miércoles, 9 de abril de 2008

La libertad

Para Gonzalo Beneytez lalibertad se basa en la capacidad de decisión que tiene la voluntad. Es en particular sugerente su relación con la verdad y con lo que podemos llegar a ser

En el tema anterior hemos considerado la existencia de los apetitos, pasiones o impulsos de la afectividad hacia bienes de tipo sensible. Percibimos que determinados objetos nos atraen sensiblemente; nos apetecen. El psiquismo humano está predispuesto para sentir agrado hacia todo aquello que le conviene al cuerpo o a la mente; por ejemplo: descansar tras un esfuerzo físico o psíquico, beber cuando se produce una cierta deshidratación, comer cuando se está en ayunas, u otras actividades como dormir, pasear, o hacer deporte...

Nos apetecen muchas cosas pero no siempre las hacemos. ¿Por qué? La respuesta es que si no actuamos siempre por lo que más nos apetece hacer es porque existe en nosotros una capacidad superior al apetecer. Esa capacidad es el querer. Querer es una capacidad humana que ordinariamente está vinculada a la capacidad de apreciar algo que se capta como valioso. El querer remite a una decisión, es consecuencia por tanto de haber realizado una elección tras sopesar los pros y contras mediante la inteligencia.

La voluntad es la capacidad por la que el hombre quiere y decide. Los hombres sentimos apetencias pero podemos decidir seguir un curso distinto de lo que más nos apetece. Aquí podemos apreciar que la voluntad goza de una cierta superioridad respecto a la afectividad. La voluntad es la capacidad suprema del hombre en el orden de la decisión. El hombre se caracteriza por actuar según lo que decide por la voluntad. La capacidad de decidir se denomina «libertad».

Todo el día estamos decidiendo. Decido levantarme, salir, hacer esto o lo otro, hacerlo de esta manera o de la otra. Hablo con esta persona porque lo decido, y le digo lo que voy decidiendo decirle... y así actúo habitualmente a lo largo de toda la vida. Vivir es en cierto modo decidir.

Muchas veces tomamos decisiones poco importantes; como el menú que elijo cuando voy a comer a un restaurante. Otras decisiones son más importantes: iniciar un noviazgo. Hay decisiones por las que comprometo mi futuro: firmar unas letras de crédito en un banco, elegir una carrera o casarme con una determinada persona.
Vivir bien supone aprender a decidir bien. La vida requiere aprender a tomar decisiones: pensar bien las decisiones sobre los asuntos más comprometedores de la vida. La vida requiere tomar decisiones sobre el uso de ciertos recursos disponibles, el modo de resolver determinados problemas y retos coyunturales, y —en general— la manera de sacar el mayor partido posible a la vida.

La libertad es una capacidad y a la vez una responsabilidad. Hay que aprender a ser libres, hay que aprender a usar bien la libertad. En algunas ocasiones elegir es difícil, pues a veces no sabemos bien qué queremos, o tenemos la impresión de que queremos cosas contradictorias. La madurez humana consiste en definir el tipo de persona que deseo realmente ser y obrar de manera coherente.

La libertad y la verdad

Decidir con libertad significa sopesar las diversas posibilidades. La libertad requiere pensar bien las elecciones posibles. Quien actúa por apetencias, por inercia, por lo que hacen los demás, por la moda... tiene bastante menguada su libertad. Hay que esforzarse por tener en cuenta las diversas circunstancias, los riesgos, las consecuencias... de las propias decisiones.

La libertad reclama conocimiento de la verdad. Actuar bien produce satisfacción. Actuar de manera precipitada, con atolondramiento, sin prever las consecuencias nos suele provoca un sentimientos de desazón. Además nos sentimos obligados a reparar las consecuencias de una mala decisión. Nos pasamos la vida lamentando malas decisiones, reparando lo que hemos hecho regular o mal y sacando experiencias para decidir mejor en el futuro.

A veces pensamos que ser libre es elegir sin condicionantes, con total independencia del mundo que nos rodea: hacer lo que me viene en gana con pura espontaneidad. Esta concepción de la libertad es en el fondo una ilusión. La elección requiere tomar conciencia de lo que es verdaderamente bueno para mí. La elección requiere conocimiento de la verdad sobre lo que soy, puedo y debo hacer en medio de las circunstancias en las que se desarrolla mi vida. Las circunstancias condicionan mi elección, pero no necesariamente la determinan. Aunque las circunstancias nos influyen, nos condicionan, no nos determinan: existe espacio para la libertad. La libertad es la capacidad de encaminar la propia vida según el bien conocido, según el verdadero bien. La persona es el ser capaz de hacerse cargo de la realidad circundante y tomar una postura personal.

Cada persona se forja un ideal de vida; y actúa y decide según ese ideal. En este sentido se dice que la persona posee una cierta autonomía o capacidad de obrar libremente. No debemos confundir autonomía con libertad de conciencia: no nos corresponde decidir lo que es bueno o malo, sino que hemos de buscarlo, y actuar conforme a la verdad. Sin verdad no hay verdadera libertad. La libertad consiste en la capacidad de elegir lo bueno, no de decidir que algo sea bueno. La grandeza del hombre estriba en que no solo es capaz de conocer la verdad sino también de obrar según la verdad, de vivir en la verdad.

Libertad y autodominio

Si un hombre decide adelgazar, no le basta con tomar la decisión seguir un régimen de comidas de adelgazamiento. Es preciso llevarla a cabo y para eso debe vencer las tendencias psíquicas que le llevarían a desobedecer esa decisión. Ese hombre debe vencer la tentación de abandonar el régimen de comidas cuando le apetezca y debe esforzarse en cumplirlo. La libertad incluye autodominio. La libertad exige el autodominio de los dinamismos psicosomáticos, esto es, la autonomía o dominio de la persona por medio de su voluntad sobre sus sentimientos y pasiones.
La grandeza humana estriba en la capacidad de conducir mediante la voluntad los apetitos del psiquismo y actuar en último término no según el dictado de las pasiones sino según la verdad del objeto que se tiene delante. El hombre puede vencer el desengaño de la apariencia (de lo que aparece apetecible o desagradable) e instalarse en el mundo de la verdad —en el mundo real— (de lo realmente conveniente o nocivo).

Por esto la libertad se vive en ocasiones como un drama, como un esfuerzo costoso por llevar a cabo las propias decisiones en medio de una tormenta de dudas, incertidumbres, desganas, inapetencias y pasiones que oscurecen y dificultan seguir la dirección elegida. La madurez es la capacidad de caminar seguro y estable hacia la consecución del objetivo elegido, sin claudicar ante las dificultades y contratiempos. La libertad reclama fortaleza para vencer las tendencias anímicas contrarias. Para ser verdaderamente libres se requiere fuerza de voluntad. La voluntad se fortalece con esfuerzo.

La libertad entendida como autodeterminación

Cuando actúo soy autor, creador libre y responsable, de mis actos. La responsabilidad es una propiedad de la persona por la que es capaz de asumir la autoría de los propios actos con todas sus consecuencias. Cuando la persona es consciente de haber actuado mal siente la necesidad de rectificar y reparar el mal hecho.
Cuando actúo soy autor de mi acción. Pero hay algo más: mi acción revierte en mí mismo. Las decisiones que tomo me involucran a mí mismo. Cuando decido perdonar a un agresor me hago misericordioso. Cuando ayudo desinteresadamente a alguien me hago servicial. Cuando doy con abundancia a quien me pide me hago generoso. Y si digo una mentira me hago mentiroso. La conducta permanece en el sujeto agente. Configuro mi ser según mis obras.
Cada día, la persona humana configura su ser, se hace a sí mismo: cada hombre es "escultor" de sí mismo. En esto consiste ser persona humana, en esto consiste la libertad en la vida terrena. Cada uno es en cierto modo "padre" e "hijo" de sí mismo. Somos fruto y resultado de nuestras decisiones. «Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz» [3].

El ejercicio de la libertad tiene una gran trascendencia en la persona. Las acciones humanas no quedan perdidas en la temporalidad, en el pasado. El modo de actuar queda grabado en la persona pues las acciones configuran nuestra personalidad. Con el tiempo cada persona va adquiriendo unos hábitos, un temperamento, un modo de ser, un estilo personal de vida humana que es resultado de las decisiones que cada uno toma, del tipo de conducta que cada uno determina libremente.

Tal vez el lector puede haber tenido la experiencia de haberse encontrado en alguna ocasión con un viejo conocido, al que nota muy cambiado. Antes era amable, cordial, simpático... Al cabo de los años se ha vuelto huraño, desconfiado, taciturno, grosero... Se le ha agriado el carácter. Y no es culpa del clima, o de una enfermedad, o de las compañías. Es culpa de la actitud que ha adoptado. Tal vez ese hombre ha adoptado esa actitud de una manera un tanto inconsciente, pero al fin y al cabo la ha adoptado él y él es el responsable último de su conducta y de su modo de ser. La libertad nos configura de una determinada manera humana y moral. La libertad introduce al hombre en la dimensión moral de la persona.

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