jueves, 3 de abril de 2008

Dimensión espiritual de la persona

Para Gonzalo Beneytez la cúspide de la naturaleza humana no es el psiquismo sino el espíritu. El principio dinámico superior es la voluntad. La voluntad representa lo más humano. Cada hombre es capaz de determinar de algún modo su conducta por medio de las elecciones que realiza constantemente. El ejercicio de la voluntad precisa de la inteligencia.

El hombre posee la capacidad grandiosa de conocer —por medio de los sentidos, la imaginación, la inteligencia…— y de estimar, valorar y amar todo lo bueno que encuentra a su alrededor. Un primer acercamiento a la verdad nos los proporcionan los sentidos, los sentimientos... Pero el conocimiento cabal de la realidad nos lo aporta la inteligencia. La verdad propiamente dicha sólo se alcanza en el conocimiento intelectual. Las verdades más profundas acerca del hombre son difícilmente alcanzables.


El hombre es un ser abierto a la realidad. El hombre ha sido creado para vivir en la verdad: de la verdad y para la verdad. He aquí la nobleza del hombre: ser capaz de mantener una relación objetiva respetuosa con la realidad; una relación que no pretende someter la realidad para su uso y disfrute sino vivir de acuerdo a la realidad.


La verdad es patrimonio del hombre, pero un patrimonio que debe conquistar a lo largo de su vida. La búsqueda de la verdad exige actuar libres de prejuicios. Hemos de evitar etiquetar con precipitación a las personas y los acontecimientos; hemos de evitar juzgar de manera trivial la realidad. La realidad posee siempre en sí misma una mayor riqueza de como la conocemos. Hay que evitar el juicio definitivo: dejar abierta la puerta para aceptar ulteriores aspectos que todavía no conocemos y estar dispuestos a matizar y corregir los juicios que hemos hecho sobre la realidad.


Cada hombre debe desarrollar su capacidad intelectual y procurar progresar paulatinamente en la conquista de una verdad que nunca se alcanza de manera absoluta. Hay que desear profundizar en la realidad; no quedarnos en la superficie, en la apariencia que nos ofrecen los sentidos y sentimientos. Hemos de perder el miedo a pensar.

De lo que se acaba de exponer se pueden proponer algunas sugerencias prácticas:

—Hay que atreverse a pensar por cuenta propia: plantearse sin miedo las grandes cuestiones de la vida. Una actividad provechosa consiste en escribir lo que uno piensa. Escribir lo que se piensa ayuda a pensar.
—Es provechoso comunicar lo que pensamos sobre los temas profundos de la vida humana y contrastarlo con otras personas venciendo el pudor que ha veces nos detiene para hablar de estos temas. Es necesario aprender a dialogar, aprender a escuchar y razonar nuestros puntos de vista de manera desapasionada: aceptar lo que aportan los demás y ofrecer nuestra aportación a los demás.
—Conviene elaborar un plan de lecturas, y disponer a la semana de un tiempo para leer o estudiar. Antes de iniciar una lectura conviene asesorarse bien sobre la bibliografía más adecuadas a nuestros intereses de tipo literario, histórico, filosófico, teológico...
—Es provechoso transcribir en fichas los textos de las ideas y sugerencias más interesantes de los textos leídos. Poco a poco podremos disponer de un fichero ordenado por temas que resultará enriquecedor repasarlo de vez en cuando.

En todo hombre hay un anhelo irresistible de verdad, de deseo de saber, de comprender más profundamente el sentido de la vida, del más allá… Necesitamos dar respuestas a los grandes interrogantes de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿quién soy?, ¿qué debo hacer en la vida?

Los grandes interrogantes del hombre nos llevan a la búsqueda del sentido de la vida, a la razón de ser del mundo y del hombre. El hombre se termina preguntando tarde o temprano sobre la causa última del mundo, sobre su Creador, sobre el Ser absoluto que sostiene el mundo y da razón de su origen y finalidad última. En definitiva el hombre termina preguntándose sobre Dios.

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