jueves, 22 de mayo de 2008

vivir la fortaleza

La fortaleza es «la gran virtud: la virtud de los enamorados; la virtud de los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal que vale la pena son capaces de arrastrar los mayores riesgos en aras de un bien más alto».
(José Antonio Galera, Sinceridad y fortaleza)



Alguno podría llegar a pensar que, si esto es así, no vivimos tiempos propicios para desarrollar la virtud de la fortaleza “no es tiempo de héroes” dice, en un momento de la película el protagonista de “El tercer hombre”. Pocas personas piensan hoy en el «bien más alto», más bien nos preocupamos por un sinfín de pequeños intereses o «necesidades». Incluso podría llegarse a pensar que es sospechoso de fundamentalismo semejante planteamiento. Hoy dejamos poco margen a la aventura porque todo está hecho, todo está descubierto, todo está organizado.

Podemos preguntar nos: ¿dónde existen los cauces adecuados para recoger el deseo del hombre de hacer algo grande, de esforzarse en función de un ideal? Incluso el cristiano no se encuentra en la situación extrema de tener que dar su vida por la fe -el martirio- que es el acto supremo de la fortaleza, ni se aproxima a ello por lo menos en un país donde la fe es aceptada y vivida por muchas personas. Ordinariamente no se presentan ocasiones de hacer grandes cosas; sin embargo, es propio del cristiano hacer grandes por el Amor los pequeños servicio de cada día.

Y aquí encontramos la respuesta al problema planteado. No se trata de realizar actos sobrehumanos; de descubrir las zonas del Amazonas nunca pisadas por el hombre; de salvar a cincuenta niños de un incendio; éstas son, en todo caso, posibilidades fruto de una imaginación calenturienta. Más bien se trata de hacer de las pequeñas cosas de cada día una suma de esfuerzos, que pueden llegar a ser algo grande, una muestra de amor.

Por eso está claro que el hombre con una visión mezquina de la vida nunca puede llegar a desarrollar su fortaleza, y aunque lo hemos dicho en otras ocasiones conviene volver a recordar que los hijos necesitan saber que su vida sirve para algo; que, aunque tienen muchas miserias y su vida parece de poco valor, cada persona tiene una misión intransferible de glorificar a Dios. Cada persona puede y debe amar, salir de sí, servir a los demás, superarse personalmente para trabajar mejor. La persona que no quiere mejorar, que es egoísta, que no busca nada más que el placer o la comodidad, no tiene motivos para desarrollar la virtud de la fortaleza porque es indiferente al bien.


«El fuerte, situaciones ambientales perjudiciales a una mejora personal, resiste las influencias nocivas, soporta las molestias y se entrega con valentía en caso de poder influir positivamente para vencer las dificultades y para acometer empresas grandes».
David Isaacs

Nosotros quisiéramos aquí simplemente proponer unas sugerencias para vivir la fortaleza:

Lo primero sería intentar aclararse respecto a lo que puede conside¬rarse «bueno» en cada circunstancia, porque no podemos olvidar que la fortaleza podría convertirse también en “palanca para el mal” como apunta san Ambrosio. Hemos de recordar que no es correcto tomar decisiones, o sencillamente reaccionar, sin pensar en los criterios adecuados o dejándose llevar por el impulso del momento.

Precisamente porque tenemos la mirada puesta en el bien intentaremos superar la pereza, la rutina y la imitación ciega de los demás con el fin de centrar mi atención en el bien. Conocer el bien requiere esfuerzo, un esfuerzo para superar toda una serie de tendencias básicas. Por ejemplo centrar la atención en el bien significa «estudiar» los problemas hasta encontrar lo que podemos considerar la mejor solución.

Habitualmente deberíamos centrar la atención en lo que es bueno para los de¬más aunque cueste un esfuerzo o tenga que sufrir. Con cierta frecuencia algunos ponen como valor superior «la paz», entendida como «ausencia de tensiones o conflictos». Se sienten satisfechos con tal de que no haya enfrentamientos o enfados. El bien requiere esfuer¬zo, y por tanto sufrimiento. No siempre es compatible con «ausencia de tensión». Muchas veces superar una injusticia implica enfrentarse a otros, luchar por defender unos derechos, etc.

Vivir la fortaleza es esforzarse habitualmente en realizar las pequeñas cosas de cada día con cuidado y con cariño. Aunque se puede entender la virtud de la fortaleza como la virtud del caballero andante que está dispuesto a correr cualquier riesgo, habitualmente la fortaleza se traducirá en pequeños esfuerzos en hacer las cosas normales bien, no a “cazar leones” por los pasillos, como hacía el Tartarín de Daudet.

También hay que resistir las tentaciones que invaden la vida como consecuencia de la sociedad de consumo. Esto requiere superar los caprichos, no dejarse llevar por lo que ha¬cen los demás, no leer de todo ni comprar de todo ni ver todo en la televisión, o en internet por ejemplo. Tener medida es tener autodominio y para eso hace falta ser fuertes. Damos verdadera lástima si no somos dueños de nuestros actos, si no nos “poseemos.

Ser fuerte es no quejarse ante las dificultades, limitaciones, las incomprensiones o los cambios. La comodidad y el deseo de no sufrir son dos influencias notorias en el ambiente actual. Pero la fortaleza significa usar la voluntad para superar estas debilidades. No pocas veces las cosas discurrirán por caminos distintos a los que nosotros queremos y, en esos casos, el fuerte sabe adaptarse y hacer el bien en circunstancias que no eran las previstas.

La fortaleza implica tomar decisiones con iniciativa para hacer cosas de auténtico valor para los demás. La ilusión y el entusiasmo por la vida ayudarán a salir de la rutina, a pensar, organizar y empujara los demás hacia fines interesantes, sin reparar demasiado en el sacrificio que comportan. También supone no acostumbrarme a lo que está mal, sencillamente como consecuencia de la frecuencia con que ese mal se repite. Es muy fácil acostumbrarse al mal y, así, perder la lucha en la bús¬queda del bien. No estaría de más preguntarse de vez en cuando si contentamos con poco en éste o aquél asunto.

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