miércoles, 23 de abril de 2008

Controlar los propios sentimientos

Veíamos ayer la importancia del equilibrio personal entre sentimientos, inteligencia y voluntad. Una pieza clave en este equilibrio es el control de los propios impulsos y sentimientos.

El hombre debe aprender a sentir la realidad, apreciar y gustar el mundo. No basta con ver. Hay que aprender a mirar, apreciar la realidad, discernir la belleza. Hay que discernir las cualidades de los hombres con los que convivimos, intuir su mundo interior: sus alegrías y penas, los motivos de sus sufrimientos, sus expectativas e ilusiones... La empatía es la capacidad de experimentar unas vivencias afectivas semejantes a las que padece otra persona. Es muy conveniente saber "empatizar" con quienes convivimos.
Los sentimientos humanos constituyen un dinamismo humano autónomo: el hombre los experimenta en la conciencia de manera pasiva. Los sentimientos surgen como una reacción natural de la sensibilidad humana ante los sucesos de la vida y el comportamiento de las demás personas. Solemos pensar que ante los sentimientos no cabe más salida que padecerlos pasivamente. Si son agradables, disfrutarlos, y, si son desagradables, sufrirlos con resignación.
¿Podemos influir de manera voluntaria en nuestro mundo afectivo y sentimental? Cabe responder que en cierta manera sí es posible. Tenemos experiencia de que podemos adoptar actitudes distintas ante los sentimientos. El tipo de actitud que tomemos depende en buena manera de cada uno. Cada hombre debe aprender a adoptar una actitud inteligente ante las situaciones que vive y los sentimientos que suscitan estas situaciones. De manera que la respuesta no sea meramente espontánea sino fruto de una elección consciente.
En el mundo de la empresa se dice que el buen directivo debe aprender a actuar ante las personas y situaciones de una manera no reactiva (espontánea) sino proactiva.
La madurez humana requiere aprender a «sentir de manera cabal» la realidad. La madurez humana requiere una adecuada educación de los sentimientos. Educar los sentimientos significa comprender de alguna manera por qué se siente la realidad como se siente, conocer los estados anímicos personales, ser capaz de dar una cierta interpretación de los estados anímicos que sufrimos, saber relativizar la excesiva carga sentimental que a veces sufrimos, fomentar sentimientos adecuados ante la realidad que percibimos.
El hombre actúa habitualmente según lo que decide hacer. La voluntad es la capacidad de decidir. La voluntad es la capacidad de imperar la orientación de nuestros actos. Es la facultad que reclama fuerza: la fuerza de la voluntad es un valor humano porque significa actuar según las propias decisiones. Pero la voluntad reclama la luz de la razón porque no es razonable actuar por el simple motivo de que me he decidido a hacerlo así: porque sí. La voluntad reclama actuar por motivos verdaderos, por lo que verdaderamente entiendo que es bueno para mí.
En no pocas ocasiones la persona debe actuar al margen o contra los impulsos afectivos y sentimentales. Lo logra gracias al imperio de la voluntad orientada por la verdad conocida intelectualmente. Sin embargo el equilibrio de la personalidad alude a la conveniencia de que los sentimientos se armonicen en lo posible con la voluntad. Es difícil actuar habitualmente al margen o contra los sentimientos. Querer a los demás requiere involucrar las capacidades afectivas y educar la afectividad para que se integre con los valores conocidos por la inteligencia y queridos por la voluntad. La madurez humana requiere la adecuada integración de la afectividad con la voluntad y la inteligencia. La voluntad —capacidad de decidir y querer— debe mover a la inteligencia a iluminar los valores humanos que deben regir la vida e inducir a los afectos a apreciar afectivamente esos bienes humanos. Hay que impulsar y potenciar la afectividad en el gusto por lo bueno.
La persona debe detenerse a considerar los aspectos valiosos de los demás y dejar que los afectos se nutran, se desarrollen hacia esos bienes. Así se puede aprender a querer más a una persona, con mayor afectividad. De igual manera se pueden corregir los sentimientos de ira o cólera, de odio o rencor. No debemos dejar que nos dominen. Podemos examinar cuál es la causa objetiva que provoca esos sentimientos, desenmascarar así la incongruencia objetiva de la carga emotiva que experimentamos y controlar de manera oportuna su influencia en nosotros.
A veces nos sentimos molestos por el comportamiento de una persona; nos resulta antipática, pero desconocemos el motivo o razón objetiva de esa molestia: ¿por qué me cae tan mal este individuo? Si uno analiza lo que le pasa puede llegar a conclusiones muy diversas.
Puede suceder, por ejemplo, que la molestia sea un sentimiento de antipatía infundado, ocasionado por un particularidad física de esa persona: me desagrada su porte descuidado, o su timbre de voz. Puede ser que la antipatía venga provocada por su carácter, sus gustos, los temas insulsos sobre los que suele conversar...
Tras ese análisis la conclusión más razonable consiste en aprender a tolerar ese modo de ser, quitar importancia a esas desavenencias, y no dejarse arrastrar por la antipatía. Además conviene fomentar sentimientos de aprecio hacia esa persona reconsiderando y remarcando sus buenas cualidades.
Si observo que una persona me cae mal porque su conducta es inmoral puedo intentar ayudarla a rectificar y reparar su mala conducta. De este modo lograré mitigar los sentimientos adversos y emprender una actitud razonada y positiva ante los escollos de la convivencia con esta persona.

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