miércoles, 29 de agosto de 2007

Cine y Antropología: Azul

El problema de la libertad

“Hablar del planteamiento político de los tres valores: libertad, igualdad y fraternidad, ya no tiene razón de ser. El mundo occidental es libre (...) Pero sí está planteado el problema de la libertad personal, el problema de saber hasta qué punto somos libres frente a nuestros odios y nuestros amores”
KRZYSZTOF KIESLOWSKI
 
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Tres colores: Azul
Krzysztof Kieslowski. (Francia, 1993)

El cineasta polaco Krzysztof Kieslowski (1941-1996) culminó su producción artística con la trilogía titulada Tres colores, basada en los colores de la bandera francesa (azul, blanco y rojo), símbolo de los valores de la Europa occidental (libertad, igualdad y fraternidad). Se ha dicho que con esta trilogía, y especialmente con Azul, el cine de autor ha llegado al gran público en Europa. Este autor polaco fue descubierto por la crítica en el Festival Internacional de Cannes de 1988 con “No matarás”, otra pieza de un conjunto más amplio como es en este caso el Decálogo. Esto nos sitúa ante uno de los aspectos más interesantes de la obra de este autor: cada obra singular se puede considerar como parte de un texto único, orgánico. El cine de Kieslowski, desde el Decálogo en adelante, ha cuestionado siempre el concepto de “duración” del film. Cada film se inserta en la relación con otras películas, con otros personajes, con otras historias. Kieslowski nunca concluye una historia, la pone siempre en relación con otras historias, mostrando la importancia de las infinitas ligaduras. Este planteamiento llega a su culminación con Tres colores, donde todas las historias parecen confluir en un mismo punto, como se verá, al final en Rojo.

Como en el resto de sus películas nos encontramos aquí con una reflexión sobre los valores que han contribuido a construir Europa. La visión de Kieslowski, muy próxima al existencialismo, tiene luces y sombras, pero no se le puede negar una afirmación de fondo esperanzadora: el individualismo puede ser superado, la solidaridad es posible; en definitiva, la afirmación de que en esta sociedad cabe la esperanza de "no estar solos en el mundo". En la trilogía lo que permite a los hombres hacer frente al conflicto entre el individuo y el mundo, lo que permite superar la coraza del individualismo es la fuerza irrefrenable del amor.

SINOPSIS DE “AZUL”:

En un accidente, Julie pierde a su marido, famoso compositor, y a su única hija. Tras el inicial abatimiento, intentará cortar con el pasado: trata de empezar de nuevo de otro modo y en otro lugar, pero le será difícil olvidar la vida que dejó atrás. Con notable generosidad atiende a las necesidades de sus criados y de su madre. Los acontecimientos le llevan a descubrir que va a nacer un hijo natural de su marido, y dispone todo como para el heredero... Y, contra su inicial deseo, continúa una inacabada partitura de su marido, infiel y mentiroso, quizá menos autor que ella de su música... se trata de un "Concierto para la unificación europea" cuya parte coral recoge el texto, en versión griega, del himno a la caridad de San Pablo (capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios), donde se afirma que el amor (la caridad) sobrevivirá al tiempo: "Si no tengo caridad, no soy nada (...) La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada".


La libertad como problema

En Azul Kieslowski nos invita a reflexionar sobre la libertad. No sobre la libertad en abstracto, sino sobre la libertad individual de las personas concretas. Julie (Juliette Binoche), la protagonista, es una mujer que, debido al tremendo golpe emocional que ha supuesto la muerte en accidente de su marido y su hija, decide cortar con todas las ataduras afectivas del su vida pasada, ya que el amor no es para ella más que un motivo de sufrimiento. Es una mujer que quiere “liberarse” de toda atadura, de todo compromiso, que intenta recomenzar su vida desde ese punto de partida, y para ello vende la casa y se traslada a un apartamento en un barrio donde nadie la conozca. Lo que realmente busca es una libertad personal que se plantea en conflicto con los lazos afectivos.
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Kieslowski, quizá influido por su confesada afinidad con el existencialismo, nos presenta una libertad problemática, en conflicto con el amor: “Decimos constantemente que queremos ser libres, – afirmará en una entrevista – pero casi todo lo que hacemos conduce a la negación de nuestra propia libertad: cada cosa que compramos nos somete a nuevas servidumbres, nos libera de una esclavitud y nos mete en otra. Lo paradójico es que la libertad es un concepto contradictorio con la naturaleza humana (...) el amor entra en contradicción con la libertad. Cuando uno ama se hace dependiente y empieza a perder una parte de su libertad”.


Contexto filosófico

No es raro entre los pensadores contemporáneos presentar un concepto problemático de la libertad. Y esto cuando no es negada abiertamente. No vamos a extendernos aquí sobre este punto. Baste con recordar que para Spinoza, como para los marxistas posteriormente, la libertad es “tomar conciencia de la necesidad”. En los voluntaristas la libertad está mermada. El parecer de Schopenhauer respecto de ella es reductivo si no negador de la misma. Sostiene que todo hombre depende de una voluntad única y ciega de la que no podemos saber nada porque es arbitraria y al margen del conocimiento. Nietzsche tampoco admite la libertad, porque acepta el destino, el eterno retorno. Ser libre para él es aceptar que todo lo que sucede es necesario, con la necesidad del eterno retorno.

Otros autores no niegan que podamos conocer la libertad; de hecho nos sabemos libres, dicen, pero para ellos -es el caso de los existencialistas-, la libertad es un absurdo, un sin sentido. Niegan por tanto el sentido de la libertad. Estamos “condenados a ser libres”, -añadirá Jean Paul Sartre-, a realizar acciones que van fraguando nuestra esencia, porque de entrada existimos pero no tenemos esencia alguna. La libertad, es pues un peso, una condena. Pensar en ella produce angustia. Nuestra existencia, por tanto, es absurda.
Desde la teología el mayor ataque moderno a la libertad proviene de Lutero y el protestantismo, porque, según él, la libertad humana es enteramente corrupta y sólo se dirige al mal. Queda pues instaurada una concepción negativa de la libertad, entendida sólo como “liberación” de fuerzas o condicionamientos opresores. Desde la teología contemporánea el descrédito de la libertad lo protagoniza la llamada Teología de la Liberación, porque no entiende la libertad en sentido positivo, como “libertad para”, sino en sentido negativo, como “libertad de”. La pérdida de sentido positivo en la concepción de la libertad humana en estos movimientos teológicos es llamativa.


Libertad para amar

Tratemos de analizar el concepto de libertad que nos propone Azul con sus aciertos y también sus carencias. Julie ha perdido a sus seres más queridos, y esa pérdida la sitúa en un estado de hipotética libertad. Pero poco a poco descubre que es una libertad sin sentido a la vez que irá descubriendo la importancia del amor. En realidad es el amor lo que da sentido a cada vida personal. Tocamos aquí el nervio filosófico de la cuestión: el hombre por esencia es un ser necesitado de sentido. El problema de la libertad es, en Kieslowski el problema de una libertad sin sentido.
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Una vez conseguida esa “libertad”, la protagonista se percata de que una libertad sin amor no es nada, como dice el himno a la caridad de San Pablo (1 Cor 13), cantado al final de la película. Pero no esperemos de Kieslowski un discurso cerrado, con unas conclusiones acabadas. Su obra pretende más bien proponer interrogantes al espectador, o compartirlos, más que dar soluciones: “Lo que verdaderamente me interesa – llega a afirmar – es crear un contacto con el espectador, con cada espectador singular, un contacto por medio del cual cada individuo sienta que sus propias dudas, sus propios miedos, sus propios interrogantes son compartidos”. Parece que existe una contradicción entre la libertad y el amor, pero quizá seamos nosotros, los espectadores, quienes hemos de resolverla.

Aparece claro en el film que el amor es necesario para poder vivir, pero ese amor es consecuencia de la libertad. Digamos que hay una “libertad primera” que nos lleva a elegir y una “libertad segunda” que nos lleva a comprometernos con lo elegido, es decir, a amar lo elegido. Azul nos muestra claramente que es imposible vivir sin compromisos. Julie lo intenta y fracasa, pretende romper con todo (intento de suicidio, recuerdos de su marido, etc.) pero siempre queda algo (la música que componía con su marido viene a su memoria una otra vez, en un magistral recurso de Kieslowski). Es imposible vivir sin que nada importe, al final siempre nos quedamos con algo. En el caso de la protagonista está esa lámpara azul de la que no quiere desprenderse... y la música, que no la abandona, por más que ella quiera deshacerse de las partituras.

Por otro lado, está claro que son actos libres los que le permitirán ir reconstruyendo su vida. Consciente de que no puede liberarse plenamente del pasado (“libertad de”), va tomando, casi sin darse cuenta, decisiones (“libertad para”) que le permiten establecer encuentros y compromisos amorosos con el pasado y con nuevas relaciones: relación con Olivier, que siempre estuvo enamorado de ella, con la amante de su marido, que espera un hijo del compositor fallecido, etc.


Itinerario espiritual

En Azul domina la perspectiva psicológica. Kieslowski nos introduce en el mundo interior de los personajes, no le interesa tanto la libertad exterior o política (lo que me es permitido hacer) como la interna, esa que emana del núcleo personal irreductible. En este sentido acompañamos a Julie en su peculiar viaje interior desde ese estado oscuro y angustioso en el que se encuentra tras el accidente hasta encontrar el camino que le conduce a la plenitud y al amor. Es, sin duda un itinerario doloroso, un calvario que Julie recorre doliente y desconcertada al principio, confiada y segura después. Poco a poco va superando temores y angustias a la vez que su carácter se va fortaleciendo, asumiendo el reto de una nueva vida, que será creativa y fecunda en la medida en que asume también su pasado.

Pero, sobre todo, lo que vemos es la valentía y la generosidad de una mujer que es capaz de rectificar. Vemos un ascenso desde los infiernos para aprender el verdadero significado de la libertad. Libremente –con una libertad superior y creativa– perdona a la amante de su marido y se muestra espléndidamente generosa con ella. Libremente asume la tarea de terminar el inacabado “Concierto para la unificación europea”. Libremente, aunque de un modo tan natural que parece lo más normal, como si no pudiera actuar de otra manera. Misteriosa “solidaridad” la que liga libertad y necesidad: “¡no puedo hacer otra cosa!” es a la vez el lamento del esclavo y el gozoso postulado del amante.

Esto nos conduce inevitablemente a preguntarnos por el concepto de libertad que triunfa en Europa. La “idea europea de libertad” como diría Hegel es una libertad entendida fundamentalmente como autonomía. Pero la autonomía, en las personas, puede entenderse en clave de independencia o en clave de autoposesión, en un sentido negativo (“libertad de”) o en un sentido positivo: “libertad para” coger las riendas de mi vida y conducirla hacia algo que valga la pena. Sería de desear que todos sepamos trascender la primera fase de la libertad, como hace la protagonista de este film, y miremos más allá de la libertad misma: hacia lo que esa libertad apunta.

La libertad interesa porque hay algo más allá de la libertad misma que la supera y marca su sentido: el bien, todo aquello que, por ser bueno, merece la pena que nos comprometamos. Así, entendemos que la libertad de una persona se mide por la calidad de sus vínculos: es más libre quien dispone de sí mismo de una manera más intensa. Quien no se siente tan dueño de sí mismo como para decidir darse del todo porque le da la gana, en el fondo no es muy libre: está encadenado a lo pasajero, a lo trivial, al instante presente. Libertad y compromiso no se oponen, sino que se potencian.

1 comentario:

Luz María dijo...

Me gustó mucho su blog, especialmente su comentario a "Azul" aunque quizás no estoy tan de acuerdo en sus comentarios sobre Kieslowski. A pesar de su continua negación -verbal- sobre el fondo de su obra, los hechos -su obra- dicen lo contrario. Kieslowski exige mucho del espectador: lo cuestiona y lo enfrenta al mundo real: si, el existencialismo y el individualismo. "Rojo", la última de la trilogía, nos devuelve la esperanza: si estamos dispuestos a escuchar -no a tener certezas, sino fe- recuperamos la esperanza... aunque Kieslowski lo siguiera negando. Mi experiencia al pasar "Rojo" a diferentes audiencias me llevó a publicar una entrada breve en mi blog: http://antropologetica-en-el-cine.blogspot.com/2007/12/rojo-azar-o-providencia-el-juez-en-el.html.
Reciba un cordial saludo desde Guadalajara, México.