20. Importancia de los sindicatos
Sobre la base de todos estos derechos brota aún otro: el derecho a asociarse, formando asociaciones que tengan como finalidad la defensa de los intereses vitales de los trabajadores (...) los sindicatos modernos han crecido sobre la base de la lucha de los trabajadores -ante todo de los trabajadores industriales- para la tutela de sus justos derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción (...) La experiencia histórica enseña que las organizaciones de este tipo son  un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas.

La doctrina social católica no considera que los sindicatos constituyan únicamente el reflejo de la estructura de "clase" de la sociedad y que sean un exponente de la lucha de clases que gobierna inevitablemente la vida social. Sí son un exponente de la lucha por la justicia social (...) Sin embargo, esta "lucha" debe ser vista como una dedicación normal "en favor" del justo bien (...) no una lucha "contra" los demás (...) El trabajo humano tiene como característica propia que une a los hombres y en esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir una comunidad (...) A la luz de esta fundamental estructura de todo trabajo, la unión de los hombres para asegurarse los derechos que les corresponden, sigue siendo un factor constructivo del orden social y de solidaridad, del que no es posible prescindir.

Los justos esfuerzos por asegurar los derechos de los trabajadores, deben tener siempre en cuenta las limitaciones que impone la situación económica del país. Las exigencias sindicales no pueden transformarse en una especie de egoísmo de grupo o de clase, por más que puedan y deban tender a corregir todo lo que es defectuoso en el sistema de propiedad de los medios de producción (...) En este sentido la actividad de los sindicatos entra indudablemente en el campo de la política, entendida ésta como una prudente solicitud por el bien común. Pero al mismo tiempo, el cometido de los sindicatos no es "hacer política" en el sentido que se da hoy comunmente a esta expresión. Los sindicatos no tienen carácter de "partidos políticos" que luchan por el poder y no deberían ni siquiera ser sometidos a las decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos.

Actuando en favor de los justos derechos de sus miembros, los sindicatos se sirven también  del método de la "huelga", es decir, del bloqueo del trabajo, como de una especie de ultimátum dirigido a los órganos competentes y sobre todo a los empresarios. Este es un método reconocido por la doctrina social católica como legítimo en las debidas condiciones y en los justos límites.

21. Dignidad del trabajo agrícola
El trabajo del campo conoce no leves dificultades, tales como el esfuerzo físico continuo y a veces extenuante, la escasa estima en que está considerado socialmente hasta el punto de crear entre los hombres de la agricultura el sentimiento de  ser socialmente unos marginados, hasta acelerar en ellos fenómenos de fuga masiva del campo a la ciudad y desgraciadamente hacia condiciones de vida todavía más deshumanizadoras. Se añade a esto la falta de una adecuada formación profesional y de medios apropiados, un determinado individualismo sinuoso, y demás situaciones objetivamente injustas. En algunos países en vías de desarrollo, millones de hombres se ven obligados a cultivar la tierra de otros y son explotados por los latifundistas, sin la esperanza de llegar un día a la posesión ni siquiera de un pedazo mínimo de tierra en propiedad.

22. La persona minusválida y el trabajo
Los minusválidos (...) son también sujetos plenamente humanos, con sus correspondientes derechos innatos, sagrados e inviolables, que, a pesar de las limitaciones y los sufrimientos grabados en sus cuerpos  y en sus facultades, ponen más de relieve la dignidad y grandeza del hombre (...) Sería radicalmente indigno del hombre y negación de la común humanidad admitir en la vida de la sociedad y, por consiguiente, en el trabajo, únicamente a los miembros plenamente funcionales porque, obrando así, se caería en una grave forma de discriminación, la de los fuertes y sanos contra los débiles y enfermos.

23. El trabajo y el problema de la emigración
El hombre tiene derecho a abandonar su País de origen por varios motivos -como también de volver a él- y a buscar mejores condiciones de vida en otro País (...) La emigración por motivos de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación financiera o social. En lo referente a la relación del trabajo con el trabajador inmigrado deben valer los mismos criterios que sirven para cualquier otro trabajador de aquella sociedad.



V. ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO

24. Particular cometido de la Iglesia
La Iglesia considera como deber suyo pronunciarse sobre el trabajo bajo el punto de vista de su valor humano y del orden moral, considerando un deber suyo particular la formación de una espiritualidad del trabajo, que ayude a los hombres a acercarse a través de él a Dios.

25. El trabajo como participación en la obra del Creador
...el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado.

Hace falta que, de modo especial en la época actual, la espiritualidad del trabajo demuestre aquella madurez que requieren las tensiones y las inquietudes de la mente y del corazón: "los cristianos, lejos de pensar que las  conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios (...) El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo"(GS, 34).

26. Cristo, el hombre del trabajo
Aunque en sus palabras no encontremos un preciso mandato de trabajar, no obstante, al mismo tiempo, la elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al "mundo del trabajo", tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano, más aún, mira con amor el trabajo y sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto de la semejanza del hombre con Dios.

27. El trabajo humano a la luz de la cruz y resurrección de Cristo
Todo trabajo -tanto manual como intelectual- está unido inevitablemente a la fatiga (...) Este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra" (Gen 3,19) (...) El Evangelio pronuncia, en cierto modo, su última palabra, también al respecto, en el misterio pascual de Cristo (...) En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los "nuevos cielos y la nueva tierra" (Ap 21, 1).




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