miércoles, 4 de julio de 2007

la perspectiva cristiana de la sexualidad

Jokin de Irala, profesor de la Facultad de Medicina de las Universidad de Navarra, y doctor en Salud Pública por la Universidad de Massachussets, escribe en su libro “Un momento inolvidable” (2005) acertadas reflexiones sobra la sexualidad humana. Copiamos aquí algunos párrafos del Capítulo 7, donde habla de “El punto de vista cristiano”. El autor, entre otras cosas, pretende mantener relación con los lectores a través de la página web de la Asociación de Profesores de Planificación Familiar Natural (http://www.renafer.org/) así como a través de la dirección de correo electrónico: unmedico@gmail.com

 
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Son muchos los cristianos que no conocen del todo bien su propia religión. De hecho, podemos afirmar con cierta seguridad que vivimos una época con una auténtica crisis de formación por parte de los cristianos. Esta crisis de formación se extiende incluso a personas con responsabilidades educativas en el seno de la Iglesia. Por dar un ejemplo, ¿cuántos educadores de la Iglesia saben que la Planificación Familiar Natural es hoy una alternativa fácil de aprender y tan eficaz como algunos métodos artificiales como la píldora? ¿Cuántos saben que estas eficacias se publican en revistas científicas con toda naturalidad?

Esta crisis se puede intuir al observar la cantidad de opiniones que se vierten al margen de la enseñanza de la Iglesia, en materias tan importantes para la sociedad como el matrimonio, la sexualidad, el aborto, la eutanasia, por no citar más que algunos. Muchos opinan, pero no se ven capaces de defender claramente las razones de sus opiniones o se limitan a repetir lo que es políticamente correcto en nuestros tiempos o lo que está de moda en los medios de comunicación.

En ciertas ocasiones, se vierten incluso ataques injustos contra el Magisterio de la Iglesia, hasta el punto de que algunos autores afirman que el ataque a la Iglesia es «uno de los últimos prejuicios aceptables en nuestras sociedades» (Jenkins P, 2003). Efectivamente, vivimos en sociedades donde, por fortuna, la tolerancia es cada vez más importante pero donde, sin embargo, se acepta como «graciosa» la burla sistemática hacia la Iglesia, o hacia el cristiano que puede ser incluso ridiculizado en público.

La falta de formación nos lleva sin remedio hacia la pérdida de la fe propia y de nuestros descendientes. Sin formación adecuada, nuestras opciones no pueden ser atractivas para los demás porque no las viviremos con convicción. Sin formación adecuada, es más fácil el desánimo ante corrientes contrarias y no sabremos transmitir nuestros valores y la propia fe a nuestros hijos. Una generación puede vivir de las costumbres y de la cultura que emana de nuestra fe pero la generación siguiente se quedaría irremediablemente alejada de la fe. Ni siquiera podemos depender en exclusiva de la educación que puedan recibir nuestros hijos en el colegio si nosotros no sintonizamos con ella.

La enseñanza de la Iglesia sobre sexualidad humana es extremadamente rica en textos, algunos de los cuales incluso sorprenderían a quienes los leen por primera vez por entender que buscan la verdadera felicidad del ser humano a través de la integración de su sexualidad. Uno puede pensar que la enseñanza de la Iglesia no persigue más que ciertos oscuros intereses partidistas basadas en prohibiciones más o menos ridículas. Sin embargo, las prohibiciones inteligentes y bien razonadas también se pueden comprender como medidas encaminadas a protegemos del sufrimiento. Véase, por ejemplo, la prohibición de un padre que no deja a un hijo de 2 años acercarse a una piscina. La Iglesia se puede percibir como una institución que conoce bien al ser humano en todas sus facetas y que pretende ayudarle a lograr esa felicidad que, de hecho, anhela. No en vano, lleva siglos enseñando básicamente lo mismo.
Sería un error pensar que la Iglesia considera bueno todo lo que enseña simple y ciegamente porque dichas enseñanzas forman parte de su doctrina. Ocurre justo lo contrario, la Iglesia adopta y enseña lo que ha percibido como bueno para el ser humano. Por esta razón muchas de sus enseñanzas son patrimonio de todos los seres humanos, son comunes a muchas culturas y son buenas para cualquiera, aunque no sea cristiano. Desde esta perspectiva, uno puede entender mejor algunas de sus enseñanzas.

Algunas pinceladas sobre la enseñanza de la Iglesia en materia de sexualidad

La sexualidad humana es de trascendental importancia en la revelación cristiana, no sólo por ser un medio a través del cual dos personas que se aman se pueden entregar mutuamente por entero (don del cuerpo y don de toda la persona) sino, también y sobre todo, porque puede dar origen a la vida de un nuevo ser humano. De esta manera, el hombre y la mujer participan con su libertad y generosidad en la obra creadora de Dios, haciendo posible que una nueva vida humana comience.

Para el cristiano que cree en la vida eterna después de la muerte, dar vida no es un acto banal porque uno es consciente de que, desde su sexualidad y generosa entrega, puede abrir el camino para que un nuevo ser humano nazca. Sus hijos pueden participar en la vida terrenal siendo activos y solidarios para ayudar al prójimo y sobre todo con el potencial de alcanzar la felicidad eterna viendo a Dios después de la muerte. Este bien en potencia es tan grande que la Iglesia cuida muy celosamente todo aquello que pudiera alterar el significado profundo de la sexualidad humana como lo son su banalización y su comercialización en la sociedad actual.

Incluso en el seno del matrimonio, aconseja también (al igual que otras religiones o culturas como las orientales) la continencia periódica, como modo de vivir la sexualidad conyugal, precisamente para proteger en todo momento el sentido pleno de la sexualidad humana y del amor a la persona (Wojtyla K, 1996). Esta recomendación va más allá de su utilización para planificar nacimientos.

Por otra parte, para la Iglesia, todo ser humano tiene una dignidad que debe ser respetada y protegida y no puede aceptar que una persona sea utilizada como mero objeto y en el caso de la sexualidad como objeto de placer. De ahí la importancia que se da a la preparación y formación personal de los jóvenes antes de iniciarse en la vida sexual. Sin la preparación adecuada, es más fácil equivocarse y confundir, por ejemplo, un deseo con el auténtico amor. La auténtica sexualidad humana se puede convertir en un mero instrumento egoísta de búsqueda mutua de placer. Los fracasos tan frecuentes hoy en materia de amor y sexualidad son, en gran medida, consecuencia de estos errores cometidos por falta de una adecuada preparación previa. Hago mía la afirmación siguiente:

Quizás nunca hubo, como hoy, un interés tan masivo por las cuestiones relacionadas con el sexo y el amor. Además de la bibliografía abundante, inunda los productos mediáticos y la praxis corriente. Al mismo tiempo, tal vez como nunca, los amores son tan frágiles, el anhelo de compañía y de confianza íntima tan volátil y difícil, las soledades tan frecuentes, profundas y desconcertantes. (Viladrich , 2003).


La espera antes del compromiso, aconsejada al cristiano, se convierte entonces en una auténtica protección contra el sufrimiento en el amor humano; le ayuda a prepararse mejor para ese gran servicio de la vocación del matrimonio, de la paternidad y la maternidad.
 
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El matrimonio cristiano

El matrimonio cristiano responde perfectamente a la toma de conciencia del cristiano del papel que debe desempeñar en la sociedad donde vive: por respeto y solidaridad con esa sociedad, anuncia públicamente su matrimonio y se compromete con su pareja ante ella. Además, el sacramento del matrimonio cristiano presenta características propias (modificado de Sonnet D, 2002):

1) Es un signo del amor de Dios. El sacramento es una ayuda concreta para que podáis amar como Él os ha amado, con un amor fiel y capaz de llegar al extremo por la otra persona. Se entiende entonces que un cristiano quiera contar con esa ayuda espiritual antes de embarcarse en semejante aventura apasionante. El carácter indisoluble del matrimonio es, de hecho, un apoyo para que los esposos luchen día a día por su matrimonio y ante las adversidades que siempre vienen.

2) Es un signo del amor que le tenéis a Dios porque le ofrecéis, en esos momentos, vuestro amor; le hacéis copartícipe del compromiso con vuestro cónyuge y le pedís ayuda para cumplirlo con fortaleza y generosidad. En ese momento también estáis ofreciendo, en su caso, el esfuerzo de la espera sin relaciones sexuales que ha habido antes del matrimonio porque habéis querido contar con ese sacramento, antes de entregaros por completo a la otra persona.

La fecundidad matrimonial alentada por la Iglesia es amplia y abarca, de hecho, las tres fecundidades que observábamos en el esquema anterior. El matrimonio cristiano maduro debe estar abierto a la vida (con sus hijos y/o con los hijos de los demás), debe ser solidario y debe ser rico en amigos. En el caso de no poder lograr una descendencia propia, evidentemente no acaba por ello vuestra finalidad como matrimonio cristiano ya que podéis adoptar los hijos de otros o podéis aumentar la dedicación a los demás aspectos de la fecundidad matrimonial que veíamos en la figura del desarrollo del amor humano adulto (recordad que las tres aperturas eran:
procreación, solidaridad social y amigos).
 
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La sexualidad humana como «buena noticia» también para el cristiano

La sexualidad humana es, por lo tanto, una «buena noticia» también para el cristiano. El cristiano cree que la sexualidad humana ha sido creada por Dios para que el hombre y la mujer, a semejanza del amor que Él les tiene, puedan amarse en cuerpo y alma, puedan gozar a través del placer de la gratificación sexual y puedan tener hijos, como reflejo del amor que se tienen y como fruto de su generosidad al querer compartir su amor con ellos. En este sentido algunos afirman que «la sexualidad es el camino más corto entre dos almas». La generosidad también se ejerce hacia la sociedad ya que la familia es la célula más importante de la misma, donde se forman y preparan las personas que constituyen su futuro, la fuerza de la solidaridad futura. Este mensaje debe ser por lo tanto festejado por el cristiano.

Al saber que las relaciones sexuales que les unen como una sola carne están bendecidas por Dios, la entrega del cuerpo se hace de una manera inseparable de la entrega de la persona. La entrega física es cada vez mayor y se acompaña de una entrega también cada vez mayor de la persona de tal manera que el cuerpo expresa realmente lo que hay en el interior del ser humano (confianza, agradecimiento, respeto, admiración, afán de eternidad, esperanza de estar juntos siempre, deseo de hacer feliz al cónyuge y, en su caso, amor por el hijo que puede venir) con la seguridad de estar haciendo algo muy bueno con el propio cuerpo que entregamos a la persona amada y con la conciencia de que el placer que se deriva de esta entrega, y que debemos querer procurarle a la persona amada, es bueno y querido por Dios (Aysa M, 2001).

Los cristianos pueden dar gracias a Dios por su sexualidad y, al igual que el cristiano reza agradeciendo cualquier don recibido, la oración antes y/o después de una relación sexual debe resultar natural. El placer compartido constituye un nexo de unión entre las personas que se aman y facilita el agradecimiento y la alabanza a quien nos lo proporciona y desde luego a Dios, si se es creyente (Sonnet D, 2002).

La paternidad responsable

El concepto de paternidad responsable es importante para la Iglesia. Paradójicamente, es también objeto de mucha confusión. Para poder hablar de responsabilidad ante una decisión determinada, se entiende que deben estar presentes tanto el conocimiento suficiente sobre las circunstancias que rodean la decisión como la libertad para poder, de hecho, tomarla. Por ello, se habla también de «libertad informada» o de «libertad formada». Esta formación continua es necesaria para el cristiano, para que pueda formar su conciencia y tomar mejores decisiones a lo largo de su vida. En definitiva, para elegir bien, debemos formamos bien antes.

Para entender el concepto de paternidad responsable, es preciso comprender antes la enseñanza de la Iglesia en materia de sexualidad. Para la Iglesia, la sexualidad humana tiene un valor trascendente por varias razones:

1) Cuando la sexualidad se vive siguiendo, como norma, el valor y el respeto de la persona, es un lugar de encuentro y donación total entre dos personas.

2) Fruto del amor y de esta entrega es posible dar la vida a un ser humano. Para el cristiano, esto tiene una relevancia especial porque le permite ser copartícipe directo en la creación. Dios ha querido que la disponibilidad generosa del matrimonio sea el lugar natural para dar vida a un nuevo ser, en alianza con los padres.

3) Dar vida a un ser humano significa, para el cristiano, darle a alguien la oportunidad de poder gozar de la felicidad eterna viendo a Dios.

4) A través de la procreación, el cristiano también es consciente del papel importante que desempeña para la sociedad porque da vida a una persona que puede contribuir a mejorarla. La familia suele ser el núcleo más importante para todo ser humano, y por lo tanto para la sociedad, porque es el primer lugar donde uno es aceptado y valorado no por lo que tiene sino simplemente por lo que es.

Se entiende entonces, que los hijos sean un bien, un don que se nos confía a los padres. Tenemos la responsabilidad de ayudarles a que alcancen su máximo potencial como seres humanos.

Todas estas consideraciones explican el empeño de la Iglesia en proteger cualquier aspecto referido a la sexualidad. Lo que se juega en esta cuestión afecta profundamente al ser humano. Por ejemplo, la Iglesia no considera lícita la utilización de métodos anticonceptivos que sean mutilantes e irreversibles por cerrar para siempre la posibilidad de dar vida (métodos como la ligadura de trompas o la vasectomía). Otros métodos llamados anticonceptivos son claramente abortivos (RU486) o pueden serlo en ciertos momentos en una misma mujer: píldora anticonceptiva, píldora del día después, dispositivo intrauterino.

Algunos métodos, como el preservativo, no tienen efectos abortivos pero se asocian a una actitud, por parte de los usuarios, diferente respecto a aquellas personas que utilizan la Planificación Familiar Natural (PFN). Asumiendo que ambos tipos de personas hayan tomado su decisión en conciencia, los que utilizan preservativos acaban impidiendo la fecundación directamente por su actuación, en el caso de que dicha posibilidad exista tras una relación sexual. Este sería un ejemplo de acto sexual «no abierto a la vida», en palabras de la encíclica “Humanae Vital”, puesto que, de no haber utilizado una barrera entre el espermatozoide y el óvulo, el embarazo habría sido posible como fruto de esa relación sexual. Es, además, una situación provocada directamente por la pareja.

Por el contrario, las parejas que utilizan la PFN adaptan el ejercicio de su sexualidad a los ritmos de fertilidad e infertilidad del ciclo, que naturalmente existen en la mujer, en vez de provocar este efecto de barrera. Ambas actitudes son diferentes y, dada la trascendencia del proceso de la fertilidad humana, la Iglesia pide a los matrimonios cristianos que tengan más bien una actitud prudente de «adaptación y respeto», una actitud de autocontrol ante la sexualidad, en lugar de perseguir sus fines personales por encima de cualquier consideración y a pesar de la posibilidad real de acabar impidiendo directamente una fecundación.

La paternidad responsable implica, en primer lugar, que dos personas sean lo suficientemente sensibles para mantener sus conciencias abiertas a la evolución y al crecimiento personal. De esta manera, estarán capacitadas para ponderar mejor, en cada momento, su situación personal frente al significado trascendente de traer o no a un ser humano al mundo. Querrán, por ejemplo, solucionar cualquier problema que les impida tener más hijos y es lógico que puedan sentirse «insatisfechos» en el caso de no poder tener más hijos por percibir que están renunciando a un bien objetivo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

he colocado tu tema en la web www.pasa.cl donde se dicta un curso de afectividad y sexualidad