martes, 19 de agosto de 2008

Virtudes humanas

Hemos considerado que la persona humana tiene la capacidad de determinar por medio de la libertad su propia conducta. La acción libre, fruto de una decisión voluntaria, tiene una propiedad denominada «moralidad»; esto es, una cualidad que consiste en la contribución positiva o negativa a la perfección o realización de la persona en cuanto tal. La acción moralmente buena es aquella que obedece al bien de la persona, al desarrollo positivo de su ser personal considerado en sí mismo y en el contexto social y religioso de la persona.

La filosofía griega puso de manifiesto que mediante la acción libre la persona adquiere un desarrollo ontológico. El ser de la persona se engrandece o se degrada, progresa o degenera, mejora o empeora sustancialmente. Este engrandecimiento o empobrecimiento moral se expresa a nivel ontológico mediante el concepto de hábito.

Los hábitos derivados de las acciones moralmente buenas se denominan virtudes. Los que proceden de acciones defectuosas o perniciosas desde el punto de vista moral se denominan vicios. En el contexto personalista en el que se escriben estas páginas, las virtudes manifiestan la orientación de la conducta que contribuye a la realización de la persona en cuanto tal. El estudio de las virtudes nos permite explicar en qué consiste «ser una buena persona». Nos permite explorar las principales pautas que permiten alcanzar una mejor realización personal. Pasemos a enumerar y explicar muy brevemente algunas virtudes agrupadas en diversas familias.

La riqueza interior de la persona

El espíritu humano requiere motivaciones fuertes para adquirir compromisos de entidad que llenen la vida de contenido y sentido. Esas motivaciones son fruto de convicciones firmes, ideales y valores profundos por los que vale la pena luchar. Es preciso propiciar desde la infancia el descubrimiento de ideales capaces de entusiasmar en la construcción de un mundo más humano. Es preciso despertar el afán de liderazgo; la hora actual reclama nuevos líderes que sean artífices de una sociedad capaz de renovarse a sí misma.

El bien de la persona requiere el cultivo de las capacidades intelectuales: la cultura, el saber intelectual, el desarrollo de la capacidades de pensar, reflexionar, indagar sobre las grandes cuestiones humanas, el amor a la sabiduría... Entre los hábitos que forman parte de este campo cabría destacar los siguientes:

El interés por la cultura: el deseo de conocer los fenómenos más destacados del patrimonio cultural, social e histórico en el que se vive. La persona necesita profundizar en las raíces de la propia nación o pueblo y de los avatares históricos que dar razón de la configuración social y cultural actuales. Sólo así se puede encontrar el sentido de las principales instituciones y principios que configuran la vida social y política en la que nos encontramos.

El autoconocimiento
de las propias capacidades y limitaciones, de las posibilidades de hacer el bien y del deber de reparar los posibles daños cometidos hacia terceros.

El interés por conocer el propio entorno: las personas y los acontecimientos sociales más relevantes de nuestro medio más cercano.

La sinceridad: capacidad de comunicar a los demás la información sobre los sucesos que tienen derecho a saber sobre uno mismo y los demás. La humildad intelectual, que consiste en la aceptación de la propia ignorancia y los errores que cometemos en el discurso comunicativo con los demás. Todos tenemos experiencia de lo fácil que resulta —en esas conversaciones que muchas veces surgen espontáneamente— caer en una dinámica de crítica, difamación o calumnia —de personas y actuaciones— sin disponer de información o elementos de juicio y motivos para llevarla a cabo. Esta virtud fomenta la cautela y prudencia a la hora de establecer juicios de valor sobre personas y sucesos.

El orden interno de la persona

La condición corporal, sensible y afectiva del hombre condiciona de alguna manera toda su existencia. Hemos de cuidar bien el cuerpo, alimentarlo, vestirlo, ejercitar sus capacidades físicas para que se desarrolle sanamente: hacer deporte, evitar riesgos excesivos de perjudicar la salud, curar convenientemente las enfermedades.
Además se requiere educar convenientemente la percepción, los sentidos, los sentimientos, los afectos, las pasiones, el gusto... La psicología humana requiere aprendizaje, desarrollo, cultivo de capacidades. Es preciso aprender a ver, a fijarse, sentir la realidad, los valores, la belleza, la estética.

El buen gusto o educación en el vestir, en el comer, en el hablar; la elegancia y corrección en el trato con los demás, el cultivo del gusto por la belleza, por el arte en sus más variadas manifestaciones: la literatura, la música, la pintura... constituye un verdadero tesoro humano, que a todos nos compete cultivar y enriquecer progresivamente.

Es preciso cultivar el conocimiento de sí mismo: los estados anímicos que atravesamos con objeto de no darles más importancia de la que tienen y superar estados de decaimiento o euforia evitando actuaciones imprudentes. Además se deben cultivar sentimientos positivos que nos permitan captar mejor las situaciones dolorosas y gratificantes en la convivencia con los demás: aprender a simpatizar con los demás; esto es, participar de alguna manera en los sentimientos ajenos.

Para saber estar, para amar, para darse a los demás es preciso poseerse correctamente: es preciso aprender el autodominio. Este dominio respectos a los propios sentimientos, afectos, pasiones permite desarrollar un conjunto de virtudes, entre las que cabe destacar:

La templanza. Es el orden adecuado que establece el espíritu sobre las instancias anímicas afectivas, sentimentales y emotivas de la persona. La sociedad occidental ha caído en una espiral de consumismo exagerado, en un vivir para producir y gastar motivados por un descontrolado afán de disponer, usar, tener... que con frecuencia lleva al hastío, a la supervaloración de los medios materiales convertidos en fines, al deterioro de la ecología... Es preciso reeducar el uso y compartición de los bienes a fin de no hacernos esclavos del disfrute de las cosas sino que éstas sirvan al verdadero bien de las personas, la convivencia y la solidaridad humana.

La economía entendida como la virtud reguladora de la dimensión económica de la persona: el uso y disfrute de los recursos humanos con sentido de solidaridad, la consecución y uso del dinero, la moderación del gasto, al arte de comprar lo que conviene, cuando conviene y donde conviene.

La castidad. Es la educación de las facultades sexuales de la persona. La castidad permite mitigar, desarrollar y encauzar la emotividad, la afectividad y las pasiones venéreas hacia la entrega amorosa requerida para la realización de la vocación esponsal de cada persona.

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