martes, 12 de agosto de 2008

La pobreza no es una fatalidad

Ricardo Benjumea publicaba hace meses en "Alfa y Omega" un interesante artículo que nos puede hacer pensar. Ya el título tenía algo de provocación y mucho de verdad: "Los ricos, cada vez más ricos..., a expensas de los pobres"



Necesitamos un nuevo concepto de "calidad de vida", porque la senda del consumismo es insostenible; siempre querremos más y más, seremos infelices y nunca nos daremos por satisfechos. Lo reconocía el Worldwatch Institute, en su informe El estado del mundo. 2004. La advertencia no es gratuita: el 20% de la Humanidad acapara el 80% de los recursos del planeta, y esta voracidad es el motor que mantiene un sistema de injusticia que sume en la pobreza a millones de personas. Hay dos noticias, una buena y otra mala. La mala es que los ciudadanos de los países ricos cargamos sobre nuestras espaldas con parte de la responsabilidad del hambre, la guerra o las muertes por enfermedades fácilmente curables en el tercer mundo. La buena es que cada uno de nosotros, aunque sólo sea con pequeños gestos, puede contribuir a hacer mejor este mundo.
Se ha extendido entre los economistas el término que Robert K. Merton, padre de la moderna sociología de la ciencia, bautizó como efecto Mateo:
«A quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene»
Los ricos –en otras palabras– cada vez son más ricos; y los pobres, cada vez más pobres.

Dice el último Informe sobre Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): «Más de 1.200 millones de personas –una de cada cinco en todo el mundo– sobrevive con menos de 1 dólar al día. Durante los años 90, la proporción de personas que sufría la pobreza de ingresos extrema descendió de un 30% a un 23%. Sin embargo, teniendo en cuenta el crecimiento de la población mundial, la cifra sólo descendió en 123 millones. Si se excluye a China (que consiguió sacar de la pobreza a 150 millones de personas), la cifra de personas que viven en la pobreza extrema en realidad aumentó en 28 millones».

Nadie se libra. El aumento en las desigualdades sociales ha sido una constante durante los últimos 10 años, según doña María José Hernando, del Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas. Cáritas España ha analizado en sucesivos estudios este fenómeno de la pobreza creciente. Más de dos millones de familias españolas, estimadas con “criterio conservador”, viven, según esta organización, bajo el umbral de la pobreza; es decir, por debajo de la mitad de la media de la renta disponible neta. Son un 19,4% de los hogares y un 22,1% del conjunto de la población.

Desde mediados de los años 80, han sido frecuentes, en el mundo rico, los recortes en el Estado del Bienestar. El proceso ha incluido reformas fiscales que han penalizado a las rentas del trabajo frente a las del capital, y que, proporcionalmente, han bajado los impuestos para los más ricos. La precariedad laboral ha introducido un nuevo factor de riesgo: aquellas familias que viven en la pobreza moderada corren el peligro, ante una mala racha, de caer en picado hasta los niveles de pobreza más extremos.

Preocupa mucho, entre los expertos, la aparición de nuevos y serios problemas de aprendizaje y disciplina en el sistema educativo. Muchos chavales pasan por la escuela sin sacar el mínimo provecho necesario para poder valerse por sí mismos, en una sociedad cada vez más competitiva y despiadada con quienes fracasan. Los problemas de conducta, el consumo cada vez más temprano de drogas, la aparición de pandillas marcadamente antisociales… auguran la triste realidad de futuras bolsas de exclusión social. María José Hernando señala, además, el peligro de «no subirse al carro de las nuevas tecnologías, que es lo que le permitirá a uno no descolgarse de los requisitos personales que introducen los avances tecnológicos. Si se pasa esa barrera, es muy difícil volverse a incorporar. Ese muro es cada vez más infranqueable».

El saqueo del Sur

Quizá no sea España la tierra del Paraíso terrenal, pero, por graves que sean las contradicciones internas, pertenece al selecto club de países en los que comer tres veces al día, percibir un seguro por jubilación o desempleo, y disponer en casa de teléfono, luz y agua potable no es ningún extraño lujo.

Europa es la primera potencia comercial del mundo; compra y vende todo tipo de bienes y servicios. Y sus niveles de consumo son, con Estados Unidos y Japón, los más altos del mundo. Pero ¿qué produce de todo ello? «Poquísimo –responde Hernando, de Manos Unidas–. No tenemos bosques, nuestras minas están agotadas; no tenemos petróleo… Es decir, los bienes que necesitamos para mantener los niveles de consumo actuales, para que funcionen los sistemas de locomoción, las telecomunicaciones..., todo eso lo extraemos del tercer mundo. Y en condiciones muy injustas, a menudo a cambio de armas o financiación para grupos armados rebeldes. Es muy fácil llegar a estos países, donde hay mucha inestabilidad social y política, con unos Gobiernos corruptos, y proponer cualquier tipo de canje que a ellos les facilite el mantenimiento del poder». Triste ejemplo de esta realidad es la implicación de multinacionales occidentales en la guerra de la República Democrática del Congo, denunciada por las Naciones Unidas. En el caso de la Ayuda Oficial al Desarrollo, el politólogo don Carlos Gómez Gil (España y la ayuda oficial al desarrollo: los créditos FAD, CIP. 1994) destapó que, durante los años 80, España ayudó a muchos países pobres con créditos para la compra de armamento.

Otra cuestión es la de «las empresas que se instalan en el tercer mundo para explotar mano de obra en condiciones en las que jamás podrían hacerlo aquí», y que, con el daño que producen al medio ambiente, ponen en peligro el sustento de varias generaciones. Pues bien, «gracias a eso, hay productos que llegan a los países ricos a precios que nos parecen, en muchos casos, ridículos», dice María José Hernando. «Debemos informarnos. Es importante comprender que todos esos datos de la pobreza en el mundo se producen por algo. Y que hay solución». Podemos, por ejemplo, «colaborar con organizaciones, trabajar como voluntarios, participar en denuncias, comprar productos de comercio justo... Son muchas cosas, muy sencillas, las que cualquiera podemos hacer a nivel personal. De entrada, intentar ser un poco austeros, y destinar una pequeña cantidad a personas u organizaciones que verdaderamente lo necesitan. ¿Arreglar el mundo? Con esos pequeños gestos, es una pequeña parte del mundo la que se transforma, y eso ya es importante. Nosotros creemos que es posible; por eso trabajamos. Además, no queda otro remedio. Este mundo no va a ir a ninguna parte así; no podemos seguir viviendo a expensas de los demás. En cualquier momento, los pobres se van a hartar de ser pobres, y nos van a querer devorar».

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