miércoles, 11 de julio de 2007

El rostro

“El rostro supera a todas las demás partes del cuerpo por la facilidad y multiplicidad de sus movimientos. En él asistimos a un movimiento casi continuo de las partes, que muchas veces no se hacen patentes como tales partes, sino más bien como modificaciones del todo. A éstas se añaden otras modificaciones: cambio radical del color del rostro, o modificaciones de este mismo y del tamaño o del brillo de los ojos. Si la cabeza ya por su posición desempeña el papel preponderante en el conjunto de la estructura del cuerpo humano, esta multiplicidad de posibilidades de cambio le presta aún más relevancia” (Edith Stein).
 
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El rostro tiene en el cuerpo un singular efecto comunicativo. El rostro puede crisparse, descomponerse, desencajarse, desdibujarse, lucir, reflejar, transfigurarse. El rostro puede ser adusto, agraciado, altivo, angelical, apesadumbrado, aquilino, candoroso, celestial, cariacontecido, compungido, congestionado, crispado, demacrado, desafiante, enjuto, escuálido, estático, inexpresivo, impertérrito, imperturbable, inmutable, lívido, malicioso, pesaroso, pletórico, risueño, siniestro. La alegría y la tristeza son evidentes, aunque se intente disimularlas. La actitud reflexiva o los sentimientos no se advierte en otras partes del cuerpo como en el rostro. La admiración, la extrañeza, la duda, el pesar, el perdón, la compasión y muchos otros actos interiores se ven sin necesidad de emitir palabras que los expliquen, es más, con frecuencia basta una mirada para decir casi todo lo que se piensa o se quiere decir sin encontrar el modo. El rostro supera a todas las demás partes del cuerpo por la facilidad y multiplicidad de sus movimientos. En él asistimos a un movimiento casi continuo de las partes, que muchas veces no se hacen patentes como tales partes, sino más bien como modificaciones del todo. A éstas se añaden otras modificaciones: cambio radical del color del rostro, o modificaciones de este mismo y del tamaño o del brillo de los ojos. Si la cabeza ya por su posición desempeña el papel preponderante en el conjunto de la estructura del cuerpo humano, esta multiplicidad de posibilidades de cambio le presta aún más relevancia.

La riqueza de expresiones revela la expresividad de las emociones, de los sentimientos y de los estados de ánimo que se observan en el rostro. En el rostro se encuentran diversos órganos: ojos, nariz, boca, oído, a los que se puede añadir como expresivos: frente, pómulos, barbilla. Los músculos principales son unos cincuenta, varios alrededor de cada órgano. Las posibilidades de gesto combinando unos y otros son innumerables. Por otra parte existen culturas y temperamentos que tienden a la inexpresividad, este gesto ya es muy expresivo de la interioridad. La mayoría de los humanos suele ser muy expresivo y, aunque algunos gestos son modos de comunicación aprendidos culturalmente, la mayoría son espontáneos conjugando esas miles de posibilidades con resultados que son un verdadero lenguaje.

El rostro del santo y del libertino reflejan dos mundos, y sin grandes esfuerzos de análisis, sino por un sentido natural más profundo que la misma razón, adivinamos la santidad o el vicio en sus rostros. Entre esos dos extremos se sitúa ese rostro enigmático, variable, mediocre, que muchas veces es el nuestro; pues somos unos miserables que no estamos hundidos en el vicio por pura misericordia de Dios, pero que oprimidos por la debilidad humana nos hallamos lejos de la santidad. Todo lo cual confirma el adagio: el semblante es el espejo del alma”.

Además de ser el rostro medio de significación del interior Levinas hace referencia al rostro como superación del ensimismamiento subjetivista e idealista. Al descubrir el rostro del otro se sale de la interioridad y subjetivismo. “Este acontecimiento único, radicalmente nuevo se produce, según Levinas, en una experiencia absoluta, la epifanía del rostro, es decir la aparición del otro como rostro al desnudo.

Encontrar una mirada es encontrar una exigencia que irrumpe en el ghetto de mi suficiencia, que rompe el cerco de la totalidad. La mirada del otro es algo distinto de una cosa y se resiste a ser encerrado en el horizonte objetivo que proyecta mi yo, es como un relámpago inasequible que rasga la bóveda englobante del yo”.

“En el cara a cara de la epifanía del rostro, el ser se presenta como exteriorizado, muestra la transcendencia. El rostro es exterior en el sentido de que no puede ser reabsorbido en el círculo de la interioridad. El prójimo es transcendente. En la irrupción visible de su transcendencia se manifiesta la transcendencia del Completamente-Otro, del Invisible, de Dios. El prójimo, precisa Levinas, es la huella del completamente Otro”.

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