domingo, 31 de agosto de 2008

"Infiel" de Liv Ullmann

Hace aproximadamente un mes falleció Pedro Antonio Urbina,escritor, poeta, novelista, y también crítico de cine. Como pequeño homenaje queremos reproducir aquí su crítica a la película "Infiel", dirigida por Liv Ullmann (1999) con guión de Ingmar Bergman, publicada en Aceprensa en noviembre del año 2000.


Un drama psicológico durísimo
Han casi coincidido en el tiempo tres grandes películas que tratan el adulterio. Grandes porque son de Ingmar Bergman, guionista, y Liv Ullmann, directora-discípula, y de Manoel de Oliveira; y grandes también porque el tema es grande, más, importante. Las reflexiones de estos cineastas no son en sentido propio reflexiones, o al menos no lo son principalmente, pues se trata de cine, es decir, de una expresión artística: se trata más bien de visiones del adulterio y sus consecuencias. Como expresión artística, considero Encuentros privados (Private Confessions), de Ullmann-Bergman, la más acertada. La carta (La lettre), como casi toda la obra de Oliveira, es o me resulta un tanto aburrida, a pesar de su indudable calidad. Más interesante y sobre el mismo tema fue El Valle Abraham, en la que Oliveira se inspiró libremente en Madame Bovary.


Infiel (Trolösa), como Encuentros privados, no fue bien acogida en el Festival de Cannes; al menos en la Seminci de Valladolid dieron a Pernilla August, protagonista de Encuentros privados, el premio a la mejor actriz. Pero sí entiendo, hasta cierto punto, el silencio de Cannes sobre Infiel: tal vez exagerada (artísticamente exagerada) en la acumulación de adversidades como consecuencia de un adulterio. La propia Liv Ullmann lo considera un "drama psicológico durísimo y muy oscuro".

Respecto a Infiel, Ullmann dice sin ambages que "su historia es mi historia, y también la de Bergman". Este pormenor, que sea una experiencia subjetiva, será olvidado cuando permanezca esta película en la historia del cine como un monumento. Porque, ciertamente, Ullmann tiene razón: también "es la historia de todos nosotros, de todos ustedes, porque creo que la película habla de asuntos universales". Y no sólo es universal por hablar de asuntos universales -la realidad del adulterio y sus tremendas consecuencias-, sino que habla como película de manera universal, es decir, de manera plenamente artística.

Juego de adultos
"Creo en el perdón, porque toda mi vida he pensado que si no somos capaces de perdonar al otro, por ejemplo a la pareja infiel, la vida no avanza, todo se estanca, será imposible ser feliz de nuevo", dice Ullmann. Quizá por eso, por ser el guión de Bergman, en Infiel no hay perdón; pero tampoco hay petición de perdón. Una de las decisiones humanas más terribles es no querer pedir perdón, y la otra terrible decisión humana es no querer perdonar. En Infiel se viven estas dos decisiones como algo determinístico, inamovible, casi como si no dependiera de la voluntad, de la libertad personal.
Pero más terrible tal vez es lo que se ve en tanta película española y norteamericana de consumo fácil para determinados paladares: que los infieles ni siquiera sienten la necesidad de perdonar y de ser perdonados (por supuesto, en esas películas ni quieren ni dejan de querer como personas). Es decir, no está despierta su conciencia moral, ni dormida, sino muerta. No está Dios y la vida eterna en su horizonte. No ocurre así en estas películas de Ullmann-Bergman y de Oliveira.
Infiel comienza de una manera casi mágica: un escritor (Erlend Josephson) entrado en años, en su solitaria casa junto al mar, está escribiendo una obra de teatro y evoca a una mujer. La mujer (Lena Endre), una actriz, aparece y responde a sus preguntas. Sus respuestas se van convirtiendo en el relato de su vida infiel.
La película, de poco más de dos horas y media, no tiene ni un minuto inútil o innecesario; toda la tradición del buen cine nórdico se reúne en ella: el muy buen guión de Bergman y unas interpretaciones extremadas, en especial la de Lena Endre y Erlend Josephson. Como siempre también, los objetos tan bien fotografiados, y en su luz y color adecuados, parecen adquirir protagonismo, vida. La música tiene especial relevancia y fuerza, pues el marido es director de orquesta sinfónica. El otro intérprete es el amante, director de teatro, y divorciado, amigo de la familia. Y la figura doliente y pasiva es la niña del matrimonio.
Una especial densidad teatral interpretativa centra de modo exclusivo la acción en estos cuatro personajes; las demás figuras son sólo apoyatura fugaz. El quinto personaje -el escritor- está fuera de la acción, es un elemento de distanciamiento que permite reflexionar, encauzar el argumento, eludir sucesos... Un matrimonio unido, una niña feliz, un amigo leal..., y la irreflexión o irresponsabilidad ante la injusticia, el egoísmo de la sensualidad, que ciega y lleva a la crueldad, destroza todo.

Todo se desmorona
Liv Ullmann hace este comentario: "La infidelidad que Bergman retrata en su último guión no es una deslealtad consciente; no estamos ante un acto de voluntad. En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas. Los principios morales simplemente desaparecen. Hombres y mujeres deciden jugar a un juego de adultos: amémonos al límite, seamos felices juntos, olvidémonos de juzgar qué es bueno y qué es malo. Pero súbitamente todo se desmorona. Tragedia. Todos son infieles entre sí". Me parece ver en este párrafo -no sería justo pedir una precisión filosófica a un párrafo de una entrevista, quizá no bien transmitido...- la descripción que podría hacer Eva, la primera mujer, de su caída y desde sus consecuencias: éramos tan dichosos y, de pronto... ¡Y qué tragedia ahora!
Un moralista clásico replicaría a Eva-Liv: Sí que estamos ante un acto de voluntad; es un acto voluntario in causa: vosotros dijisteis ¡Olvidémonos del bien y del mal!: la causa. En ese momento queríais jugar a que no había principios morales. Y, súbitamente, toda vuestra simulación y fingimiento se desmoronó. La causa: quisisteis hacer como que erais dioses que se dan a sí mismos su propio fin, la naturaleza y sus leyes. Os mentisteis a vosotros mismos y al único que es Dios.
"Sin embargo, como yo lo veo -sigue diciendo Liv Ullmann-, la víctima resulta ser la niña, la personita que ha sido utilizada en el juego de los adultos, sentada en medio de un carrusel emocional, sin entender cuál es su verdadero papel en la historia". Esas personas mayores sí entienden su papel, lo conocen, porque son culpables. Y siguen siendo culpables mientras esa "personita" es "víctima".
Sin embargo, en algunas de esas películas a las que aludí antes, ésas de consumo a bajo precio, nadie se siente culpable. Hasta las niñas y niños son felicísimos pase lo que pase (porque lo decide el guión de bajo precio). Cabría poner en boca de una de esas insensatas de película esta frase que oí fuera de toda película: "¡Pues los niños tendrán que ir acostumbrándose a las separaciones de sus padres, y a cambiar de padre y todo eso...!".

Un estilo de vida
En el guión de Bergman, en esa tragedia -y la película no puede evitarlo-, hay una detallada y minuciosa presentación, un nudo inteligente, bien tramado, pero un desenlace, un desmoronamiento, ante el que los personajes parecen en cierto modo juguetes del destino... Si así es, cabría hablar de la insuficiente filosofía moral de Bergman, en la que falta una decidida afirmación de la libertad. O un retrato de la insuficiencia práctica generalizada, como dice Liv: "En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas". Como en los telefilms: una frase hecha -por ejemplo: "Es superior a mis fuerzas"- se presenta como justificación a que los instintos, los bajos instintos, arrollen la razón, el buen sentido, la justicia, la fidelidad... "Tengo ganas" o "no me apetece" se adopta como "un modo de vida". Es decir, el hombre rey... ni siquiera de sí mismo, sino del reino de sus tripas.

En el desenlace -"todos son infieles"- se acumulan demasiados males: el marido traicionado, en su desesperación (no hay en él soporte moral y, menos, religioso), engaña a su infiel mujer y se encuentra con ella, y la golpea y la insulta y la viola; propone a su hija -la ley le ha dado su custodia- que se suicide con él, y al fin se suicida solo; se descubre después de su muerte que también había sido, antes que su mujer, infiel a ella, y de manera estable. En el hogar de los amantes no parece arraigar la paz ni la felicidad, todo son discusiones y gritos: un arrepentimiento desesperado en ella, y una insensibilidad grosera en él. Decía, y lo repito, que artísticamente resulta o puede juzgarse excesivo. En todo caso, no hay razón suficiente para imponer a Infiel la ley del silencio. Si se recuerda la casi adoración que se vivió ante la obra de Bergman, es muy significativo este rechazo ahora, que pone el dedo en la llaga...: "Nada más doloroso y devastador que el divorcio". Esto es lo que dice, bien o menos bien, eso es lo que dice; y esta es la frase que abre su película.

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